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miércoles, 17 de septiembre de 2025

A contrapelo, contra el Estado (y II)

    El estudio de James C. Scott se centra geográficamente sobre todo en la llanura aluvial meridional de Mesopotamia porque fue allí donde surgieron por primera vez los primeros estatículos. Reconoce, sin embargo, el autor que señalar con precisión el nacimiento del Estado primitivo es una tarea ardua, dada la escasez de yacimientos con pruebas arqueológicas e históricas convincentes, pero privilegia las siguientes características: territorialidad y un aparato estatal especializado: murallas, recaudación de impuestos y funcionarios, según lo cual la primitiva forma de Estado de Uruk estaba sin duda firmemente establecida para el 3200 a.e.c. [antes de la era común].
 
    El arqueólogo alemán Hans J. Nissen denomina al período que va de 3200 a 2800 a.e.c. la "era de la alta cultura" en el Oriente Próximo, durante la cual Babilonia fue, sin duda alguna, la región que producía “los órdenes económico, político y social más complejos”. 
Murallas de Babilonia (Iraq)  
     No por casualidad el acto fundacional icónico del establecimiento de una comunidad política sumeria era la construcción de la muralla de la ciudad. De hecho, en Uruk se levantó una muralla entre 3300 y 3000 a.e.c., época en que algunos piensan que habría reinado Gilgamés. 
 
    Uruk fue el pionero de la forma Estado que sería replicada a lo largo de la llanura aluvial mesopotámica por unas veinte ciudades-estado rivales o "unidades políticas equivalentes”,  lo suficientemente pequeñas como para que resultara posible caminar desde el centro hasta su último confín en un solo día.
 
    No cabe duda, escribe Scott, de que las murallas crean Estados en su doble aspecto de protección y de confinamiento. En la Epopeya de Gilgamés, rey fundador, se erigen las murallas de la ciudad para proteger a su pueblo. Bajo esta premisa, podría considerarse la creación del Estado como la obra conjunta (¿un contrato social, tal vez?) de súbditos agricultores y de su gobernante (y de sus guerreros e ingenieros) para defender cosechas, familias y ganado de los ataques de otros miniestados o de las razias de pueblos no estatales.  Como han observado algunos a propósito de la(s) Gran(des) Muralla(s) china(s): se construyeron no solo para retener a los agricultores contribuyentes dentro sino también para mantener a los bárbaros (nómadas) fuera. 
La Gran Muralla china en 1907
     La escritura, además de las murallas, crea Estados. Hay, además, un poderoso argumento que vincula administración estatal con escritura en el hecho de que, en Mesopotamia, parece haber sido utilizada con fines contables durante más de un milenio antes de que empezase siquiera a reflejar las glorias de la civilización que asociamos con la escritura: literatura, mitología, himnos de alabanza, listas de reyes y genealogías, crónicas y textos religiosos. 
 
    La magnífica Epopeya de Gilgamés, por ejemplo, data de la Tercera Dinastía de Ur, en torno al 2100 a.e.c., un milenio completo después de que se hubiese empleado por primera vez la escritura cuneiforme con fines estatales administrativos y comerciales. 
 
    El capítulo quinto del libro dedicado al control de la población, esclavitud y guerra, es sin duda uno de los más interesantes. Uno se ve tentado a afirmar que “sin esclavitud, no hay estado” aunque hubo esclavitud antes de los primeros estados. 
     Cita Scott al historiador Moses Finley, que afirmaba que la civilización griega se basó en el trabajo de los esclavos, que suponían una clara mayoría -quizá de hasta dos tercios- de la sociedad ateniense, considerándose una institución que se daba por hecho y cuya abolición nunca se planteó. Como sostenía Aristóteles, algunas personas, por carecer de facultades racionales, eran, por naturaleza esclavos y debían ser empleados, al igual que los animales de tiro como herramientas. 
 
    Por otra parte, la guerra de las Galias que narró y llevó a cabo Julio César aportó casi un millón de esclavos, y en la Roma y la Italia de Augusto los esclavos, representaban entre un cuarto y un tercio de la población. 
 
    Si el propósito de la guerra era, principalmente, la adquisición de esclavos, parece entonces razonable entender una buena parte de las expediciones militares más como razias esclavistas que como guerras convencionales. El Estado no fue el inventor de las guerras más que lo fue de la esclavitud. Pero, de nuevo, lo que sí hizo fue escalar estas instituciones hasta convertirlas en actividades estatales de primer orden, transformando así lo que habían sido unas modestas y constantes razias preestatales en busca de cautivos en algo parecido a una guerra con otros estados con idénticas intenciones.
 
Recuento de esclavos nubios en el antiguo Egipto.
      Tras el colapso de los imperios antiguos se habla de edades oscuras, pero ambos conceptos deben replantearse, argumenta James C. Scott: ¿edades oscuras para quién? Quizá no para el bienestar humano. Lo que caracteriza a estas edades oscuras es la huida de la guerra, de los impuestos, del reclutamiento forzoso, de las malas cosechas y de las epidemias provocadas por el hacinamiento. 
 
    Hay que tener en cuenta que la historia de los pueblos no-estatales la escriben los escribas de la corte, que los consideran retrasados y salvajes, bárbaros, o según los funcionarios chinos, "crudos", lo que se oponía a "cocidos", estigmatizando a aquellos pueblos que no se habían convertido en súbditos estatales. 
 
    Hay que pensar que gran cantidad de bárbaros, pues, no eran pueblos primitivos que se habían quedado atrás, sino, más bien, refugiados políticos y económicos que habían huido a la periferia para escapar de la pobreza inducida por el Estado: los impuestos, la esclavitud y la guerra. Sin idealizar la vida de los bárbaros, el abandono del espacio estatal en favor de la periferia se sentía menos como una expulsión a las tinieblas de afuera que como una mejora de las condiciones de vida, cuando no como una auténtica emancipación.

martes, 16 de septiembre de 2025

A contrapelo, contra el Estado (I)

    Leo con interés la reseña que hace la historiadora Laura Vicente del libro del politólogo y antropólogo James C. Scott “El arte de no ser gobernados”, publicado originalmente en inglés en 2009, que desarrollaba la tesis de que durante cientos de años en las tierras altas del sudeste asiático, millones de personas vivieron sin ser gobernadas por un Estado. Huyeron de las zonas bajas en las que el Estado recaudaba impuestos, sometía a la población a trabajo esclavizado y los alistaba en el ejército hacia las zonas montañosas. Adaptaron su economía a esa condición (agricultura itinerante y de rozas) por decisión propia y no por retraso o falta de civilización. Nos han convencido, y no es verdad,  de que el Estado es desarrollo y civilización y vivir sin Estado, igualitaria- y libremente, sería todo lo contrario. 

    Escribe Laura Vicente: La huida del Estado es parte de la historia, pero se ha ignorado sistemáticamente y no ha tenido un lugar legítimo en la narrativa hegemónica de la civilización pese a su importancia histórica. Emociona saber que, en zonas extensas, por ejemplo, Zomia pero también en el castigado Oriente Medio, en Europa o en América (pone ejemplos de ello), han existido comunidades relativamente libres, no estatalizadas, rodeadas de Estados. Es cierto que para ello tuvieron que huir a las montañas, las marismas, los pantanos, los litorales de los manglares o las laberínticas regiones estuarias (...).

    La reseña me ha llevado a descubrir a este autor, James C. Scott, y a leer con mucho interés su último libro publicado entre nosotros en 2022: Contra el Estado. Una historia de las civilizaciones del Próximo Oriente antiguo, en el que lamenta que tanto los restos arqueológicos como los primeros documentos escritos en jeroglíficos o escrituras cuneiformes son documentos estatales: impuestos, unidades de trabajo, censos tributarios, genealogías reales, mitos fundacionales, leyes. No hay testimonios que se contrapongan, y los esfuerzos por leer esos textos a contrapelo o contracorriente ('against the grain', en inglés, que es por cierto el título original del libro que aquí se ha traducido 'Contra el Estado') resultan, a la vez, heroicos y excepcionalmente difíciles. 

    Recojo algunas de sus observaciones: Cabe suponer que un buen número de pueblos nómadas poseían sistemas de escritura (a menudo tomados prestados de pueblos sedentarios). El problema radicaría en que escribirían normalmente en materiales perecederos (corteza, hojas de bambú, cañas) y con fines no estatales o administrativos como memorizar hechizos y poesías de amor, por lo que no se han conservado. Las pesadas tablillas de arcilla de la llanura aluvial meridional de Mesopotamia son, claramente, la tecnología de escritura de un pueblo sedentario y estatalizado, y es por ello por lo que, en gran parte, ha sobrevivido.

    Por lo general, cuanto más grandes son los archivos estatales que se conservan, más páginas se dedican a ese mismo reino histórico y a su autorretrato. Y, sin embargo, esos primeros Estados que aparecieron en los limos aluviales o arrastrados por el viento en la Mesopotamia meridional, Egipto y el río Amarillo eran minúsculos tanto demográfica como geográficamente. No eran más que un borrón en el mapa del mundo antiguo y no mucho más que un error de redondeo en una población mundial total estimada en unos veinticinco millones en el año 2000 a.e.c. [antes de la era común] Se trataba de pequeños nodos de poder rodeados por un vasto paisaje habitado por pueblos no estatales -también conocidos como bárbaros-. 


    A pesar de Sumeria, del Imperio acadio, de Egipto, Micenas, de los olmecas o los mayas, de la cultura del valle del Indo y de la China Qin, la mayor parte de la población mundial continuó, durante largo tiempo, viviendo fuera del alcance inmediato de los Estados y de sus impuestos. Resulta arbitrario y notablemente difícil determinar en qué preciso momento el panorama político pasó a quedar definitivamente dominado por los estados nacionales actuales. En una estimación generosa, hasta hace cuatrocientos años, un tercio del planeta seguía ocupado por cazadores-recolectores, cultivadores itinerantes, pastores y horticultores independientes, mientras que los Estados, por ser esencialmente agrarios, quedaban en gran medida confinados a esa pequeña porción del planeta apta para el cultivo. 
 
    Es posible que gran parte de la población mundial nunca se haya topado con ese sello distintivo del Estado: el recaudador de impuestos. Muchos, tal vez la mayoría, pudieron entrar y salir del espacio estatal y cambiar sus modos de subsistencia, y contaron con una razonable posibilidad de evadir la pesada mano del estado. Así pues, si situamos la era de la definitiva hegemonía estatal en torno al año 1600 e.c. [era común], podemos afirmar que el Estado solo ha dominado las dos últimas décimas del 1% de la vida política de nuestra especie.

    Al focalizar nuestra atención en los lugares excepcionales en los que aparecieron los primeros Estados, nos arriesgamos a olvidar el hecho clave de que, en la mayor parte del mundo, hasta hace bien poco, no había Estado alguno” (pág. 30 de la traducción española).