domingo, 17 de octubre de 2021
Últimas noticias
sábado, 16 de octubre de 2021
No hay Dios ni dioses que valgan
οὐκ εἰσίν, οὐκ εἴσ’, εἴ τις ἀνθρώπων θέλει
μὴ τῷ παλαιῷ μῶρος ὢν χρῆσθαι λόγῳ.
Hay quien opina que Eurípides no era ateo, y que hizo que su personaje, Belerofonte, fuera castigado precisamente por su proclamación de ateísmo con su trágico final. Sin embargo, Eurípides era considerado un sindiós por sus conciudadanos, por ejemplo por Aristófanes, que lo critica y se burla de él en alguna comedia por enseñar a la juventud que no había dioses.
El razonamiento de Belerofonte es bastante claro: no hay dioses en el cielo, no los hay, lo repite dos veces por si alguien no se ha enterado, a no ser que uno quiera creer, aunque ni siquiera dice "creer", un verbo muy cristiano que no se había inventado todavía con el sentido de "tener fe", sino dar crédito o prestar atención (χρῆσθαι chréesthai) como un estúpido (μῶρος móoros), en lo que hemos traducido como "trasnochados cuentos" (παλαιῷ λόγῳ palaióoi lógooi, literalmente una doctrina o enseñanza o razonamiento antiguos), es decir, en cuentos de viejas como aquel otro de que viene el coco.
viernes, 15 de octubre de 2021
Decir amén a todo
Los musulmanes, al igual que los judíos y los cristianos, concluyen sus oraciones con la misma fórmula litúrgica: amén. Las tres grandes religiones monoteístas coinciden en el empleo de esta vieja palabra de origen hebrea o arameo אמן.
Su origen, pues, remonta al judaísmo, de donde se extendió al cristianismo, que en su origen era una secta judía -una religión no es más que una secta que ha triunfado- y de ahí al islam (en árabe آمين āmīn). La palabra en cualquiera de sus tres versiones -judía, cristiana, islámica- sirve para reafirmar la fe del creyente en un solo dios, una divinidad monoteísta todopoderosa.
En lenguaje coloquial español, “decir amén a todo” significa decir que sí a todo, es una forma de expresar el conformismo con la realidad el que expresan las tres grandes iglesias. El espíritu religioso, sin embargo, es inconformista con la realidad.
Rafael Sánchez Ferlosio en su ensayo “O Religión o Historia” (1984) define la religiosidad “como rechazo del principio de realidad por criterio pertinente para determinar el bien y el mal del mundo” y por lo tanto como negación también de la legitimación histórica que determina identidades étnicas o nacionales.
En el evangelio cristiano se expresa la consigna “niégate a ti mismo”, profundamente religiosa, a la que, sin embargo, la vuelve boca abajo la moral de identidad, diciendo “afírmate a ti mismo”, junto con toda la familia de expresiones de la moderna jerga psicológica de la “autorrealización”.
La religiosidad para don Rafael sería, por lo tanto, todo lo
contrario de decir precisamente amén a todo, sería, más bien esa
obstinación del espíritu contra el mundo dado con su impío
principio del “así es, así ha sido y así será por siempre”. Cita Ferlosio en el mencionado ensayo unos viejos versos castellanos ("Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios protege a los malos / cuando son más que los buenos") donde los buenos son los derrotados, que tienen la fuerza de la razón, y los malos los vencedores, que tienen la razón de la fuerza y la benevolencia de Dios, que se asocia siempre al triunfo y la victoria. Ponen estos versos de relieve, igual que el hexámetro de Lucano Victrix causa deis placuit, sed uicta Catoni ("Plugo a los dioses razón vencedora, a Catón la vencida") cómo el fundamento del Estado, que es la victoria como razón jurídica, es profundamente antirreligioso.
jueves, 14 de octubre de 2021
Cuestión de vida o muerte
miércoles, 13 de octubre de 2021
Por soleares
A la puerta del presidio, / un cartel de "Entrada libre", / harto significativo.
Hartémonos a vivir, / no nos atrape la Parca / en ayunas del festín.
Por la calle, grita un loco, / llamando a todas las puertas: / "¡Dejadme salir! ¡Socorro!".
Somos, vida mía, reyes / de una antigua dinastía / de un país inexistente.
"Vislumbro seres humanos, / no humanidad". Dijo Diógenes, / con el candil en la mano.
Sin esposas en las manos, / sin grilletes en los pies, /
¿cómo estoy encadenado?
Aunque parezca mentira, / el futuro era mejor / antes, cuando no existía.
La paz social es la guerra / de una baja intensidad, / pero guerra a fin de cuentas.
De la caja de Pandora / salieron todos los males: / las ideas de las cosas.
El presente no es lo que es / ni el pasado es lo que era / y el futuro... ¿qué va a ser?
Cuando se funde la nieve / ¿a dónde va su blancura?; / ¿por qué ya no resplandece?
La realidad, mi vida, / es una falsa moneda; / no seas tan realista.
La ciudad no es una jungla, / es un parque zoológico, / que es metáfora más justa.
La identidad personal, / un fetiche narcisista, / igual que la nacional.
La identidad nacional / es una pura quimera, / igual que la personal.
No descendemos del mono, / sino más bien del borrego, / pobrecitos de nosotros.
Las cosas que poseemos, / dueños que somos del aire, / nos acaban poseyendo.
Poder elegir un amo, / no es ninguna libertad / que te haga
menos esclavo.
Si tú eres tú y yo soy yo, / ¿quién está más engañado / entre tú y yo de los dos?
Imágenes, escondeos; / matáis la imaginación, / a fuerza de tanto veros.
Trabaja para comprar / un auto para poder / ir a diario a trabajar.
martes, 12 de octubre de 2021
Hamburguesa y paquete de condones a cambio
lunes, 11 de octubre de 2021
Añoranza de la paz del campo sin compraventa
En la comedia de Aristófanes Los Acarnienses o Los carboneros Diceópolis, nombre parlante del protagonista, es decir nombre común ascendido a la categoría de Nombre Propio, que podemos traducir, por Buenciudadano o Buenvecino, como hace Agustín García Calvo en su versión, se dirige al público en el monólogo del exordio desolado porque es el primero en llegar a la Asamblea donde se va a tratar el tema de la guerra que asola la ciudad y no hay nadie todavía. Maldice la ciudad y añora su pueblo acaba de llegar evocando la Edad de Oro primigenia, típica de su pueblo de Acarna, el más vasto de los municipios de la región griega del Ática, del que ha tenido que salir huyendo para refugiarse entre los muros de la ciudad. No hay nadie en la Asamblea, pero no dejan de oírse los gritos de los mercaderes del ágora de Atenas que instan a los viandantes a comprar, comprar y comprar. Echa de menos el silencio de Acarna, donde el aprovisionamiento de los bienes de consumo no estaba subordinado a las reglas de compraventa del mercado, y añora un mundo mejor, libre de la guerra y del tráfago comercial. Son los versos 28-36, que Agustín García Calvo traduce así en su versión rítmica:
Oh país, país.
Y yo el primero siempre a la Asamblea vengo
del pueblo, aquí me siento, y viéndome aquí solo,
suspiro, me desperezo, bostezo, pedorreo,
en la arena escribo, arranco pelos, echo cuentas,
mirando allá hacia el campo, en amores de la paz,
en odio de la ciudad, añorando aquel mi pueblo,
que nunca oyó pregón de “¡Compren el carbón!”
ni “Aceite” ni “Vinagre”, ni de comprar sabía,
sino que él de todo daba, y ¡fuera intermediarios!
He aquí el texto original en griego antiguo, sobre el que destaco en negrita algunas palabras que son importantes por su trascendencia etimológica, es decir, porque seguimos usándolas todavía en las lenguas modernas formando parte de muchas de nuestras palabras derivadas de ellas, y seguimos hablando griego sin ser conscientes de ello:
ὦ πόλις πόλις.
ἐγὼ
δ᾽ ἀεὶ πρώτιστος εἰς ἐκκλησίαν
νοστῶν κάθημαι· κᾆτ᾽ ἐπειδὰν ὦ μόνος,
στένω κέχηνα σκορδινῶμαι πέρδομαι,
ἀπορῶ γράφω παρατίλλομαι λογίζομαι,
ἀποβλέπων ἐς τὸν ἀγρὸν εἰρήνης ἐρῶν,
στυγῶν μὲν ἄστυ τὸν δ᾽ ἐμὸν δῆμον ποθῶν,
ὃς οὐδεπώποτ᾽ εἶπεν, ἄνθρακας πρίω,
οὐκ ὄξος οὐκ ἔλαιον, οὐδ᾽ ᾔδει ‘πρίω,’
ἀλλ᾽ αὐτὸς ἔφερε πάντα χὠ πρίων ἀπῆν.
En la traducción en prosa del llorado Luis Gil Fernández, recientemente fallecido, resuenan así los mismos versos: ¡Oh ciudad! ¡Oh ciudad! Yo, sin embargo, llego siempre antes que nadie a la asamblea y me siento. Luego, aburrido de estar solo, suspiro, bostezo, me estiro, me peo, no sé qué hacer, dibujo en el suelo, me arranco pelos, hago mis cuentas, con la mirada puesta en mi tierra, deseoso de paz, aborreciendo la ciudad, añorando mi pueblo, que jamás pregonó “compra carbones”, ni “compra vinagre, ni “compra aceite”, y ni siquiera conocía eso de “compra”, pues por sí mismo producía de todo y no había allí quien te aserrara el oído diciendo “compra”.
Encontramos en el texto que Aristófanes pone en boca del bueno de Diceópolis la doble dicotomía de la ciudad y el campo por un lado, y por el otro de la guerra y la paz: las primeras víctimas de la guerra fueron los ciudadanos forzados a abandonar sus tierras y a establecerse dentro de los muros de la ciudad. Diceópolis es un representante de estos campesinos urbanizados por causa de la guerra, lo que explica su añoranza del campo y de la paz. La idea de la conquista de la paz y del regreso al bienamado y añorado campo está aquí enfatizada por la alusión mítica a la Edad de Oro, en la que la tierra producía de suyo todos los bienes para la humanidad y no existía el trabajo, como la evocó Hesíodo en su obra Trabajos y Días cuando los hombres vivían igual que los dioses, sin preocupaciones, libres de esfuerzos y trabajos, y la tierra les ofrecía todos sus frutos sin tasa de balde.
domingo, 10 de octubre de 2021
Catecismo y virus
Saco aquí a colación unos dibujos del artista Francisco Javier Velasco (Oviedo 1973), alias Fano. Fano se define a sí mismo no como un dibujante cristiano sino como un cristiano que dibuja. También dice que el dibujo le permite hacer visible lo invisible, y a eso se dedica este profesor de Religión que daba clases en un colegio de un barrio marginal de Málaga, llamado María de la O, del que ahora es director, con una población semianalfabeta, donde necesitaba dibujar para transmitir de esta manera las enseñanzas evangélicas a sus catecúmenos.
No olvidemos que la
catequesis, que es la enseñanza del catecismo, es pedagogía. Y eso
es lo que nos enseñan los dibujos de Fano, una pedagogía en primer lugar al servicio de la iglesia católica, apostólica y romana, y en segundo y no menos importante lugar, como veremos, una pedagogía al servicio de la dictadura sanitaria que impone a todos los niños y adolescentes unas medidas profilácticas sin ningún fundamento racional, como el uso de la mascarilla quirúrgica, que no impide el contagio y que se ha convertido en un símbolo de sumisión, el lavado compulsivo de manos y la distancia con los otros niños.
Analicemos alguno de sus dibujos, como este de
resonancias bíblicas veterotestamentarias, en el que un Moisés sanitario conduce a
niños y ancianos abriéndose paso después de haber hecho que se retiren las aguas del Mar Rojo
para que el pueblo elegido pueda huir de Egipto, que es la peste, y
dirigirse a la tierra prometida, que es la Nueva Normalidad, ilustración en la que aparecen ya
las mascarillas y los guantes. Sólo le ha faltado un optimista: "Todo va a salir bien".
O este otro dibujo, dedicado a un colegio religioso, donde se representan las omnipresentes mascarillas quirúrgicas, la distancia de seguridad de 2 metros, y el Espíritu Santo en forma de blanca paloma con un gel desinfectante para que los niños se laven las manos como Poncio Pilatos. Una mascarilla gigante enarbolada por un clérigo y por la Virgen María como si fuera un paraguas protege a todos del chaparrón vírico.
Tres personajes con mascarillas los tres. ¿Quiénes son? ¿Son niños y adolescentes? Eso parece a primera vista. Pero no, los personajes no son niños, pese a sus rasgos infantiloides. Sólo hay un niño, que es la figura central, y es, no puede ser otro, el Niño Jesús, porque estamos ante la Sagrada Familia: a la izquierda san José barbudo, en el centro el Niño, y a la derecha la Virgen María, que tiene en sus manos el agua bendita para que el Niño se lave las manos. Una paloma blanca, que representa, supongo, al Espíritu Santo sostiene una cinta métrica que delimita la distancia de seguridad que hay que guardar de un metro y medio para evitar el contagio personal. Se ha reducido en medio metro la distancia de la imagen anterior, que predicaba los dos metros. Al fondo se ve la Iglesia con su campanario y su cruz, todo ello orlado por unas misteriosas flechas rojas de derecha a izquierda, donde se convierten en verdes hasta señalar la puerta del templo, lo que parece que quiere decir que sin esas medidas (mascarilla, gel hidroalcohólico y distancia de seguridad) no se puede entrar a la casa de Dios.
La Iglesia que fue la madre nodriza espiritual de la humanidad durante la Edad Media, la Alma Mater antes que la Universidad ostentara este título, ha renunciado a muchas de sus enseñanzas durante la pandemiocracia. Los templos estuvieron cerrados a cal y canto. Dejaron de sonar las campanas y de celebrarse misas presenciales. Cuando se reabrieron, los feligreses debían sentarse separados, y dejaron de darse fraternalmente la paz unos a otros como hacían antes durante la ceremonia.
Hay que recordar que en otras épocas pasadas no se cerraron los templos. Los sacerdotes sacaban a los santos en procesión para rogarles el cese de la peste. Y los papas no hacían propaganda de la industria farmacéutica, como ha llegado a hacer Su Santidad el Papa actual, bendiciendo, como si de la mismísima hostia consagrada se tratara, la vacuna a la que se refirió como “un acto de amor”, un amor a los demás, y a uno mismo, con un oximoro flagrante: un amor altruista que a la vez es egoísta, y viceversa. ¿Cómo se entiende eso?
¿Quién se imagina a san Francisco de Asís en lugar de abrazar y besar a los leprosos manteniéndose alejado de ellos para no contagiarse? ¿Se imagina alguien a Jesucristo lavándoles los pies a sus discípulos con guantes antivirales y mascarilla?
Me quedo, sin embargo, con esta imagen de Fano que puede decir más de lo que parece a simple vista que pretende. Ignoro si es anterior a la pandemiocracia o no, pero representa a un Cristo crucificado a modo de paciente doliente en una cama de hospital, probablemente en una Unidad de Cuidados Intensivos, que puede evocar más que a una víctima del virus coronado, a una de la yatrogenia.
sábado, 9 de octubre de 2021
"¡Que arda Troya!"
"¡Que arda Troya!" Dijo Príamo el rey de Troya cuando recuperó, rebosante de gozo inesperado, a su hijo Paris al cabo de los años convertido en un buen mozo como el discóbolo de Mirón. Lo había abandonado cuando nació porque una profecía pronosticó que el recién nacido sería la causa de la destrucción de la ciudad.
Más que una profecía fue un sueño, y más que un sueño una pesadilla de su mujer, la reina Hécuba, que soñó que paría un tizón ardiente. Preguntado el intérprete de sueños por el significado metafórico de dicha pesadilla, dijo que el vástago que la reina engendraba en su seno iba a ser la causa directa de la destrucción de Troya, que perecería víctima del fuego.
Vista de Troya en llamas, J. G. Trautmann (1713–1769)
Nada se sabía todavía del virus informático ese que iba a causar un gran estrago en muchos sistemas operativos, que llaman el Troyano, en conmemoración del caballo de madera que, hueco por dentro, hizo llenar de soldados griegos Odiseo.
Mejor dicho, sólo alguien barruntaba algo. Era Casandra,
un personaje trágico y a la vez libre, de la que se ha dicho que estaba condenada a decir la verdad y a
que nadie, sin embargo, creyera en ella, pero lo único que ella sabía decir era "no" para denunciar la falsedad
de la realidad, que está entretejida de apariencias. Por eso se opuso a meter el funesto
caballo de madera en Troya, que no era lo que parecía.
Hay una máxima muy buena de Nicolas de Chamfort (1741-1794), que dice así: Casi todos los hombres son esclavos por la misma razón que los espartanos daban de la servidumbre de los persas: por falta de saber pronunciar la sílaba “no”. Saber pronunciar esta palabra y saber vivir solo son los dos únicos medios de conservar su libertad y su carácter.
Sin embargo, los troyanos no le hicieron ningún caso a la loca de Casandra. Y así les fue. El virus estaba inoculado.
¡Que arda Troya! Decimos ahora nosotros igual que Príamo. Y no nos duelen prendas, conscientes como
somos de que nosotros en cuanto seres reales y por lo tanto falsos
vamos a arder también con ella. ¡Que arda la realidad toda víctima
de las llamas de nuestro cóctel incendiario que lanzamos contra
ella, unas llamaradas capaces de devorar lo más abstracto, lo que,
intangible, se muestra difuso y difícil de identificar y de
combatir, las ideas que la constituyen y que como férreas columnas
la sostienen, y que no podrían hacerlo sin la fe inquebrantable que
nosotros depositamos en ellas!
viernes, 8 de octubre de 2021
El Nenuco está malito
El año pasado por estas fechas salieron algunas muñecas al mercado, las famosas Barbies entre otras, si no recuerdo mal, que llevaban mascarillas de diversos diseños y colores, para que las niñas fueran acostumbrándose a esta nueva prenda de su vestuario que la dictadura sanitaria que padecemos nos había impuesto como lo más natural del mundo de la noche a la mañana. No dejaba de ser un método de adoctrinamiento sutil para las futuras generaciones que, desde muy pequeñas, se iban así acostumbrando a estos ridículos embozos que sólo sirven para taparnos la boca.
Habrá a quienes les parezcan educativos y responsables estos juguetes políticamente correctos, sobre todo si a las Barbies enmascarilladas les acompañan los Kens, sus novios, igualmente enmascarillados, cosa que ignoro, porque a fin de cuentas lo que se considera bueno de las obligaciones no es que sean constricciones que nos fuerzan a hacer algo que no queremos, sino que no discriminen por razón de sexo a nadie.
Recuerdo -porque uno tiene su particular memoria histórica- cómo algunas feministas abogaban por la imposición del servicio militar obligatorio, la vieja mili, también a las féminas, porque era discriminatorio que estuvieran excluidas de ella, en vez de oponerse sin más a la conscripción obligatoria de los mozos y luchar por la desaparición del alistamiento militar y del Ejército. Lo único “bueno” del embozo, en este caso, es la igualdad de su imposición sexual a todo titirimundi, no como el nicab islámico, que sólo lo llevan las mujeres.
Pues tienen algo de razón los que piensan que estas muñecas son educativas. Son educativas en el sentido de adoctrinamiento que tiene hoy la palabra educación. A los niños y a las niñas, ojo, se los forma hoy precisamente como soldados, desde que desapareció el servicio militar obligatorio y se sustituyó por la educación secundaria igualmente obligatoria, con una duración más larga que la antigua mili y sin discriminación sexual, y desde que los colegios e institutos dejaron de ser lugares de enseñanza para convertirse en focos de ideologización, adoctrinamiento e imposición de lo que llaman protocolos. Este adiestramiento de los pequeños, aunque siempre lo hubo, ya es declaradamente descarado.
En España, según datos oficiales, han muerto "oficialmente" de covid-19, sin entrar en si ha sido 'de' coronavirus o 'con' coronavirus, que eso es otro cantar, desde marzo del año pasado hasta ahora, es decir, durante la pandemia, a lo largo ya de dieciocho meses, 36 niños y adolescentes menores de edad. Se pretende ahora inocular a algo más de nueve millones de españolitos que hay en esa franja de edad cuando el riesgo que corren de contraer la enfermedad -si la contraen es en forma tan leve que ni se enteran, como el muñeco de Nenuco- y de morir a consecuencia de ella es prácticamente nulo, y cuando se sabe que no son contagiosos y se sabe, además, porque ya hay bastantes estudios científicos que lo corroboran, que la vacuna no evita el contagio y que los efectos adversos o daños colaterales que están produciendo las inoculaciones en toda la población a corto plazo -no sabemos a medio y largo- son bastante ya preocupantes.
No sé si debería, en fin, preocuparnos más la mente retorcida que ideó este anuncio de pésimo y repugnante gusto o los enfermos mentales que puedan llegar a adquirirlo, que no dejará de haber algunos, para que Papá Noel o los Reyes Magos se lo regalen a sus vástagos.