jueves, 1 de septiembre de 2022
Lo malo y lo peor de internet
miércoles, 31 de agosto de 2022
Números irracionales
Hay
que rendir un homenaje me temo que póstumo ya a los viejos profesores
de antaño, a los viejos manuales y libros de texto, a las viejas
lecciones magistrales, tan injustamente denostados por las nuevas
tecnologías y métodos pedagógicos adoctrinadores modernos.
-En esta vida todas las cosas son o cuentos o cuentas, -solía aseverar, y añadía: -Los cuentos son muy bonitos y están muy bien para dormir a los niños por la noche, pero no son la realidad. Las matemáticas, sin embargo, van a enseñarles a ustedes las cuentas. (Don Gumersindo correspondía al tratamiento que le dábamos de usted ustedeándonos a nosotros). Los números son más útiles que los cuentos, porque sirven para que nos demos cuenta –y nunca mejor dicha esta palabra que él sobreacentuaba- de las cosas en la vida.
Don Gumersindo era tan bajo como nosotros, por lo que su estatura no nos imponía mucho respeto, pero sí sus años: era un hombre mayor, a punto quizá de jubilarse, delgado y menudo, no nervioso sino puro nervio, que lucía un delgado bigote y una generosa tonsura que dejaba ver su cráneo lustroso. Casi siempre estaba de espaldas a nosotros, sus alumnos de tercero de bachillerato, escribiendo incansablemente en la pizarra, en la que anotaba sus ecuaciones de primero y segundo grado, y borraba una y otra vez con tanta rapidez que no nos daba tiempo a entender sus aritméticos razonamientos y a copiar aquellos vertiginosos cálculos y guarismos que aparecían y desaparecían como por arte de magia en un raudo parpadeo.
Después de habernos explicado el teorema de Pitágoras y de haber operado con él hasta la saciedad (nunca olvidaré la dichosa cantilena: “en todo triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los catetos al cuadrado”), nos contó un día un cuento de esos que él decía que no eran reales como las cuentas y los números, pero que yo no he podido olvidar: Una vez, el propio genio de Pitágoras según unos, según otros un pitagórico –hubo un aluvión de risas en la clase al oír por primera vez aquella palabra en boca de don Gumersindo, que acalló enseguida-, un tal Hípaso de Metaponto hizo un descubrimiento trascendental.
-No crean ustedes que ese descubrimiento era baladí. Corría el año 520 antes de Cristo. Hípaso, el metapontino, trataba de solucionar allá en el sur de Italia, un problema muy sencillo que le daba vueltas en la cabeza. Cualquiera de ustedes puede intentar resolverlo ahora como hizo él aplicando el teorema del maestro: ¿Cuál es la longitud de la hipotenusa de un triángulo rectángulo cuyos catetos miden un metro cada uno? Si aplican el teorema resulta que la suma de un metro cuadrado y un metro cuadrado son dos metros cuadrados, si Pitágoras no miente, y no suele hacerlo, por lo que la longitud de la diagonal será la raíz cuadrada de 2, que no es 1 porque, fíjense bien ustedes, uno por uno es uno, y tampoco es 2 porque dos por dos son cuatro...
Tiene que ser algo intermedio, que no puede representarse con un número entero y vero. ¿Y cuál es ese dígito? La raíz cuadrada del número 2 es 1,414213562373… donde los tres puntos suspensivos abren una puerta que había estado cerrada hasta entonces, la puerta por donde se cuela el infinito, lo que no tiene fin. Esos puntos que les pongo son los decimales innumerables, fíjense bien en la paradoja, números innumerables, que jamás terminaría yo de escribir en todas las pizarras que hay en el mundo. Estaríamos toda una vida ustedes y yo, o, mejor dicho, toda una eternidad calculándolo, y no tendría fin nuestro cómputo jamás.
Hípaso había hallado casualmente el primer número irracional de la historia. Y no pudo guardar el secreto, así que lo divulgó. Indignados al enterarse, sus antiguos y fanáticos correligionarios lo expulsaron de la escuela, y, no contentos con eso, le construyeron un cenotafio, una tumba vacía quiere decir el término griego, con su nombre propio, un sepulcro que estaba esperándolo, como si quisieran darle a entender que efectivamente era hombre muerto para ellos por revelar aquel descubrimiento apocalíptico que hacía que se tambalearan todas sus creencias.
Lo más curioso de todo es que el metapontino murió al poco tiempo en unas circunstancias muy misteriosas. Se cuenta que Posidón, el dios griego de los mares que los romanos llamaban Neptuno, se disgustó tanto con él que, como castigo, convocó a todos los vientos, removió las aguas del mar Egeo con su enorme tridente y provocó una terrible tempestad que hizo que nuestro hombre muriera ahogado, víctima del naufragio, por el sacrilegio cometido de sacar a la luz pública el secreto de la irracionalidad del universo, que debía permanecer oculto en el fondo del mar, dando a entender que si algún otro se atrevía a bucear en sus profundidades y sacarlo a flote como había hecho aquel incauto, perecería ahogado como él y azotado por las olas sin piedad.
Hípaso de Metaponto murió porque había divulgado el secreto matemático mejor guardado: la existencia de un número irracional, una expresión decimal interminable, no periódica, un número infinito. Hay quienes dicen que la nave en la que viajaba a Grecia se fue a pique, como les he contado, por una tempestad muy frecuente en aquellos mares, y el matemático se ahogó, pero yo les digo a ustedes, y estoy convencido de ello, que fue asesinado y arrojado por la borda por sus antiguos correligionarios a los que había traicionado. Su descubrimiento era peligroso porque ponía en duda los firmes cimientos de una fe que se creía muy sólida.
El lema de la secta pitagórica, grabado a la entrada de la escuela, era “Todo es número”, pero resulta que había un número no entero roto en millones de millones de decimales que rompía ese todo en infinitud de miles de pedazos. Ese número no podía expresarse matemáticamente con exactitud porque no tenía fin, lo que demostraba que las matemáticas no eran las ciencias exactas que se creía que eran. Y esto se lo dice a ustedes, fíjense bien, un matemático.
Reza un refrán muy antiguo que caballo y caballero no son dos, sino uno y otro. ¿Qué querrá decir eso, señor García Peña?
El interpelado, que era el empollón de la clase, se levantó como un resorte y respondió al instante: -Que no pueden sumarse peras y manzanas, don Gumersindo, porque son elementos diferentes.
-Cierto, pero ni siquiera pueden sumarse peras y peras, o manzanas y manzanas, porque no hay dos cosas ni tampoco dos personas exactamente iguales. -Añadió don Gumersindo a la respuesta del alumno. -Además, -prosiguió- el jinete y su montura no constituyen dos seres distintos, dos individuos, sino un solo ser, como don Quijote de la Mancha y Rocinante, como el cuerpo y el alma, como la cara y la cruz de una moneda o, ya que hemos hablado de los griegos, como el centauro de la mitología y de los cuentos.
martes, 30 de agosto de 2022
Un hombre (o lo que es lo mismo una mujer) como Dios manda
lunes, 29 de agosto de 2022
Guerras, guerras horribles (Bella, horrida bella)
Desde su fundación en 1776 los Estados Unidos de América han estado permanentemente en guerra 222 años de los 239 de su existencia si contamos hasta el año 2015, por poner ahí un límite convencional, aunque en realidad, desgraciadamente, el cómputo suma y sigue. Ahora mismo sin ir más lejos, en 2022, el Imperio de los Estados Unidos le hace la guerra a Rusia -y llevamos ya seis meses-, una guerra tácita e indirecta manejando a su títere mediático Zelenski y utilizando la invasión rusa de Ucrania como coartada, una guerra políticamente correcta y espectacular, que se presenta como la lucha de la democracia contra el Imperio del Mal de Putin, responsable de todas las crisis habidas y por haber, una guerra no declarada que subvenciona económicamente con millones de dólares y que jalea, manejando a todos sus vasallos occidentales a través de la OTAN incluido nuestro país... Dicho de otra manera sólo durante 17 años de los dos siglos largos de su historia ha estado cerrado el templo de Jano bifronte, y ha habido una época de paz.
Obtengo la información y la cronología completa, para los lectores a los que les interese la historia, de Info Wars, MediaPart.
domingo, 28 de agosto de 2022
La gran amenaza
Entre todas las amenazas que penden sobre nuestras cabezas coronadas como espadas de Damoclés, hay una de la que no se habla mucho, pero que está ahí como la que más encima de nosotros. Es la pérdida de la inteligencia de las cosas, o, dicho de otro modo, es la disminución general del coeficiente (o cociente, como prefieren decir otros) intelectual (CI) de la especie humana en relación con la política, la ciencia (que no hay que seguirla como un artículo de fe y acatarla dogmáticamente sino que hay que discutirla como han hecho siempre los doctores: nada de follow the science como si fuera nuestro leader), con la cultura y el sentido crítico y con la capacidad de comprender el mundo que nos toca.
El consenso sobre esta disminución es ahora inequívoco. Hay estudios psicométricos que muestran una caída en el coeficiente intelectual desde el año 2000 en adelante, una vez entrados en el tercer milenio de la era cristiana. Aparte de tales estudios psicométricos, el empirismo también lo demuestra. Un adolescente milenial de nuestro tiempo tiene la misma capacidad de comprensión que un niño de 10 años nacido en la segunda mitad del siglo pasado. Uno de los síntomas más visibles de esta regresión es la pérdida por reducción del vocabulario, reportada por numerosos estudios desde hace años y por la experiencia directa de este profesor de latín ahora jubilado que comprobaba en sus últimos años de docencia cómo, después de traducir una frase cualquiera de la lengua de Virgilio a la nuestra, había que traducir la traducción castellana a su paupérrimo registro lingüístico para que entendieran no ya el latín, que ni falta que hacía a esas alturas, sino el castellano.
Hay una película muy mediocre, más bien mala, pero que tiene mucha miga que decir y no poca gracia: Se llama Idiocracia (Mike Judge, 2007) pero que constituye una parábola profética. Así resume su argumento Filmaffinity: “Tras un experimento militar fallido, el oficial Joe Bawers (Luke Wilson) y la prostituta Rita (Maya Rudolph) despiertan quinientos años adelante en el futuro, en un mundo distópico en el que la selección natural ha favorecido a los más idiotas, debido a que se reproducen más. Esto ha resultado en una humanidad estúpida e ignorante, de modo que Joe descubre que es el hombre más inteligente del planeta. Pronto se convierte en un cercano consejero del Presidente de los Estados Unidos, el excéntrico Camacho (Terry Crews).” De esta película el crítico cinematográfico de El País Jordi Costa escribió: "Pocas comedias americanas recientes hurgan con tanta pertinencia en el estado (y el porvenir) de nuestra cultura globalizada." Y el de Rolling Stone: “La película estúpida más inteligente que se ha hecho nunca". Hay que verla para reírse, por no llorar, un buen rato.
La entrada en el siglo XXI marca un retroceso para el desarrollo de la inteligencia humana. Leo que en Dinamarca, donde el coeficiente intelectual de los reclutas se registra desde 1959, se observó que entre 1959 y 1989 aumentó 3 puntos por década. Sin embargo, entre 1989 y 1998, este mismo CI marcó un primer retroceso, reduciendo prácticamente a la mitad su progresión a +1,6 puntos. A partir de 1998, la caída es de -2,7 por década. Es decir, retrocediendo.
La idiotización de la población sería multicausal, pero hay factores de peso como el retraso en la entrada en la vida adulta por el excesivo proteccionismo paternalista de los niños (y de los adultos por papá Estado) y por toda una serie de prescripciones psicologizantes consistentes en la prolongación del tiempo de la 'infancia', el período en el que no se habla, etimológicamente, y por lo tanto no se piensa ni razona ni se desarrolla ningún sentido crítico. En definitiva, toda una educación orientada hacia la regresión fomentada por los medios de información y comunicación que nos amasan, lo que produce un retraso madurativo estructural y, por tanto, intelectual.
Y luego está la coincidencia del declive de la inteligencia humana concomitante con la transferencia de sus habilidades a la inteligencia artificial de la máquina. El confinamiento de los humanos en 2020 supuso el desconfinamiento, por así decirlo, de la inteligencia artificial. Le quitaron lo que quedaba de las operaciones mentales que aún dependían de los humanos, por ejemplo la memoria, o la orientación espacial, que está muerta gracias al GPS, que neutraliza esa capacidad de orientación de nuestro cerebro. A todo esto hay que sumar el efecto hipnótico de herramientas adictivas como las plataformas de streaming que fomentan la confusión entre ficción y realidad, la disminución de la capacidad de concentración en la lectura, etc. Sería muy ingenioso pensar que todo esto no deja cicatrices evolutivas.
Se fomenta también la ridícula idea de que la identidad está ligada a la autopercepción. Nos movemos en un universo de significantes muy pobres, no hay palabras complicadas en los medios, que se esfuerzan en resignificar las que les interesan, con significados a veces contrarios, el matiz se considera grandilocuente. Vivimos en el reino de la demagogia intelectual.
La imbecilización, lejos de ser una amenaza para
la democracia como podría parecer a primera y simple vista, es lo
que asegura su triunfo definitivo. Dentro de muy pocos años, el
promedio del coeficiente o cociente intelectual de la humanidad
rondará los 80. No habrá que esperar como en la citada película al año 2505 para que se haga realidad la gran amenaza de idiotización.
sábado, 27 de agosto de 2022
Los hijos metálicos de la tierra (y 2)
Se afianza así el mito de la madre tierra o madre patria o más propiamente matria, que diría don Miguel de Unamuno antes que nuestros feministas, que estamos obligados a defender por ser nuestra progenitora, como estamos obligados a defender a nuestros congéneres, porque son nuestros hermanos. Sin embargo, no somos todos iguales, pese al origen común y a nuestra hermandad, porque hay una diferencia considerable en la formación de nuestra alma o, si se prefiere, de nuestra personalidad.

viernes, 26 de agosto de 2022
Los hijos metálicos de la tierra (1)
jueves, 25 de agosto de 2022
El experimento del profesor Rosenhan
martes, 23 de agosto de 2022
Formación de masas
El concepto "formación de masas" resulta familiar a los lectores de Agustín García Calvo, que se refería habitualmente a los medios de comunicación, mass media en la lengua del Imperio, como «medios de formación de masas», añadiendo a veces «de individuos personales».
El profesor Mattias Desmet, por su parte, de la Universidad de Gante ha publicado un libro en neerlandés De Psychologie van Totalitarisme (2022), traducido ya al inglés The psychology of totalitarianism, en el que aplica la teoría de formación de masas a la pandemia de COVID-19, y utiliza el término «mass formation», y eventualmente «mass formation psychosis». Ya Gustave Le Bon y el propio Freud ocasionalmente hablaron de la formación de masas, pero fue Elias Canetti quien acuñó el concepto, del que Desmet hace ahora un uso sistemático aplicándoselo a la pandemia.
Señala cuatro características en la formación de masas. La primera condición es la soledad o asilamiento social generalizados, que son fundamentales para que surja una masa de individuos, cosa que favoreció la pandemia. Se requiere que haya desconexión con el entorno, y atomización individual. Cita Desmet, en este sentido, la creación en el Reino Unido del Ministerio de la Soledad, y en los Estados Unidos de América la epidemia de soledad que se produjo en 2017. Es curioso que cuanto mayor es esta soledad más se vuelca, a falta de calor humano, en la tecnología y en los medios y retículas sociales. La segunda es la pérdida del sentido de la vida. La tercera es la ansiedad y el malestar psicológico. La frustración y la ansiedad son el caldo de cultivo, así como el descontento con el trabajo y lo que uno hace en la vida cotidiana. La cuarta, la irritabilidad y la agresividad que generan mucha tensión.
Los afectados no pueden distanciarse críticamente de lo que la masa cree aunque sea algo totalmente irracional. Lo más notable de todo es que no importa si lo que se cree es verdad o no lo es. Incluso parece que cuanto más absurdo es más se cree en ello, más entusiasmo despierta la creencia en las masas. Es la vieja doctrina medieval, digo yo, del Credo quia absurdum: Lo creo por lo absurdo que es, o como lo formuló Tertuliano «credibile quia ineptum est» o sea, resulta creíble o digno de crédito porque es ilógico.
Un ejemplo puede ser este cartel del Ayuntamiento de Almería que decía: «Te concedo que salgas a la calle sin mascarilla, a cambio de la vida de tu abuelo. El covid-19 provoca la muerte. No juegues con él». Lo absurdo de la creencia es que la mascarilla protegía contra el cóvid así como que los nietos podían contagiar y matar a los abuelos si no se ponían el dichoso símbolo de sumisión islámica -islam, por cierto, significa «sumisión» en árabe. Se ha visto igualmente a mucha gente conducir su automóvil personal con mascarilla cuando iban solos, convirtiéndose el embozo en un elemento simbólico de sometimiento incondicional al relato dominante y de pertenencia a la masa.
Los individuos masificados están dispuestos a sacrificarse y a sacrificar todo lo que para ellos era importante, y demuestran una gran intolerancia frente a los que no están de acuerdo con sus planteamientos, a los que a menudo estigmatizan y a los que insultan, denuncian y acosan tanto en público como en privado, destruyéndolos en los casos más extremos.
"No-vacunados a las cámaras de gas"
A lo largo de la historia de la humanidad se han producido muchos fenómenos de formación de masas: las cruzadas medievales, las cazas de brujas, la revolución francesa, la rusa, el nazismo, el estalinismo... Para que se produzca la formación de una masa, tiene que haber una disposición por parte de la gente, y curiosamente, contra lo que pudiera parecer a primera vista, cuanto mayor es el nivel educativo, más fácil es caer en la formación. Sería interesante profundizar en este tema, que nos lleva a cuestionar el papel de la educación a la hora de formar masas y aniquilar el "escepticismo popular".
Y en medio de este caldo de cultivo la función de los medios informativos es crucial, ya que ellos son los encargados de ofrecer una narrativa que los individuos personales consumen y con la que se identifican. La masa cree en un relato no porque sea verosímil sino porque la creencia, por muy demencial que sea, crea un nuevo vínculo social. La masa pueden convertir cualquier grupo humano en un motivo de ansiedad y de persecución: los musulmanes, los judíos, los antivacunas, los rusos... Los afectados se embarcan en una lucha heroica que los ha de conectar con otros como ellos y darle un sentido a su vida, emparanoiándose, a lo que contribuyen los medios de comunicación con sus informaciones, que son en realidad propaganda y adoctrinamiento.
Cada cual aislado en su hogar forma parte de la masa sin conexión física con el resto, no como en un estadio donde las masas al unísono gritan «gol» o corean la canción del grupo musical. La formación de masas es similar a la hipnosis, y se caracteriza por la pérdida de la racionalidad: la masa oye, pero no escucha. Se acepta la narrativa que difunden los medios porque establece un vínculo social: la gente se asomaba a ventanas y balcones a las ocho a aplaudir a los sanitarios porque lo mandaba la televisión instalada en la intimidad de sus hogares unifamiliares. En el mismo sentido, cuanto más absurdas son las medidas que toma la masa, más conforman y cumplen la función de un ritual.
La gente, dispuesta a sacrificarse, encuentra al fin un sentido a su vida y a su muerte, haciéndose sinónimas las expresones «vale la pena vivir por algo» y «vale la pena morir por algo». Esto explica, por ejemplo, la autoflagelación en los monasterios medievales, y cómo la tortura del cilicio acercaba dolorosa- y placenteramente a la vez a los monjes a Dios. Y explica los empleos históricos de los cruzados «Deus lo volt (Dios lo quiere)» y el «Gott mit uns (Dios con nosotros)» de los nazis.
Si la pandemia ha sido el primer gran fenómeno de formación de masas en la época moderna, el segundo está siendo en la actualidad la guerra de Ucrania. Y suma y sigue.

"Mata al ruso"
Algo que se vio durante la pandemia
fue el aislamiento para que no hablásemos, frente a lo que sólo
puede oponerse, propone Desmet, la formación de un grupo por muy
minúsuclo que sea que no se convierta nunca en una masa, y que se
disponga a hablar, dejarse hablar porque hablando se entiende la
gente y puede denunciar la deriva de la formación de masas al estado
totalitario, el totalitarismo 'democrático' que padecemos.
lunes, 22 de agosto de 2022
Vacaciones de verano
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Recordemos brevemente a Sísifo, que somos nosotros mismos. Somos Sísifo y su roca. Cuando llegamos a la cumbre de la montaña acarreando nuestra roca como Sísifo, tarea laboriosa, inútil donde las haya, la roca cae, se despeña y rueda por la ladera opuesta, monte abajo, obligándonos a correr tras ella, y reintentar el ascenso de nuevo en vano...
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