Los hijos de don Gonzalo Gústioz y de doña Sancha fueron siete, como siete los soles de la semana,
varones fueron granados los siete infantes de Lara,
caballeros de nobleza y alta alcurnia castellana.
A las bodas concurrieron de su tío y doña Lambra,
la señora de Bureba, a ser su tía llamada.
Las bodas fueron en Burgos, las tornabodas en Salas. Unas y otras en Castilla serán siempre recordadas.
Álvar Sánchez, primo hermano de la novia que casaba
y Gonzalo, el más pequeño de los infantes de Lara,
como gallos de pelea mucho entrambos porfiaban, cual de los dos en las justas mejor bohordo lanzara.
Llegaron así a las manos después de duras palabras.
Cuando las razones huelgan, son los puños los que mandan.
Da un puñetazo el infante a Alvar Sánchez en la cara.
Cae Sánchez del caballo, de la caída se mata.
Da grandes voces la novia, que a su primo bien amaba:
“Nunca dama en casamiento fuera así tan deshonrada”.
Lamentaba aquella muerte que sus bodas mancillara.
Tío y sobrino disputan, y mucho se reprochaban.
El conde Garci Fernández, aquel de las manos blancas,
medió y calmó la contienda, no a la bella desposada.
Los siete infantes marcharon con sus halcones de caza,
cobrado se han muchas aves que a su tía le regalan.
En la huerta del palacio, a la vera del Arlanza,
a la espera del yantar ya huelgan y se solazan.
El más joven, don Gonzalo, se ha quitado ya las calzas, y en paños menores entra a bañar su azor al agua.
No cuidaba aquel buen mozo que los ojos de las damas
de la torre del palacio con codicia lo cataban.
Y lo ha visto, la primera, muy cuitada, doña Lambra,
y a su corazón le pesa como honda puñalada.
“¿No veis, mis dueñas, les dice, el infante que se baña en meros paños de lino que sus vergüenzas no tapan?
Lo hace, creo, el malnacido, maldita sea su estampa, para que de él nos prendemos nosotras embelesadas.
Mucho me pesa que escape sin recibir la revancha
de la muerte de mi primo que él matara noramala".
Mandó llamar a un vasallo que era de grande confianza,
herida en su corazón, y furiosa de la rabia:
“Toma y rellena un cohombro de sangre y ve y se lo lanzas,
a los pechos del infante don Gonzalo, y a la cara,
el cual, como vino al mundo, en el río, allá, se baña.
Y no temas, no eres tú, sino tu ama quien lo manda”.
Hizo aquello el fiel vasallo que su dueña le mandara.
Los hermanos, que lo vieron, se sonrieron de la chanza.
Pero el joven pendenciero no reía, que se enfada
de aquella tan gran deshonra, que es oprobio y grave infamia.
Y a sus hermanos afea que no tomen ya sus armas y persigan al villano y descubran quién le manda.
La sangre llama a la sangre y al fragor de las espadas
y estas llaman a la muerte cuando son desenvainadas.
El vasallo busca amparo y refugio entre las faldas, bajo el brial de su señora, más los infantes lo alcanzan.
Allí mismo le dan muerte clavándole siete dagas. Las prendas que lo cubrían se tiñen ensangrentadas.
Huyeron los siete infantes hacia su heredad de Salas,
cabalgando en sus caballos iban por la vega llana.
Lloró tres días seguidos, doña Lambra muy cuitada. Solo tenía en los labios una palabra: venganza.
Luto guardó y se plañía: "Viuda soy recién casada
porque no tengo marido que aquí a la sazón me valga".
Y maldijo a los infantes, que entre los moros mal hayan, que degüellen sus cabezas a tajos de cimitarra.
Soberbio. ¿De quién es el romance? ¿Anónimo? ¿Tuyo?
ResponderEliminarGracias. Se puede decir que anónimo y en parte también mío, basado en algunos romances del ciclo de los infantes de Lara y en la Crónica General de Alfonso X.
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