Romance del Judío Errante
I
(Inspirado libremente en la Ballade Brabantine d'Isaac Laquedem y en un pliego de cordel castellano)
Se encontraron un buen día dos hombres con un anciano / de luengas y blancas barbas y aspecto asaz desastrado.
Llevaba un más que raído polvoriento capisayo, /
morral al hombro, bastón y faltriquera al costado.
-“Buenos días”, le dijeron, -“Buenos”, les ha contestado. / -“Hacednos merced, buen hombre, de platicarnos un rato,
que a juzgar por vuestras trazas, sois nuevo por estos pagos”. /
-“Vengo, en verdad, de muy lejos, de un tiempo y país lejanos”.
-“Entrad en esta taberna, y os convidamos a un trago, / que el vino espanta las penas que suelen acongojarnos”.
-“Si pudiera detenerme, aceptara de buen grado / pero no puedo sentarme ni siquiera hacer un alto.
Una maldición recae sobre mí y mi sino aciago; / de pie debo mantenerme siempre, sin ningún descanso”.
-“Parecéis sin duda ser, diríase, centenario. / Cuál es vuestra edad, decidnos, paseando más despacio”.
-“He perdido la noción de los muchos que tengo años, /
que son, señores, tantísimos que ya no puedo contarlos.
Dando tumbos por el mundo llevo, por decirles algo, /
cientos de duros inviernos y cientos de estíos largos.
Ya no sé cuál es mi idioma ni en qué lengua estoy hablando, /
extranjero en todas partes y en todas partes extraño”.
-“Decidnos quién sois, amigo, cuál es vuestro nombre y caso, / mientras en compaña un trecho vamos al par caminando”.
II
-“En verdad no sé quién soy ni si soy el que era antes. /
Mas si no falla el recuerdo, vaya esto por delante:
Nací en ciudad de Judea, muchísimos siglos hace,
/ Jerusalén renombrada, de oro puro deslumbrante,
donde yo era zapatero, como lo fuera mi padre,
/ y a la sazón un muchacho arisco de agrios modales,
y ahora soy el fantasma de este extraño personaje /
que ronda por este mundo, peregrino itinerante.
Soy Isaac Laquedem, llamado el judío errante, /el eterno vagabundo, el de vida miserable”.
III
“Iba Jesús al Calvario, la cruz a cuestas llevaba. / Cuando de pronto me dijo, descalzo, ante mi morada:
-¿Permitirás, buen amigo, que me detenga en tu casa? / Mas yo, desalmado, "No, le dije, sigue tu marcha,
reo indigno, no quiero yo a mi puerta tal infamia.
/ Eres, sin duda, culpable de esa cruz con la que cargas.
Algo habrás hecho, seguro, para que te condenaran". / Sin querer le hube juzgado, juez que sentencia dictaba.
Y el galileo me dijo: Ponte tú en camino, y anda, /
vete a recorrer el mundo, sin rumbo, en eterna errancia,
hasta la fin de los tiempos, si es que algún día se acaban, / cuando el Gran Juicio Final ponga fin a toda causa.
Afligido y consternado, emprendí sin más la marcha. /
No he parado desde entonces, en mi peregrina diáspora.
Voy huyendo de mí mismo, desarraigado y sin patria, / y viendo cómo los tiempos para ser los mismos cambian.
IV
Las vueltas que llevo dadas al mundo nadie las sabe. /
He franqueado fronteras que eran infranqueables.
He atravesado desiertos, surcado todos los mares, / he cruzado cordilleras, barrancos, ríos y valles.
En todas partes idénticos he visto los mismos males; / en todos los continentes crímenes abominables,
múltiples generaciones de hijos que se vuelven padres, / sucediéndose y cayendo como hojas de los árboles.
Y a mí, que bien lo quisiera, no puede nada ni nadie
/ darme, bendita, la muerte, ni guerras ni enfermedades.
La muerte a mí no me alcanza que Dios no quiso otorgarme.
/ No tengo esposa ni hijos, amigos ni familiares.
Solo guardo en el bolsillo un denario interminable, / una moneda en desuso pero contante y sonante,
con la que pago la deuda de sed que sacio y el hambre,
/ que viaja conmigo siempre sin que nunca se desgaste,
que en esta vida el dinero, maldita la falta que hace, / es lo único que cuenta siendo lo que menos vale”.