La exhortación apostólica de Bergoglio, es, lejos de toda pretensión teológica, un alegato en favor del pensamiento único políticamente corregido y neoliberal de índole progresista del capitalismo ecológico. La única cita bíblica que adorna la exhortación es «Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno» (Génesis 1, 31). El Cambio Climático no puede ser creación de Dios, porque entonces sería bueno, y no lo es, es obra de sus humanas e irresponsables creaturas y criaturas.
¡No podemos pensar, ante semejantes desastres naturales como padecemos -fenómenos extremos, períodos frecuentes de calor inusual, inundaciones, sequías, tornados...- en un Dios colérico y airado, a más de punitivo como era sin duda el mismísimo Yavé o Jehová, Señor de Israel y de los Ejércitos, que decretó el diluvio universal del que solo se salvó el arca de Noé, y posteriormente las diez plagas sobre Egipto para que el faraón dejara marchar a su pueblo, que era el pueblo elegido!
Pero el Papa Francisco, que ya bendijo la bondad de la vacuna de ARN mensajero contra la enfermedad del virus coronado como si fuera la Hostia consagrada y cuerpo de Cristo, y dijo que inocularse dicho suero experimental era un acto de amor, prefiere presentarse alejado del viejo Dios veterotestamentario, como su homónimo santo franciscano, patrono de la ecología y del medio ambiente al servicio del capitalismo, en esta exhortación apostólica contra la crisis climática dedicada a todas las personas de buena voluntad (sic).
Viene en ella Bergoglio a interpretrar el cántico del hermano Sol de su homónimo Francisco de Asís de alabanza al Señor por todas sus criaturas (lauderis, domine deus meus, propter omnes creaturas tuas): alabado seas, Señor Dios mío, por todas tus criaturas), e inicia su canto al hermano Sol -bendiciendo la energía solar que nos brinda- como símbolo perfecto de Dios, a la Hermana Luna y a las Estrellas, al hermano Viento, -y a través de él a la energía eólica-, a la hermana Agua y al hermano Fuego, a la madre Tierra, que es el nombre del planeta que ahora hay que salvar, evitando la mención de la emsión de las energías fósiles cuyo abandono predica, y finalmente a nuestra hermana Muerte, de la que ningún ser vivo puede escapar, y que se presenta de distinta manera para los que mueren en pecado mortal -¡ay de ellos!- y para los que en la hora de su muerte se encuentran a sí mismos conformes con la santísima voluntad divina, porque a ellos una segunda muerte no podrá perjudicarles.
El pontificado de Bergoglio se muestra así cerrado a la trascendencia, horro del espíritu y entregado a la inmanencia y a los poderes de este mundo, olvidando el mensaje de Jesús ("Mi Reino no es de este mundo"). Sus postulados coinciden con el pensamiento único políticamente correcto o corregido del proyecto de globalización neoliberal capitalista.
El pecado original es la contaminación del planeta de la que somos responsables y nuestra tarea religiosa es su salvación para entregárselo a las futuras generaciones. Los herejes de esta nueva iglesia liberal y progresista son los negacionistas del cambio climático y los escépticos, que deberían ir al infierno de cabeza a visitar a Satanás.
Gracias a Bergoglio, el pensamiento único políticamente correcto se convierte en pensamiento único teológicamente correcto. La culpa es del hombre. Podría tratarse de un castigo divino pero eso conllevaría afirmar la existencia de un Dios todopoderoso, que quizá no es bueno.
Las últimas palabras de la exhortación son bastante confusas. Dicen: «Alaben a Dios» es el nombre de esta carta. Porque un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo." Y habría que añadir, no sólo para sí mismo, sino también para todos sus congéneres. Un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios, es decir, que se presenta como el vicario de Cristo, el que hace las veces de la divinidad, en la Tierra, el nuncio apostólico, es el peligro público mayor.