Es decir, que ni el oso ni la marmota norteamericana se fían del buen tiempo que pueda hacer el 2 de febrero, cuando despiertan de su letargo, porque precisamente, si hace bueno, vuelven a amodorrarse, y sólo se desesperezan de su larga hibernación cuando el cielo está nublado y llueve.
Pero también recojo en el mismo sitio otro refrán como contrarréplica del canónico citado al principio, que le contradice: A Candelera ha plorau, pero l’ivierno no s’h’acabau.
¿En qué quedamos? ¿Se acaba el invierno el día de la Candelaria dependiendo del estado del cielo o el invierno sigue adelante? Se ha dicho muchas veces que los refranes son la expresión del sentir popular por su carácter anónimo y sapiencial, pero precisamente por esa misma presunción de saber (lo que no se sabe) no puede fiarse la razón mucho de ellos pues los hay además para todos los gustos: Al que madruga Dios lo ayuda, pero No por mucho madrugar amanece más temprano.

El mito de Sísifo y la película El día de la marmota, más conocida en España como Atrapado en el tiempo, comparten una idea central: la repetición infinita de una tarea aparentemente absurda. Sin embargo, cada uno aborda esta repetición desde una perspectiva filosófica diferente. La película, que es una comedia, hace que el protagonista rompa finalmente el ciclo del bucle, mientras que Sísifo en el mito griego no puede cambiar su destino. Albert Camus sugirió que debíamos imaginar a Sísifo feliz, aceptando su destino y abrazando su absurdo.
Mientras que el mito de Sísifo es una metáfora de la lucha sin sentido de la vida, y por lo tanto un reflejo de nuestra realidad, la película en cuestión nos ofrece una visión más amable: aunque la repetición puede parecer absurda, porque lo es, el individuo puede darle sentido a través de su crecimiento y mejora personal y de su relación o conexión con los demás.