Diógenes Laercio atribuye a Zenón de Elea el
argumento que anula el movimiento, que dice: “El móvil no se mueve
ni en el lugar en el que está ni en el que no está”. (Diógenes
Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, IX, 72)
Ζήνων δὲ τὴν κίνησιν ἀναιρεῖ λέγων,
“τὸ κινούμενον οὔτ᾿ ἐν ᾧ ἐστι
τόπῳ κινεῖται οὔτ᾿ ἐν ᾧ μὴ ἔστι”
A Sexto Empírico hay que agradecerle que nos haya
transmitido este mismo argumento que él atribuye a Diodoro Crono, uno de los grandes lógicos de la
escuela de Mégara “que exponía argumentos sofísticos en contra
del movimiento así como en contra de muchas cosas.” El movimiento no puede según él darse en ningún sitio y, por
lo tanto, en rigor es imposible. Diodoro Crono habría, pues, retomado y reformulado el razonamiento de Zenón contra el movimiento. En los Esbozos pirrónicos
II, 242 lo presenta así: Si algo se mueve, o
se mueve en el sitio en el que está o en el que no está. Pero ni en
el que está, pues permanece, ni en el que no está, pues ¿cómo
actuaría algo en donde de entrada no está? Luego nada se mueve. (En
el texto original:“εἰ
κινεῖταί τι, ἤτοι ἐν ᾧ ἔστι τόπῳ
κινεῖται ἢ ἐν ᾧ οὐκ ἔστιν. οὔτε δὲ
ἐν ᾧ ἔστιν, μένει γὰρ, οὔτε ἐν ᾧ
μὴ ἔστιν· πῶς γὰρ
ἂν ἐνεργοίη τι ἐν ἐκείνῳ ἐν ᾧ μηδὲ
τὴν ἀρχὴν ἔστιν; οὐκ ἄρα κινεῖταί
τι.”)
Aquiles y la tortuga
Un poco más adelante
(II, 245) nos cuenta la réplica del médico Herófilo, que era
contemporáneo de este Diodoro. Diodoro, a la sazón, se
había dislocado un hombro y acudido a Herófilo para que se lo curara.
El médico se burló de él diciéndole: “El hombro se ha dislocado
o estando en el sitio en el que estaba o en el que no estaba; luego
no se ha dislocado”. Era la manera que tenía Herófilo de decirle
al sofista que se dejara de tales argumentos, que lo único que
hacían era impedir que le aplicara el tratamiento médico para
curarle su dolencia.
En la misma obra III 66 de Sexto Empírico, leemos
la siguiente anécdota cuyo
protagonismo atribuyen algunos a Diógenes de Sinope, el cínico, que
se ha hecho bastante célebre dando lugar a la frase proverbial de
“el movimiento se demuestra andando”, que no es ninguna demostración propiamente hablando porque no es lo mismo mostrar algo ante los ojos que demostrarlo mediante la razón. Nada más real, en efecto, que el movimiento y, sin embargo, nada más falso: (…) preguntado uno de
los cínicos por el argumento del movimiento, no respondió nada,
sino que se puso de pie y caminó estableciendo de hecho y mediante
la evidencia que el movimiento era consistente realmente. (…)
τῶν κυνικῶν τις ἐρωτηθεὶς κατὰ τῆς
κινήσεως λόγον οὐδὲν άπεκρίνατο, ἀνέστη
δὲ καὶ ἐβάδισεν, ἔργω καὶ διὰ τῆς
ἐναργείας παριστὰς ὅτι ὑπαρκτή ἐστιν
ἡ κίνησις.
En Esbozos pirrónicos III, 71 vuelve Sexto a presentar un
poco más desarrollado el razonamiento: “Si algo se mueve: o se
mueve en el sitio en el que está o en el que no está. Pero no en el
que está, pues en él está quieto si de verdad está en él. Y tampoco
en el que no está, pues una cosa no puede actuar ni sufrir efectos
allí donde no está. Por consiguiente, nada se mueve.” He aquí
el texto en la versión original griega que concluye diciendo οὗτος
δὲ ὁ λόγος ἔστι μὲν Διοδώρου τοῦ
Κρόνου: “Este es el argumento de Diodoro Crono”: εἰ
κινεῖταί τι, ἤτοι ἐν ᾧ ἔστι τόπῳ
κινεῖται ἢ ἐν ᾧ οὐκ ἔστιν. οὔτε δὲ
ἐν ᾧ ἔστιν· μένει γὰρ ἐν αὐτῷ, εἶπερ
ἐν αὐτῷ ἔστιν· οὔτε ἐν ᾧ μὴ ἔστιν·
ὅπου γάρ τι μὴ ἔστιν, ἐκεῖ οὐδὲ
δρᾶσαί τι οὐδὲ παθεῖν δύναται. οὐκ
ἄρα κινεῖταί τι.
Ya casi nadie cree en la vieja Europa en la idea utópica de la emancipación social y el fin de la dominación del hombre por el hombre que predicaban el marxismo y anarquismo decimonónicos. Sin embargo muchos sustituyen el viejo credo por nuevas creencias y defienden a capa y espada lo que consideran la esencia de su propia identidad, o sea, lo que antes se llamaba idiosincrasia, ya sea nacional, sexual, lingüística, religiosa, étnica o de la clase que sea, sin percatarse de que no hay nada más opresor que la propia identidad, cualquiera que sea, por muy oprimida que haya estado o esté.
La antigua lucha por la justicia social se ha transformado en múltiples reivindicaciones por el reconocimiento de las identidades oprimidas, identidades que, una vez reconocidas, acaban convirtiéndose oficialmente en opresoras, víctimas que se trasforman en verdugos; pero que también, por el simple hecho de ser identidades, nos obligan a ser iguales a nosotros mismos, y, por lo tanto, nos esclavizan y privan de la libertad de no reconocernos en el espejo.
La identidad se ha convertido en un concepto abstracto que, buscando integrar a unas minorías, excluye a las mayorías, de forma que si alguna vez se enarboló como bandera para la liberación es hoy, como el DNI electrónico o digital, una camisa de fuerza, un arma de dominación, de sometimiento de esas mismas minorías a una categoría ideológica, a una casilla o compartimento estanco que se impone como un fetiche para que la defendamos como paladines, a fin de que se nos vaya la vida, ay, que se nos va, en ese empeño de defensa de etiquetas.
El carácter represor y no liberador de las identidades se percibe en la orden ejecutiva del policía que, identificado él por su uniforme y por su placa, que lo acredita como miembro de las fuerzas armadas y cuerpos represivos del Estado, nos detiene y nos exige que nos identifiquemos ante él: “Identifíquese”.
El principio de identidad suele expresarse A=A. Pero nada más formularlo caemos en la cuenta de que no puede ser verdad porque no podemos decirlo ni escribirlo sin que A, que era uno, se nos desdoble inmediatamente y se convierta en dos: A y A.
La lucha por la liberación consiste, por lo tanto, no en ser fieles a lo que somos defendiendo nuestras raíces y peculiaridades, no consiste en conocernos a nosotros mismos, empresa que se revela enseguida harto imposible, sino en desconocernos y liberarnos de nuestras señas identitarias, de nuestra propia identidad y del documento pertinente que la acredita. Deberíamos abandonar el viejo lema del oráculo de Delfos de "Conócete a ti mismo" y sustituirlo por su contrario: ἀγνῶθι σεαυτóν: "Desconócete a ti mismo". Ni más ni menos.
Publicaba nuestro ilustre premio Nobel don Mario Vargas Llosa el domingo 20 de febrero de
2022 en El País una tribuna titulada La muerte de Sócrates. Decía
que había leído recientemente el libro de Antonio Tovar La vida de
Sócrates, que había comprado en los años ochenta porque le dijeron
que era un libro magnífico, que lo es, pero que no había leído hasta ahora
porque también le advirtieron de que su autor era “un franquista”, que probablemente lo fue.
A raíz de la reciente lectura de este libro, se aprovecha nuestro premio Nobel para publicar en el periódico oficial del Régimen un artículo donde reivindica la dignidad de la muerte de Sócrates. En el subtítulo que le pone sentencia de un plumazo que lo único que importa de Sócrates no
es su vida, ni qué es lo que defendía o atacaba el filósofo griego, sino su
suicidio, dejándonos perplejos a sus lectores.
En primer lugar, hay que decir que Sócrates no se
suicidó. Fue condenado a muerte por un tribunal democrático en el
año 339 antes de Cristo. Sentencia Vargas Llosa que su muerte es más
importante que su vida, y que de Sócrates lo que queda es su
ejemplo. Lo repite varias veces en su penoso artículo: Lo
realmente ejemplar en él tuvo que ver más con su muerte que con su
vida. Ese es el mayor ejemplo que nos ha dejado. Al final lamenta, no sé si haciendo uso de la ironía socrática, que no hayan seguido ese ejemplo muchos dictadores que en el mundo han sido, aunque se me escapa por completo la comparación de Sócrates con los déspotas de este mundo.
Sócrates había vivido setenta años cuando fue
juzgado en Atenas de los cargos de corromper a los jóvenes y de no
creer en los dioses de la ciudad. Se había dedicado toda su vida a preguntarse qué
son las cosas, una pregunta que cuestiona la realidad y que cuando
afecta a la política y al gobierno puede
resultar muy molesta a los gobernantes, independientemente del
régimen político.
La pregunta socrática de ¿qué es...? inicia un diálogo
interminable con el que no se trata de responder al problema que
plantea y dar por zanjado el asunto llegando a una conclusión y anulando la preguntacon el cierre en falso de la respuesta, sino
haciendo que la interrogación viva y se renueve constantemente. Practicaba un diálogo
filosófico, lo cual quiere decir que perseguía apasionadamente la verdad que no poseía y que, en consecuencia, tampoco creía poseer, lo que resultaba una provocación pública cuando chocaba como hacía habitualmente con los numerosos creyentes poseedores de ella.
Es cierto que una vez pronunciada la sentencia que lo condenaba a la pena capital podía haberse zafado de la muerte. Tuvo la oportunidad de
recurrir y proponer una contrapropuesta consistente en pagar una
elevada multa aceptando el dinero que le ofrecían sus jóvenes
discípulos a los que, a diferencia de los sofistas, que eran los
intelectuales de su época, nunca había cobrado un céntimo. Prueba
de ello era su pobreza.
Ya Jenofonte, que es una
de las fuentes junto con Platón que tenemos sobre su vida, nos dice que Sócrates
comparaba a los sofistas con prostitutos que vendían su sabiduría
por dinero, lo que le parecía poco decente, tan poco honroso como
vender la hermosura por dinero, como hacían algunos efebos, cuando
lo decoroso era que un muchacho se entregara a su amante gratis et
amore. No me entretengo ahora en el tema de la pederastia homosexual
ateniense.
Sócrates, pues, rechazó el dinero de sus acaudalados
discípulos en aquel trance como lo había rechazado durante toda su vida. El jurado
seguramente lo hubiera aceptado. Pero él, en su discurso de
apelación, proclamó que la ciudad, en cambio, debería pagarle una
pensión como agradecimiento por sus servicios, lo que a la mayoría
le pareció una provocación intolerable. Finalmente, se avino, para evitar la condena, a pagar una multa acorde con sus haberes, que eran pocos y que resultaba, por lo tanto,
ridícula a oídos de sus jueces. La segunda y definitiva votación arrojó una mayoría
mucho más aplastante que la primera a favor de la pena de muerte.
La muerte de Sócrates, Jacques-Louis David (1787)
Todavía en la cárcel, pues trascurrió un mes
entre la sentencia de muerte y la ejecución consistente en la bebida
de una pócima de cicuta, Sócrates siguió recibiendo a sus
discípulos y charlando con ellos como si no pasara nada,
preguntándose interminablemente por las cosas. Y claro está,
preguntándose, cómo no, qué era la muerte a la que sus
conciudadanos lo habían condenado, y reconociendo que “aquello que
no sé tampoco creo saberlo”, como bien dice en su discurso de
defensa ante el jurado que nos ha trasmitido Platón.
Conviene, por cierto, desmentir aquí aquello que
todos hemos oído alguna vez que dijo Sócrates de “Sólo sé que
no sé nada”. Comparándose con otros conciudadanos suyos, como, por ejemplo, con algún prestigioso sofista que cobraba y mucho por sus enseñanzas, Sócrates decía, que era probable que
ninguno de los dos, ni él ni el otro, supiese nada de provecho “pero ése se cree que lo sabe, no
sabiéndolo. Mientras que yo, así como no lo sé, tampoco me lo
creo.” En ese pequeño punto podría decirse que Sócrates era el
hombre más sabio, como había proclamado el oráculo de Delfos, no
porque supiera mucho, ni siquiera porque sólo supiera, como se ha hecho proverbial,
que no sabía nada, sino porque, sencillamente, no creía saber lo
que no sabía. Saber, incluso que uno no sabe nada, es mucha
presunción sapiencial. Por eso, en su último discurso ante el jurado, cuando
ya conoce la sentencia condenatoria de los jueces, sus últimas
palabras fueron: “Pero, sí, ya es hora de
que nos marchemos, yo a morir, vosotros a vivir; pero cuáles de
nosotros vamos a mejor negocio, cosa es oscura para todo ser, salvo
si acaso para el dios”.
Sócrates, pues, no se suicidó. Su muerte,
obligado a suicidarse, fue una ejecución. No puede ser, pues, ningún ejemplo para nadie. Afirma
Vargas Llosa que sus ideas no convencerían a nuestros
contemporáneos, pero ¿qué ideas tenía Sócrates, alguien que
cuestionaba constantemente todas las ideas?, sin embargo todos,
prosigue nuestro ilustre Nobel, reverencian cómo murió. Esa reverencia, señor Vargas Llosa, es una manera de
renovar su condena a muerte, y solo sirve para certificar su defunción y desentenderse de su vida, que es lo único que importa.
Parece que está disponible en Youtube la espléndida película que Roberto
Rossellini rodó en 1970 para la RAI sobre el proceso y la muerte de
Sócrates, que le recomendaría ver al señor Vargas Llosa si no la ha visto. Hasta la fecha sólo
disponíamos de la versión original italiana (nunca estrenada en España, a
pesar de haber sido rodada en un pueblecito de Madrid, Patones de
Arriba), pero ahora podemos verla en V.O. subtitulada en español.
También le ofrezco, por mi parte, aunque usted no va a leer esto probablemente porque tendrá cosas mucho más importantes que leer, el dossier que preparé en su día para los alumnos de segundo curso de bachillerato sobre la figura de Sócrates, donde aparece entre otros materiales el oportunísimo texto "¡Viva Sócrates!" que Agustín García Calvo publicó en El País en 1999, en el que, al contrario que usted, pretendía reivindicar la vida y no la muerte del último de los presocráticos.
El zar ruso lanza una ofensiva militar,
operación especial, dice él, a fin de “desmilitarizar y
desnazifizar Ucrania”, tachando al régimen de Kiev de genocida.
Derribaron
el Ideal Cinema donde vi las películas que me hicieron soñar cuando
era pequeño y levantaron un bloque de pisos y una sucursal bancaria
en su lugar.
Han convertido el espacio natural donde correteábamos cuando éramos chiquillos en Parque de Conservación de la Naturaleza, destruyéndolo a fin de conservarlo.
Han
construido viviendas unifamiliares levantando bloques de pisos de gran
envergadura que se asemejan a nichos funerarios de un cementerio y
celdas colmeneras.
Pretende
el consistorio que los peatones circulen sólo por las aceras y que ni
perros ni gatos ni chiquillos deambulen libremente sin atender a los
semáforos.
Un presente, en el sentido de un don, no es un recuerdo inmaterial ni la tierra prometida del futuro, sino una cosa que está ahora y aquí, delante de nosotros.
Muchos comerciantes no quieren manejar monedas ni billetes, no aceptan dinero en metálico, que rechazan por su suciedad, en favor del dinero puro, espiritual.
Dijo Teócrito en griego γεράων δὲ θεοῖς κάλλιστον ἀοιδάι, lo que viene a ser en nuestra lengua: De las ofrendas para los dioses son la más bella los cantares.
Agamenón le rebana el pescuezo a Ifidamante, y él, derribado allí, se hundió en un sueño de bronce. Un sueño muy profundo y homérico cayó sobre sus párpados.
Contra el oráculo de Delfos: Desconócete a ti mismo. Reconoce el misterio que habita en ti; rechaza, falso como es, el autoconocimiento que te han inculcado.
Del amor posesivo. Cuando la persona amada se resiste a la posesión, aparece la denominada violencia de género: la maté porque era mía: a fin de que lo fuera.
oOo
Ministerio de Felicidad y Bienestar Social: ¿Estás deprimido y has perdido las ganas de vivir y lo último que se pierde, la esperanza? Consulta a tu psiquiatra.
La psiquiatría en colusión con la industria farmacéutica fabrica constantemente pacientes para el mercado so pretexto de curar el mal psíquico que provoca.
La infelicidad es psicológicamente un fracaso indivudal, y moral- y religiosamente, un pecado, por lo que no es un problema social sino un problema personal.
La
psiquiatría es la especialidad médica que diagnostica trastornos
mentales que ella misma genera, tal héroe que crea su propio monstruo a
fin de combatirlo.
Anatomía
de una epidemia: la tristeza. El consumo de psicofármacos ansiolíticos y
antidepresivos sirve para hacer crónica la depresión en lugar de
erradicarla.
oOo
No
hay nación que carezca de mitos fundacionales que se remontan a los
tiempos históricos de Maricastaña y le otorgan carta de naturaleza
y supuesta dignidad.
La construccicón de una nación se hace no sin sangre por contraposición a las demás en el campo de batalla de la identidad en el que seguimos debatiéndonos.
La
interpretación de la historia en función de los intereses políticos
y económicos es la materia prima con que se construyen las naciones
y los nacionalismos.
A comienzos del año 2020, Canadá modificó dos palabras de la letra de su himno nacional para hacerlo más políticamente correcto y más inclusivo sexualmente hablando, es decir, para no discriminar a las mujeres, benditas ellas que, como veremos, estaban excluidas del amor patriótico.
El himno nacional O Canada, oficial desde 1980, cuando sustituyó a God Save the Queen, contenía el siguiente pentámetro yámbico en la lengua del Imperio: “True patriot love in all thy sons command”, que tiene un valor yusivo dirigido a la patria canadiense y puede traducirse, como Infunde un verdadero amor patriótico en todos tus hijos (varones).
La nueva versión, políticamente correcta, será: “True patriot love in all of us command”: Infunde un verdadero amor patriótico en todos nosotros (y todas nosotras). Se ha eliminado el posesivo arcaico “thy” y el término “sons”, opuesto en inglés a “daughters”.
El promotor del cambio razonaba su propuesta argumentando que el himno nacional no debería ignorar a las mujeres, quienes representaban un 52% de la población canadiense. El primer ministro de dicho país, el señor Justin Trudeau, y la célebre escritora Margaret Atwood celebraron dicho cambio políticamente correcto que equipara a las mujeres a los hombres y acaba con la discriminación sexual que las excluía del espíritu patriótico.
La letra de Oh Canadá fue escrita en 1908 por el juez y poeta Robert Stanley Weir. En realidad, su versión original no contaba con la frase “True patriot love in all thy sons command”, pero Weir la agregó al final de la Primera Guerra Mundial como homenaje a los soldados muertos en combate.
Ocultan nombre y número de placa en el uniforme para evitar su identificación
Lo que ha hecho Canadá eliminando el lenguaje sexista de su himno nacional no consigue engañarnos, porque todos los himnos, como acertó a decir Rafael Sánchez Ferlosio son declaraciones de guerra: “La verdad de la patria la cantan los himnos: todos son canciones de guerra”.
Hasta ahora las hijas de Canadá estaban excluidas de la infusión del amor patriótico, bienaventuradas ellas, como digo, que, a lo sumo, se limitaban, algunas como madres, a parir hijos varones a los que la madre patria infundiera el amor patriótico para luchar y morir por ella.
Ahora también las mujeres pueden morir (y matar) por la patria. A partir de 1989 las féminas pudieron incorporarse a las CAF o Canadian Armed Forces, es decir, las Fuerzas Armadas Canadienses, exceptuando el servicio submarino, que se abrió también para ellas en 2001.
La policía desaloja uno de los vehículos que se oponen al Régimen en Ottawa.
Todos los himnos, sean o no sean sexistas, son deleznables. Igual que todas las patrias. Canadá, que ha reprimido brutalmente las protestas contra el Régimen sanitario imperante, no es ninguna excepción, pese a su maquillaje democrático, progresista y políticamente correcto. El primer ministro canadiense, el señor Trudeau, no ha tenido empacho en hacer uso de la Ley de Emergencias que le otorga poderes extraordinarios para sofocar violentamente la protesta ciudadana comenzada por los camioneros contra el Régimen que él preside, desalojando a los camiones que protestaban contra los confinamientos, cuarentenas y el pasaporte 'sanitario' que obliga a la vacunación contra el virus coronado, paralizando el tráfico de Ottawa. La policía detuvo el fin de semana pasado a dos centenares de manifestantes, una minoría de canadienses, según el señor Trudeau, "alimentada por grupos de extrema derecha" -también ha dicho que esos camioneros son racistas y misóginos, lo que esgrime para justificar la violenta represión.
Sea como sea, el Estado, en este caso el canadiense, por muy liberal que se pretenda, ha mostrado una vez más su verdadera cara dura, violenta y autoritaria. Las imágenes de la contundente represión han dado la vuelta al mundo y no engañan a nadie. Hemos visto incluso a la legendaria policía montada a caballo de Canadá en traje de faena patrullando por las nevadas calles de Ottawa, atibrorrada sin duda de ardor patriótico, atropellando y pisoteando a la ciudadanía "por el bien común de todos".
El gaudeamus igitur
(Alegrémonos, pues) es una vieja cantilena estudiantil europea anónima de la Edad Media que
se ha convertido en la actualidad en un himno universitario y que suele
interpretarse en casi todas las ceremonias de graduación y actos
oficiales académicos del universo mundo que se precien.
La primera estrofa reza así en latín: Gaudeamus igitur, iuuenes dum sumus; post iucundam iuuentutem, post molestam senectutem nos habebit humus. Cuya traducción sería más o menos: Disfrutemos jóvenes hoy de nuestra suerte. Tras la juventud gozosa y vejera enojosa nos tendrá la muerte.
En la segunda estrofa aparece el tópico tema inevitable en la poesía medieval del ubi sunt: ¿Dónde están los que antes que nosotros vivieron en el mundo? Vete a los infiernos, dirígete al cielo si quieres verlos. Ubi sunt qui ante nos / in mundo fuere?/ Adeas ad inferos, / transeas ad superos / hos si uis uidere.
Y en la última estrofa se entona el inevitable panegírico del mundo académico: Viva la academia y vivan los profesores...Viuat Academia, / uiuant professores!/ Viuat membrum quodlibet, / uiuant membra quaelibet, / semper sint in flore.
He aquí una versión moderna del himno a cargo del grupo Kundala para la Universitat Oberta de Catalunya:
Agustín
García Calvo compuso en latín una versión peculiar a la contra en una
de las numerosas reclusiones que padeció en las celdas de la Dirección
General de Seguridad, los célebres calabozos de la Puerta del Sol, por
apoyar el pronunciamiento estudiantil madrileño desde su estallido en
febrero de 1965, adelantándose al mayo del 68 francés hasta su
reintegración al orden en 1969, lo que motivó su expulsión de la cátedra
y su posterior exilio a París en plena dictadura franquista.
Escribió en Actualidades (Editorial Lucina, 1980), donde publicó su versión del clásico Gaudeamus,
que "repetirse a sí mismo interminablemente ritmos y tonadas era uno de
los modos más placenteros que podía tomar el Tiempo", y así compuso
este antihimno, cuyo lenguaje es similar al de la versión tradicional
estudiantil, que es el latín medieval de los clerici uagantes, siguiendo su esquema rítmico y métrico.
La
letra arranca de una leve modificación de la primera estrofa, que en la
versión original viene a decir que debemos alegrarnos mientras seamos
jóvenes porque después de los gozos placenteros de la juventud y de los
molestos achaques de la vejez nos tendrá la tierra, es decir, la huesa, o
sea, la fosa del cementerio.
Gaudeamus igitur, / iuvenes dum sumus; / post iucundam iuventutem,/ post molestam senectutem, /nos habebit humus. La última palabra de la estrofa, humus, no tiene nada que ver con el humo (que se dice fumus en latín), ya que significa tierra, suelo, terruño, de donde nos vienen a nosotros las palabras cultas y con hache intercalada inhumar y exhumar, que valen por enterrar y desenterrar respectivamente, y también la tra(n)shumacia, que viene a ser el pastoreo itinerante, pero también el adjetivo humilis -e, origen de nuestro humilde, y el verbo humiliare, de donde nuestro humillar,
proviene de ese árbol genealógico con el significado original de "a
ras de tierra", y también tiene relación con esta palabra, qué le vamos a
hacer, el género humano característico del animal rationale, toda una lección de humildad etimológica.
La versión de García Calvo de esta primera estrofa sólo modifica los adjetivos que se aplican a la juventud ("rebellem" en vez de "iucundam") y a la vejez, ("pacatam" en lugar de "molestam").
A continuación hace una parodia de las demás estrofas, con unas
cuantas proclamaciones "críticas y ardorosas" de lo que representó aquel
movimiento estudiantil para que queden como recuerdo vivo.
Ofrezco
una traducción al castellano un tanto libre, si no libérrima, de su
versión que permite sin embargo que pueda cantarse según se hace
comúnmente. La letra es por cierto, muy apropiada, como se verá si se
lee, para entonar a contracorriente en todas las graduaciones y
ceremonias de aperturas y cierres de cursos académicos y escolares.
I. Gaudeamus igitur, / iuvenes dum sumus. / Post rebellem iuventutem, / post pacatam senectutem, /nos habebit humus.
1. Disfrutemos jóvenes / hoy de nuestra suerte. / Tras la juventud guerrera / y resignada vejera, /nos tendrá la muerte.
II. Vbi sunt qui ante nos / in mundo fuerunt? / Ossa sub terra crepant,
miseri nos increpant, / quod numquam vixerunt.
2.
¿Dónde están los que anteayer / en el mundo fueron? / Bajo la tierra
sus huesos / se revuelven cual posesos / porque no vivieron.
III. Nos autem iam nolumus / obsequi isti legi, / neque argentum pro labore, / nec laborem pro amore, / neque regere nec regi.
3. Pero no queremos ya / esa penitencia, / ni dinero por labores, / ni trabajo por amores, / mando ni obediencia.
IV. Si nescimus forsitan / quae fieri velimus, / at ea quae nos premunt, / at ea quae falsa sunt, / ea satis scimus.
4.
Si no sabemos quizá / qué es lo que queremos, / lo que no queremos que
haya, / lo que es falso de esa laya / sí que lo sabemos.
V. Cui prodest ista iam / negotiorum rota, / tot consortia fabricarum, / tot commercia catenarum? / Ipsamet sibi tota.
5.
¿Para qué nos sirve ya / que gire la rueda / del progreso y sus
promesas, / del comercio y sus empresas, / sin parar que pueda?
VI. Cui prosunt, quaesumus, / saecla gubernantum, / et imperia militaria / et officia statutaria? / Ipsamet sibi tantum.
6.
Preguntamos el porqué / de tantos gobiernos, / los imperios y su
gloria, /y los siglos de la historia. / ¡Que ardan en los infiernos!
Vivat Academia, Hans Crepaz (1938-...)
VII. Pereat ergo Dominus / nummorum et fascium, / et rex qui mortificat / et lex quae iustificat, / et qui colunt mendacium.
7. Muera, por tanto, el Señor / Capital y Estado, / muera el rey que mortifica, / y la ley que justifica / y nos ha engañado.
VIII. Pereat Accademia, / pereant professores, / et cathedrae quaelibet / et decani quilibet, / simul ac rectores.
8. Muera la Universidad / y los profesores, / los exámenes, abajo, / los diplomas, al carajo, / rector y doctores.
IX. Sed et scholae pereant / ingeniariorum, / pereat technica fatalis,
pereat scientia venalis, / opium populorum.
9. No haya escuela nunca más / ni reloj que cuente, /
muera la tecnología, / y la ciencia que la guía, / opio de la gente.
X. Vivat liber amor et / fratrum et sororum, / vivat et inmunitas, / libertas, communitas / omnium conservorum.
10. Viva libre el libre amor / de hermanas y hermanos. / Viva la comunidad, / y la amable libertad / en libertas manos.
XI. Vivat ars dialectica, / mors religionis; / nam quae ratio construit, /
ratio ipsa destruit. / Vivat ius negationis!
11. Viva la dialéctica / negación tozuda; / lo que la razón construye, / ella misma lo destruye / al sembrar la duda.
XII. Vivat vita hominum, / si quid erit tale; / sin minus, vel pereat /
et ad umbras transeat / animal rationale.
12. Viva la vida si la hay / y se da tal cosa; / pero si no, que perezca, / y el ser racional fallezca / en sombría fosa.
En
la segunda estrofa, donde aparece el tema del "ubi sunt?", se pregunta
la cantilena dónde están los que vivieron, y se responde que unos han
ido a los infiernos y al cielo. García Calvo, por su parte, la modifica
prescindiendo del cielo y del infierno metafísicos: sus huesos yacen
bajo tierra, donde los muertos se revuelven porque constatan que nunca
han vivido, porque han muerto sin haber vivido, recordándonos el
contrahimno del maestro zamorano el dicho atribuido a Marcello Marchesi "L' importante è che la morte ci trovi vivi" (Lo importante es que la muerte nos encuentre vivos).
A
propósito de la cuarta estrofa, escribía García Calvo en su quinceava
entrega de "Para internet destinado a alumnos de istituto y a sus
profesores" que lo que dice allí más o menos de si tal vez no sabemos
qué queremos que suceda, en cambio, lo que nos oprime, en cambio, lo
que es falso, eso lo sabemos bastante bien, es lo que poco después
escribió algún estudiante en alguno de los muros de París: "Nous ne savons pas ce que nous voulons, mais nous savons bien ce que nous ne voulons pas", o sea: no sabemos lo que queremos, pero sabemos muy bien lo que no queremos.
Encuentro,
por otra, parte, un paralelo entre el comienzo de la octava estrofa de
García Calvo con lo que escribió el escritor y filósofo ruso Alexander
Herzen (1812-1870), recién graduado por la Universidad de Moscú en 1833:
Pereat Academia! Pereant Professores! (¡Muera la Academia! ¡Mueran los profesores!)
parodiando y contradiciendo los canturreados versos del Gaudeamus donde
se lanzan vivas pelotilleros al infame mundo académico.
Dos propuestas: Frente a la inmensa tarea del aprendizaje que nos propone el sistema de enseñanza o educativo que quier alargarse a toda la vida, hay que reivindicar la tarea del largo desaprendizaje para liberarnos del lastre de lo que hemos aprehendido. Por otra parte, frente a la propuesta de emprendimiento que nos inculca el sistema capitalista de producción que padecemos, reclamamos el desprendimiento. Hay que ser emprendedor, nos dicen para ocultar la vergüenza que les da decir que hay que ser empresario.
Creación
de sentimiento de culpa: La religión católica nos hacía creer que teníamos lo que nos merecíamos, que éramos pecadores, estigmatizados como estábamos por el pecado original más los que luego nosotros cometíamos, y culpables
-mea
culpa, mea maxima culpa-,
según la terminología cristiana, o responsables, según la religión laica imperante hoy en día,
de nuestra propia desgracia por causa de nuestra poca inteligencia,
capacidades o esfuerzo. Logran así que nosotros, en vez de
rebelarnos como deberíamos hacer contra el sistema y romper las
cadenas que nos subyugan, nos volvamos contra nosotros mismos,
anulando nuestro amor propio, cayendo en la depresión y en la
inhibición de nuestro sentido crítico y acción, y acabemos yendo
al piscólogo o al pisquiatra para que resuelva "nuestro"
problema con sesiones de psicoterapia, psicoanálisis y toda suerte de
fármacos antidepresivos. Nos han hecho además sentirnos responsables de nuestra propia salud en el colmo del delirio sanitario.
Cartel del Gobierno Nacional (de Paraguay)
Del sentido de la historia: La
historia de la humanidad no tiene ningún sentido, es un sinsentido,
como nuestra propia vida. Ni la sociedad ni la ciencia avanzan hacia
ninguna meta por ningún camino. Nosotros tampoco.
Una paradoja: Antoine de Saint Exupéry en El principito escribió que lo esencial era invisible a los ojos. Es verdad. Yo me digo: Si quieres ver, cierra los ojos.
Muriendo
lentamente. Nos estamos muriendo nosotros y las cosas
continuamente, deshaciéndonos sin cesar. Ahora mismo.
Convirtiéndonos en otro, en otra cosa. La ilusión en que nos hacen
vivir es un matrimonio entre la fe en el futuro y en el pasado, la
historia, y el continuo pasar que está fuera de la realidad.
Entenderlo es sentirlo. Para entenderlo y sentirlo habría que romper la ilusión de nosotros mismos, tan
falsa pero tan poderosa.
Una cosa es la realidad, el nombre propio y nuestro personaje real, y
otra la verdad. Lo único que se puede decir de la realidad, a parte de
la tautología perogrullesca de que es real, como su nombre indica, es
que es falsa, porque si fuera verdadera no necesitaría pedirnos, como
hace a cada paso, que creamos en ella: no necesitaría de nuestra fe para
poder existir y proclamar su verdad. Eso es lo que nos hace por lo
menos desconfiar de ella y por lo más sospechar que no es verdadera.
Por otra
parte, creo que todos guardamos más o menos el vivo recuerdo en algún
lugar de nuestra memoria de cuando siendo niños vimos por primera vez
nuestra propia imagen reflejada en un espejo, y alguien o algo nos dijo:
"¡Ése eres tú!". Lo que yo recuerdo de ese momento es mi estupefacción y
mi rechazo: "No, ese no soy yo". O mejor: "Yo no soy ese" (es decir, yo
tampoco soy el que creo que soy). No sé quién soy, pero desde luego no
soy ese que veo al otro lado del espejo, mi propia imagen.
Uno no se libera nunca
definitivamente de la ilusión del engaño, y nunca llega, por lo tanto, a la verdad
sobre sí mismo ni, huelga decirlo, sobre lo demás tampoco, primero
porque no hay verdad (en la realidad) y segundo porque yo, como persona
real que soy, soy conservador por esencia y también necesito creer que
soy el que soy y que me llamo como me llamo, aunque en mi fuero interno
sepa, como mi niño antiguo, que no soy ése, que no es verdad que yo sea
el que soy
Odi et amo. El llamado
delito de odio, del que tanto se oye hablar últimamente, es una
amenaza contra la libertad de expresión. Se han
tipificado determinados ejercicios de la libertad de expresión como
“delitos de odio”, como si el odio fuera de por sí un delito, como
si no fuera la otra cara del amor, como nos recordaba Catulo en su
célebre odi et amo. Bajo la acusación de
“discurso del odio” se esconde, camuflada de buenos sentimientos,
la vieja censura inquisitorial, ese intento totalitario que quiere
privarnos de la libertad de pensar y de sentir y de decir lo que
sentimos y pensamos. Ambos, odio y amor, amor y odio, son
sentimientos muy humanos, dos caras de la misma moneda. Y así como antaño se reivindicaba el amor
libre, deberíamos proclamar ahora la urgencia del odio igualmente
libre y despenalizado.
La
penalización del odio responde al nuevo paternalismo de Estado basado en el
consumo y la ilusión de libertad de elección:
frente al capitalismo salvaje en que nos hemos instalado
confortablemente existe un proteccionismo moral y cultural reforzado por
las redes (anti)sociales, en las que puedes mentir,
engañar publicitar y vender a tu propia madre pero no enseñar un pezón o
decir que las vacunas no son tales vacunas, sino experimentos
genéticos de nula eficacia o seguridad.
Declaran ilegales los discursos que incitan al odio y los penalizan para fomentar el amor al sistema, y para que el mensaje contestatario llegue al menor número de gente posible y puedan contener la
infección.
Políticamente incorrecto. Hay un
discurso políticamente correcto que se basa en un sistema de
verdades oficiales que se repiten obsesiva- y machaconamente a modo de mantras perniciosos en los
medios de conformación de masas, en la escuela y demás
instituciones académicas, que están coartando la libertad de
expresión. De hecho la palabra “libertad” se está convirtiendo
en un término maldito: nadie menciona a la bicha, porque todos dan
por sentado que no hace falta mencionarla, que hay libertad, que existe, como dicen ellos, igual que Dios. Y es
precisamente, dime de qué presumes y te diré de qué careces,
aquello que nos falta.
Frente
al empeño de algunos pedodemagogos o demopedagogos modernos, da lo
mismo como se quiera llamarlos, de enseñarnos a aprender, he aquí una
pequeña contribución en sentido contrario para aprender a
desaprender lo enseñado y aprendido.
Lo que
más le conviene a cualquiera. Liberarse uno del peso de las conveniencias.
Ideas del tiempo: Hay dos
imaginaciones igualmente falsas del tiempo: la cíclica y la lineal:
la cíclica responde al ritmo natural, circular, repetitivo del
eterno retorno de lo mismo que sin embargo nuna es exactamente lo mismo, propio de
las sociedades agrícolas y de la tradición oriental en la que el ser
humano nace y renace constantemente como ave Fénix de sus propias
cenizas; la imaginación del tiempo lineal, por su parte, procede de la cultura
judeocristiana, y se fundamenta en la imagen de una línea recta que
fluye desde el pasado atravesando el presente inasible hacia el futuro. Pero
el tiempo de verdad no es ni lo uno ni lo otro: ni un círculo ni una
línea recta, vanas figuras geométricas. Reconozcámoslo: no tenemos ni idea de lo
que es el tiempo. Cuando nos hacemos una idea de él, ya no es lo que era: el pájaro ha volado y escapado de la jaula.
Cultura.
La cultura, igual que el ministerio que lleva o llevaba su nombre, es un
invento del gobierno, como escribió Rafael Sánchez Ferlosio, para
crear un ministerio y un ministro, esencialmente incultos, que lleven
su nombre, a fin de entretenernos, anestesiarnos y amodorrarnos.
Capitalismo: El modo de
producción capitalista no se define por su capacidad de producir
riqueza sino, más bien, por su afán de destruirla. Si se considera
que la mayoría de las mercancías que se producen hoy en el mundo
dentro de seis meses estarán en el contenedor de la basura se
comprende enseguida que el capitalismo no fabrica mesas, coches,
ordenadores, lavadoras etcétera sino “obsolescencias” que pronto será "residuos". El
consumidor que se empeña durante seis meses en usarlos como si
fueran mesas, coches, ordenadores y lavadoras acaba él mismo siendo
consumido por el deseo de sustituirlos lo antes posible por sus llamadas actualizaciones. En
consumidor consumido, convertido él mismo en un residuo marginal de
un sistema económico de producción que no produce, valga la
redundancia, mesas, coches, ordenadores, lavadoras etcétera sino
ideas, que son su verdadera producción, es decir, basura escatológicamente pura.
Éxito y
fracaso. Son cosa de los negocios y de las empresas y empresarios, no cosa nuestra. Nuestra vida
no puede considerarse ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.
No todos
somos demócratas. Un presidente del gobierno, de cuyo nombre no
quiero acordarme, ha dicho que no sé qué desafío afectaba a la
democracia misma. Y añadió: por tanto, nos concierne a todos. Ahí
está la mentira. La mayoría -eso es la democracia- no somos todos.
Lo que concierne a la democracia puede referirse a la mayoría, pero
no a todos. ¡Qué afán totalitario tienen hasta los más
demócratas! Pero no todos somos demócratas. Algunos, hay que
decirlo, somos ácratas y no demócratas.
Nunca podemos ser todos porque continuamente estamos entrando y
saliendo más. Nunca podremos ser buenos súbditos porque esos son
los que se dejan contar, los que se están quietos, estabulados,
firmes, sumisos, reducidos al número de su documento nacional de
identidad, constreñidos a ser lo que son y nada más que lo que son, prietas las filas de votantes y contribuyentes.
Infantilización:
La
publicidad nos trata como si fuésemos menores de edad en todos los sentidos de la
palabra, incluido el de débiles mentales que necesitan la tutela del
Gran Hermano. Si nos tratan como si fuéramos niños o
preadolescentes, nosotros, por hipnosis sugestiva, tendemos a
responder como tales. Eso es lo malo. Nos infantilizan y nosotros,
encima, nos lo creemos.
Chantaje emocional: Apelan,
más que a nuestra reflexión racional, a la emotividad, practicando
la vieja técnica del chantaje emocional que pretende
provocar un cortocircuito en el análisis lógico y una disonancia cognitiva, logrando, de paso,
inculcarnos ideas, prejuicios, temores o compulsiones que inducirán
a los comportamientos que esperan de nosotros.
Promoción de la ignorancia
y la mediocridad: La
calidad de la enseñanza obligatoria que se imparte al alumnado y la ciudadanía
es mediocre y paupérrima, cada vez más, vertiginosamente más, al tiempo que aumenta el tiempo de
escolarización obligatoria. Desde los medios de conformación de
masas, se impone, además, la moda de ser estúpido, vulgar,
chabacano, grosero e inculto. Es lo que está mandado, lo que Dios, o sea el Estado manda.
Amós
Comenio, en efecto, fue un obispo, teólogo y pedagogo del siglo XVII, uno de
los fundadores y responsables de la moderna educación y su cacareado sistema educativo. Versado en el
arte de la alquimia, aplicó el concepto de esta al proceso de la
ilustración, hasta el punto de que la naturaleza religiosa de
la educación y la fe que políticos y economistas depositan en ella,
dedicándole enormes sumas de dinero público, es tan evidente que
su carácter de piedra filosofal de nuestro sistema político, económico y social corre el peligro de pasar inadvertido. Su dogma fundamental, su
idolatría, es que el proceso educativo aumenta el valor del ser humano, capitalizándolo y conduciéndolo hacia una
vida mejor y un horizonte constante de progreso. No estamos hablando de la educación religiosa, sino de
la naturaleza religiosa inherente a toda educación por muy laica que
como ahora se pretenda.
Magister:
Veni, puer, disce sapere. (Ven, niño, aprende a saber)
Puer:
Quid hoc est sapere? (¿Qué es eso de saber?)
Magister:
Omnia, quae necessaria, recte intellegere, recte agere, recte
eloqui. (Entender correctamente, obrar correctamente y decir correctamente todo lo que es necesario)
Puer:
Quis me hoc docebit? (¿Quién me lo enseñará?)
Magister:
Ego, cum Deo. (Yo, con Dios)
Puer:
Quomodo? (¿Cómo?)
Magister:
Te per omnia ducam, tibi omnia ostendam, tibi omnia nominabo. (Voy a conducirte por todo, a enseñarte todo, a nombrarte todo).
Puer:
En! Adsum! Duc me, in nomine Dei. (¡Venga! ¡Aquí estoy! Condúceme, en el nombre de Dios).
...Y
entonces el maestro comienza a enseñarle al niño el abecedario y empieza
así su alfabetización, dentro de una liturgia escolar que
agrupa a niños y niñas por edades, a veces también por sexos, en un
recinto consagrado a ese fin, el aula, dentro de un centro
penitenciario,
donde son adoctrinados por personal cualificado... Y lo primero que
el niño aprende es el curriculum oculto del sistema educativo, una
mentira: extra scholam nulla salus: fuera del recinto escolar no hay salvación; que lo que no se enseña en la escuela carece de
valor y lo que se aprende fuera de ella no vale la pena aprenderlo. Y
también que hay dos mundos: el real al que está abocado y al que un
día entrará, mal que le pese, y el sagrado, en el que se le
encierra “para que aprenda”, en el que todo es “por su
bien”, es decir, para que se prepare para el siempre incierto día
de mañana y para pasar por el aro como domada fierecilla.
Comenio
diseñó el mapa educativo por el cual, hasta hoy, nuestras
sociedades continúan orientándose y rigiéndose. La vida se configura como una
escuela permanente en un constante proceso de enseñanza y
aprendizaje, como dicen ahora los pedagogos; y el ser humano, como un homo educandus, un animal que ha de ser educado “para que
aprenda... a aprender”.
Cuando
entré por primera vez en la sala donde se congregan los profesores
antes de empezar las clases (denominadas hoy con 'corrección' lingüística 'Salas de Profesores y
Profesoras'), comprobé que allí, en lo que yo creía en mi ingenuidad que era un templo de sabiduría, se decían las mismas tonterías que en la calle, el nivel intelectual era paupérrimo,
y su conversación giraba en
torno a reivindicaciones salariales, siempre insuficientes para un trabajo tan ímprobo, y a
los alumnos, que eran unos auténticos zoquetes.
Había básicamente dos modelos de profesores: el autoritario y conservador, de índole tradicional, enemigo de los medios audiovisuales y de las nuevas tecnologías, que dictaba sus lecciones magistrales ex cathedra y que estaba ya cuando yo empecé ya en franca decadencia, y el mayoritario o democrático y progresista, que pactaba con los alumnos todas las medidas y que se consideraba uno más, en el que yo milité, y que me parece tan execrable como el otro o más, que de entrada se presenta como 'profe guay'.
Profesores con faldas contra los estereotipos sexistas... ¡y con mascarilla!
Los
profesores más jóvenes que he conocido en estos últimos tiempos,
procedentes todos ellos de las canteras de la ESO,
eran en su mayoría, además de prepotentes y arrogantes como los viejos, extremadamente sumisos a las
ideas dominantes y creídos. Los más creídos son, después de todos, los que más creen, en el sentido de que tienen fe en su misión profesional de apostolado laico. No son los profesores autoritarios de antaño ni tampoco los progres, sino los colegas de hoy, que resultan al fin y a la postre tan repelentes como aquellos porque disfrazan su condición de lobo bajo la piel del cordero. Consideran que ellos no tienen que enseñar los
rudimentos de sus respectivas materias, sino que su principal tarea es
formar a los alumnos integralmente para lo que es preciso adoctrinarlos. Están convencidos de ser educadores en lugar de enseñantes o docentes.
El
peor recuerdo, sin embargo, que conservo de mi dedicación a la enseñanza no es el
trato con los alumnos curso tras curso ni tampoco con los colegas, sino la creciente burocracia que exige la administración a través de la inspección a los profesores,
que ha ido aumentando según pasaban los años hasta extremos increíbles, y los requisitos cada vez
más imperiosos de las sucesivas reformas educativas, una burocracia que se ha digitalizado con la entrada de las nuevas tecnologías en las aulas en los últimos años, lo que en lugar de resolver el problema lo ha complicado más todavía y agravado.
Le tomo prestado el título para esta entrada a Sexto Empírico: Contra los profesores. En latín Aduersus mathematicos. En el griego original: Πρὸς μαθηματικούς (pròs mathēmatikoús). Despotricaba Sexto Empírico, en efecto, contra los profesores o mathēmatikoí, que eran los depositarios del saber y encargados de enseñar las disciplinas que constituían en la antigüedad helenístico-romana la base de la formación cultural de las personas educadas, que la Edad Media heredó en sus célebres trivium (gramática, retórica y dialéctica) y quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música), llegando hasta nuestra educación -ya no enseñanza- primaria y secundaria.
Sexto, en efecto, anula enseguida la condición del maestro y el discípulo: el maestro es aquel que no tiene nada que enseñar, y sin embargo enseña (lo que no sabe), y el discípulo, aquel que no tiene nada que aprender y, por lo tanto, no aprende nada una vez que ha entrado en uso de razón y lengua. Solo se salva quizá de la quema la enseñanza del arte de leer y escribir. Pero para aprender a leer y a escribir, como para hablar, no hacen falta profesores.
El maestro, pues, es aquel que posee un título que acredita su ignorancia.
Soy consciente de que metiéndome con los profesores tiro piedras contra mi propio tejado, contra el tejado al menos que a mí también me cobijó, como profesor que he sido. Pero creo que esa condición me autoriza precisamente a hablar en contra de lo que tan bien conozco. Me hago eco del refrán: “Pájaro mal nacido es el que ensucia su nido”. El nido al que me refiero es la educación, nombre actual de la enseñanza, que era denominación más honesta. Acepto ser un “pájaro mal nacido” como el del refrán, y me dispongo a defecar sobre mi propio nido.
Considero que eso me da derecho a opinar sobre la educación y los problemas de esta que son responsabilidad del profesorado: el desinterés del gremio en primer lugar por la enseñanza de la materia que imparte, falta de formación adecuada y el peor de todos... el desprecio por los alumnos que son considerados seres inferiores, o, como dice un colega, infraseres.
Estos seres inferiores vienen de casa cada vez peor educados para que los eduquen los profesores creándolos a su deplorable imagen y lamentable semejanza porque sus padres no pueden hacerlo. Hay que conseguir que sean buenos, y buenos quiere decir, ante todo, obedientes. Son educandos, que no es un gerundio según la vieja gramática, sino un gerundivo latino, es decir un participio de futuro pasivo con la idea de que se va a sufrir como sujeto paciente una acción que se proyectará en el tiempo, y significa que han de ser educados, que serán adiestrados como fierecillas domadas para que pasen por el aro, según la metáfora circense en la que el domador fuerza al tigre o al león a pasar por el aro envuelto en llamas.
Pasando por el aro
Ivan Illich en La sociedad desescolarizada relacionaba el desarrollo de la educación con la figura del obispo Jon Amos Komensky, más conocido con el nombre de Comenius o Amós Comenio, que pretendía “enseñar todo a todo el mundo”. No sólo es un precursor de la pedagogía moderna, sino también un experto alquimista. La alquimia, en palabras de Illich (op. cit.) “pretendía transmutar el plomo vil, los elementos vulgares, en oro, haciendo pasar sus espíritus destilados por las 12 etapas del enriquecimiento”. Los alumnos, según la impostura alquimista, serían el plomo vil, los seres inferiores que decíamos antes, que deben ser transmutados, gracias al proceso educativo, en oro puro, lo que no deja de ser una grosera superchería: la gran estafa de la educación. El plomo vil es plomo vil y nunca podrá convertirse en oro.
Ya lo advertía Sexto Empírico cuando distinguía entre “inexpertos o legos” y “expertos”:
el inexperto no puede convertirse en experto cuando es inexperto, ni
tampoco cuando es experto, pues entonces no se convierte en experto sino
que lo es. Lo que traducido a nuestro propósito significa que el plomo vil es plomo y no puede convertirse en oro. Y si es oro en lugar de plomo vil tampoco puede convertirse en lo que ya es de por sí, puesto que ya lo es. Y prosigue nuestro escéptico Sexto Empírico con su razonamiento: Pues si es inexperto, es como un hombre ciego o sordo de
nacimiento, y así como éste no podrá nunca formarse un concepto de los
colores o de los sonidos, del mismo modo el inexperto, en tanto que
inexperto, ciego y sordo como es en lo que concierne a los principios
técnicos, tampoco será capaz de ver u oír nada de ellos; y si se ha
convertido en experto ya no se le enseña, sino que está instruido.