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sábado, 19 de octubre de 2024

Romance del Judío Errante

Romance del Judío Errante

I

 (Inspirado libremente en la Ballade Brabantine d'Isaac Laquedem y en un pliego de cordel castellano)

Se encontraron un buen día dos hombres con un anciano / de luengas y blancas barbas y aspecto asaz desastrado. 

Llevaba un más que raído polvoriento capisayo, / morral al hombro, bastón y faltriquera al costado. 

-“Buenos días”, le dijeron, -“Buenos”, les ha contestado. / -“Hacednos merced, buen hombre, de platicarnos un rato, 

que a juzgar por vuestras trazas, sois nuevo por estos pagos”. /  -“Vengo, en verdad, de muy lejos, de un tiempo y país lejanos”.

-“Entrad en esta taberna, y os convidamos a un trago, / que el vino espanta las penas que suelen acongojarnos”. 

-“Si pudiera detenerme, aceptara de buen grado  / pero no puedo sentarme ni siquiera hacer un alto.

Una maldición recae sobre mí y mi sino aciago; / de pie debo mantenerme siempre, sin ningún descanso.

-“Parecéis sin duda ser, diríase, centenario. / Cuál es vuestra edad, decidnos, paseando más despacio”.

-“He perdido la noción de los muchos que tengo años, / que son, señores, tantísimos que ya no puedo contarlos. 

Dando tumbos por el mundo llevo, por decirles algo, / cientos de duros inviernos y cientos de estíos largos. 

Ya no sé cuál es mi idioma ni en qué lengua estoy hablando, / extranjero en todas partes y en todas partes extraño”. 

 -Decidnos quién sois, amigo, cuál es vuestro nombre y caso, / mientras en compaña un trecho vamos al par caminando”.

II 

-En verdad no sé quién soy ni si soy el que era antes. / Mas si no falla el recuerdo, vaya esto por delante: 

Nací en ciudad de Judea, muchísimos siglos hace, / Jerusalén renombrada, de oro puro deslumbrante,

 donde yo era zapatero, como lo fuera mi padre, / y a la sazón un muchacho arisco de agrios modales,

 y ahora soy el fantasma de este extraño personaje / que ronda por este mundo, peregrino itinerante. 

 Soy Isaac Laquedem, llamado el judío errante, /el eterno vagabundo, el de vida miserable. 

III 

 Iba Jesús al Calvario, la cruz a cuestas llevaba. / Cuando de pronto me dijo, descalzo, ante mi morada:

 -¿Permitirás, buen amigo, que me detenga en tu casa? / Mas yo, desalmado,  "No, le dije, sigue tu marcha, 

reo indigno, no quiero yo a mi puerta tal infamia. / Eres, sin duda, culpable de esa cruz con la que cargas.

 Algo habrás hecho, seguro, para que te condenaran". / Sin querer le hube juzgado, juez que sentencia dictaba. 

Y el galileo me dijo: Ponte tú en camino, y anda, / vete a recorrer el mundo, sin rumbo, en eterna errancia, 

 hasta la fin de los tiempos, si es que algún día se acaban, / cuando el Gran Juicio Final ponga fin a toda causa

Afligido y consternado, emprendí sin más la marcha. / No he parado desde entonces, en mi peregrina diáspora. 

 Voy huyendo de mí mismo, desarraigado y sin patria, /  y viendo cómo los tiempos para ser los mismos cambian

IV 

  Las vueltas que llevo dadas al mundo nadie las sabe. / He franqueado fronteras que eran infranqueables. 

He atravesado desiertos, surcado todos los mares, /  he cruzado cordilleras, barrancos, ríos y valles.

 En todas partes idénticos he visto los mismos males; / en todos los continentes crímenes abominables,

 múltiples generaciones de hijos que se vuelven padres, / sucediéndose y cayendo como hojas de los árboles. 

 Y a mí, que bien lo quisiera, no puede nada ni nadie / darme, bendita, la muerte, ni guerras ni enfermedades. 

La muerte a mí no me alcanza que Dios no quiso otorgarme. / No tengo esposa ni hijos, amigos ni familiares. 

Solo guardo en el bolsillo un denario interminable, / una moneda en desuso pero contante y sonante,

con la que pago la deuda de sed que sacio y el hambre, / que viaja conmigo siempre sin que nunca se desgaste,

 que en esta vida el dinero, maldita la falta que hace, / es lo único que cuenta siendo lo que menos vale.