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miércoles, 24 de septiembre de 2025

A propósito de Casanchaquis

Nicos Casanchaquis, o como prefieren transcribir algunos su nombre Nikos Katzantzakis (1883-1957), es un célebre escritor griego conocido entre nosotros más que por la lectura de sus libros, por tres películas de desigual interés basadas en tres de ellos: El que debe morir (1957) de Jules Dassin, basada en Cristo de nuevo crucificado, la espléndida Zorba el Griego, dirigida por Mijalis Cacoyannis en 1964, y La última tentación de Cristo, dirigida por Martin Scorsese en 1988. Casanchaquis en su Carta a El Greco, un libro de memorias sobre su apasionada vida, relata una ocasión en la que, contemplando unas feroces máscaras africanas en un museo, se hace a sí mismo la siguiente reflexión digna de interés:

Un domingo lluvioso me paseaba lentamente en un museo y contemplaba las máscaras salvajes africanas, hechas de madera, de piel, de cráneos humanos, y me esforzaba en aclarar el misterio de la máscara. Ahí está, pensaba, nuestro verdadero rostro, nosotros somos esos monstruos de fauces ensangrentadas, de labios colgantes, de ojos espantosos. Tras el rostro hermoso de la mujer que amamos, aúlla una máscara repugnante, tras el mundo visible, el caos; tras el dulce rostro de Cristo, Buda. A veces, en los terribles momentos del amor, del odio o de la muerte, desaparece el encanto engañoso y vemos el terrorífico espectáculo de la verdad.

 
En su esfuerzo por desentrañar el misterio de las máscaras, descubre que la máscara es nuestro auténtico o verdadero rostro. En su cita, sin embargo, se me escapa por completo el sentido de la contraposición que establece entre Buda y Cristo, salvo que Buda represente la nada del nirvana. Su descubrimiento me trae a la memoria lo que escribió Séneca en latín: 'Nadie puede llevar puesta la máscara mucho tiempo' (Nemo enim potest personan diu ferre). 

Máscara se decía, por cierto, en latín: 'persona', palabra de origen etrusco (phersu), que significaba 'máscara de actor' y de ahí 'personaje teatral' que la llevaba, y por extensión nuestra moderna 'personalidad' y 'persona', un cultismo empleado en todas las épocas, según Coromines, y popularizado por lo menos desde fines de la Edad Media entre nosotros en un mundo en que todo tiende a estar cada vez más personalizado y, etimológicamente, más enmascarado. Cita Coromines que la expresión 'la persona' se gramaticalizó en castellano como pronombre impersonal con el sentido de “uno, la gente en general”, sobre todo en textos jurídicos y morales, algo parecido al uso de omne/ome ('hombre') como sujeto indeterminado, en favor de los usos impesonales que acabaron triunfando de 'uno' y 'se'. 

Epitafio y variación

Cuando uno en persona llega en avión a Heraclio, la capital de la isla de Creta, cuyo nombre recuerda hoy al héroe griego Heraclés o sea a Hércules, se encuentra con que el aeropuerto donde aterriza lleva el nombre del escritor Nicos Casanchaquis, porque aquí fue donde nació nuestro autor cuando la ciudad se llamaba Megalo Castro, y se hallaba bajo dominio turco. En Heraclio reposan hoy sus restos mortales bajo una cruz desnuda. La iglesia ortodoxa griega no permitió que fuera enterrado en un cementerio por lo que su tumba se halla sobre una de las murallas de la ciudad. El epitafio del prolífico escritor cretense, reza  lo siguiente sobre la lápida: "No espero nada, no temo nada, soy libre" (Δεν ελπίζω τίποτα Δε φοβάμαι τίποτα Είμαι λέφτερος).



Arcás, nuestro dibujante griego moderno más clásico, se nos descuelga, por su parte, con una variación un tanto paródica del epitafio del escritor cretense, conservando la primera frase pero modificando significativamente las dos siguientes: un rostro entristecido y compungido, dice:  "No espero nada, lo temo todo, ¿soy libre?".

Si comparamos el texto de la lápida del escritor y el de la viñeta de Arcás observamos que además  de las significativas variaciones de la segunda línea -supresión de la negación y sustitución de la palabra 'nada' por 'todo'- el texto concluye con un expresivo signo de interrogación griego ";". La afirmación jubilosa de la tumba del escritor "soy libre" se convierte en la viñeta de Arcás en una pregunta poco menos que retórica o por lo menos irónica: ¿Soy libre? 

viernes, 4 de agosto de 2023

No es el fin (A vueltas con la muerte, y III)

   En la Edad Media surgieron las célebres Danzas de la Muerte, de las que la Danse Macabre francesa parece ser una de las primeras. La Muerte invita a todos los nacidos a participar en su baile, desde papas y emperadores hasta pobres jornaleros. Nadie se salva de ella. Ya lo había dicho Horacio en un célebre verso: Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turres: La pálida muerte llama con igual patada a las chabolas de los pobres y a los palacios de los reyes.

    Así dice, por ejemplo, una copla de una de estas danzas medievales en la que la Muerte justiciera acusa al rey de tirano, avaro e injusto, invitándolo al baile ("venid para mí") y dejando bien claro quién es el auténtico monarca de este mundo:

Rey fuerte, tirano, que siempre robastes
todo vuestro reino y fenchistes(*) el arca,
de fazer justicia muy poco curastes,
según es notorio por vuestra comarca;
venid para mí, que yo só monarca
que prenderé a vos e a otro más alto... 

*fenchistes: está por henchiste, es decir, por llenaste. Robastes, fenchistes y curastes presentan una desinencia -stes de la segunda persona del singular del pretérito indefinido, con una -s superflua, porque procede de la forma latina -isti, sin -s final, pero explicable, porque es análoga al resto de la conjugación castellana, donde todas las segundas personas del singular acaban en -s salvo precisamente esa, por lo que son formas que, aunque gramaticalmente incorrectas, son lógicas y se oyen y se dicen todavía en nuestra lengua. 
 
 He aquí a propósito de las danzas de la Muerte una recreación musical del grupo alemán Corvus Corax de una de ellas, que nos invita a todos, tarde o temprano, ricos o pobres, viejos o jóvenes, hombres o mujeres a bailar democráticamente.  


 
    Los que hablamos alguno de los dialectos de la vieja lengua de Roma  consideramos que la muerte tiene género gramatical femenino, porque la palabra neutra "letum" sólo se ha conservado en el adjetivo "letal". Españoles (la muerte), franceses y catalanes (la mort), italianos (la morte), portugueses y gallegos (a morte), rumanos (moartea) imaginamos a la muerte como una terrible mujer, la señora inmortal de la guadaña, que viene a arrebatarnos la vida que nos queda. 

    Un ballet ideado por Jean Cocteau se hace eco de esta alegoría, donde la Muerte es representada por una bailarina. Tiene música de Bach, nada más y nada menos,  y trata el tema de la Muerte que viene a buscar a un hombre joven: Le jeune homme et la mort. El carácter democrático e igualitario de la muerte es innegable. Merece la pena verlo y escucharlo.


    Sin embargo, esto no sucede en todas las lenguas de Babel. En griego, sin ir más lejos, la muerte tiene género masculino (ὁ θάνατος ho thánatos), por lo que los helenos imaginaban que era un doncel,  hermano gemelo del sueño (ὁ ὕπνος, ho hýpnos). Lo mismo sucede en alemán, donde la muerte tiene también género masculino: der Tod. En inglés las palabras no tienen género gramatical, por lo que diríamos que no es ni masculina ni femenina, sino en todo caso neutra: the death.
 
  Una viñeta de Arcás, el dibujante griego, saca a relucir su humor negro presentándonos a la muerte como un apuesto caballero vestido de negro, con su guadaña y su capucha, intentando seducir a una anciana, y viene como contrapunto a hacernos sonreír un poco.

 

    En fin, como puede verse, la categoría gramatical del género no está presente en todas las lenguas, y, si lo está,  no es significativa ni universal, es completamente aleatoria y responde a criterios de formación y clasificación de palabras,  lo cual debería hacernos ver lo relativo que es nuestro ángulo de visión, nuestro propio punto de vista, la particularidad o parcialidad de nuestro idioma o idiocia lingüística, y lo necesario que es conocer algún otro para poder desengañarnos.