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viernes, 29 de noviembre de 2024

Romance de doña Lambra

Los hijos de don Gonzalo Gústioz y de doña Sancha fueron siete, como siete los soles de la semana, 
 varones fueron granados los siete infantes de Lara, caballeros de nobleza y alta alcurnia castellana. 
 
A las bodas concurrieron de su tío y doña Lambra, la señora de Bureba, a ser su tía llamada. 
Las bodas fueron en Burgos, las tornabodas en Salas. Unas y otras en Castilla serán siempre recordadas.


 Álvar Sánchez, primo hermano de la novia que casaba y Gonzalo, el más pequeño de los infantes de Lara, 
como gallos de pelea mucho entrambos porfiaban,  cual de los dos en las justas mejor bohordo lanzara. 

Llegaron así a las manos después de duras palabras. Cuando las razones huelgan, son los puños los que mandan. 
Da un puñetazo el infante a Alvar Sánchez en la cara.  Cae Sánchez del caballo, de la caída se mata.
 
 Da grandes voces la novia, que a su primo bien amaba: “Nunca dama en casamiento fuera así tan deshonrada”. 
 Lamentaba aquella muerte que sus bodas mancillara. Tío y sobrino disputan, y mucho se reprochaban. 
 
 El conde Garci Fernández, aquel de las manos blancas, medió y calmó la contienda, no a la bella desposada. 
 Los siete infantes marcharon con sus halcones de caza, cobrado se han muchas aves que a su tía le regalan.
 

En la huerta del palacio, a la vera del Arlanza, a la espera del yantar ya huelgan y se solazan. 
El más joven, don Gonzalo, se ha quitado ya las calzas, y en paños menores entra a bañar su azor al agua. 
 
 No cuidaba aquel buen mozo que los ojos de las damas de la torre del palacio con codicia lo cataban. 
Y lo ha visto, la primera, muy cuitada, doña Lambra, y a su corazón le pesa como honda puñalada. 
 
“¿No veis, mis dueñas, les dice, el infante que se baña en meros paños de lino que sus vergüenzas no tapan?
 Lo hace, creo, el malnacido, maldita sea su estampa, para que de él nos prendemos nosotras embelesadas.
 
 Mucho me pesa que escape sin recibir la revancha de la muerte de mi primo que él matara noramala". 
Mandó llamar a un vasallo que era de grande confianza, herida en su corazón, y furiosa de la rabia: 
 
“Toma y rellena un cohombro de sangre y ve y se lo lanzas, a los pechos del infante don Gonzalo, y a la cara,
 el cual, como vino al mundo, en el río, allá, se baña. Y no temas, no eres tú, sino tu ama quien lo manda”. 
 
 Hizo aquello el fiel vasallo que su dueña le mandara. Los hermanos, que lo vieron, se sonrieron de la chanza. 
Pero el joven pendenciero no reía, que se enfada de aquella tan gran deshonra, que es oprobio y grave infamia. 
 
Y a sus hermanos afea que no tomen ya sus armas y persigan al villano y descubran quién le manda. La sangre llama a la sangre y al fragor de las espadas y estas llaman a la muerte cuando son desenvainadas. 
 
El vasallo busca amparo y refugio entre las faldas, bajo el brial de su señora, más los infantes lo alcanzan. 
Allí mismo le dan muerte clavándole siete dagas. Las prendas que lo cubrían se tiñen ensangrentadas. 
 
 Huyeron los siete infantes hacia su heredad de Salas,  cabalgando en sus caballos iban por la vega llana. Lloró tres días seguidos, doña Lambra muy cuitada. Solo tenía en los labios una palabra: venganza.
 
Luto guardó y se plañía: "Viuda soy recién casada porque no tengo marido que aquí a la sazón me valga".
Y maldijo a los infantes, que entre los moros mal hayan, que degüellen sus cabezas a tajos de cimitarra. 
 
 

sábado, 19 de octubre de 2024

Romance del Judío Errante

Romance del Judío Errante

I

 (Inspirado libremente en la Ballade Brabantine d'Isaac Laquedem y en un pliego de cordel castellano)

Se encontraron un buen día dos hombres con un anciano / de luengas y blancas barbas y aspecto asaz desastrado. 

Llevaba un más que raído polvoriento capisayo, / morral al hombro, bastón y faltriquera al costado. 

-“Buenos días”, le dijeron, -“Buenos”, les ha contestado. / -“Hacednos merced, buen hombre, de platicarnos un rato, 

que a juzgar por vuestras trazas, sois nuevo por estos pagos”. /  -“Vengo, en verdad, de muy lejos, de un tiempo y país lejanos”.

-“Entrad en esta taberna, y os convidamos a un trago, / que el vino espanta las penas que suelen acongojarnos”. 

-“Si pudiera detenerme, aceptara de buen grado  / pero no puedo sentarme ni siquiera hacer un alto.

Una maldición recae sobre mí y mi sino aciago; / de pie debo mantenerme siempre, sin ningún descanso.

-“Parecéis sin duda ser, diríase, centenario. / Cuál es vuestra edad, decidnos, paseando más despacio”.

-“He perdido la noción de los muchos que tengo años, / que son, señores, tantísimos que ya no puedo contarlos. 

Dando tumbos por el mundo llevo, por decirles algo, / cientos de duros inviernos y cientos de estíos largos. 

Ya no sé cuál es mi idioma ni en qué lengua estoy hablando, / extranjero en todas partes y en todas partes extraño”. 

 -Decidnos quién sois, amigo, cuál es vuestro nombre y caso, / mientras en compaña un trecho vamos al par caminando”.

II 

-En verdad no sé quién soy ni si soy el que era antes. / Mas si no falla el recuerdo, vaya esto por delante: 

Nací en ciudad de Judea, muchísimos siglos hace, / Jerusalén renombrada, de oro puro deslumbrante,

 donde yo era zapatero, como lo fuera mi padre, / y a la sazón un muchacho arisco de agrios modales,

 y ahora soy el fantasma de este extraño personaje / que ronda por este mundo, peregrino itinerante. 

 Soy Isaac Laquedem, llamado el judío errante, /el eterno vagabundo, el de vida miserable. 

III 

 Iba Jesús al Calvario, la cruz a cuestas llevaba. / Cuando de pronto me dijo, descalzo, ante mi morada:

 -¿Permitirás, buen amigo, que me detenga en tu casa? / Mas yo, desalmado,  "No, le dije, sigue tu marcha, 

reo indigno, no quiero yo a mi puerta tal infamia. / Eres, sin duda, culpable de esa cruz con la que cargas.

 Algo habrás hecho, seguro, para que te condenaran". / Sin querer le hube juzgado, juez que sentencia dictaba. 

Y el galileo me dijo: Ponte tú en camino, y anda, / vete a recorrer el mundo, sin rumbo, en eterna errancia, 

 hasta la fin de los tiempos, si es que algún día se acaban, / cuando el Gran Juicio Final ponga fin a toda causa

Afligido y consternado, emprendí sin más la marcha. / No he parado desde entonces, en mi peregrina diáspora. 

 Voy huyendo de mí mismo, desarraigado y sin patria, /  y viendo cómo los tiempos para ser los mismos cambian

IV 

  Las vueltas que llevo dadas al mundo nadie las sabe. / He franqueado fronteras que eran infranqueables. 

He atravesado desiertos, surcado todos los mares, /  he cruzado cordilleras, barrancos, ríos y valles.

 En todas partes idénticos he visto los mismos males; / en todos los continentes crímenes abominables,

 múltiples generaciones de hijos que se vuelven padres, / sucediéndose y cayendo como hojas de los árboles. 

 Y a mí, que bien lo quisiera, no puede nada ni nadie / darme, bendita, la muerte, ni guerras ni enfermedades. 

La muerte a mí no me alcanza que Dios no quiso otorgarme. / No tengo esposa ni hijos, amigos ni familiares. 

Solo guardo en el bolsillo un denario interminable, / una moneda en desuso pero contante y sonante,

con la que pago la deuda de sed que sacio y el hambre, / que viaja conmigo siempre sin que nunca se desgaste,

 que en esta vida el dinero, maldita la falta que hace, / es lo único que cuenta siendo lo que menos vale.

jueves, 30 de marzo de 2023

Romance del viento Sur.

  "Valen más cien pájaros volando que uno en la mano” (José Bergamín) 


Éolo se ha liberado de los grillos de su cárcel, 

lobo que aúlla en el monte, y que estremece en el valle, 

dios que despierta del sueño siete legiones de arcángeles  

que desenfundan al vuelo sus afilados puñales.   

Cuando sopla, antiguo, el ábrego retornan inolvidables 

espejismos y destellos de un pasado inagotable 

que dibuja sus contornos imprecisos al desgaire

 entre luces y entre sombras,  incandescentes diamantes.

  Vuelven, viejas, las palabras olvidadas, susurrantes,

 desde el sur a mediodía: las fragancias y romances,

 los recuerdos, la locura tras la máscara que late.

 Una guitarra desgrana, lejana, sus notas graves:

  En la montaña, silencio, y en la marisma, la sangre;

 en el crepúsculo, olvido, y una pregunta en el aire.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Romance a la fuente de santa Ana

 -¿A dónde por el camino vas, moza, tan de mañana?
 ¿A dónde la niña va rayando en la madrugada?
 ¿A dónde vas? ¿A rezar a la ermita de santa Ana? 
¿O a la piedra, al lavadero a lavar la ropa blanca? 
 
 
 
-No, yo no voy a la ermita a encomendarme a la santa
que es la madre de la Virgen María, la virgen santa,
ni voy tampoco a la piedra a hacer allí la colada; 
voy a beber a la fuente un trago en las manos de agua, 
que no hay bebida más rica que la que no sabe a nada; 
porque no hay cosa en el mundo más fresca ni más barata, 
que a todos se da de balde y a todas las horas mana, 
mejor que el agua bendita de la misa y las beatas, 
mejor que el agua corriente de los grifos de las casas
y el agua mansa que venden en botellas y garrafas; 
agua que quita la sed y temores y esperanzas, 
agua que fluye y que nunca baja turbia o sale mala; 
agua viva, manantial, agua buena y agua sana, 
agua dulce, cristalina, el agua de la fontana.  

viernes, 10 de abril de 2020

Romance del hijo muerto o Romance del Viernes Santo.

Una conmovedora plegaria anónima a la Virgen de la Macarena en forma de romance de la madre de un miliciano muerto en la Guerra Civil española que no recuerdo donde leí por vez primera, pero que me impresionó vivamente y que no puedo dejar de recordar hoy, festividad de Viernes Santo.


Muerte de un miliciano, Robert Capa (1936)

¡Viernes Santo, Viernes Santo! 
Gemía la pobre vieja,
Llorando en la madrugada 
Sin consuelo de su pena. 

-Si hubieras tenido un hijo, 
Virgen Santa Macarena, 
No como tú lo tuviste, 
Sin dolor y por sorpresa, 
Sino como yo lo tuve, 
Porque lo parí de veras, 
Con desgarros, con ahogos, 
Y con fiebres en las venas, 
Y te lo hubieran matado 
Los cristianos que hoy te rezan 
Y sacan en procesión 
Y alarde de sus creencias, 
¡Cómo los maldecirías, 
Virgen de la Macarena!

 ¡Viernes Santo, Viernes Santo! 
Gemía la pobre vieja.