Los musulmanes, al igual que los judíos y los cristianos, concluyen sus oraciones con la misma fórmula litúrgica: amén. Las tres grandes religiones monoteístas coinciden en el empleo de esta vieja palabra de origen hebrea o arameo אמן.
Su origen, pues, remonta al judaísmo, de donde se extendió al cristianismo, que en su origen era una secta judía -una religión no es más que una secta que ha triunfado- y de ahí al islam (en árabe آمين āmīn). La palabra en cualquiera de sus tres versiones -judía, cristiana, islámica- sirve para reafirmar la fe del creyente en un solo dios, una divinidad monoteísta todopoderosa.
En lenguaje coloquial español, “decir amén a todo” significa decir que sí a todo, es una forma de expresar el conformismo con la realidad el que expresan las tres grandes iglesias. El espíritu religioso, sin embargo, es inconformista con la realidad.
Rafael Sánchez Ferlosio en su ensayo “O Religión o Historia” (1984) define la religiosidad “como rechazo del principio de realidad por criterio pertinente para determinar el bien y el mal del mundo” y por lo tanto como negación también de la legitimación histórica que determina identidades étnicas o nacionales.
En el evangelio cristiano se expresa la consigna “niégate a ti mismo”, profundamente religiosa, a la que, sin embargo, la vuelve boca abajo la moral de identidad, diciendo “afírmate a ti mismo”, junto con toda la familia de expresiones de la moderna jerga psicológica de la “autorrealización”.
La religiosidad para don Rafael sería, por lo tanto, todo lo
contrario de decir precisamente amén a todo, sería, más bien esa
obstinación del espíritu contra el mundo dado con su impío
principio del “así es, así ha sido y así será por siempre”. Cita Ferlosio en el mencionado ensayo unos viejos versos castellanos ("Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios protege a los malos / cuando son más que los buenos") donde los buenos son los derrotados, que tienen la fuerza de la razón, y los malos los vencedores, que tienen la razón de la fuerza y la benevolencia de Dios, que se asocia siempre al triunfo y la victoria. Ponen estos versos de relieve, igual que el hexámetro de Lucano Victrix causa deis placuit, sed uicta Catoni ("Plugo a los dioses razón vencedora, a Catón la vencida") cómo el fundamento del Estado, que es la victoria como razón jurídica, es profundamente antirreligioso.