viernes, 20 de octubre de 2023

Pareceres (XXXI)

151. - Metrodoro de Quío. Poco es lo que nos ha llegado de este prefilósofo presocrático griego, poco más que este fragmento no poco valioso sin embargo, que dice tanto en tan pocas palabras: Ninguno de nosotros sabe nada de nada; ni siquiera esto mismo de si sabemos o no sabemos, ni si sabemos que sabemos o que no sabemos; ni si en total hay algo o no lo hay.
 
 
152.- CEO. Ya no se dice jefe, ni siquiera líder, anglicismo que era eufemismo de jefe y un calco semántico del alemán Führer, sino CEO, otro anglicismo flagrante, que pretende que el jefe pase desapercibido y que es acrónimo de Chief Executive Officer, o sea, Director Ejecutivo – y tras la denominación de "el Ejecutivo" se esconde uno de los tres poderes del Estado, que es el Gobierno. Pero tras esta denominación de CEO también está camuflado el viejo jefe, el francés chef, y el italiano capo, y el castellano cabo y capitán y cabecilla, que son variantes del latín caput, el viejo término que señalaba la cabeza que la guillotina de la Revolución Francesa no logró decapitar. 
 
153.- Comillas irónicas, o el lenguaje que se (re)vuelve contra sí mismo. ¿Qué diferencia hay entre una palabra sin comillas (vida) y la misma con comillas (“vida”)? El arte de entrecomillar nos brinda la posibilidad de usar el lenguaje en su función metalingüística, es decir, de hacer que el lenguaje se mire al espejo, y así podemos, por ejemplo, preguntarnos si nuestra vida, la vida que llevamos es “vida”. Las comillas pueden indicar ironía, e incluso sugerir lo contrario de lo que significa el término ordinariamente. Por ejemplo, nos presentó a su “hermosa” novia, quiere decir que nos presento a una novia que creía que era “hermosa”, y era fea como un demonio. A veces en el lenguaje hablado se acompaña del gestual haciendo un aspaviento de ambas manos cerradas pero agitando los dedos índice y corazón de cada una para indicar que lo que estamos diciendo lo ponemos entre comillas, es decir, le aplicamos la ironía. 
 

 
154.- Un mantra tibetano: Un mantra personal. Algunos aspiran a fraguarse un mantra personal para recordarse de manera constante, a fuerza de repetición y autoconvencimiento, cuál es el objetivo de su vida y el propósito que quiere cumplir, un recordatorio de nuestro objetivo más importante. Lo curioso de la palabra sánscrita «mantra» es que es un compuesto de man, que significa «mente», y tra, que quiere decir «liberación». Según la RAE un mantra no sería más que un pensamiento, pero en realidad es una herramienta que pretende liberar la mente de los pensamientos perturbadores. En los libros de autoayuda aconsejan que los mantras sean siempre positivos y que no contengan nunca la palabra negativa por excelencia, que es “no”. No estoy de acuerdo. Y prueba de ello propongo un mantra bien conciso, que uno debe repetirse todas las mañanas: “No creas”. 
 
 
 155.- El símbolo matemático de infinito, acuñado por John Wallis en el siglo XVII, es un ocho tumbado que guarda relación con el uróboro o serpitente que se muerde la cola, y con la pescadilla que se enrosca. Veo que hay cierta relación con la cinta de Moebius, sin principio ni fin, que sería en tres dimensiones el equivalente del símbolo en dos dimensiones. El símbolo se denominó lemniscado (del latin lemniscatus, adornado con lemnisco, y este del griego λημνίσκος “lazo” o propiamente lemnisco, que era el nombre de la faja o cinta que en señal de recompensa honorífica acompañaba a las coronas y palmas de los atletas victoriosos o de los convidados a un banquete).  La cinta de Moebius no tiene ni principio ni fin: la primera representación que poseemos de ella, avant la lettre, es quizá el mosaico de la gliptoteca de Munich del diós Aión. (Eón). Eón o Aión (en griego antiguo: αἰών, del griego arcaico αἰϝών) es un dios de la mitología griega adoptada por los romanos, que lo llamaron Evo, y que aparece en la expresión Medio Evo. Dios supremo e imparcial, es señor del tiempo eterno y de la prosperidad, que no tiene ni comienzo ni final, opuesto a Crono, que era el tiempo empírico dividido en pasado, presente y futuro. 
 
 
 
Dios Eón con el espectro zodiacal enroscado

jueves, 19 de octubre de 2023

Baile general de máscaras

    La palabra “máscara”, con el significado de careta que se pone una persona para así disfrazarse entra en castellano en 1495. El término puede proceder según Corominas del árabe máshara que significa bufón, payaso, personaje ridículo o risible que es el hazmerreír general, y entra probablemente a través del catalán màscara. El término árabe está relacionado con el verbo sáhir, que significa 'burlarse de alguien', de uso general en esa lengua, aparece ya en el Corán. 

 

     Mascareta es el diminutivo catalán de màscara. Me apropio de él para sustituir el término médico 'mascarilla', de infausto recuerdo, que el gobierno español nos obligó a ponernos en interiores y exteriores, tan utilizado y reutilizado por toda la población, incluso hasta por las parturientas en el paritorio, durante la mascarada general de la pandemia orquestada por la Organización Mundial de la Salud. Me apropio del término porque en castellano sugiere un entrecruce de “más” y de “careta”, término este que tiene mucho que ver con “cara”, que a su vez hay que remontar lo más seguro al griego κάρα (leído como en español), que significa “cabeza”. Es un término que se introduce en castellano en el siglo XII, del que derivan caradura, por ejemplo,  descaro y descarado, así como malencarado (pero la RAE no recoge 'bienencarado'), y la careta con la que uno se tapa la cara o, si se prefiere el término, el careto

 

    Este video cortísimo muestra a las mil maravillas la simulación orquestada que fue la pandemia. Había un virus peligrosísimo según decían en el aire que había que frenar con una mascareta que lo que hacía era dificultar nuestra respiración, es decir la emisión del anhídrido carbónico o CO2 a la atmósfera. No impedía que los virus entraran y salieran por ella como Perico por su casa. Las mascaretas pueden impedir el paso de las bacterias pero nunca de los virus, que a través de ellas campan a sus anchas.

 

    Cualquiera reconoce que ponerse eso es un coñazo, pero como los políticos deben predicar con el ejemplo, porque esa es su función pedagógica y docente, vemos aquí lo que hace entre bastidores uno cualquiera de ellos, un caradura que representa a todos: se enmascara para contribuir a la mascarada general. Porque ellos, las autoridades, son el mascarón de proa del barco que se hunde pero nunca acaba de hundirse del todo del Estado. Llega el sinvergüenza al plató televisivo sin la prenda que simboliza sumisión, como Dios, o sea el Gobierno, ordena y manda. Le facilitan una mascareta sus asesores de imagen. Se la pone para que la audiencia lo vea con ella puesta. Se acerca al micrófono y se desenmascara sólo para poder hablar, facilitar el reconocimiento facial de su careto, no impedir la lectura de los labios que puedan hacer los sordos y no dificultar la emisión de la voz, que podría salir distorsionada.... Pero nosotros no debemos quitárnosla en público, sólo podremos hacerlo en la intimidad del encierro de nuestro agridulce hogar. Debemos enmascararnos,  hasta que lo permita el gobierno asesorado por el esperpéntico comité de expertos, porque no es una medida sanitaria o saludable, sino política de control de población.

miércoles, 18 de octubre de 2023

Es bueno sentirse mal

    Si creíamos que ya lo habíamos oído todo dentro de la nueva anormalidad o subnormalidad en la que vivimos o, mejor, nos viven, después de aquel oximoro del "enfermo asintomático", estábamos muy equivocados. Faltaba algo más todavía. Y ese algo es lo siguiente: es bueno sentirse mal. O, si se quiere, en versión del eslogan del revolucionario ruso Nikolái Chernyshevski, cuyos escritos inspiraron a Lenin: Cuanto peor, mucho mejor.
 
     No lo digo yo. Lo dice una revista tan prestigiosa y tan desprestigiada al mismo tiempo por publicar artículos como este como National Geographic: It’s good to feel bad after your COVID shot. New research suggests that the worse your symptoms are after getting the COVID-19 vaccine, the better. Para que se entienda mejor, en castellano: "Es bueno sentirse mal después de la vacuna contra el COVID. Una nueva investigación sugiere que cuanto peores sean sus síntomas después de recibir la vacuna COVID-19, mejor."
 

      El artículo habla de un tal Jeremy Warner, oncólogo de la Universidad de Brown en Providence, Rhode Island, que se ha dejado inyectar la friolera de seis veces el suero contra la enfermedad del virus coronado. El susodicho doctor, para mantener protegidos a sus pacientes, se arremanga y expone el deltoides al pinchazo de turno tan pronto como la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU.) recomienda una nueva dosis o refuerzo, pero teme las consecuencias, porque después de cada chute, Jeremy  experimenta fiebre, dolores de cabeza, escalofríos y dolor e hinchazón en las articulaciones junto con la sensibilidad esperada en el lugar de la inyección. "Lo peor fue el segundo pinchazo que duró dos o tres días", recuerda Warner.
 
    Pero Jeremy Warner ya no tiene que preocuparse. La buena noticia es que un reciente estudio (aún no revisado por pares) revela que más efectos secundarios podrían ser beneficiosos porque reflejan una mayor producción de anticuerpos que combaten el virus después de la vacunación. Cuantos más síntomas reportan las personas, mayores son sus niveles de anticuerpos, es decir, sus defensas contra la enfermedad del virus, dice el director del despropósito. 
 
    Para las eminencias de la investigación: "Los efectos secundarios muestran que la vacuna funciona, porque algo tiene que hacer efectivamente en nuestro organismo". Lo que está fuera de dudas y no se discute es que las vacunas contra la enfermedad del virus coronado son abrumadoramente seguras y eficaces (COVID-19 vaccines are overwhelmingly safe and effective). 
 
  
     Aunque los síntomas pueden ser desagradables y molestos  (fiebre, escalofríos, dolor muscular, náuseas, vómitos, dolor de cabeza y/o fatiga moderada a severa), los datos de los que disponen los autores del estudio proporcionan la evidencia científica de que el sistema inmunológico está haciendo lo que debe hacer. Es una buena señal. Dicho en términos generales, cuantos más síntomas presente el cuerpo tras la vacuna covidiciosa -no vamos a llamarlos efectos adversos, dicen-, mucho mejor y más adecuada respuesta de anticuerpos.
 
    Ahora bien, puede preguntarse alguien: Si uno se ha dejado pinchar y no ha tenido síntomas ¿está por eso acaso menos protegido? Los encargados del estudio, dicen que de ninguna manera, que uno en ese caso puede estar tranquilo, porque, si se ha dejado inocular, está protegido de la hospitalización y de la muerte. Ha habido, reconocen los autores, muchas personas que informaron síntomas leves o ningún síntoma y tenían elevados niveles de anticuerpos neutralizantes. 
 
    A pesar de la posibilidad de que se presenten síntomas incómodos, los científicos enfatizan que las personas no deben tener miedo a las vacunas covidiciosas. Pero si alguien presenta síntomas muy graves después de recibir la vacuna, no debe dudar en buscar urgentemente la atención médica, advierten los responsables, por si acaso. 
 
     "Los riesgos de contraer COVID, o potencialmente una enfermedad mucho más grave, si cabe, son probablemente mucho peores que los síntomas desagradables que experimentan las personas cuando se vacunan", dicen. Así que si bien Jeremy Warner, el oncólogo de la Universidad de Brown, detesta recibir cada inyección de COVID, quien, según dice, no lo hace por él -por él no lo haría- sino por sus pacientes y seres queridos con quienes entra en contacto, ahora, gracias a National Geographic sabe que cuanto más jodido se sienta después de cada pinchazo, mucho mejor. Si le da un ictus o un ataque al corazón, está de suerte: sus niveles de protección frente a una enfermedad inexistente son óptimos.

martes, 17 de octubre de 2023

La religiosa y el pecado

    No sé muy bien si ha sido el cuadro de El Pecado de Heinrich Lossow (1843-1897) el que me ha traído a la memoria la canción francesa de Brassens La religiosa o si ha sido esta la que me ha traído a aquel. El caso es que se me han presentado relacionados entre sí por una parte el óleo de Lossow que representa a un cura y una monja practicando sexo en el templo, al lado de lo que parece una pila de agua bendita, sin que la celosía que los separa impida el gozoso contacto carnal, y por otro lado la canción de Georges Brassens (1921-1981), que me he entretenido traduciendo en metro y rima. 
 
    La versión que hago, un tanto libre, me separa en cuanto a la letra del original (traduttore, traditore) en algunos puntos, pero me acerca más a él en cuanto a la música. La letra cuenta no pocas fantasías que van en aumento de una monja y unos monaguillos que, al verla o imaginarla con sus ojos desorbitados, que comienzan tocando la campanilla y acaban en su calenturienta imaginación masturbándose al final de la canción. No sabemos en estos versos si admirar más el talento o el tacto del inmenso poeta que era Georges Brassens al tocar un tema tan escabroso como es la castidad nada natural y forzada de tantos sacerdotes y religiosas católicos, apostólicos, romanos.
 

 El pecado, Heinrich Lossow (1880)
 
    Consta la canción de diez quintetos, y cada uno está formado por cinco versos de arte mayor, alejandrinos, es decir de catorce sílabas partidos por la mitad en dos hemistiquios heptasilábicos, con rima ABABA. El quinto verso comienza siempre, a modo de estribillo recurrente, mencionando a los monaguillos. 
 
    El tíulo de El Pecado del óleo de Lossow me trae enseguida a la cabeza una frase de Ralph Waldo Emerson (1803-1882), el poeta norteamericano, que dice: "Creemos en nosotros mismos como no creemos en los demás. (We believe in ourselves as we do not believe in others). Nos permitimos a nosotros mismos todas las cosas, y lo que llamamos pecado en los demás es experiencia para nosotros (We permit all things to ourselves, and that which we call sin in others is experiment for us)", y es que lo que denominamos pecado (carnal) no es sino una gozosa celebración de la carne que ni las rejas de la celosía del convento pueden impedir.  


 
    Su blanca toca a todos sorprende en la capilla; / si el cristiano sucumbe de su hermosura en pos, / el pagano y ateo, no es poca maravilla, / creerían a veces hasta en el mismo Dios. / Y ya los monaguillos tocan la campanilla... 
 
    Se dice que debajo de su toca fatal / que enarbola en la misa con no poco rigor, / esta monjita esconde, qué escándalo total, / una larga coleta y rizos en redor. / Y ya los monaguillos se agitan ante tal...
 
    Se dice que debajo del sayo, vanidades, / lleva coquetamente unas medias de raso, / encajes de puntillas, ligas, frivolidades, / todo lo que hace, en fin, que el diablo venga al caso. / Y ya los monaguillos piensan obscenidades... 
 
    Se dice que de noche -más alucinaciones- / mientras duermen las sores roncando sin complejo / o bien devotamente rezan sus oraciones, / ella se despelota delante del espejo; / los pobres monaguillos sufren calenturones... 
 
    Se dice que se mira desnuda con agrado / de frente, de perfil y también el trasero / después de sin pudor su atuendo haber colgado / del crucifijo que hace las veces de un perchero. / Y ya en los monaguillos se insinúa el pecado... 
 
 
    Se dice que hace al cielo mirando el comentario: / “¡Señor, qué buen trabajo en cuanto a proporción!”/ después que con malicia añade al inventario: / “¡El arco de mi espalda es una bendición!”. / Y ya los monaguillos sufren un buen calvario... 
 
    Se dice a media noche, madre, y va empeorando, / que se mezclan con raros acordes al compás / la voz enamorada de ángeles suspirando / y la voz de la monja que grita "¡otra vez!, ¡más!". / Y están los monaguillos, infelices, sudando... 
 
    Y el cura, por los chismes que escucha atomentado, / cree que el buen Jesús, así es como razona, / en su cabeza ya, ay, de espinas coronado, / necesidad no tiene de encima más corona. / Y ya los monaguillos se han algo meneado. 
 
    Todo son chismorreos, sueltas a la maldita, / infundadas calumnias que esparce Satanás. / No hay mechas ni ricitos so la toca bendita / ni una larga melena, sino el cráneo a ras. / Y ya los monaguillos ponen buena carita... 
 
    En su alma no hay pasiones que puedan asentarse, / no hay sospechosas ligas bajo el sayo tenaz / ni en la frente de Cristo veréis cuernos alzarse; / él, dichoso en su cruz, puede dormir en paz / y ya los monaguillos, tristones, masturbarse.
 
Monja arrodillada rezando, anverso y reverso del cuadro de Martin van Meytens (1731)
 
 

lunes, 16 de octubre de 2023

Las calles

    Durante la pandemia era desolador contemplar el vacío de las calles, la soledad de las calles, la desolación de las calles: vacío, soledad, desolación. La calle, el espacio público, se había convertido de la noche a la mañana en una fuente de contagio. Se nos recluía en nuestra privacidad bajo arresto domiciliario y las autoridades sanitarias decían que era por nuestro propio bien. Era  como un castigo, como cuando de pequeños nuestros padres nos castigaban sin salir de casa, sin poder ir a jugar, sin poder echarnos a la calle...
 
    Fuera había peligro de muerte. Estaba en el aire, que así se volvía irrespirable. La consigna más coreada era "Quédate en casa". Si por alguna razón había que salir para hacer acopio de víveres o por cualquier otra necesidad, había que hacerlo con la debida justificación enmascarado y guardando la distancia de seguridad establecida con los otros. El virus eran los otros, y los otros éramos nosotros.
 
    Al mismo tiempo, se instauraba la vigilancia del vecindario desde las ventanas y balcones. Se denunciaba a quien osaba romper el confinamiento. Las cámaras de vigilancia, silenciosas, hacían su labor. 
 
  
    La calle, que había constituido hasta entonces la red social y había sido el ágora y el foro en el que se hablaba, se encontraba uno callejeando con los demás y quizá también consigo mismo al dejar que los demás lo encontraran a uno, se caminaba, se paseaba, se soñaba, se trabajaba o se sufría, se hallaba por orden gubernamental deshabitada. 
 
    En otros tiempos las calles y los parques estaban llenos de vida, eran la segunda vivienda de la gente, que pasaba gran parte de su tiempo en la calle, fuera de su casa. Ahí jugaban niños y niñas, ahí se tomaba la fresca en verano, se charlaba y se compartían las noticias de lo que ocurría. 
 
Ni un alma en las calles
 
     La calle era también un espacio de subsistencia, donde las gentes con menos recursos o sin trabajo temporalmente se buscaban la vida a través de la venta ambulante (siempre perseguida tanto entonces como ahora), la recogida de chatarra, el afilado de cuchillos, la venta de pequeños hurtos o la prostitución de quienes tenían que "hacer la calle". 
 
    Pero las calles se han convertido en carreteras para el tráfico rodado. Los coches se han apoderado de ellas, tanto para circular como para su estacionamiento. Las calles ya no son un lugar de encuentro ni de juegos infantiles en las ciudades.
 
 
    Y las calles, los espacios públicos, se convertían en espacios publicitarios: las grandes marcas comerciales y los partidos políticos las ocupaban con sus mensajes que incitan al consumo compulsivo de inutilidades y con consignas propagandísticas durante las «fiestas electorales». 
 
 
 
       Finalizado el experimento de la pandemia, se diría que las calles han vuelto a ser lo que eran, pero no es verdad, porque la gente ya no es como era: hemos cambiado mucho. No hemos salido ilesos y sin magulladuras. Poco a poco, la gente se ha ido retirando de las calles, refugiándose en su casa y en la virtualidad de las redes sociales y en los seriales televisivos que nos distraen de la realidad. 
 
    Pero es que hay más: Sin duda, la calle se ha convertido en un espacio de control y disciplina gracias a las cámaras de vigilancia, los guardias de seguridad privados en la entrada de bancos y grandes almacenes, y gracias a la policía, que ahora denomina a su labor d entro del estado policial "hacer pedagogía".

domingo, 15 de octubre de 2023

Alabad a Dios (y II)

    La exhortación apostólica de Bergoglio, es, lejos de toda pretensión teológica, un alegato en favor del pensamiento único políticamente corregido y neoliberal de índole progresista del capitalismo ecológico. La única cita bíblica que adorna la exhortación es «Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno» (Génesis 1, 31). El Cambio Climático no puede ser creación de Dios, porque entonces sería bueno, y no lo es, es obra de sus humanas e irresponsables creaturas y criaturas

    ¡No podemos pensar, ante semejantes desastres naturales como padecemos -fenómenos extremos, períodos frecuentes de calor inusual, inundaciones, sequías, tornados...- en un Dios colérico y airado, a más de punitivo como era sin duda el mismísimo Yavé o Jehová, Señor de Israel y de los Ejércitos, que decretó el diluvio universal del que solo se salvó el arca de Noé, y posteriormente las diez plagas sobre Egipto para que el faraón dejara marchar a su pueblo, que era el pueblo elegido!

      Pero el Papa Francisco, que ya bendijo la bondad de la vacuna de ARN mensajero contra la enfermedad del virus coronado como si fuera la Hostia consagrada y cuerpo de Cristo, y dijo que inocularse dicho suero experimental era un acto de amor, prefiere presentarse alejado del viejo Dios veterotestamentario, como su homónimo santo franciscano, patrono de la ecología y del medio ambiente al servicio del capitalismo, en esta exhortación apostólica contra la crisis climática  dedicada a todas las personas de buena voluntad (sic). 

San Francisco de Asís

     Viene en ella Bergoglio a interpretrar el cántico del hermano Sol de su homónimo Francisco de Asís de alabanza al Señor por todas sus criaturas (lauderis, domine deus meus, propter omnes creaturas tuas): alabado seas, Señor Dios mío, por todas tus criaturas), e inicia su canto al hermano Sol -bendiciendo la energía solar que nos brinda- como símbolo perfecto de Dios, a la Hermana Luna y a las Estrellas, al hermano Viento, -y a través de él a la energía eólica-, a la hermana Agua y al hermano Fuego, a la madre Tierra, que es el nombre del planeta que ahora hay que salvar, evitando la mención de la emsión de las energías fósiles cuyo abandono predica, y finalmente a nuestra hermana Muerte, de la que ningún ser vivo puede escapar, y que se presenta de distinta manera para los que mueren en pecado mortal -¡ay de ellos!- y para los que en la hora de su muerte se encuentran a sí mismos conformes con la santísima voluntad divina, porque a ellos una segunda muerte no podrá perjudicarles. 

     El pontificado de Bergoglio se muestra así cerrado a la trascendencia, horro del espíritu y entregado a la inmanencia y a los poderes de este mundo, olvidando el mensaje de Jesús ("Mi Reino no es de este mundo"). Sus postulados coinciden con el pensamiento único políticamente correcto o corregido del proyecto de globalización neoliberal capitalista.

    El pecado original es la contaminación del planeta de la que somos responsables y nuestra tarea religiosa es su salvación para entregárselo a las futuras generaciones. Los herejes de esta nueva iglesia liberal y progresista son los negacionistas del cambio climático y los escépticos, que deberían ir al infierno de cabeza a visitar a Satanás. 

    Gracias a Bergoglio, el pensamiento único políticamente correcto se convierte en pensamiento único teológicamente correcto. La culpa es del hombre. Podría tratarse de un castigo divino pero eso conllevaría afirmar la existencia de un Dios todopoderoso, que quizá no es bueno.

  

    Las últimas palabras de la exhortación son bastante confusas. Dicen: «Alaben a Dios» es el nombre de esta carta. Porque un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo." Y habría que añadir, no sólo para sí mismo, sino también para todos sus congéneres. Un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios, es decir, que se presenta como el vicario de Cristo, el que hace las veces de la divinidad, en la Tierra, el nuncio apostólico, es el peligro público mayor.

sábado, 14 de octubre de 2023

Ahavat Israel (Amor a Israel)

    Ahavat Israel significa “amor a Israel”, o más literalmene: amor al pueblo judío. Es un principio fundamental de la Torá basado en el precepto bíblico “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18).
 
 
    En 1963 Hannah Arendt, tras la publicación de su Eichmann en Jerusalén, recibe el reproche epistolar de Gershom Scholem, que era un renombrado estudioso del misticismo judío que había establecido su hogar en Israel, sionista y al mismo tiempo crítico del sionismo y sus excesos. Consideraba a Arendt una hija desagradecida que se negaba a volver al calor paternal de la nación judía, y la acusa de su vacilante apoyo a Israel y en general de un déficit de amor por el pueblo judío: En la tradición judía existe un concepto -escribió Scholem-, difícil de definir pero bastante concreto, que conocemos como “ahavat Israel” (amor al pueblo judío) (...) En ti, querida Hannah, como en tantos intelectuales que vinieron de la izquierda alemana, encuentro pocos rastros de este [amor]'”.
 
 
    He aquí la contestación de Hannah Arendt al reproche: Tiene toda la razón en afirmar que yo no profeso un 'amor' tal [Ahabath Israel: 'amor al pueblo judío'] y esto debido a dos razones: en primer lugar, nunca en mi vida he 'amado' a ningún pueblo o colectivo, ni al alemán, ni al francés, ni al americano, ni por ejemplo a la clase obrera o nada similar en este nivel. Realmente amo tan solo a mis amigos y soy completamente incapaz de otra forma de amor. En segundo lugar, empero, este amor a los judíos me parecería sospechoso, ya que yo misma soy judía. No me amo a mí misma ni a aquello que sé que de alguna manera pertenece a mi sustancia. (…)
 
    No 'amo' a los judíos y no 'creo' en ellos, sino que sólo pertenezco a este pueblo de manera natural y fáctica. También se podría hablar en términos políticos de estas cosas y en este caso deberíamos hablar de la cuestión del patriotismo. Seguramente estaríamos ambos de acuerdo en que no puede haber un patriotismo sin oposición y crítica constantes. En todo este asunto yo sólo le puedo conceder una cosa, y es que la injusticia cometida por mi propio pueblo desde luego me altera más que la injusticia cometida por otros pueblos". 
 
    Cuando Arendt dice que nunca ha "amado" -entre comillas- a ningún pueblo o colectivo (I have never in my life 'loved' any people or collective), quiere decir que nunca ha amado ninguna etiqueta impuesta a la gente,  ninguna abstracción o idea definidora de un grupo de personas, y cuando dice que es incapaz de otra forma de amor, se refiere a que solo quiere a seres de carne y hueso, no abstracciones ideales como esas de "pueblo judío" o, como si dijéramos nosotros, "pueblo español". Si la palabra "pueblo" puede ser una palabra realmente popular, al añadirle un adjetivo determinante como "judío" o "español", estamos convirtiéndola en una abstracción que es imposible amar, porque estamos haciendo que caiga sobre el pueblo la maldición definitiva y definidora del Estado, estamos matando al pueblo que había por debajo y que no tiene la culpa de haber nacido bajo el imperio de un Estado.
 
    El patriotismo crítico que propone en su segundo párrafo la lleva a afirmar que la injusticia que comete su propio pueblo, el pueblo al que pertenece,  le duele más que la cometida por otros, lo que nos recuerda al "Me duele España" unamuniano.
 
    La viñeta de Caín que reza "Yo soy español para poder ser antiespañol" viene a decirnos que nadie mejor que un español para declararse antiespañol por eso mismo, porque uno se rebela contra la nacionalidad que se le ha impuesto. Español no se nace, se hace uno a la fuerza, y ese hacerse no deja de ser una contradicción, un tira y afloja constante. El patriotismo crítico consiste en odiar las patrias, empezando por la propia que le ha tocado a uno en su desgracia.
 
 

viernes, 13 de octubre de 2023

Alabad a Dios (I)

    En la página oficial del Vaticano se puede leer en ocho idiomas la exhortación apostólica del papa Bergoglio Laudate Deum (Alabad a Dios), publicada el pasado 4 de octubre,  en la que Su Santidad se nos presenta como una especie a medias entre Francisco de Asís, santo patrono de la ecología y el medio ambiente, y la activista Greta Thunberg, preocupado como está más por el irrefutable Cambio Climático y por anatematizar a aquellos que lo niegan y a los que lo ponen en duda razonable, a quienes trata de herejes de la nueva religión de la Ciencia, que por la existencia de Dios
 
    Según escribe allí el Santo Padre:  Por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes. Nadie puede ignorar que en los últimos años hemos sido testigos de fenómenos extremos, períodos frecuentes de calor inusual, sequía y otros quejidos de la tierra (sic, por la metáfora) que son sólo algunas expresiones palpables de una enfermedad silenciosa que nos afecta a todos. 
 

 
      Pueden leerse en su exhortación cosas de hondo calado teológico, dicho sea con la debida ironía, como esta: Si hasta ahora podíamos tener olas de calor algunas veces al año, ¿qué pasaría con un aumento de la temperatura global de 1,5 grados centígrados, del cual estamos cerca? Esas olas de calor serán mucho más frecuentes y con mayor intensidad. Si llega a superar los 2 grados, se derretirían totalmente las capas de hielo de Groenlandia y de buena parte de la Antártida, con enormes y gravísimas consecuencias para todos
 
    El párrafo más significativo, según mi punto de vista, es este en el que se despacha contra los escépticos: En los últimos años no han faltado personas que pretendieron burlarse de esta constatación. Mencionan supuestos datos científicamente sólidos, como el hecho de que el planeta siempre tuvo y tendrá períodos de enfriamiento y de calentamiento. Olvidan mencionar otro dato relevante: que lo que estamos verificando ahora es una inusual aceleración del calentamiento, con una velocidad tal que basta una sola generación —no siglos ni milenios— para constatarlo. El aumento del nivel del mar y el derretimiento de los glaciares pueden ser fácilmente percibidos por una persona a lo largo de su vida, y probablemente en pocos años muchas poblaciones deberán trasladar sus hogares a causa de estos hechos
 
 
    No menciona Bergoglio que entre esas personas, hay algunos científicos que no están de acuerdo con el relato oficial del que él se hace portavoz, como antes se hiciera apóstol de la Santísima Vacuna, que salvaba vidas y era un acto de amor. Dichos científicos si no niegan la mayor, que es el Cambio Climático, niegan el origen humano de dicho cambio, contra el dogma que establece el inquilino del Vaticano, o al menos osan ponerlo en duda. Pero Su Santidad tiene mucha fe en el Cambio Climático, y en el origen humano de dicho fenómeno.  Por eso afirma rotundamente: Ya no se puede dudar del origen humano —“antrópico”— del cambio climático. La culpa -el pecado original, diríamos- del Cambio Climático es humana -antrópica, como apostilla pedantemente. 
 
    Pero el razonamiento roza el ridículo cuando afirma en el punto 7, dentro del apartado “Resistencias y confusiones”, que las dos manifestaciones de dicho Cambio son tanto el calentamiento como el enfriamiento del planeta y critica así a los que contraponen ambos fenómenos: Para ridiculizar a quienes hablan del calentamiento global, se acude al hecho de que suelen verificarse fríos también extremos. Se olvida que éste y otros síntomas extraordinarios no son más que diversas expresiones alternativas de la misma causa: el desajuste global que provoca el calentamiento del planeta. Tanto las sequías como las inundaciones, tanto los lagos que se secan como las poblaciones arrasadas por maremotos o desbordes, tienen en definitiva el mismo origen.  
 
 
 
    Tiene que admitir que tanto el calentamiento como el frío extremo son expresiones del mismo fenómeno que es el Cambio Climático, pero previamente nos ha hablado sólo del aumento de la temperatura global de 1,5 grados y de 2 grados... 
 
    Tiene mucha fe el Santo Padre en el Cambio Climático, desde luego, una fe de carbonero a prueba de bombas, por lo que resulta que como contrapartida tiene poquísima razón.

jueves, 12 de octubre de 2023

Del engaño y el desengaño

    El Discurso Troyano subtitulado En defensa de la no conquista de Ilión (Troya ) de Dion de Prusa (40-120 de nuestra era), también llamado Dion Crisóstomo o Dion Coceyo, que de las tres formas suele apellidarse a su autor, es una refutación del relato y argumento de la doctrina común- y tradicionalmente aceptada sobre la guerra de Troya. Téngase en cuenta que los poemas de Homero, la Ilíada y la Odisea, que versan sobre dicha guerra, principalmente el primero de ellos, constituían los libros básicos de lectura y de enseñanza en todas las escuelas griegas de la antigüedad, y de hecho eran los poemas nacionales y se diría que fundacionales de la Hélade. 
 
 
    Dion, que en la mayoría de sus discursos no tiene empacho en elogiar a Homero, al que admira sobremanera, en este se despacha a gusto contra él reprochándole que haya mentido y engañado a sus lectores. No niega que haya habido guerra de Troya, pero sí que la ciudad fuera destruida por los griegos, ya que, en dicha guerra fueron los troyanos, según él, los vencedores y los griegos los vencidos que volvieron a la Hélade con el rabo entre las piernas. Niega también que Aquiles matara a Héctor, el caudillo troyano, ya que fue al revés, según él, Héctor el que mató a Aquiles, hecho que Homero enrevesó y tergiversó. 
 
     Lo que plantea Dion en general, sin llegar a negar nunca la historicidad de la guerra de Troya, es la versión oficial de que Troya  fue conquistada y destruida por los griegos, alimentada por Homero y todos los que escribieron sobre el tema siguiendo su estela, que nos engañaron presentando una ficción como una realidad. 
 
 
    Pero lo más conmovedor de este discurso, que probablemente no era más que un ejercicio escolar, no es su argumentario, sino el comienzo del exordio, que nos plantea una cuestión que no deja de estar siempre en el candelero: lo fácil que es el engaño y lo difícil que resulta como consecuencia de ello el desengaño.

    A menudo se le ha atribuido a Mark Twain sin mucho fundamento de su constancia, por otra parte, la frase siguiente: "Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados" (It's easier to fool people than to convince them that they have been fooled, en la lengua del Imperio). Sin embargo Dion de Prusa dejó escrito en griego hace muchos años algo parecido, para él lo difícil es enseñar, en el  sentido de decir algo verdadero, lo fácil engañar, subrayando, además, que no solamente nos engañan los demás, sino que también nos engañamos nosotros mismos.
 
 
    Yo tengo por cierto más o menos que es difícil enseñar a todos los hombres pero fácil engañarlos, y aprenden con trabajo, si aprenden algo, de los pocos que saben, pero enseguida son engañados por los muchos que no saben; y no sólo por los demás, sino también por ellos mismos. Pues la verdad es amarga y desagradable para los ignorantes; la mentira, en cambio, dulce y placentera. Como, según creo, también a los que sufren de la vista el ver la luz del sol les resulta insoportable, pero la oscuridad un alivio y amable, aunque no les permita ver. 
 
    (He aquí el texto original: οἶδα μὲν ἔγωγε σχεδὸν ὅτι διδάσκειν μὲν ἀνθρώπους ἅπαντας χαλεπόν ἐστιν, ἐξαπατᾶν δὲ ῥᾴδιον. καὶ μανθάνουσι μὲν μόγις, ἐάν τι καὶ μάθωσι, παρ᾿ ὀλίγων τῶν εἰδότων, ἐξαπατῶνται δὲ τάχιστα ὑπὸ πολλῶν τῶν οὐκ εἰδότων, καὶ οὐ μόνον γε ὑπὸ τῶν ἄλλων, ἀλλὰ καὶ αὐτοὶ ὑφ᾿ αὑτῶν. τὸ μὲν γὰρ ἀληθὲς πικρόν ἐστι καὶ ἀηδὲς τοῖς ἀνοήτοις, τὸ δὲ ψεῦδος γλυκὺ καὶ προσηνές. ὥσπερ οἶμαι καὶ τοῖς νοσοῦσι τὰ ὄμματα τὸ μὲν φῶς ἀνιαρὸν ὁρᾶν, τὸ δὲ σκότος ἄλυπον καὶ φίλον, οὐκ ἐῶν βλέπειν).

miércoles, 11 de octubre de 2023

Estentóreo Esténtor

    Esténtor es un personaje mitológico muy secundario que ocupa muy poco espacio en los diccionarios al uso. The Oxford Classsical Dictionnary, que tiene 1592 páginas, le dedica sólo estas líneas: a man who became proverbial from Homer's stateman that he had a 'brazen voice' equal to that of fifty other men (Il. 5. 785-6). He died after his defeat by Hermes in a shouting contest: tenía un vozarrón de bronce igual al de cincuenta hombres juntos y murió tras desafiar en un concurso de mega(lo)fonía al dios Hermes, el mensajero de los dioses, señor además del comercio y, lo que es lo mismo, el latrocinio, de la banca y del mercado. 

El grito, Edvard Munch (1893)
 
    Los dos versos que se citan de la Ilíada, a propósito del grito que profirió la diosa Hera, que toma la figura de Esténtor y se desgañita con su poderosa voz de bronce para animar a los guerreros griegos a combatir frente a Troya, son estos: Στέντορι εἰσαμένη μεγαλήτορι χαλκεοφώνῳ, / ὃς τόσον αὐδήσασχ᾽ ὅσον ἄλλοι πεντήκοντα: asemejando al gran Esténtor, de voz abronzada, / que voceaba tan fuerte como si fuera cincuenta.
 
    Un hexámetro del satírico Juvenal, dentro ya de la literatura latina, también lo menciona (XIII, 112) tu miser exclamas, ut Stentora uincere possis: Gritas tal, desgraciado, que puedes a Esténtor ganarlo
 
     Un poco más generoso, el Diccionario de Mitología Griega y Romana de Pierre Grimal, dice lo siguiente de este personaje: En la Ilíada se cita una sola vez a un Esténtor que gritaba como cincuenta hombres. Este Esténtor, cuyo nombre se ha hecho proverbial, no era conocido por los comentaristas por otras fuentes, los cuales cuentan, sin embargo, que se trata, al parecer, de un tracio que había rivalizado en un concurso de gritos con Hermes (el “heraldo” de los dioses), y una vez vencido, habría sido inmolado. 
 
 
    Esto es lo que trae, por su parte, el diccionario de la docta academia de nuestra lengua sobre el adjetivo “estentóreo”, derivado de su nombre propio: Dicho de la voz o del acento: Muy fuerte, ruidoso o retumbante
 
    Esténtor no tiene más poder que el ruido de sus decibelios. No hay detrás de su voz ningún mensaje, ningún pensamiento, ninguna razón: sólo el ruido, sólo una poderosa voz ejecutiva amplificada. Esténtor es sólo un heraldo: un medio de comunicación: un megáfono que alza la voz. Pero su papel no deja de ser muy importante, porque, como reconoce Aristóteles, en su Política: Pues ¿quién podría ser general de una multitud tan grande?, o, ¿quién será su heraldo, como no sea un Esténtor? 
 
 
     En realidad Esténtor, sugiere Aristóteles, es el heraldo de Ares, el dios de la guerra, el dios que lleva la voz cantante. Esténtor es la voz amplificada de su amo, golpea los sentidos como un gong al que reaccionamos instintivamente. Nunca da razones, sino órdenes. La reflexión y la meditación son procesos que requieren del silencio más que del ruido ensordecedor. 
 
    Escribía Paul Valéry en alguna parte que observaba una disminución preocupante, una suerte de obnubilación de nuestra sensibilidad: “Nosotros, modernos, somos muy poco sensibles. El hombre moderno tiene los sentidos embotados, soporta el ruido que se sabe, soporta olores nauseabundos, deslumbramientos violentos y demencialmente intensos o contrastados; está sometido a una trepidación perpetua; tiene necesidad de excitantes brutales, sonidos estridentes, bebidas infernales, emociones breves y bestiales.”