Hildegart Rodríguez Carballeira nació en Ferrol en 1914. Su madre Aurora Rodríguez, de situación económica acomodada, se traslada enseguida a la capital de España. Es una madre soltera por propia voluntad y no convive con ningún hombre, porque no ha querido unirse sentimentalmente a ninguno.
Así nos presenta Fernando Arrabal en su novela La virgen roja (1987) la escena en que la madre decide inscribir a su hija recién nacida en el Registro Civil como hija natural. La novela está narrada en primera persona por la madre de Hildegart, Aurora Redondo.
"¿Quién es el padre?"
Con buen criterio, los funcionarios públicos consideran irregular o inmoral que una mujer soltera dé a luz. No colmaba la curiosidad del empleado del Registro saber que eras hija de padre desconocido.
"Denos el nombre del hombre que la engañó".
El escribiente creía que trataba de preservar al procreador, cuando en realidad probaba a protegerme de él.
"Aquí estamos acostumbrados a estas situaciones. Tenga confianza en nosotros. Si nos dice su nombre y apellidos daremos con él y le obligaremos a asumir sus responsabilidades como caballero".
Estaba decidida a recabar para mí sola mis funciones de padre y madre, para que nadie nunca me disputara tu paternidad.
"No va a hacernos creer que nació por obra y gracia del Espíritu Santo".
Cuán sórdido se volvía aquel interrogatorio.
"Reconozca que un desaprensivo se aprovechó de su debilidad femenina para violarla".
Les choqué inútilmente, por mi propensión a la claridad de las verdades, cuando reconocí que sería más lógico considerar al procreador y no a mí, como víctima de violación.
"¿Quiere decir que sucedió en un momento de enajenación mental suya, que le condujo al frenesí y a la pasión ciega?"
Aún les escandalicé más cuando, sin más arengas que mi serenidad, confesé que concebirte fue el más lúcido acto de mi vida (…) El funcionario del Registro Civil que calzaba pelillos crespos y enharinados me acusó de furcia. Sus colegas y él deploraban el silencio de la ley sobre el caso. Estimaban que la justicia hubiera debido retirarme tu custodia para confiarte a la Inclusa o a una institución caritativa.
Aurora Rodríguez quiso que su hija tuviera una buena educación, la mejor que ella pudiera recibir, por esa razón no fue a la escuela. Desde la más tierna infancia, Aurora la educó en principios de libertad e igualdad. Hildegart, con 15 años, ya era licenciada en Derecho y a los 17 daba conferencias y escribía artículos en defensa del antimilitarismo y la anticoncepción y en contra de la pena de muerte. Hildegart realiza varias carreras pero no puede ejercer la abogacía por no haber alcanzado la mayoría de edad.
Se puede decir que Hildegart fue la obra cumbre y premeditada de su madre, Aurora Rodríguez, que la engendró con el objetivo de que ayudara a reformar la humanidad y a liberar a las mujeres de su dependencia de los hombres.
Hildegart se convirtió en una niña prodigio, una superdotada que leía y escribía en varias lenguas vivas y muertas como en la suya propia, tenía un conocimiento de la Filología excepcional, sus dotes para la Química y las Matemáticas eran asombrosos, y poseía un profundo saber filosófico...
Eduardo Haro Tecglen, por su parte, en sus memorias El niño republicano escribe sobre ella lo siguiente:
Hildegard (sic) era un ser emblemático de la República: una feminista. Había sido criada para ser la mujer perfecta. Su madre no quiso tener marido: eligió un hombre suficiente y capaz con quien tener un hijo. Fue, como ella quiso, hembra: la educó para su autosuficiencia. La educó, la formó: no sé si por esa madre severa e iluminada, o por una inteligencia propia, o ahora no sabemos por qué genes, llegó a ser en su adolescencia un personaje singular: daba conferencias, escribía libros, intercambiaba cartas y experiencias con las figuras más ejemplares del mundo: Bertrand Russel o Gandhi.
Políticamente fue una mujer de izquierdas. Comenzó militando en el Partido Socialista Obrero Español, pero pronto se fue decantando hacia el republicanismo federal y el movimiento libertario.
Hildegart causaba sensación allá donde iba. Su madre la acompañaba a todas partes, era como su propia sombra.
Muchas personalidades de la época como H.G.Wells, Sigmund Freud o H. Ellis se interesaron por su caso.
A Hildegart, la autora de La rebeldía sexual de la juventud, se la denominó enseguida La virgen roja.
Comparese con las brujas errejoneadas en el nuevo feminismo y se verá la diferencia entre las heroicidades y delirios de aquella época y las facilidades y patologías de la nuestra.
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