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miércoles, 3 de enero de 2024

¿¡Todabía, con be de burro!? (I)

 (Plan de mejora de la escritura del español para la erradicación de las faltas de ortografía).

    La escritura es un fenómeno cultural gracias al que los hablantes de una lengua toman conciencia de la lengua que hablan. En este sentido, la escritura del castellano, la del italiano y el alemán, así como la del latín para su tiempo, son bastante fieles a la lengua hablada, reflejan bastante bien en general, ya que no la pronunciación, sí la estructura fonológica, es decir, los rasgos pertinentes y distintivos de los sonidos, a diferencia del francés o del inglés. 
 
    En esta última lengua franca y babélica, que es la lengua del Imperio, la pronunciación de  la vocal larga /u:/, por poner un solo ejemplo, puede reflejarse en la escritura de siete formas diferentes: boot, move, shoe, group, flew, blue, rude. Esto supone que la mayoría de las palabras de la lengua de Shakespeare deben deletrearse si no se saben escribir, lo que se ve en las películas anglosajonas donde cada dos por tres deben deletrear los nombres propios cuya escritura se desconoce, mientras que en la lengua de Cervantes la mayoría de las palabras se leen prácticamente como se escriben, porque a cada letra por regla general suele corresponderle un fonema, y viceversa.
 
 
     El poeta Juan Ramón Jiménez emprendió por su cuenta su pequeña reforma ortográfica en lo que a la ge y a la jota concierne, escribiendo con jota, por ejemplo, “antolojía” y reservando la ge exclusivamente para la oclusiva velar sonora, como en gato
 
    Agustín García Calvo optó en sus últimos textos por eliminar la x en el margen postnuclear de la sílaba, y escribir en su lugar, una "s", por ejemplo, "testo" en vez de "texto", igualmente optó por la eliminación de la "n" cuando iba seguida de silbante más consonante, en una tendencia que ya recoge la RAE, que en algunas ocasiones admite la doble forma como en "transporte" y "trasporte".

    No obstante, todavía chocamos en castellano con algunos obstáculos, que deberíamos desechar si queremos ser más respetuosos con la procura de escribir bien la lengua que hablamos. Las letras “b” y “v”, por ejemplo, representan el mismo fonema oclusivo labial sonoro hoy día, a pesar de algunos cultiparlantes que se empeñan en africar las uves al modo francés. Parece lo más razonable usar una grafía común para este fonema: o siempre la “v” o siempre la “b”, pero no unas veces uno y otras otro como sucede ahora por unas razones conservadoras que la inmensa mayoría de los hablantes y escribientes desconoce.


    Otro ejemplo: la hache no es un fonema castellano y no se incluye dentro del sistema fonológico (aunque alguna vez se aspirara, como revela la expresión cante jondo, es decir, hondo). Deberíamos olvidarnos de ellas al comienzo de las palabras, como hicieron los italianos -sólo queda alguna reliquia en la lengua de Dante. O, de lo contrario, los conservadores de grafías obsoletas deberían reclamar que España se escribiera con hache, sí, porque viene del latín “Hispania”, como se sabe, con hache (aquí tienen el argumento etimológico que necesitan), y deberían escribir, de acuerdo con eso, Hespaña por lo tanto. 

    Igualmente, el problema de los acentos se resolvería con un poco de buena voluntad si acentuáramos todas las palabras tónicas y nos olvidáramos de normas ortográficas que huelen a alcanfor y a naftalina, que impone la santa madre inquisición de la corrección ortográfica. Las autoridades académicas nos han dispensado de escribir la tilde del acento en algunos monosílabos tónicos, pero sería mucho más fácil ponérsela a todos que no acordarse de que hay que ponerla en cuando no es posesivo, sino personal, y en , cuando es afirmación y no la conjunción condicional, pero no en ti por ejemplo.
 
 

    Se podría objetar que lo que aquí se predica traería consecuencias desastrosas y funestas para el cabal entendimiento de la lengua, o sea para la gramática. No es así en absoluto. Al contrario, nadie confundiría, por poner un ejemplo, la preposición “a” (a casa) con el verbo auxiliar “ha” (ha ido), porque la diferencia más importante no radica en la hache, que es sólo superficial y literaria, y no es más que una rémora de nuestra tradición escrita, sino en el acento: la preposición es átona y el verbo tónico. Bastaría solamente con prestarle oído a la propia lengua que hablamos para saber que “a” no lleva acento en “a casa”, pero sí lo lleva, aunque secundario, en “hà ído”… ¡Lástima que algunos estén ya irremediablemente sordos para el resto de sus días por culpa del propio sistema educativo, que pretende ensordecernos a todos o, al menos, a la inmensa mayoría democrática, anteponiendo el carro de las reglas ortográficas del acento a los bueyes del sentido del oído y la prosodia!

    ¿Qué sucedería si de repente, de la noche a la mañana, como suele decirse, nos pusiéramos todos a escribir como hablamos? ¿Pasaría algo grave? No, nada más que no habría lugar a cometer faltas de ortografía. ¿Nada más que eso? Nada más y nada menos. ¡Sería estupendo! Nadie se escandalizaría por el hecho de que se escribiera “abézes”, por ejemplo, todo junto y con “b” y con “z” (sí que sería una idiotez, un signo de cobardía, sumisión a la autoridad y miedo a cometer una falta –pero no una falta propiamente dicha, sino en todo caso una sobra- escribir “habézes”, lo que pasa hoy: algunos se pasan por miedo de no llegar y ponen o intercalan haches donde no las hay, como en teléfono in(h)alámbrico, creyendo que escriben más cultamente, y ponen tildes donde no hay que ponerlas como en vinierón y todo lo que acaba en –on, porque han interiorizado la norma de que se acentúan las palabras oxítonas que acaban en ene o ese, y no escuchan a su oído que debería hacerles sentir cuál es la sílaba tónica, que no es la última sino la penúltima en este caso, complicando las cosas así sobremanera.
 
    Y es que la normativa académica vigente cumple a mi ver dos funciones importantes: la de inducir a errores ocultando y falsificando la realidad de la propia lengua que se habla, y la política (todo es política en esta vida, ya lo ves, hija mía, hasta lo que no lo parecía), de imponerle a la gente (analfabeta como viene al mundo) normas, reglas y autoridades académicas y pedantes desde su más temprana infancia para someterla también al yugo ortopédico y ortodoxo de la ortografía.
 
 

(1) La palabra todavía procede de dos palabras latinas tota uia, expresión que significa “en todo el recorrido del camino”, como en la frase “tōtā uiā errāre”: equivocarse totalmente, de cabo a rabo. De ahí viene, escrito en una sola palabra, nuestro todavía, que en castellano viejo se usaba como sinónimo de siempre (cf. ing. allways), como en el verso aquel del Arcipreste de Hita del Libro de Buen Amor: adulterio e forniçio todavía deseas. La Real Academia Española de la Lengua, esencialmente conservadora, prescribe que se escriba todavía con uve para recordar precisamente su origen etimológico latino. Pero el argumento cae por su propio peso: en latín no había uves: la palabra VIA se pronunciaba “uia”, no “bia” (al menos en el latín clásico, porque, según sabemos, los hispanos confundieron enseguida en latín vulgar VĪVERE (uiíuere: vivir) con BIBERE (bíbere: beber), haciendo ambas palabras equivalentes al oído. Y es que hoy sólo hay una pequeña diferencia de timbre vocálico entre vivamos y bebamos, lo que no deja de tener su miga de gracia por su parte.

 

jueves, 12 de agosto de 2021

Don Miguel de Unamuno y la ortografía

¡Qué feroz insistencia la de los padres y los maestros en torcer lo derecho y corroborar lo torcido de sus naturales instintos (de los niños)! (Miguel de Unamuno, Acerca de la reforma de la ortografía castellana, 1896).


 Miguel de Unamuno (1864-1936)

Don Miguel de Unamuno nos ha legado un retrato entrañable de un maestro de escuela llamado Gárcia y no García,  decidido partidario de la ortografía fonética. Su  propuesta era la siguiente:  “Para cada sonido un solo signo y para cada signo un solo sonido. Suprimía la c y la qu, escribiendo ka, ke, ki, ko, ku y za, ze, zi, zo, zu. Así, kerer, kinto y zera, zinturón. Su grito de guerra -que él escribía gerra- era: “¡Muera la qu!”.

De él escribe Unamuno: “...él era Gárcia y no García, y defendía la prosodia de su apellido con una tozudez heroica. Era menester que no le devorasen los Garcías, los vulgares Garcías. Un García cualquiera podía conformarse con la ortografía oficial y transigir con la qu y con la hache; pero él, Gárcia, él era un rebelde que iba a revolucionar por la ortografía fonética el pensamiento todo de las generaciones futuras.”

Las pretensiones del maestro rural chocaron enseguida con la tozuda realidad de los vulgares Garcías, los conformistas, los que a todo decían amén. No en vano García es el apellido más común en la geografía de nuestra sufrida piel de toro que sigue siendo España, donde la tauromaquia es la fiesta nacional y está declarada de interés para los turistas. Así continúa don Miguel: “Pero el pueblo se alarmó, y creyó que aquel hombre heroico y abnegado estaba trastornando los entendimientos de los niños puestos a su cuidado, que a estos niños les convenía aprender la ortografía oficial y no otra, que si escribían azer en vez de hacer, zikatero en vez de cicatero y keso por queso, no harían carrera, y empezó una campaña contra el pobre maestro. Él que escriba sus cartas como quiera -decían los vecinos-; pero a nuestros hijos que les enseñe a escribir como Dios manda. Dios era la Real Academia Española de la Lengua. Y querían que les enseñase a escribir hasta septiembre y obscuro y subscriptor, como yo no escribo nunca.”

Es curioso que las tres palabras que cita Unamuno como correctas ortográficamente puedan escribirse hoy también con corrección setiembre, oscuro y suscriptor, y en estos dos últimos casos es la forma más habitual, quedando ya como obsoletas las formas con bs que él citana como académicas.


Nuestro maestro de escuela acabará claudicando ante los requerimientos de su mujer, que le recrimina que van a echarlo de la escuela y no van a admitirlo en ninguna parte, y sus hijos van a morirse de hambre. Lo que dice la abnegada esposa y madre de familia representa, según Unamuno, la voz de la sabiduría del pueblo, pero se trata de una voz popular "de la claudicación, de la mansedumbre”.

El cuento, que lleva por título “Gárcia, mártir de la ortografía fonética”, concluye así: “Al fin llegó el desenlace de la tragedia, la catástrofe. El pobre Gárcia sucumbió. Enseñaría a escribir como la Academia manda, enseñaría a escribir obscuro con la b, y enseñaría la qu y la hache y la ce. Pero antes se haría García. O sea, la muerte civil, el suicidio intelectual. Y desde que se convirtió en García y enseñaba ortografía académica, el pobre hombre fue como un cadáver ambulante. Y sobrevivió poco. La pena le mató.”

Por otra parte, en su escrito de 1896 Acerca de la reforma de la ortografía castellana, aborda don Miguel de Unamuno el mismo tema desde una perspectiva, no ya literaria como en el susodicho cuento, sino ensayística, aunque es a veces difícil deslindar la narración del ensayo en Unamuno .

Muchos maestros se quedarían sin trabajo, porque ya no tendría ningún sentido hacer aprender a niños y niñas las normas ortográficas, “aquellas reglitas, llenas de encanto tradicional e impregnadas de dulces recuerdos infantiles”. No sería necesario someter a los pobres chiquillos a ese martirio para que no fueran “ordinarios” porque, como dice Unamuno, no por eso iban a llegar a ser “extraordinarios”. 

 
Si adoptásemos la escritura fonológica, una vez aprendidas bien las letras, todos seríamos capaces de escribir bien sin necesidad de memorizar unas reglas incomprensibles que sólo se conservan por prurito arqueológico, cosas tan abstrusas como, por poner un solo ejemplo y tomando para el caso la ge y la jota, lo que pasa con estas letras, que no ofrecen ninguna dificultad cuando van seguidas de las vocales a, o y u, pero sí cuando preceden a e o a i, por lo que hay que aprender porque sí, sin más explicaciones,  que rugir y rugido se escriben con ge, pero crujir y crujido con jota... 


No hace falta conservar la ortografía tradicional para demostrar el origen latino del castellano, como dice don Miguel, y pretenden los puristas conservadores: No necesita el castellano, para conservar su pureza y el sello de su abolengo, el que le planten esos caireles, y flecos, y borlas llenas de jeroglíficos; que no por vestir a la antigua usanza a un quidam cualquiera, resultaría con aire de nobleza. Sin toga vieja y remendada es el castellano latín hasta los tuétanos.

A la pregunta que se formula don Miguel: ¿Cuál es, en efecto, el principal y hondo obstáculo (¿por qué no ostáculo?) a la reforma de la ortografía? Él mismo nos da una respuesta no sin ironía: Si se adoptase una ortografía fonética sencilla, que, aprendida por todos pronto, hiciera imposibles, o poco menos, las faltas ortográficas, ¿no desaparecería uno de los modos de que nos distingamos las personas de “buena educación” de aquellas otras que no han podido recibirla tan esmerada? Si la instrucción no nos sirviera a los ricos para diferenciarnos de los pobres, ¿para qué nos iba a servir? Y más adelante concluye: Adoptar una ortografía sencilla y fácil, que haga imposibles las faltas ortográficas, es algo así como adoptar un uniforme. Y si no nos distinguimos por el traje, ¿qué será de nosotros? Si al que lleva levita, se la quitan, y con ella la ortografía y el bachillerismo, y le cortan las uñas chinescas (1), ¿qué queda del caballero? Le han quitado el caballo al caballero: queda un simple hombre.

 Uñas chinescas

(1)  Entre los chinos era síntoma de elegancia y refinamiento mantener las uñas largas y cuidadas, al menos la del dedo meñique, porque eso denotaba que uno no necesitaba trabajar con las manos como un vulgar asalariado y que pertenecía, por lo tanto, a la clase privilegiada y a la “buena sociedad”, como dice Unamuno.  Dejarse largas todas las uñas hubiera sido bastante incómodo. Las uñas chinescas como el gastar corbata entre los occidentales son un medio que sirve para distinguirse exteriormente del pueblo inculto y grosero, como la aplicación de las normas de ortografía, que revelan que uno ha sido alfabetizado y sufrido la escolarización obligatoria, lo que, por otra parte no impide que sea, digo yo, un analfabeto funcional, o sea, alguien que sólo lee y escribe lo que está mandado, que es lo que Dios manda.

martes, 29 de septiembre de 2020

Vizcaya se escribe con be

Resulta que ahora Vizcaya debe escribirse con be de burro y no con uve de vaca. Su Majestad el Rey, hoy emérito y huido de España, sancionó con su firma en 2011 una ley que ordenaba y mandaba que los españoles (y supongo que las españolas también, no sé cómo pudo pasárseles este significativo lapsus de corrección política a quienes redactaron el documento) denominaran a las provincias vascongadas oficialmente, no con su denominación tradicional castellana, sino en vascuence, lo que es lógico cuando se escribe en esa lengua, pero no tanto cuando se escribe en la de Cervantes.
 
¿Qué dijo la Real Academia Española de la Lengua? Nada. Calló, entre tanto, guardando un mutismo sepulcral hasta la fecha, habida cuenta, supongo, de que era una medida política y no gramatical, y considerando, por lo tanto, que no tenía mucho que decir. Se trataba de imponer a las administraciones del Estado y a los periodistas y medios afines de manipulación de la opinión pública la norma de escribir los nombres propios de las localidades de las comunidades autónomas con lengua propia su nombre y ortografía en su propia lengua: A Coruña en vez de La Coruña, Lleida en vez de Lérida y ahora Bilbo en vez de Bilbao.

Ya no vale, pues, escribir Guipúzcoa, sino que hay que escribir Gipuzkoa, lo que leído por un castellano parlante sería Jipuzcoa. Y hay que escribir Vizcaya en vascuence, o sea Bizkaia, con ka de kilo, i latina y no griega, y con be de burro oficialmente, lo que no deja de ser una falta de ortografía de grueso calibre para el castellano-escribiente. 

En el caso de Álava, la denominación oficial será Araba/Álava, también en el primer caso con be de burro y sin tilde esdrújula, obligatoria como se sabe en la lengua de Cervantes, donde se acentúan todas las proparoxítonas.

«Mando a todos los españoles, autoridades y particulares, que guarden y hagan guardar esta ley». Yo, desde luego, no pienso hacerlo. Es como si me mandaran escribir oficialmente –o sea, de oficio y de facto- Deutschland en vez de Alemania. Ya sé que en alemán se escribe Deutschland, pero en mi lengua, que es el castellano, más conocido como español a secas fuera de nuestras fronteras, se dice y se escribe Alemania. 

Me permito recordarles a Sus Majestades los Reyes, al emérito y huido, hoy en paradero desconocido, y al que sucedió al emérito y fugado, su hijo y heredero, que en la lengua no puede pretender mandar él, porque en la lengua no manda ni Dios: la lengua es un don gratuito, quizá lo único que se nos da gratis et amore a todos cuando nacemos. Claro está que cuando decimos que en la lengua no manda nadie nos referimos a la lengua hablada, porque la escritura es otro cantar: ahí sí que hay autoridades políticas y académicas que nos dicen cómo hay que escribir, siguiendo unos criterios completamente obsoletos que nos obligan a escribir en castellano "extraño" (y los hay que convenientemente adoctrinados se esfuerzan en pronunciar incluso "ekstraño") en lugar de "estraño" que es lo que nos sale a poco que nos descuidemos.
 
Y ahí, en el tesoro común de la lengua hablada, donde no hay faltas de ortografía, el único soberano no es usted, Majestad, sino el pueblo auténticamente soberano. Ni siquiera la Academia, que siempre se disculpa diciendo que no pretende ser normativa sino descriptiva, aunque acabe convirtiéndose en prescriptiva por la pretensión que tienen los de arriba de imponerse sobre los demás, lo mismo que la lengua escrita sobre la hablada. 

jueves, 30 de enero de 2020

Ensalada mista

Hay en el blog de Miguel Lizano Ordovás una estupenda entrada sobre las faltas de ortografía, que comienza así: “Ensalada mista”, leo en el menú del bar de la esquina. ¿Falta de ortografía? Tal vez, pero hay otra cosa más interesante: Si esa palabra se pronunciara como los bustos parlantes y los políticos creen, o sea "miksta", ¿cómo se le iba a ocurrir a nadie escribir “mista”? Si el camarero del bar de la esquina lo ha escrito así, es, obviamente, porque él así lo dice. Es decir: porque él así oye la palabra. Lo mismo que yo, por otra parte. 


Y lo mismo que cualquier hablante español, añado yo, que no sea un pedante o un locutor televisivo.  Y lo mismo que el lingüista venezolano don Andrés Bello, que aconsejaba, con muy buen criterio, reemplazar la “x” por “s” ante consonante y escribir, por ejemplo esplicar y estraño en lugar de las formas restituidas por la etimología explicar y extraño, como había sucedido en italiano donde se escribe y se dice: insalata mista Pero la Real Academia Española de la Lengua se negó en 1864 a tomar esa iniciativa porque “so color de suavizar la pronunciación de aquellas sílabas se desvirtúa y afemina” (sic, literalmente por lo de afemina).  

Pero incógnita matemática: ¿de dónde nos viene esa misteriosa letra equis que el camarero del bar ha sustituido no sin razón por una ese? Pues como casi todo lo bueno y lo malo que tenemos: del latín y el griego. 

La letra equis procede del abecedario latino, que a su vez deriva de un alfabeto griego occidental, que por su parte deriva del hebreo, que los romanos tomaron prestado vía etrusca. El latín adoptó este grafema y a diferencia de otros que tenían un valor monofonemático le dio a este un valor difonemático, es decir, reflejaba en la escritura dos fonemas: uno oclusivo gutural y otro silbante /k/+/s/. 

La anomalía de utilizar un solo signo para dos fonemas se remonta, por lo tanto, al alfabeto griego, donde no es el único caso por otra parte. Es curioso, por otro lado, que la “x” sea la única letra de nuestro abecedario que no conserve en su nombre el sonido que representa /ks/, aunque en latín sí que lo representaba, ya que se denominaba “ix”. 

¿Cómo evolucionó esta equis latina en castellano medieval? Pues se palatalizó enseguida convirtiéndose en algo parecido a la “ch” francesa o al “sh” inglés actuales, es decir, en un sonido similar al de cuando chistamos para imponer silencio, hasta que en el siglo XVII evolucionó a fricativa, es decir, comenzó a pronunciarse como una jota actual, aunque se seguía escribiendo equis todavía: Ximena, Quixote, texer, cosa que a veces da lugar a algún que otro equívoco y gracioso malentendido, como cuando alguno ve escrito “México”, que es una grafía arcaizante, y lee /méksiko/, como oí una vez a un profesor español de Geografía e Historia, en vez de /méjiko/, que es como debe pronunciarse. 

Poco a poco, pues, comenzó a usarse la grafía actual “jota”, por lo que la letra equis quedó vacante y hubiera desaparecido de no ser por los numerosos cultismos latinos que la contenían como sexo, máximo, explicar, etc., y sobre todo por el empeño académico en restituir su valor difonemático para distinguir cosas como expirar/espirar, o sexo/seso. Pero la evolución popular de la equis latina en posición intervocálica hizo que pasara, como queda dicho, a jota en castellano: exemplum, verbigracia, evolucionó a ejemplo,  en castellano viejo ensiemplo, aunque en otras lenguas haya mantenido su antiguo valor, como el francés (éxemple) o catalán (exemple),  o evolucionado a ese sonora en italiano (esempio). 

Si atendemos a la evolución, por ejemplo, de la palabra latina SEXTAM, resulta que tenemos un cultismo “sexta”, es decir una palabra que conserva después de la apócope de la eme final del acusativo la equis etimológica, pero también una palabra patrimonial “siesta”, por la diptongación castellana de la e breve tónica en /ié/, donde ha desaparecido además el fonema oclusivo gutural previo en el margen heterosilábico, conservándose el silbante como cierre de sílaba. La relación semántica, por otra parte, entre ambos términos sexta/siesta se explica porque la sexta hora de luz solar solía ser la hora de la siesta. 

¿A qué se debe entonces que algunos hablantes del español puedan escribir cosas como la citada "mista", que un profesor de lengua castellana tacharía enseguida de falta de ortografía? Sería, sí, una falta de ortografía, pero como dice Lizano Ordovás, quien comete la falta de ortografía en este caso no es el escribiente, que es más bien la víctima, sino la Academia, que en su día no recogió la lengua que se hablaba, sino que prefirió atenerse a la grafía latina etimológica de esas palabras.


¿Quién es el responsable de que no se escriba como se habla y de que pueda haber faltas de ortografía? Obviamente la Real Academia que, fundada en 1713, y siguiendo el criterio de restitución etimológica impone unas reglas ortográficas que no tienen ningún fundamento fonológico, que a su vez someten el habla a la escritura, de forma que lo escrito ya no refleja el habla de la gente sino que es el habla la que responde sumisa a los dictados etimológicos de la Academia, lo que no va a afectar solamente a la ortografía, sino también, y esto es más grave aún, si cabe, a la pronunciación de la lengua hablada, que se impone como corrección lingüística y política.

Concluye su reflexión Lizano Ordovás diciendo que las normas están para facilitar la vida a la gente, no para complicársela, con lo que por mi parte sólo puedo estar de acuerdo si lo entendemos con la debida ironía: debería ser así, tal vez; las normas deberían facilitarnos la vida, pero las reglas ortográficas desde luego no están hechas para eso, sino para complicárnosla todavía más innecesariamente.