lunes, 27 de febrero de 2023

6 + 4 = 10 leopardos

-¿Para cuándo y en qué condiciones están esos tanques? -Le pregunta la entrevistadora al presidente del gobierno español en Kiev, la capital de Ucrania.

-Ahora mismo, responde el susodicho, se están actualizando (sic) seis de ellos (cinco más uno), con lo cual estaríamos proveyendo seis tanques 'leopard' para lo que se llama una sección. Esto es muy importante para el ejército ucraniano. Nos han pedido un esfuerzo adicional. España lo va a dar. Vamos a tratar de que sean efectivamente diez tanques 'leopard' y, además, estamos formando ahora mismo en torno a cincuenta y cinco soldados ucranianos en el manejo de estos 'leopard' y efectivamente tendremos que formar a otros tantos para los otros cuatro.


    Diez tanques leopard es la contribución solidaria y humanitaria de España a la paz, es decir, a la guerra de Ucrania. El envío de armamento pesado a Ucrania, actualmente los leopardos, pero también se deja abierta la posibilidad de mandar en el futuro cazas de combate y misiles de largo alcance, porque, según nuestro presidente, «vamos de la mano de las demás naciones (de la Alianza Atlántica)» dispara, nunca mejor dicho, la escalada bélica del conflicto, que cumple por estas fechas su primer año de andadura, una guerra retransmitida por televisión y todos los medios que, como dicen los comentaristas, no puede ganar Ucrania y no puede perder Rusia, y que quien gana, en todo caso, es la industria armamentística, igual que después de dos años de emergencia sanitaria pandémica fue la industria farmacéutica la ganadora.
 
     Con el nombre de leopards que dan a los diez que va a enviar el gobierno español, que no España, no engañan a nadie. El carácter ofensivo, que no defensivo, de estos vehículos acorazados está fuera de toda duda: el leopardo es un depredador, además del animal más rápido del mundo, que puede alcanzar, aunque no mantener durante mucho tiempo, la velocidad máxima admitida en una autovía española, o sea, los 120 kilómetros por hora. El nombre procede del griego λεόπαρδος leópardos, vía latina leopardus, y es un compuesto en la lengua de Homero de λέων léon (o sea, león) y πάρδος párdos, (o sea, pantera).

    Llamo la atención sobre el uso generalizado que se viene haciendo desde hace un siglo de la palabra «tanque» para denominar a estos carros de combate, blindados y acorazados, que es como propiamente deberían designarse. La palabra «tanque» está relacionada con «estanque» y con el verbo «estancar»    con el significado de «parar una corriente de agua». El inglés tank, que en principio significaba «piscina, cubo, balde» acabó modernamente, adquiriendo, como dice Corominas, «la internacionalización bélica que todos conocemos». 

    Resulta curioso cómo en la moderna lengua de Chéspir, tank significa, además de depósito, tanque (o sea carro de combate), e incluso chirona, es decir, cárcel. Significativo es el verbo to tank up que tanto significa llenar el depósito o tanque de gasolina, es decir, repostar, como también emborracharse en un uso metafórico. Pero tenemos también en la lengua del Imperio el famoso think tank, que sería un depósito de pensadores, un grupo de expertos, o, si se prefiere, un 'laboratorio de ideas', o, traducido más literalmente, un 'tanque de pensamiento', expresión que sugiere la existencia de un pensamiento estancado, propio de una mentalidad esclerótica, cuando lo propio de la razón es desembarazarse de ideas y dejar que el pensamiento fluya como los ríos y no se estanque y empantane.

Del artista palestino Mamoum Al Shayeb
 

    Pero lo que nos interesa es cómo a un carro de combate se le ha denominado con una palabra que en principio significaba «depósito de líquido elemento». La razón no es una metáfora eufemística, sino un engaño. Cuando comenzaron a construirse los primeros carros de combate antes de la Primera Guerra Mundial en Inglaterra, no se dijo que eran tales artilugios, sino que eran depósitos de agua para el frente, es decir, «tanques», lo cual era evidentemente mentira, pero disimulaba la función que iban a tener los siniestros artefactos que podría haber ocasionado la protesta de los bienintencionados trabajadores encargados de construir estas armas de combate. El nombre de tanque, tank en inglés, apareció en las fábricas británicas: se engañó a los trabajadores para mantener el secreto militar diciéndoles que estaban construyendo depósitos de agua móviles para el ejército, cuando estaban produciendo un vehículo de combate.

    Según leo en The Patterns of War since the Eighteenth Century (1994) de Larry H. Addington​: "Con el fin de proteger el secreto, los primeros "barcos terrestres" (landships) se cubrían con lonas cuando se movían en plataformas entre la fábrica y el campo de pruebas, marcadas sus cubiertas como "Tanque de agua" (water tank) para engañar a los espías enemigos. El apodo (nickname) de "tanque" se mantuvo incluso después de que el "barco o nave terrestre" entrara en acción en septiembre de 1916". (pág. 156, op. cit.)

 

 

Primer leopard 2 enviado por Canadá a Ucrania.
     

domingo, 26 de febrero de 2023

El papel de la prensa (y 3)

   ¿Cómo es posible que estas muertes reales no preocupen, pero las anteriores, que eran hipotéticas y sobre todo futuras, le quitaran el aliento a todo el mundo? Todo depende del papel jugado por la prensa, y con este término me refiero, en sentido amplio, a los medios de (in)formación de masas de ciudadanos, tanto escritos como audiovisuales, analógicos y digitales. 

    "Aquello de lo que no se habla no existe". Este dicho lo tienen muy en cuenta los medios de (in)formación de masas: cuando quieren distraernos de algo nos hablan de otra cosa, conjuran una serpiente de verano, se inventan una pandemia, por ejemplo, le dan carta blanca de naturaleza, y de esa manera hacen que desaparezca otra cosa, silenciándola, ocultándola, porque aquello de lo que no se habla no existe, aunque no deja de haberlo. Como las meigas que son las brujas en Galicia: no existirán, pero haberlas haylas.

    Ella, que fue considerada el cuarto poder (del Estado), puede hacer que exista algo que no existía o que adquiera relevancia algo que no la tenía hablando constantemente de ello y dándole así cobertura mediática, como dicen ahora, y puede, asimismo, hacer que no exista algo que hay, y mucho, no hablando de ello, o quitándole importancia en el improbable caso de abordarlo. 

    La prensa tiene el poder de configurar lo que se llama la opinión pública, que no es la opinión que la gente tenga, porque la gente como tal no tiene opinión, que es algo privado e individual, sino la que se le impone a fin de que la tenga.


     Este papel que juega la prensa lo vemos también en el caso de los feminicidios que se producen en nuestro país: son asesinatos de mujeres a manos de hombres, y son, desde luego, intolerables, pero no porque sus víctimas sean mujeres, sino porque son asesinatos. Los políticos convierten su existencia en un problema que hay que resolver. Los medios se hacen eco enseguida de ellos y podemos leer, por ejemplo, que en España se han detectado en lo que va de año hasta la fecha 14 asesinatos de mujeres. A todos nos gustaría que no se produjera ninguno, el feminicidio cero, o mejor dicho, el asesinato cero, pero la naturaleza humana es bastante cainita desde que Caín mató a Abel o desde que Rómulo a Remo. 

    Sin duda es un dato preocupante, y no quiero minimizar su importancia, pero cuantitativamente hay otro fenómeno al que la prensa no suele prestar atención, que es mucho más llamativo numéricamente: cada día, es decir, cada veinticuatro horas se producen en este país más de diez suicidios, y no nos saltan las alarmas: no es noticia.

 

sábado, 25 de febrero de 2023

El papel de la prensa (2)

   Un protocolo aplicado en algunas residencias de mayores recomendaba la suministración de dos medicamentos, morfina y midazolam, a los enfermos que padecían insuficiencia respiratoria, unos fármacos que jamás deben usarse en pacientes que pueden respirar por sí mismos aunque les falte un poco el aire, porque lo que hacen es dificultar aún más su respiración. Estos medicamentos agravaron su problemática y condujeron a muchos a la sedación paliativa y a la muerte. 

 

    Estos ancianos no murieron bajo los efectos de un virus presuntamente asesino, sino de los protocolos impuestos desde arriba por un supuesto comité anónimo de esperpénticos expertos. Afortunadamente, estos protocolos fueron ignorados en la mayoría de los geriátricos españoles. De los dos millones de ancianos, en efecto, que había en dichos establecimientos cuando comenzó la psicosis de histeria colectiva virocoronal, murieron durante aquella primera ola “solo” treinta mil. Pero algunas, si no muchas, de esas muertes podían haberse evitado si no se hubieran aoplicado los protocolos, es decir, las órdenes de arriba.

    La consigna de salvar vidas a toda costa condujo a la inmolación de muchas que podían haberse salvado. Las muertes de los protocolos contra el virus pasaron a contabilizarse como muertes debidas al virus asesino, con lo cual crecía la alarma. 

    Sin embargo, ahora que están muriendo, según las estadísticas oficiales, más personas que entonces, los medios callan vergonzosamente. Este exceso de mortalidad que estamos padeciendo en casi todos los países occidentales con altos niveles de inoculación anticoronaviral no es noticia porque no  interesa ni política- ni económicamente. Por eso los medios callan. Los esperpénticos expertos, negacionistas ellos, no dicen nada, están estudiando el problema sin alcanzar un consenso científico de una realidad que ya no pueden negar.

    Si los políticos o los medios de (in)formación afines abordan el problema, atribuyen el exceso de muertes a cualquier causa, es decir, a cualquier cosa, no en vano nuestra palabra patrimonial "cosa" procede del cultismo latino "causa". Achacan las muertes al calor, al frío, a la falta de ejercicio y la vida sedentaria, o al exceso de ejercicio, en el caso de los deportistas profesionales que fallecen súbitamente en competiciones o entrenamientos y no llegan a ingresar  en los hospitales... El problema de esta sobremortalidad que estamos experimentando ahora es precisamente que el exitus (letalis) no llega a registrarse en los hospitales, sino en todo caso en las funerarias, que no dan abasto, porque suelen ser muertes repentinas, súbitas, de personas que no estaban enfermas pero caen fulminadas súbitamente por el rayo.  


viernes, 24 de febrero de 2023

El papel de la prensa (1)

    Cuando comenzó la psicosis colectiva de la pandemia, pronto hará tres años de ello si tomamos como punto de referencia la declaración de la OMS del 11 de marzo de 2020 (previamente, el 30 de enero se había ido preparando el terreno al declarar que la epidemia era una “emergencia de salud pública de preocupación internacional”), casi todo el mundo vivía pendiente de la televisión y de interné a través de los ordenadores, móviles y tabletas, y veía con pánico el número creciente de muertos que los medios reportaban a todas horas del día y de la noche, presentándonos los datos y las imágenes fúnebres en cruda bandeja para infundirnos un pánico cerval.


     Ahora, tres años después, sabemos que, como dice la pintada popular sevillana "emosido engañado(s)" convertida en un neón artístico en la feria de Arte Contemporáneo por algún avispado artisto,  esas muertes eran al menos en algunos países las que estadísticamente cabía esperar por esas fechas como consecuencia de la gripe estacional, ni más ni menos, que, como todos los años, colapsaba los servicios de urgencias de los hospitales con pacientes con problemas respiratorios, y que ese año desapareció misteriosamente como por arte de magia. No hubo el exceso de mortalidad que se había pronosticado, pero sí hubo, sin embargo, un exceso de información, una inflación informativa -lo que luego se ha denominado infodemia, una epidemia o mejor pandemia brutal informativa. 
 
Pintada original de una pared sevillana.
 

    Al declararse falsamente una emergencia sanitaria, había que hacer algo a toda costa, a costa de lo que fuera, y fue a costa de la salud física y psíquica de la ciudadanía: en nombre de la Sanidad nos arruinaron la salud. Hubo muchas muertes que podían haberse evitado de no haberse declarado dicha crisis sanitaria que hizo que cundiera el pánico y que se implementaran unos protocolos irracionales que llevaron a encerrar a la gente sana en sus domicilios, algo nunca visto, a imponer el uso de mascarillas que luego se desechan como si fueran basura normal, cuando se supone que estaban atiborradas de virus tóxicos, a guardar una ridícula distancia social que nos aislaba físicamente de los demás, a someterse a una terapia génica experimental llamada torticeramente 'vacuna', y a unos protocolos, por si fuera poco, que en las residencias de ancianos donde se cumplieron a rajatabla se llevaron por delante al otro barrio a muchos abueletes.

    Se sabe que en las residencias de mayores españolas murieron casi 30.000 ancianos durante la primera ola de la pandemia, en la primavera del año 2020, por causa de la pandemia virocoronal, se dijo, pero en verdad porque no fueron derivados a los hospitales donde podían haber sido tratados, y donde, pese a lo que se dijo, había camas libres para ingresarlos. La cifra de fallecidos hubiera sido muchísimo menor de haberlo hecho y de no haber sido abandonados los mayores en los geriátricos sin poder recibir ni siquiera el consuelo de la visita de sus seres queridos y allegados. 

Lo que echan por la tele y las redes
 

    En los geriátricos donde supuestamente entró el coronavirus, los mayores recibieron un trato inhumano no solo por los protocolos, sino también por el miedo infundido, que al final mata tanto o más que el propio virus. 

    Habrá que recordar a este respecto lo que se cuenta que le dijo el Cólera a la Viruela cuando se encontraron un día accidentalmente: Esta le dijo a aquel que lo suponía muy cansado, después de haber matado, según había oído contar, a veinte mil personas en cierto lugar; a lo que respondió el Cólera: 'Yo no maté sino diez mil, la mitad de los que dicen, la otra mitad se murió de miedo', 'Cosa parecida me sucede a mí', respondió la Viruela poniendo el dedo en la llaga de la iatrogenia; 'todos los que matan los médicos y los boticarios me los achacan a mí'. 

jueves, 23 de febrero de 2023

Más mensajería móvil

El ingeniero alemán F. Hillebrand fijó en 160 el tope de caracteres tipográficos, incluidos espacios en blanco, del servicio de mensajería breve de los móviles.
 
Hagamos visible, hoy que tanto se reivindica la visibilidad, no lo invisible, sino lo evidente que salta a la vista y que no ha sido sin embargo visto todavía.
 
Cada cual es cada cual y cada uno es cada uno porque es otro que los demás pero a la vez es un elemento del mismo conjunto por lo que es lo mismo que los otros.
 
La crisis de la democracia representativa recurre en su ayuda al fetiche de “democracia participativa” en la toma inevitable -algo hay que tomar- de decisiones.
 
 
¿Qué salvaría yo, si acaso se me pregunta, de la quema de un incendio pavoroso y me llevaría conmigo a una isla desierta? -El fuego, sin ningún género de duda.
 
Mortal es el príncipe, al decir del emperador romano, pero eterna la república -así llamaba al Estado. Pasan los gobiernos, pero los funcionarios permanecen.
 
El sátrapa ordena que rueden cabezas de los peces gordos y responsables de altísimo nivel, y no de parvulillos: que rueden, salvo la suya, todas las cabezas.
 
Dos versos de Baudelaire ¡Reloj! Dios deprimente, espantoso, implacable, / cuyo dedo amenaza y nos dice: “¡Recuerda!”, contra la tiranía del cómputo del tiempo.
 
 
El síndrome de Cóvid de larga duración, la nueva enfermedad crónica con síntomas no siempre precisos y característicos, no deja de ser un misterio de Esculapio.
 
Crea (y exporta) la lengua de Chéspir un innecesario neologismo grecolatino: hiperstición (hyperstition) para la ficción que a sí misma se hace real y realiza.
 
A río revuelto, ganancia de pescadores. Los pudientes aprovechan cualquier crisis para aumentar su control sobre los podidos. Y si no hay crisis, la provocan.
 
La realidad sin ficción es insoportable, de lo que se deduce que la función de la ficción es hacer que la realidad resulte con esa píldora edulcorada tolerable.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Romance a la fuente de santa Ana

 -¿A dónde por el camino vas, moza, tan de mañana?
 ¿A dónde la niña va rayando en la madrugada?
 ¿A dónde vas? ¿A rezar a la ermita de santa Ana? 
¿O a la piedra, al lavadero a lavar la ropa blanca? 
 
 
 
-No, yo no voy a la ermita a encomendarme a la santa
que es la madre de la Virgen María, la virgen santa,
ni voy tampoco a la piedra a hacer allí la colada; 
voy a beber a la fuente un trago en las manos de agua, 
que no hay bebida más rica que la que no sabe a nada; 
porque no hay cosa en el mundo más fresca ni más barata, 
que a todos se da de balde y a todas las horas mana, 
mejor que el agua bendita de la misa y las beatas, 
mejor que el agua corriente de los grifos de las casas
y el agua mansa que venden en botellas y garrafas; 
agua que quita la sed y temores y esperanzas, 
agua que fluye y que nunca baja turbia o sale mala; 
agua viva, manantial, agua buena y agua sana, 
agua dulce, cristalina, el agua de la fontana.  

Algunas reflexiones políticas

    Elegir a alguien para que decida por ti es una inhibición o dejación cívica irresponsable. Si votas, tú decides... que otro decida por ti. Con tu voto legitimas esa impostura llamada democracia, que se basa en la mentira de que las personas saben lo que quieren y quieren que alguien las gobierne. 

    Es un acto de irresponsabilidad, desde mi punto de vista, otorgar a una camarilla de elegidos –listas jerárquicas y cerradas de un partido- nuestra capacidad de decisión sobre el mundo que nos rodea. Es candorosamente ilusorio suponer que depositar un voto en una urna no es lo mismo que tirarlo a una papelera, y que realmente importa quién gane, porque gane quien gane tú pierdes, el pueblo pierde porque ha hecho dejadez de su soberanía. 

    Votar sólo sirve para mantener el status quo con independencia de quien gobierne eventualmente, lo cual resulta anecdótico y hasta cierto punto trivial. El voto, pues, no es la solución sino la trampa en la que caemos cuando creemos que contamos para algo más que para depositar un papel en una papelera. 

    Recuerdo, por ejemplo, que en el año 2019 antes de la pandemia nos convocaron a las urnas por cuarta vez en cuatro años (aux urnes, citoyens!), porque los resultados de las anteriores consultas no habían permitido formar un gobierno mayoritario y democrático. Algunos periódicos, como El Periódico Global, que es la voz de su amo, uno de los partidos en liza, nos dicen que hay que “sobreponerse a la frustración y acudir masivamente a las urnas.” Pero ¿para qué? Lo normal sería que volvieran a repetirse los mismos resultados que la última vez. ¿Por qué volver a votar entonces? ¿Es que los españoles votaron mal? ¿Acaso votaron lo que les dio la gana y no lo que deberían y por eso mismo debían volver, castigados, a las urnas el diez de noviembre? 

    Frente a quienes piensan que hay que cambiar de gobierno o seguir con el mismo que está, quienes se fían de las promesas de los políticos profesionales y sus voceros, no está de más recordarnos un poco a todos que los acontecimientos que nos está tocando vivir no son sino los problemas que ellos mismos crean o han creado con su puro juego parlamentario de enfrentamiento y manipulación política. 

    En realidad, no hay (grandes) diferencias entre unos y otros partidos políticos y basta perder el tiempo leyendo cualquier programa electoral o escuchándolos hablar para darse cuenta de que sólo comentan banalidades, que a ellos no les interesan las cosas que nos preocupan a nosotros de verdad. 

    El pueblo, ese gran escéptico, sabe que los políticos no van a hacer nada, porque son unos vendidos y unos mandados, marionetas subordinadas al poder económico, ni siquiera van a poder cumplir o mantener las promesas que nos han hecho para granjearse nuestra simpatía traducida en votos. 

    Pero cuando la gente enciende la radio, o la televisión, omnipresente en todos los hogares, o lee algún periódico,  pero casi nadie lee ya periódicos, o en las redes sociales que en todas partes se habla de "democracia", "voto", "elección ciudadana", salen personajes y personajillos en la pequeña pantalla hablando de a quién votarán, y entonces uno se cree un bicho raro si no vota, un antisistema, y acaba yendo a votar para que no le acusen de terrorista y para que no le tapen la boca diciéndole que "luego no te quejes" y mil tópicos más. 

    Pero el pueblo sabe mejor que nadie y todos nosotros por lo bajo también por lo que tenemos de pueblo y de gente corriente que el mundo está en manos de una minoría mundial que está por encima de los estados, algunos lo han llamado Estado Profundo, no en manos de los políticos profesionales ni mucho menos de sus electores. Los políticos son sólo personajes de una obra de teatro escrita por los verdaderos amos de este planeta, que se ríen al ver la inconmensurable estupidez de un pueblo que sigue votando cada cuatro años siempre esperanzado, siempre pensando que algo va a cambiar, persiguiendo la zanahoria inalcanzable de un mundo mejor, un señuelo que mantiene a esta sociedad en un perpetuo estado de generalizada insatisfacción y frustración. 

    Pero nos han inculcado desde el colegio que sólo votando podemos participar en la colectividad y aportar algo de nosotros para cambiar el mundo, cuando votando lo único que hacemos es cambiar de gobierno o legitimar al que está para que las cosas sigan estando igual y, por lo tanto, no cambien. 

    Lo que los políticos hacen con nuestro voto es ceder en un noventa por ciento a las instancias superiores económicas, o sea al Capital o, lo mismo da, al Estado, y con el diez por ciento restante se ponen a redactar leyes, decretos y demás monsergas, cosas absolutamente superficiales que no cambian en nada la esencia de las cosas con las que sin embargo nos entretienen y complican la existencia, y los medios de comunicación son en parte responsables de esto.  



    Nos referimos a cosas como la prohibición de fumar o no fumar, legitimar o no las bodas homosexuales, subir o bajar los impuestos para aumentar los gastos sociales, el aborto, reformas educativas insignificantes, nacionalismos, inmigración, “seguridad”, tráfico, siempre temas acerca de los cuales cada partido toma una postura enfrentada, buscando la confrontación, pero cuyo resultado no afecta para nada al funcionamiento general de la gran máquina capitalista, que es indiferente. Y el mundo, entretanto, sigue girando en el espacio no en torno al Sol sino según los dictados de los grandes bancos, de los magnates de la comunicación, de los millonarios, de las empresas farmacéuticas, del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de la Organización Mundial de la Salud, que pretende ahora empoderarse más aún, y demás organismos y entidades totalmente ajenas a los estados y sus pequeñas decisiones. 

    En algunas ciudades, por ejemplo, está prohibido tocar la guitarra en la calle porque dicen que molesta a los vecinos ¡a las ocho de la tarde! Está prohibido beber alcohol en la calle, pero no en los bares. Dentro de poco nos van a prohibir respirar o que nos juntemos más de dos personas so pretexto de reunión ilegal -sólo parejas, ni siquiera tríos que son ménages à trois, o sea multitud- igual que en la época de la oprobiosa dictadura. También han puesto cámaras por todas partes, con un cartelito diciendo que es por nuestra seguridad. ¡Esta gente está enferma! ¡Les gusta espiarnos, tenernos controlados para que nos sintamos seguros! 

    Cuando un político te dice “tú decides”, tiene razón, pero no en el sentido en el que él lo dice de que uno decide votando a uno u otro partido, cuyo gobierno es indiferente, sino en el sentido de que si votas estás apostando porque todo siga igual, mientras que si quieres cambiar la vida, cambiar el mundo, tendrías que hacer otra cosa. No me preguntes qué. Yo no lo sé. Sólo puedo decirte que desde luego, lo que hay que hacer si uno quiere que algo cambie no es votar precisamente, sino alguna otra cosa que no sea esa, porque esa ya sabemos que sólo sirve para que todo siga igual, lo que de por sí no tiene nada de malo, si es lo que queremos. Pero habrá que hacer otra cosa si queremos que las cosas cambien.

martes, 21 de febrero de 2023

De la degeneración del género epistolar

    Escribía don Juan Manuel de Prada el otro día un artículo titulado escuetamente 'Cartas' en XLSemanal,  que empezaba con una interesante consideración sobre la tecnología que comparto: Los tecnólatras (o sea, el común de las gentes) postulan que la tecnología es 'neutra' y que 'bien utilizada', facilita y mejora nuestra vida. Pero lo cierto es que la tecnología nunca es 'neutral', siempre toma partido; y su 'partido' consiste en rapiñar una parte de nuestra vida, a veces de forma áspera y violenta, otras veces de forma meliflua e indolora vaciándola de sustancia. Hay una ley biológica infalible que nos advierte que, a medida que disminuye lo vivo, aumenta lo automático”.

    Y se lamentaba el autor de que la tecnología haya permitido, a modo de ejemplo, que dejemos de escribirnos cartas, brindándonos a cambio la golosina de la inmediatez. Ahora escribimos guasá(p)s, llenos muchas veces de pictogramas que ni siquiera se llaman así, sino emojis, en japonés (pequeña imagen o icono digital que se usa en las comunicaciones electrónicas para representar una emoción, un objeto, una idea, etc., según la docta Academia)   o emoticonos (en la lengua del Imperio) que nos ahorran el engorro de utilizar el teclado alfabético, emplear palabras y construir frases con  ellas  para expresar nuestras emociones e ideas, y todo eso encima a través de imágenes tontas e infantiles que nunca podrán alcanzar la plasticidad del lenguaje alfabético y la construcción de una frase rica en matices... 

     

      Se ha perdido la epistolaridad, por así decir: la elaboración de un mensaje, el coloquio de intimidades que crea un clima espiritual único, como dice de Prada un tanto grandilocuentemente.  Pero lo más grave no es eso solo, sino, además, que, como escribí en otra parte, a riesgo de repetirme más que el eco de un disco rayado: Las imágenes siempre han tenido un poder adoctrinador sobre la población analfabeta. Era el caso de las imágenes religiosas en las iglesias medievales. Nuestras nuevas generaciones, analfabetas funcionales gracias al sistema educativo (¡manda güebos!), utilizan estas imágenes que son un medio sutil de adoctrinamiento entontecedor. La desaparición de las imágenes sagradas de los templos ha acabado por sacralizar todas las imágenes, que se han convertido en santos de nuestra devoción. Parecen imágenes inocentes e ingenuas, algunas hasta simpáticas si no fuera por su pretensión de serlo a toda costa. 

    Y también (lo siento por repetirme otra vez): Hay quien ha visto ya el peligro que corre el lenguaje escrito y hablado de ser eliminado por los pictogramas, porque como dicen sus usuarios “las palabras no molan tanto como los emojis”. La escritura pictográfica conforma un lenguaje artificial y superficial, sin ninguna profundidad, completamente elemental, simpático e infantil,  y desprovisto de emociones complejas y sentimientos reales.

 


    Los sustitutos digitales de las palabras pretenden expresar todo tipo de ideas vacías de contenido, eliminando el pensamiento, la reflexión, la argumentación y exposición de razonamientos. Si empobrecemos el lenguaje, el pensamiento se vuelve dócil, manipulable y controlable, peligro que corren sus usuarios, los niños, los jóvenes y los adultos no tan jóvenes, que, en lugar de utilizar ese lenguaje, son utilizados por él.

     Y así es como hemos perdido la costumbre de escribirnos cartas, y de decirnos cosas en esa lengua de l'âme pour l'âme, como le escribía Arthur Rimbaud a Paul Demény, una lengua que puede expresarlo todo: perfumes, sonidos, colores, pensamientos a través de palabras que valen más que mil imágenes, contra el dicho tantas veces repetido. 

    Esa lengua es la que encuentra el poeta, una lengua por cierto muy alejada de la horrenda prosa de las cultiparlas de políticos y periodistas, poeta que por algo se llamó 'trovador” (del occitano 'trovar', que significa 'hallar', y de ahí que la composición de versos se considere un hallazgo, algo que se encuentra en el acervo popular). Y poeta es cualquiera que haga uso de la lengua popular, que es la más poética. 

    Recuérdese, a propósito de esto último, lo que le preguntaba Juan de Mairena a un alumno: ¿Cómo se dice en lenguaje poético "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa (hoy diríamos mejor, en la vía pública, porque rúa ha quedado ya algo obsoleto)"? Y el alumno respondía acertada-, es decir, poéticamente: "Lo que pasa en la calle".

lunes, 20 de febrero de 2023

Pareceres (XV)

71.- No nos representan. Uno de los gritos razonables y populares que se coreó una y otra vez contra los gobernantes democráticos que nos arrojaron en brazos de Marte durante el rodaje de la película La Guerra del Golfo, segunda parte (1990-1991, Operation Desert Storm, en la lengua del Imperio), fue “¡No a la Guerra!”. Resulta conmovedor cómo hemos pasado de aquel No a la Guerra de antaño, al Sí a la Guerra de hogaño, aunque no se diga explícitamente así. Otros gritos que entonces se corearon y que deberían volver a escucharse si no estuviéramos anestesiados y sordos como tapias, fueron “¡No en nuestro nombre!” y “¡Que no, que no, que no nos representan!”. Debería cambiarse el modo verbal de esta última frase y sustituirse el Indicativo, que constata simplemente una realidad de un modo objetivo y neutro, por el Subjuntivo que expresa un deseo, y decir: “¡Que no, que no, que no nos representen!”: que no, que no, que al pueblo no lo representa usurpando su nombre de hecho nadie, ni Dios todopoderoso siquiera, ni falta que le hace tampoco, que por eso se dice que el pueblo es su propio soberano. 

 

72.- En la salud y en la enfermedad. Jules Romains puso en boca de su lúcido y peligroso doctor Knock la frase de que las personas sanas son enfermos que se ignoran, es decir, que ignoran que están enfermas y el mal que padecen, lo que nos lleva a decir, como ya sugirió alguien que no recuerdo, que la medicina ha progresado tanto en nuestro tiempo que todos somos ya pacientes, unas veces en acto y otras en potencia aristotélica o asintomática, como durante la crisis sanitaria que nos confinó y encerró a todos. Si damos la vuelta al dicho, hallamos que los enfermos serían personas sanas que se saben enfermas porque han recibido un diagnóstico médico que así lo acredita, y son conscientes gracias a él de su enfermedad. El médico, decidiendo qué es un síntoma y quién se encuentra enfermo, se ha revestido así de un poder autoritario y omnímodo de índole sacerdotal capaz de catalogar como paciente a una persona sana cuyos parámetros se aparten de la estadística mayoritaria, y de rehusar a otra persona el reconocimiento social de su dolor. La enfermedad no es otra cosa sino la conciencia del cuerpo, o, dicho de otra manera, la conciencia de que nuestro cuerpo es nuestro y no de otro, como el alma, individual e intransferible. 


 73.- Empleados. Hemos sido esclavos, después siervos, ahora somos empleados, públicos o privados, según nos contrate el Estado o el Capital, tanto monta, monta tanto el Estado como el Mercado, gracias a las florituras del lenguaje políticamente cortés; empleados, que no sólo quiere decir que tengamos un empleo, sino sobre todo que el empleo nos tiene a nosotros, nos usa y abusa de nosotros que somos así utilizados. Los empleados hacemos hogaño las mismas cosas que hacían antaño los esclavos, pero se nos ha cambiado el nombre, brillante ejercicio retórico éste de dignificación apelativa, menudo eufemismo. 


 74.- El enemigo. El enemigo número uno es uno mismo porque uno hace siempre, aunque no quiera, lo que está mandado. Uno obra según su propia voluntad, así y sólo así obra según la voluntad de Dios, que eso es lo que quiere el Señor. Dios quiere que hagas lo que a ti te dé la gana, porque así y sólo así estás haciendo, sólo lo sabe Él, lo que Dios manda, cumpliendo la divina voluntad.


 75.- Opinión Pública y seguridad ciudadana. La prensa -y con este término obsoleto me refiero a todos los medios de (in)formación masivos tanto escritos como audiovisuales, analógicos y digitales-, enarbola de cuando en cuando, creándolo y zarandeándolo, el fetiche de la opinión pública, ese fantasma que no existe hasta que lo crean y zarandean, porque el pueblo no tiene opinión, la opinión es individual siempre, por lo que no puede definirse como popular o como pública, que viene a ser lo mismo. Y la prensa dice que la opinión pública exige, por ejemplo, más seguridad, más policía, más cámaras, más cárcel para los delincuentes y en general más represión. Nos venden la idea peregrina, como todas las que nos meten en la cabeza, de que la ciudad va a tener más seguridad si se aumenta el número de agentes de policía, pero la realidad, terca como una mula, demuestra una y otra vez que eso es mentira. No porque haya más policías dejará de haber delincuencia. Puede que algún ciudadano se sienta más seguro, pero no es más que una apreciación subjetiva y psicológica: la calle sigue siendo la jungla por mucha policía que haya y debido a ella misma, que también colabora poniendo su granito de arena en el mantenimiento de la ley y el orden de la selva. Poniendo más policía en la ciudad, los ciudadanos tenemos un problema más porque las pistolas que llevan al cinto los agentes, que las carga el diablo y se disparan solas, sólo con que un dedo apriete el gatillo, no dan seguridad sino disgustos, pero así funciona el desorden establecido.

 

 

domingo, 19 de febrero de 2023

El placer de fumar

    Frente a la campaña “El humo no te deja ver” orquestada por el Ministerio de Sanidad de prevención del tabaquismo y de protección del medio ambiente que quiere darnos a entender que el tabaco  no es bueno ni para nosotros ni para el planeta, dentro del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (sic), financiado por la Unión Europea, cabe reivindicar el acto de fumar como un acto placentero en sí, independientemente de que sea bueno o malo para nuestra salud y para la planetaria.

    Algunos son tan necios que aplauden estas campañas antitabaqueras porque intentan conseguir que respiremos “aire puro” en los lugares públicos, como si pudiera haber en nuestro mundo tan contaminado algo como el "aire puro", como si se pudiera purificar el aire porque los fumadores dejaran de fumar.

    Quieren mejorar nuestra salud y la del planeta, ese nuevo mito que se proyecta al futuro, como si les importara algo a ellos, para que no acumulemos nicotina en los dientes, no tengamos gingivitis y los pulmones no se nos pudran por el cáncer, y para que, en definitiva, el globo terráqueo pueda sobrevivir a nuestros malos humos. 

    Administran nuestra salud y nuestra felicidad situándolas en el futuro, que es la muerte; por lo tanto es una salud falsa, está en el porvenir, que por definición nunca llega, no aquí y ahora, la que me están vendiendo. Quieren preservar una pureza ideal, higiénica, inexistente. Pronto nos obligarán a hacer deporte por “nuestro propio bien”, por “nuestra salud”, y a comer coles hervidas o sardinas o lo que se les ocurra. 

   El humo molesta a otros; el alcohol parece que no, salvo a los atropellados por borrachos, a las mujeres muertas por sus maridos ebrios o “parejas sentimentales”, a los hijos desatendidos y maltratados por sus padres alcohólicos. Con el emporio del alcohol no se meten. Ya se vio lo que pasó con la Ley Seca en los Estados Unidos...

    Los creadores de la Ley del Tabaco han llegado a tal grado de empecinamiento en su empeño que hay que decir que su cruzada contra el consumo de tabaco es una campaña fascista: las primeras medidas antitabaquistas las tomó el régimen nazi. Los creadores de dichas leyes y campañas se arrogan el derecho de decirnos lo que es bueno y malo, y quieren convencernos de que lo hacen por nuestro bien.

    El tabaco apesta, es verdad, pero la prohibición y la condena que sobre él recae apesta todavía mucho más. Fumar es todavía más placentero ahora que está prohibido en la mayoría de los lugares públicos. Y no contentos con eso parece que quieren prohibirlo también en los privados, convenciéndonos de que lo hagamos por las dos poderosas razones susodichas.

  Sara Montiel en la película El último cuplé (1957) reivindicaba el placer "genial, sensual" del tabaco, interpretando “Fumando espero”. En esta actuación más reciente, aparecía fumando un puro a finales de los años 90 en un programa de la televisión española.