viernes, 10 de abril de 2020

Romance del hijo muerto o Romance del Viernes Santo.

Una conmovedora plegaria anónima a la Virgen de la Macarena en forma de romance de la madre de un miliciano muerto en la Guerra Civil española que no recuerdo donde leí por vez primera, pero que me impresionó vivamente y que no puedo dejar de recordar hoy, festividad de Viernes Santo.


Muerte de un miliciano, Robert Capa (1936)

¡Viernes Santo, Viernes Santo! 
Gemía la pobre vieja,
Llorando en la madrugada 
Sin consuelo de su pena. 

-Si hubieras tenido un hijo, 
Virgen Santa Macarena, 
No como tú lo tuviste, 
Sin dolor y por sorpresa, 
Sino como yo lo tuve, 
Porque lo parí de veras, 
Con desgarros, con ahogos, 
Y con fiebres en las venas, 
Y te lo hubieran matado 
Los cristianos que hoy te rezan 
Y sacan en procesión 
Y alarde de sus creencias, 
¡Cómo los maldecirías, 
Virgen de la Macarena!

 ¡Viernes Santo, Viernes Santo! 
Gemía la pobre vieja. 

jueves, 9 de abril de 2020

Guerra y paz

(Glosa de un verso griego de Calino de Éfeso) 
...ἐν εἰρήνηι δὲ δοκεῖτε / ἧσθαι, ἀτὰρ πόλεμος γαῖαν ἅπασαν ἔχει.

  
Son tus versos de ardor bélico harenga sorda 
donde el poso resuena de una epopeya heroica. 

Cada cual con su lanza vaya y con el escudo
al combate y la lucha: todos y cada uno. 

 Quiero yo que se escuche, sordo, y que se oiga el eco
de tu voz: que creemos,  ay, que la paz es esto,

esta guerra, que ahora mismo vivimos, nuestra.
Y es mentira: no hay paz sobre la negra tierra.

En la guerra y la paz,  mírala, se atrinchera
y agazapa la vieja sombra de Marte fiera; 

va la bomba a estallar en Hiroshima atómica
otra vez, y de nuevo cae arrasada Troya: 

que en la guerra y la paz hay desde siempre guerra:
sin cuartel y sin tregua, guerra y no más que guerra.

martes, 7 de abril de 2020

La última cabra del señor Seguín

    Dejadme que os distraiga un poco de vuestras preocupaciones contándoos a mi manera el cuento de la cabra del señor Seguín que escribió Alphonse Daudet. El señor Seguín estaba harto de que todas sus cabras acabaran devoradas por el lobo. Por más que hiciera él para evitarlo, se escapaban siempre de su casa, se echaban al monte porque, ya se sabe, la cabra siempre tira al monte, y allí, más tarde o más temprano, pero generalmente muy pronto, acababan devoradas por el lobo feroz. 

    Estaba tan harto que un día compró una cabritilla nueva, la séptima que llevaba ya si no había perdido la cuenta de las seis que le había matado el maldito lobo, y la eligió bien joven, para acostumbrarla desde muy pronto a la cautividad. La llamó Blanquita. Era preciosa, toda blanca con sus zapatitos negros y unos incipientes cuernos rayados.

    A la cabra no le faltaba nada en la finca del señor Seguín, pero ella no hacía más que mirar por el ventanuco de la cuadra hacia la montaña que veía a lo lejos, y añorarla, aunque nunca había estado allí. ¿Cómo se puede añorar algo que no se conoce? Ella lo añoraba. Quizá porque también se añora lo que no se tiene y se desconoce. 

    La cabra le rogó al señor Seguín, a los dos días, que la dejara marchar. Este trató de disuadirla hablándole del lobo y de los peligros que acechan en la montaña, pero lejos de hacer que desapareciera el deseo de libertad de la cabra, aumentó considerablemente… 

    -¿Qué harás cuando venga el lobo, Blanquita? -Le preguntaba el dueño. 
     -Lucharé contra él con todas mis fuerzas. –Le respondía la ingenua cabritilla. 

    Pero el señor Seguín, que no estaba dispuesto a perder una cabra más, decidió encerrarla. Blanquita, sin embargo, huyó por el ventanuco que un día se le olvidó cerrar a su dueño. 

    Llegó a la montaña, y comenzó a sentir algo que nunca había experimentado: una felicidad sin fin. Se sentía como una reina. Las flores olían bien. La hierba era deliciosa, estaba fresca y fragante, y sabía a gloria, mucho más rica que la del prado del señor Seguín allá a lo lejos, en el valle. 

 
    Cuando llegó la noche, tuvo miedo bajo la bóveda del cielo estrellado. Estuvo tentada de volver a la cabaña de su dueño, pero el recuerdo de la soga disipó esa idea. Valían más aquellas pocas horas vividas en libertad en la montaña que toda una vida en cautividad junto al señor Seguín, aunque -lo reconocía- había sido, sin embargo, muy bueno con ella, muy amable. 

    Pero pronto, en medio de la noche, dos ojos brillaron entre dos orejas cortas y afiladas. Era el lobo, el viejo lobo de todos los cuentos infantiles, el malvado personaje que acechaba en el bosque a todos los que se atrevían a ser libres. 

    Blanquita decide luchar contra él. Abaja la cabeza y amenaza con sus ridículos cuernos al lobo, que retrocede una vez. De vez en cuando la cabritilla trisca y come algo de hierba para saborear su libertad. Mira hacia las estrellas y piensa que debe resistir, como sea, hasta el canto del gallo al amanecer. 

    Cantó el gallo al fin a lo lejos. Blanquita, agotada, duerme sobre la verde hierba. Está extenuada completamente después de la intensísima batalla de la noche. 

    La sangre roja mancha su blanquísima piel resplandeciente. El lobo, cansado ya de las escaramuzas de la refriega nocturna,  se precipita sobre ella y al fin la devora. Ella, sin embargo, se siente feliz. Lleva escrito en las pupilas dilatadas de sus ojos que nunca podrá olvidar esa noche, la más intensa de su efímera vida, la única noche que ha valido la pena. Lleva escrita en sus ojos su apasionada aventura con el lobo y el encuentro final con la muerte.

lunes, 6 de abril de 2020

¿El COVID-19 o la COVID-19?

Casi todo el mundo de habla española le ha puesto al COVID-19 el género gramatical masculino, no por nada en especial que tenga que ver con el sexo masculino, porque el género gramatical y el sexual tienen poco que ver, creo yo, sino por aquello de que es un virus, y uirus, que es palabra latina que significaba en la lengua de Virgilio jugo, zumo, veneno, ponzoña y tenía género neutro igual que vulgus y pelagus, lo tiene masculino, una vez desaparecido el neutro latino, en castellano, y en romance en general por lo que se me alcanza, salvo en rumano donde conserva la reliquia del género neutro, igual que en alemán. 

El término figura entre nosotros desde 1817, en que entró a formar parte de nuestro vocabulario, aunque ya teníamos el adjetivo virulento desde 1435, tomado también del latín uirulentus, y el sustantivo virulencia desde 1739, según leo en el Diccionario etimológico de la lengua castellana de Joan Coromines. 

 


Sin embargo, en la lengua del Imperio que, huelga decirlo, es el inglés, los sustantivos carecen, como se sabe, de género gramatical: the virus

Los hablantes de lengua germana, cuando hablen de él lo llamarán con el artículo neutro das Virus,  así como los rumanos virusul -el artículo se coloca en rumano detrás del sustantivo-, mientras que los españoles, franceses, portugueses e italianos nos referiremos al bicho en género masculino: el virus, le virus, o virus, il virus

Al decidir los virólogos llamar a este agente infeccioso que nos ataca particularmente ahora "corona" porque visto al microscopio, que es la única forma de verlo, tiene una serie de tentáculos que semejan la corona solar, deberíamos llamarlo en la lengua de Cervantes el virus coronado; pero al revés en la lengua del Imperio, que como decía Lisardo Rubio es una lengua tipo NATO, a diferencia de la nuestra, que sería del tipo OTAN. 

¿Por qué decimos, entonces, coronavirus y no virus con corona o virus coronado? Elemental, querido Watson: por la poderosa influencia de los anglicismos de la lengua imperial, donde el elemento determinante o subordinado (en este caso la corona) precede siempre al determinado (que es el regente, o sea el virus), al revés de lo que pasa en nuestro idioma, donde el elemento determinante sigue siempre al determinado, que es el que va delante abriendo paso a su majestad. 


Las lenguas anglosajonas, sigo aquí la lección de don Lisardo Rubio, empiezan por el extremo inferior de la jerarquía estructural, mientras que las lenguas neolatinas empiezan por el extremo superior. Lo curioso de esto, subraya Rubio, es que el latín no era una lengua OTAN como las neolatinas, sino NATO como las anglosajonas. A las lenguas tipo NATO se las denomina centrípetas porque su cadena hablada arranca de la periferia hacia el centro o ascendentes, porque van del nivel de la jerarquía estructural a su nivel superior, y viceversa, las lenguas del tipo OTAN se denominan centrífugas o descendentes por lo contrario. 

Demos por sentado que el virus se llama ya coronavirus. El género gramatical de esta palabra compuesta sería el masculino, porque es el género que tiene el determinado virus en castellano. ¿Por qué algunos se empeñan, entonces en decir "la" COVID-19? Pues por un pequeño y no pedante detalle que no carece de importancia. Por la letra -D del COVID, que es la inicial de "disease" que en la lengua de Shakespeare significa "enfermedad", término que en castellano resulta que es de género femenino.

A nuestra benemérita Academia de la Lengua Española no se le ocurre llamar a la Enfermedad del Virus Coronado EVICO, que sería la "traducción" de COVID,  o, simplemente enfermedad del VICO, quitándole la -D final, porque no sólo se ha globalizado el dichoso bicho infeccioso, sino también su denominación anglosajona.  Se limita a constatar que la Organización Mundial de la Salud propuso la abreviación COVID-19 a partir del inglés COronaVIrus + Disease ‘enfermedad’ + [20]19, y a constatar que el acrónimo COVID-19 que nombra la enfermedad causada por el virus coronado del año pasado se usa en género masculino (el COVID-19) por influjo del género de coronavirus. Lo que se explica porque se toma por metonimia de la enfermedad el nombre del virus que la causa, como sucede con otras enfermedades víricas como el zika, el ébola).

Por lo que al final pontifica: "Aunque el uso en femenino (la COVID-19) está justificado por ser enfermedad (disease en inglés) el núcleo del acrónimo (COronaVIrus Disease), el uso mayoritario en masculino, por las razones expuestas, se considera plenamente válido."

domingo, 5 de abril de 2020

De Viridiana y su síndrome

Creo que fue Pedro García Olivo quien acuñó, el primero, el término "el síndrome de Viridiana", basándose en el personaje de la película Viridiana (1961) de Luis Buñuel, adaptación de la novela Halma (1895) de Benito Pérez Galdós. 

Viridiana busca pobres a los que socorrer para de ese modo ganarse ella el Cielo, atenta sólo a sus obras egoístas de caridad, que realiza por el único afán del lucro de salvarse personalmente y de redimir su alma individual. De alguna manera la Iglesia ha padecido siempre este síndrome, fomentando la caridad como virtud teologal e inculcándoles a sus fieles, almas caritativas, el altruismo egoísta que subvencionaba la pobreza para que siguiera existiendo, y justificando con su existencia la labor caritativa o, diríamos hoy, solidaria y social de la propia Iglesia. 

A los que padecen dicho síndrome les interesa, nunca mejor dicho el término en su sentido económico, que haya pobres y necesitados, por eso subvencionan la miseria con su limosna que, lejos de resolver el problema, lo consolida. 

 Viridiana observa a Moncho ordeñando a la vaca.

Hay una escena en la película en la que Viridiana, interpretada magistralamente por Silvia Pinal, desea tomar un vaso de leche fresca recién ordeñada, reminiscencias de su niñez.  Moncho, que ordeña a la vaca sin enfundar sus desnudas manos en unos guantes asépticos de látex, le dice que pruebe ella misma a sacársela. Viridiana no osa estrujar la teta de la ubre pletórica de la vaca lechera: sospecha, aunque no se atreva a decirlo, de ahí su secreta repugnancia, que hay algo obsceno y carnal en el ordeño que se hace sin guantes preservativos, en la naturaleza desnuda de la teta de la ubre vacuna, que semeja el “uirile membrum”, que ella no ha conocido todavía, que además es preciso manipular también para sacarle la leche de su emulsión.


Viridiana siente repulsión cuando intenta ordeñar personalmente a la vaca.

Cuando era una criatura inocente mamaba directamente del pezón la leche de los pechos de su madre, y entonces no tenía los pensamientos impuros que tiene ahora, porque ahora no es más que una novicia, que, a fin de cuentas, no se ordenará monja.  

Preferirá, al final de la película censurada de su biografía, ordeñar la vida, en el sentido de exprimirle su zumo y sacarle su jugo a la fruta prohibida, una vez vencidas todas sus reticencias, y jugar al tute con su primo y con la criada en una inolvidable y sugerente partida en "ménage à trois".

sábado, 4 de abril de 2020

Seguiriyas populares contra el confinamiento

¡Peor que la plaga
 de la peste negra, 
peor que la peste, maldita sea, 
esta cuarentena!

Ay, qué pobre soy
 de tanto que tengo,
que resulta que a mí me falta, madre,
 lo que yo más quiero. 

Hay toque de queda;
 que no salga nadie
 que anda la Guardia Civil patrullando
 por tierra, mar y aire.

 Ordena el Gobierno, 
 me cago yo en él, 
que cada cual permanezca en su casa
 por decreto ley. 

 Hombre con barba asomado a una ventana, Samuel van Hoogstraten (1653)

Acorralado en casa,
 no puedo ir a verte:
 no me deja la Guardia Civil, niña,
 que vaya a quererte.

 Mirando las nubes
desde la ventana
del cautiverio de este calabozo
que es mi propia casa. 

Contigo pasaba
 yo mil cuarentenas
 metidos los dos en la misma camita
 matando las penas.

¡Peor que la peste,
el confinamiento;
peor que la negra muerte,  vivir
cagados de miedo!


jueves, 2 de abril de 2020

Ocho jaicus para una cuarentena

Despuntando abril, 
 el cerezo en flor, y yo 
sin poder salir. 

 ¡Floreciendo está
 primavera por doquier,
pudriéndome yo!

 Coge tú la flor:
 trébol, dientes de león, 
 margaritas mil... 

Amanece ya: 
Cada gallo en su corral 
 canta su canción. 



 Desde mi balcón,
viendo pájaros volar,
vuelo yo también.

Lo que sientes tú, 
enjaulado ruiseñor,
 siento ahora yo. 

Confinado estoy, 
soy el prisionero y soy 
mi propia prisión.

 Un rayo de sol
que entra por el ventanal
 hiela el corazón.


miércoles, 1 de abril de 2020

"Yo soy la Muerte y llevo corona"

En 1977 el cantautor italiano Angelo Branduardi publicó el álbum "La pulce d'acqua", que se abría con un tema titulado "Ballo in fa diesis minore", es decir, "Baile en fa menor", una recreación de una Danza de la Muerte de la Edad Media.

 Muerte coronada a caballo, A. Düreer (1505) Leyenda: Me(m)ento mei (Acuérdate de mí)

La letra es de Luisa Zappa Branduardi, y la música, inspirada en frescos medievales dedicados a la danza macabra, del propio Angelo. 


En 1993 se publicó en castellano su álbum "Confesiones de un malandrín", que pasó sin mucha pena ni gloria y que incluye algunas versiones en castellano de los temas más relevantes de Branduardi hasta la fecha. 

Allí se encuentra la versión castellana del Ballo..., que a fecha de hoy resulta profética por la globalización de la enfermedad del virus coronado (EVICO-19) que padecemos. He aquí el "Baile en fa menor", cuya letra dice en castellano:

Yo soy la Muerte y llevo corona, 
y yo de todos soy señora y patrona. 
 Soy la Muerte tan cruel, tan impávida y tan dura
 que no tengo compasión ninguna. 

Yo soy la Muerte y llevo corona, 
y yo de todos soy señora y patrona. 
Y delante de mi sombra todos bajan la cabeza
 y marchan a mi paso y por mi senda. 

Tú eres la invitada de honor del baile que bailamos,
 deja la hoz y gira vuelta a vuelta.
 Danzando con nosotros te espera la derrota. 
La Muerte morirá con una nota. 

Como se puede ver por la letra, la canción consta de dos partes diferenciadas: una primera parte en que la Muerte se presenta como señora y patrona de todos, invitando a todo el mundo a bailar su danza macabra en las dos primeras estrofas; y una segunda parte en que la Muerte es invitada a entrar por el juglar en su propia danza, dejando su guadaña, y bailando con los demás. La Muerte, es pues denostada y derrotada gracias a la unión de la poesía, la música y el baile de la danza a la que ella misma nos invitaba. 


martes, 31 de marzo de 2020

Ángel de la Guarda

Una imagen del Ángel de la Guarda vigilando a un niño y a una niña al borde de un precipicio exactamente igual que ésta, cuya autoría ignoro, presidió mi infancia. 


Verlo me ha traído muchos recuerdos inesperados. Le pregunté una vez a mi madre que quién era ese ángel, y me dijo que era el Ángel Custodio o Ángel de la Guarda que teníamos todos los niños, cada uno el nuestro, que cuidaba personalmente de nosotros para que no nos pasara nada malo, por ejemplo para que no nos atropellara un coche... 

Sin embargo, había Ángeles de la Guarda que no velaban mucho por sus protegidos, pues había niños a los que les había atropellado la muerte antes de tiempo,  y no pudiendo ir ni al Cielo ni al Infierno iban según decía la Iglesia a un limbo misterioso. ¿Acaso está en ese limbo la niña aquella que murió atropellada por un camión cuando cruzaba sin mirar la carretera? ¿No tenía ella Ángel de la Guarda? ¿Se olvidó de rezarle aquella cantilena de "Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día"? 

Alguna vez, además, me había preguntado yo, como Juvenal, quién custodiará a los ángeles custodios: quis custodiet ipsos custodes? ¿Quién vigila a los vigilantes? ¿No tienen ellos su propio Ángel de la Guarda? ¿Nadie controla que los controladores no se descontrolen y cometan una tropelía?

Vuelvo a la imagen. Me inspiraba miedo, terror que rayaba en el pánico. Me daba la sensación de que el Ángel de la Guarda, en lugar de velar para que los niños no se cayeran por el precipicio, estaba a punto de empujarlos con su gesto protector. Es más: era él quien los había conducido al borde mismo del abismo y expuesto a aquel peligro para justificar su existencia dándole un sentido del que carecía. 

Pero lo que más me torturaba era que no había un Ángel de la Guarda para todos los niños, como daba a entender la propia imagen, donde un sólo ángel custodio velaba por un niño y una niña, sino que cada cual tenía el suyo propio, su propio Ángel de la Guarda, como si fuera su propia sombra de la que no podía desprenderse. 

Y esa era la amenaza que yo sentía y temía: que nuestra propia sombra, que no es una bendición, sino una maldición,  nos empuja a veces a lanzarnos al vacío.  

domingo, 29 de marzo de 2020

El mono empurpurado

El mono empurpurado (πίθηκος ἐν πορφύρᾳ) es una fábula griega que nos cuenta Luciano de Samósata en su diálogo El pescador o Los resucitados (36), y que es el origen más que probable del refrán latino: simia semper est simia etiamsi purpura uestiatur, y en la lengua del Imperio ya documentado en 1539 "An ape is an ape, though clad in purple", y en la nuestra Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Nuestro refrán sustituye la púrpura por la seda, que, siguiendo la famosa ruta que lleva su nombre, venía en la Edad Media desde la China a Occidente, donde la cotizadísima fibra se consideraba un artículo de lujo de precio exorbitante, similar a la púrpura en la antigüedad, debido a lo difícil de su obtención a partir de las larvas de la mariposa de la seda y a su lejana procedencia. El refrán se aplica a personas y cosas que aunque cambien de denominación para adaptarse a un lenguaje políticamente correcto o eufemístico más elegante, que sería el disfraz, siguen siendo lo mismo por debajo, como la gente sospecha y sabe de algún modo. 


Así por ejemplo el antaño Ministerio de la Guerra, como se llamaba cuando al pan se le denominaba pan y al vino vino, se le dice ahora "Ministerio de Defensa", ocultándose con la purpurina defensiva el fantasma de la guerra. Y se dice "Fuerzas y Cuerpos de Seguridad" para ocultar el tricornio de la Guardia Civil o la porra y la pistola de la Policía, ya sea local, autonómica o estatal. La última expresión que analizamos utiliza el talismán tranquilizante de la palabra "seguridad", pese a que dichos Cuerpos y Fuerzas portan armas de fuego, y ya se sabe quién las carga -el diablo, según dice el pueblo llano-, que pueden dispararse con solo apretar el gatillo. Deberíamos sentirnos seguros y protegidos ante su visión, pero uno no puede dejar de inquietarse y de sentirse intranquilo imaginando la incertidumbre e inseguridad  que le produciría ver a un mono pelón o una mona pelona, para el caso da igual, con un par de pistolas al cinto. 



Leamos la fábula de Luciano, ya que no podemos oírla en versión original griega, pese a aquello del axioma medieval de que Graecum est non legitur: es griego, no se lee porque no se entiende y porque ya casi nadie lee griego en España después de las últimas reformas educativas: λέγεται δὲ καὶ βασιλεύς τις Αἰγύπτιος πιθήκους ποτὲ πυρριχίζειν διδάξαι καὶ τὰ θηρία —μιμηλότατα δέ ἐστι τῶν ἀνθρωπίνων— ἐκμαθεῖν τάχιστα καὶ ὀρχεῖσθαι ἁλουργίδας ἀμπεχόμενα καὶ προσωπεῖα περικείμενα, καὶ μέχρι γε πολλοῦ εὐδοκιμεῖν τὴν θέαν, ἄχρι δὴ θεατής τις ἀστεῖος κάρυα ὑπὸ κόλπου ἔχων ἀφῆκεν εἰς τὸ μέσον: οἱ δὲ πίθηκοι ἰδόντες καὶ ἐκλαθόμενοι τῆς ὀρχήσεως, τοῦθ᾽ ὅπερ ἦσαν, πίθηκοι ἐγένοντο ἀντὶ πυρριχιστῶν καὶ συνέτριβον τὰ προσωπεῖα καὶ τὴν ἐσθῆτα κατερρήγνυον καὶ ἐμάχοντο περὶ τῆς ὀπώρας πρὸς ἀλλήλους, τὸ δὲ σύνταγμα τῆς πυρρίχης διελέλυτο καὶ κατεγελᾶτο ὑπὸ τοῦ θεάτρου. 

Podemos enterarnos un poco mejor con la ayuda de la traducción latina de Tiberius Hemsterhusius y Ioannes Fredericus Reitzius publicada en Zweibrücken en 1790: Dicitur autem rex etiam aliquis Aegyptius simios quondam docuisse saltare Pyrrhicham, easque bestias (facillime autem imitantur humanas actiones) didicisse celeriter, et saltasse in uestibus purpureis, et personatas, diuque probatum spectaculum; donec spectator aliquis urbanus, qui nuces in sinu gereret, proiiceret eas in medium; tum uero simii, uisa re, obliti saltationis, repente pro Pyrrhichistis simiis, quod erant scilicet, facti, laruasque contriuere, laceratisque uestibus de fructibus inuicem depugnarunt; illa autem Pyrrhiches institutio dissoluta risui fuit spectatoribus.  

Así traduzco el texto, teniendo delante la versión de José Luis Navarro González publicada en la Biblioteca Clásica Gredos, que modifico ligeramente en algún punto: Se cuenta que un faraón egipcio enseñó una vez a unos monos a bailar la danza marcial pírrica, y que los simios -son los mejores imitadores del comportamiento humano- aprendieron enseguida y bailaban vestidos con trajes de púrpura y portando máscaras, y que durante mucho tiempo el espectáculo gustó al público hasta que un espectador avispado, que llevaba nueces en el bolsillo, las dejó caer en mitad de la actuación. Entonces los monos, al verlas, interrumpiendo la danza, empezaron a ser lo que precisamente eran, monos en vez de bailarines de pírrica, rompieron en pedazos las máscaras, desgarraron su ropaje, se peleaban por los frutos, se disolvía la formación de la pírrica y era la irrisión del teatro. 

La paremia griega dice πίθηκος ἐν πορφύραι (píthekos en porphýrai): el mono en púrpura. El πίθηκος (píthekos) es nuestro pariente lejano más cercano. No en vano Dubois denominó pithecanthropus erectus, hombre-mono erguido, a uno de nuestros ilustres antepasados de la cadena evolutiva. 

La πορφύρα, que los romanos denominaron purpura, era el nombre del molusco, un caracol marino, y de su tinta que da el color bermejo azulado característico a los tejidos que impregna. En la Roma imperial las prendas purpúreas, dado lo costosas y lo difíciles de adquirir que eran, eran sinónimo de nobleza y atributo del emperador. En la Iglesia Católica el púrpura está asociado a la dignidad del cardenal, al que se denomina purpurado.  Pero no olvidemos que por mucha dignidad que confiera la púrpura, como dijo Plauto (Mostelaria 289): pulchra mulier nuda erit quam purpurata pulchrior: Una mujer hermosa desnuda será más hermosa que vestida de púrpura.

Speculum principis, artista francés desconocido (c. 1512-1515)

Si observamos el grabado, veremos en la parte superior un hombre enfermo desnudo en la cama -aeger-, en la zona inferior: a la izquierda la mona vestida de púrpura -simia purpurata inanem gloriam hypocrisim prefigurans- prefigurando la hipocresía, una gloria vacía, en el centro un avaro -auarus-, y a la derecha, con una rodilla hincada en el suelo el hombre bueno -uir uirtute fortis- el hombre fuerte por su virtud.