Dicen que hace cincuenta y cinco años, el 20 de julio de 1969, el Hombre puso el pie sobre la superficie nunca antes hollada de la Luna, la mítica Selene de los griegos. Y Neil Amstrong pronunció la frase de que era un pequeño paso para un hombre y un gran salto para la humanidad.
Aquello fue la apoteosis del espectáculo televisivo: el triunfo de la televisión, que se le imponía así a toda la población del planeta Tierra inculcándole la nueva fe audiovisual.
El “yo sólo creo en lo que veo”, que decían los más escépticos, se convirtió en “yo sólo creo lo que veo en la televisión”; la caja tonta de la tele, el arma de distracción masiva más poderosa y de manipulación de masas de individuos que se haya inventado nunca.
Recuerdo que sólo había un televisor en casa, que había que esperar cinco minutos a que el transformador o alternador, ya no recuerdo cómo se llamaba, se calentara para oír el sonido primero y ver al fin las imágenes en blanco y negro después de la única cadena de televisión que había en España.
Recuerdo que mi padre, consciente de que era un momento histórico que yo nunca olvidaría, me despertó a las tantas de la mañana para que viera en directo con legañas en los ojos -a las 4 horas 56 minutos exactamente, según me dice ChatGPT-, el espectáculo retransmitido a todo el globo terráqueo.
Algo dentro de mí me decía, sin embargo, que aquella fe que nos querían inculcar a fuerza de imágenes era falsa: Es mentira, como todos hemos sospechado alguna vez. El Hombre como tal no ha pisado nunca la Luna, pese a la fotografía de la huella de Aldrin.
La Luna, aquella luna llena de julio que resplandecía luminosa en medio de la bóveda celeste, no ha sido conquistada todavía. Nox erat et caelo fulgebat Luna sereno, que cantó Horacio: "Era de
noche y la luna brillaba en el cielo sereno". Sigue como estaba, virgen inmaculada, reina del universo y de la noche, inalcanzable, sola y lejana como una utopía. La Luna, musa de poetas y de lunáticos, no ha sido conquistada por la sencilla razón de que si lo hubiera sido ya no sería la luna.
Sin embargo los efectos lunáticos han proliferado tanto que el 'estar en la luna' es el estado esencial y democrático para contemplar constreñidos el espectáculo desarrollado, con todo ese progresivo y enriquecido despliegue de su armamento o aparataje mediático.
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