En
la Edad Media surgieron las célebres Danzas de la Muerte, de las que la Danse Macabre
francesa parece ser una de las primeras. La Muerte invita a todos los
nacidos a participar en su baile, desde papas y emperadores hasta pobres
jornaleros. Nadie se salva de ella. Ya lo había dicho Horacio en un
célebre verso: Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turres: La pálida muerte llama con igual patada a las chabolas de los pobres y a los palacios de los reyes.
Así
dice, por ejemplo, una copla de una de estas danzas medievales en la que la Muerte justiciera acusa al rey
de tirano, avaro e injusto, invitándolo al baile ("venid para mí") y
dejando bien claro quién es el auténtico monarca de este mundo:
Rey fuerte, tirano, que siempre robastes
todo vuestro reino y fenchistes(*) el arca,
de fazer justicia muy poco curastes,
según es notorio por vuestra comarca;
venid para mí, que yo só monarca
que prenderé a vos e a otro más alto...
*fenchistes: está por henchiste, es decir, por llenaste. Robastes, fenchistes y curastes
presentan una desinencia -stes de la segunda persona del singular del
pretérito indefinido, con una -s superflua, porque procede de la forma
latina -isti, sin -s final, pero explicable, porque es análoga al
resto de la conjugación castellana, donde todas las segundas personas
del singular acaban en -s salvo precisamente esa, por lo que son formas
que, aunque gramaticalmente incorrectas, son lógicas y se oyen y se dicen todavía en
nuestra lengua.
He aquí a propósito de las danzas de la Muerte una
recreación musical del grupo alemán Corvus Corax de una de ellas, que nos invita a todos, tarde o
temprano, ricos o pobres, viejos o jóvenes, hombres o mujeres a bailar democráticamente.
Los que
hablamos alguno de los dialectos de la vieja lengua de Roma
consideramos
que la muerte tiene género gramatical femenino, porque la palabra neutra
"letum" sólo se ha conservado en el adjetivo "letal". Españoles (la muerte),
franceses y catalanes (la mort), italianos (la morte), portugueses y gallegos
(a morte), rumanos (moartea) imaginamos a la muerte como una terrible mujer, la señora inmortal de
la guadaña, que viene a arrebatarnos la vida que nos queda.
Un ballet ideado por Jean Cocteau se hace eco de esta alegoría, donde la Muerte es representada por una bailarina. Tiene música de Bach, nada más y nada menos, y trata el tema de la Muerte que viene a buscar a un hombre joven: Le jeune homme et la mort. El carácter democrático e igualitario de la muerte es innegable. Merece la pena verlo y escucharlo.
Un ballet ideado por Jean Cocteau se hace eco de esta alegoría, donde la Muerte es representada por una bailarina. Tiene música de Bach, nada más y nada menos, y trata el tema de la Muerte que viene a buscar a un hombre joven: Le jeune homme et la mort. El carácter democrático e igualitario de la muerte es innegable. Merece la pena verlo y escucharlo.
Sin embargo,
esto no sucede en todas las lenguas de Babel. En griego, sin ir más lejos, la
muerte tiene género masculino (ὁ θάνατος ho thánatos), por lo que los helenos imaginaban
que era un doncel, hermano gemelo del sueño (ὁ ὕπνος, ho hýpnos). Lo
mismo sucede en alemán, donde la muerte tiene también género masculino: der
Tod. En inglés las palabras no tienen género gramatical, por lo que diríamos
que no es ni masculina ni femenina, sino en todo caso neutra: the death.
Una viñeta de Arcás, el dibujante griego, saca a relucir su humor negro presentándonos a la muerte
como un apuesto caballero vestido de negro, con su guadaña y su capucha,
intentando seducir a una anciana, y viene como contrapunto a hacernos sonreír un poco.
En fin, como
puede verse, la categoría gramatical del género no está presente en todas las
lenguas, y, si lo está, no es significativa ni universal, es completamente aleatoria y
responde a criterios de formación y clasificación de palabras, lo cual
debería hacernos ver lo relativo que es nuestro ángulo de visión, nuestro
propio punto de vista, la particularidad o parcialidad de nuestro idioma o idiocia lingüística, y lo necesario que es conocer algún otro
para poder desengañarnos.