El profesor David Rosenhan de la Universidad de Stanford realizó en 1975 un curioso experimento para averiguar cómo influye el etiquetado psiquiátrico en la interpretación de la conducta de los demás. ¿Qué pasaría si unas personas, supuestamente cuerdas, trataran de ingresar en un hospital psiquiátrico fingiendo padecer alguno de los síntomas de la locura? ¿Pasarían por locos? ¿Se darían cuenta los psiquiatras y el resto del personal sanitario de que se trataba de una impostura?
David Rosenhan eligió ocho participantes perfectamente cuerdos (psicólogos, psiquiatras, pediatras, un ama de casa…), que acudieron al hospital contando algo que en realidad no les ocurría: dijeron que oían voces, ocultando su verdadera profesión, aunque, a partir de ahí, nunca más mintieron: contaron sus sentimientos reales, sus pensamientos y los acontecimientos más significativos de su vida.
En cuanto estuvieron ingresados, dejaron de decir que oían voces y se convirtieron en las mismas personas que eran en la vida diaria. Además, se mostraron ansiosos por cooperar y decían querer «curarse» para salir lo más pronto posible. Sin embargo, todos ellos fueron diagnosticados de esquizofrenia, exceptuando uno de los participantes, al que se le diagnosticó psicosis maniaco-depresiva.
Cuando se les dio de alta, en el informe figuraba: esquizofrénico en remisión. La impostura no había sido descubierta por ninguno de los expertos en salud mental. De hecho, sólo hubo un grupo de personas capaces de darse cuenta del engaño: los pacientes reales. Algunos les decían a los pseudo-pacientes comentarios del tipo: «Tú no estás loco. Eres un periodista o un profesor. Estás investigando lo que ocurre en el hospital.»
Pero no contento con eso, como nueva vuelta de tuerca, Rosenhan hizo el experimento contrario: dijo al personal médico que un grupo de falsos pacientes intentaría ingresar en el hospital en los meses siguientes. Lo que consiguió fue que, a partir de entonces, los médicos se volvieran muy susceptibles y sospecharan de todos los pacientes. De hecho, diagnosticaron como falsos enfermos mentales a uno de cada cuatro.
El experimento demostró algo sumamente inquietante para los psicólogos y psiquiatras, y por eso lo traigo aquí, para que nos haga pararnos un poco a pensar: una vez que alguien recibe un diagnóstico, cualquier cosa que haga será interpretada en contra suya en función de ese diagnóstico. De hecho, ésa fue la sensación que tuvieron los falsos pacientes de Rosenhan: cualquier comportamiento que tuvieran (estuviera o no dentro de la norma) se interpretaba como síntoma de su supuesta enfermedad mental.
El etiquetado tiene un gran poder en la vida real. Todos usamos etiquetas continuamente y nos cuesta mucho cambiarlas y desembarazarnos de ellas. Cuando, como en el caso de los psiquiatras y psicólogos, estamos en una posición de poder, el sambenito que nos cuelgan se vuelve muy peligroso, definidor y definitivo.
Se puede incluso decir que la etiqueta es como una cárcel en la que encerramos a los demás y en la que nos encierran y encerramos a nosotros mismos: por un perro que maté me llaman mataperros, dice el refrán; por una vez que hice una cosa me colgaron para siempre el sambenito, y cualquier cosa que haga a partir de ahora se interpretará como característica de la etiqueta que me colgaron.