
miércoles, 17 de septiembre de 2025
A contrapelo, contra el Estado (y II)

martes, 16 de septiembre de 2025
A contrapelo, contra el Estado (I)
Leo con interés la reseña que hace la historiadora Laura Vicente del libro del politólogo y antropólogo James C. Scott “El arte de no ser gobernados”, publicado originalmente en inglés en 2009, que desarrollaba la tesis de que durante cientos de años en las tierras altas del sudeste asiático, millones de personas vivieron sin ser gobernadas por un Estado. Huyeron de las zonas bajas en las que el Estado recaudaba impuestos, sometía a la población a trabajo esclavizado y los alistaba en el ejército hacia las zonas montañosas. Adaptaron su economía a esa condición (agricultura itinerante y de rozas) por decisión propia y no por retraso o falta de civilización. Nos han convencido, y no es verdad, de que el Estado es desarrollo y civilización y vivir sin Estado, igualitaria- y libremente, sería todo lo contrario.
La reseña me ha llevado a descubrir a este autor, James C. Scott, y a leer con mucho interés su último libro publicado entre nosotros en 2022: Contra el Estado. Una historia de las civilizaciones del Próximo Oriente antiguo, en el que lamenta que tanto los restos arqueológicos como los primeros documentos escritos en jeroglíficos o escrituras cuneiformes son documentos estatales: impuestos, unidades de trabajo, censos tributarios, genealogías reales, mitos fundacionales, leyes. No hay testimonios que se contrapongan, y los esfuerzos por leer esos textos a contrapelo o contracorriente ('against the grain', en inglés, que es por cierto el título original del libro que aquí se ha traducido 'Contra el Estado') resultan, a la vez, heroicos y excepcionalmente difíciles.
Recojo algunas de sus observaciones: Cabe suponer que un buen número de pueblos nómadas poseían sistemas de escritura (a menudo tomados prestados de pueblos sedentarios). El problema radicaría en que escribirían normalmente en materiales perecederos (corteza, hojas de bambú, cañas) y con fines no estatales o administrativos como memorizar hechizos y poesías de amor, por lo que no se han conservado. Las pesadas tablillas de arcilla de la llanura aluvial meridional de Mesopotamia son, claramente, la tecnología de escritura de un pueblo sedentario y estatalizado, y es por ello por lo que, en gran parte, ha sobrevivido.
Por lo general, cuanto más grandes son los archivos estatales que se conservan, más páginas se dedican a ese mismo reino histórico y a su autorretrato. Y, sin embargo, esos primeros Estados que aparecieron en los limos aluviales o arrastrados por el viento en la Mesopotamia meridional, Egipto y el río Amarillo eran minúsculos tanto demográfica como geográficamente. No eran más que un borrón en el mapa del mundo antiguo y no mucho más que un error de redondeo en una población mundial total estimada en unos veinticinco millones en el año 2000 a.e.c. [antes de la era común] Se trataba de pequeños nodos de poder rodeados por un vasto paisaje habitado por pueblos no estatales -también conocidos como bárbaros-.
“Al focalizar nuestra atención en los lugares excepcionales en los que aparecieron los primeros Estados, nos arriesgamos a olvidar el hecho clave de que, en la mayor parte del mundo, hasta hace bien poco, no había Estado alguno” (pág. 30 de la traducción española).