El estudio de James C. Scott se centra geográficamente sobre todo en la llanura aluvial meridional de Mesopotamia porque fue allí donde surgieron por primera vez los primeros estatículos. Reconoce, sin embargo, el autor que señalar con precisión el nacimiento del Estado primitivo es una tarea ardua, dada la escasez de yacimientos con pruebas arqueológicas e históricas convincentes, pero privilegia las siguientes características: territorialidad y un aparato estatal especializado: murallas, recaudación de impuestos y funcionarios, según lo cual la primitiva forma de Estado de Uruk estaba sin duda firmemente establecida para el 3200 a.e.c. [antes de la era común].
El arqueólogo alemán Hans J. Nissen denomina al período que va de 3200 a 2800 a.e.c. la "era de la alta cultura" en el Oriente Próximo, durante la cual Babilonia fue, sin duda alguna, la región que producía “los órdenes económico, político y social más complejos”.

No por casualidad el acto fundacional icónico del establecimiento de una comunidad política sumeria era la construcción de la muralla de la ciudad. De hecho, en Uruk se levantó una muralla entre 3300 y 3000 a.e.c., época en que algunos piensan que habría reinado Gilgamés.
Uruk fue el pionero de la forma Estado que sería replicada a lo largo de la llanura aluvial mesopotámica por unas veinte ciudades-estado rivales o "unidades políticas equivalentes”, lo suficientemente pequeñas como para que resultara posible caminar desde el centro hasta su último confín en un solo día.
No cabe duda, escribe Scott, de que las murallas crean Estados en su doble aspecto de protección y de confinamiento. En la Epopeya de Gilgamés, rey fundador, se erigen las murallas de la ciudad para proteger a su pueblo. Bajo esta premisa, podría considerarse la creación del Estado como la obra conjunta (¿un contrato social, tal vez?) de súbditos agricultores y de su gobernante (y de sus guerreros e ingenieros) para defender cosechas, familias y ganado de los ataques de otros miniestados o de las razias de pueblos no estatales. Como han observado algunos a propósito de la(s) Gran(des) Muralla(s) china(s): se construyeron no solo para retener a los agricultores contribuyentes dentro sino también para mantener a los bárbaros (nómadas) fuera.
La escritura, además de las murallas, crea Estados. Hay, además, un poderoso argumento que vincula administración estatal con escritura en el hecho de que, en Mesopotamia, parece haber sido utilizada con fines contables durante más de un milenio antes de que empezase siquiera a reflejar las glorias de la civilización que asociamos con la escritura: literatura, mitología, himnos de alabanza, listas de reyes y genealogías, crónicas y textos religiosos.
La magnífica Epopeya de Gilgamés, por ejemplo, data de la Tercera Dinastía de Ur, en torno al 2100 a.e.c., un milenio completo después de que se hubiese empleado por primera vez la escritura cuneiforme con fines estatales administrativos y comerciales.
El capítulo quinto del libro dedicado al control de la población, esclavitud y guerra, es sin duda uno de los más interesantes. Uno se ve tentado a afirmar que “sin esclavitud, no hay estado” aunque hubo esclavitud antes de los primeros estados.
Cita Scott al historiador Moses Finley, que afirmaba que la civilización griega se basó en el trabajo de los esclavos, que suponían una clara mayoría -quizá de hasta dos tercios-
de la sociedad ateniense, considerándose una institución que se daba por hecho y cuya abolición nunca se planteó. Como sostenía Aristóteles, algunas personas, por carecer de facultades racionales, eran, por naturaleza esclavos y debían ser empleados, al igual que los animales de tiro como herramientas.
Por otra parte, la guerra de las Galias que narró y llevó a cabo Julio César aportó casi un millón de esclavos, y en la Roma y la Italia de Augusto los esclavos, representaban entre un cuarto y un tercio de la población.
Si el propósito de la guerra era, principalmente, la adquisición de esclavos, parece entonces razonable entender una buena parte de las expediciones militares más como razias esclavistas que como guerras convencionales. El Estado no fue el inventor de las guerras más que lo fue de la esclavitud. Pero, de nuevo, lo que sí hizo fue escalar estas instituciones hasta convertirlas en actividades estatales de primer orden, transformando así lo que habían sido unas modestas y constantes razias preestatales en busca de cautivos en algo parecido a una guerra con otros estados con idénticas intenciones.
Tras el colapso de los imperios antiguos se habla de edades oscuras, pero ambos conceptos deben replantearse, argumenta James C. Scott: ¿edades oscuras para quién? Quizá no para el bienestar humano. Lo que caracteriza a estas edades oscuras es la huida de la guerra, de los impuestos, del reclutamiento forzoso, de las malas cosechas y de las epidemias provocadas por el hacinamiento.
Hay que tener en cuenta que la historia de los pueblos no-estatales la escriben los escribas de la corte, que los consideran retrasados y salvajes, bárbaros, o según los funcionarios chinos, "crudos", lo que se oponía a "cocidos", estigmatizando a aquellos pueblos que no se habían convertido en súbditos estatales.
Hay que pensar que gran cantidad de bárbaros, pues, no eran pueblos primitivos que se habían quedado atrás, sino, más bien, refugiados políticos y económicos que habían huido a la periferia para escapar de la pobreza inducida por el Estado: los impuestos, la esclavitud y la guerra. Sin idealizar la vida de los bárbaros, el abandono del espacio estatal en favor de la periferia se sentía menos como una expulsión a las tinieblas de afuera que como una mejora de las condiciones de vida, cuando no como una auténtica emancipación.
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