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domingo, 28 de agosto de 2022

La gran amenaza

    Entre todas las amenazas que penden sobre nuestras cabezas coronadas como espadas de Damoclés, hay una de la que no se habla mucho, pero que está ahí como la que más encima de nosotros. Es la pérdida de la inteligencia de las cosas, o, dicho de otro modo, es la disminución general del coeficiente (o cociente, como prefieren decir otros) intelectual (CI) de la especie humana en relación con la política, la ciencia (que no hay que seguirla como un artículo de fe y acatarla dogmáticamente sino que hay que discutirla como han hecho siempre los doctores: nada de follow the science como si fuera nuestro leader), con la cultura y el sentido crítico y con la capacidad de comprender el mundo que nos toca. 

    El consenso sobre esta disminución es ahora inequívoco. Hay estudios psicométricos que muestran una caída en el coeficiente intelectual desde el año 2000 en adelante, una vez entrados en el tercer milenio de la era cristiana.  Aparte de tales estudios psicométricos, el empirismo también lo demuestra. Un adolescente milenial de nuestro tiempo tiene la misma capacidad de comprensión que un niño de 10 años nacido en la segunda mitad del siglo pasado. Uno de los síntomas más visibles de esta regresión es la pérdida por reducción del vocabulario, reportada por numerosos estudios desde hace años y por la experiencia directa de este profesor de latín ahora jubilado que comprobaba en sus últimos años de docencia cómo, después de traducir una frase cualquiera de la lengua de Virgilio a la nuestra, había que traducir la traducción castellana a su paupérrimo registro lingüístico para que entendieran no ya el latín, que ni falta que hacía a esas alturas, sino el castellano. 

 

    Hay una película muy mediocre, más bien mala, pero que tiene mucha miga que decir y no poca gracia: Se llama Idiocracia (Mike Judge, 2007) pero que constituye una parábola profética. Así resume su argumento Filmaffinity: “Tras un experimento militar fallido, el oficial Joe Bawers (Luke Wilson) y la prostituta Rita (Maya Rudolph) despiertan quinientos años adelante en el futuro, en un mundo distópico en el que la selección natural ha favorecido a los más idiotas, debido a que se reproducen más. Esto ha resultado en una humanidad estúpida e ignorante, de modo que Joe descubre que es el hombre más inteligente del planeta. Pronto se convierte en un cercano consejero del Presidente de los Estados Unidos, el excéntrico Camacho (Terry Crews).” De esta película el crítico cinematográfico de El País Jordi Costa escribió: "Pocas comedias americanas recientes hurgan con tanta pertinencia en el estado (y el porvenir) de nuestra cultura globalizada." Y el de Rolling Stone: “La película estúpida más inteligente que se ha hecho nunca". Hay que verla para reírse, por no llorar, un buen rato.  

    La entrada en el siglo XXI marca un retroceso para el desarrollo de la inteligencia humana. Leo que en Dinamarca, donde el coeficiente intelectual de los reclutas se registra desde 1959, se observó que entre 1959 y 1989 aumentó 3 puntos por década. Sin embargo, entre 1989 y 1998, este mismo CI marcó un primer retroceso, reduciendo prácticamente a la mitad su progresión a +1,6 puntos. A partir de 1998, la caída es de -2,7 por década. Es decir, retrocediendo.

    La idiotización de la población sería multicausal, pero hay factores de peso como el retraso en la entrada en la vida adulta por el excesivo proteccionismo paternalista de los niños (y de los adultos por papá Estado) y por toda una serie de prescripciones psicologizantes consistentes en la prolongación del tiempo de la 'infancia', el período en el que no se habla, etimológicamente, y por lo tanto no se piensa ni razona ni se desarrolla ningún sentido crítico. En definitiva, toda una educación orientada hacia la regresión  fomentada por los medios de información y comunicación que nos amasan, lo que produce un retraso madurativo estructural y, por tanto, intelectual.


    Y luego está la coincidencia del declive de la inteligencia humana concomitante con la transferencia de sus habilidades a la inteligencia artificial de la máquina. El confinamiento de los humanos en 2020 supuso el desconfinamiento, por así decirlo, de la inteligencia artificial. Le quitaron lo que quedaba de las operaciones mentales que aún dependían de los humanos, por ejemplo la memoria, o la orientación espacial, que está muerta gracias al GPS, que neutraliza esa capacidad de orientación de nuestro cerebro.  A todo esto hay que sumar el efecto hipnótico de herramientas adictivas como las plataformas de streaming que fomentan la confusión entre ficción y realidad, la disminución de la capacidad de concentración en la lectura, etc. Sería muy ingenioso pensar que todo esto no deja cicatrices evolutivas.

    Se fomenta también la ridícula idea de que la identidad está ligada a la autopercepción. Nos movemos en un universo de significantes muy pobres, no hay palabras complicadas en los medios, que se esfuerzan en resignificar las que les interesan, con significados a veces contrarios, el matiz se considera grandilocuente. Vivimos en el reino de la demagogia intelectual.

    La imbecilización, lejos de ser una amenaza para la democracia como podría parecer a primera y simple vista, es lo que asegura su triunfo definitivo. Dentro de muy pocos años, el promedio del coeficiente o cociente intelectual de la humanidad rondará los 80. No habrá que esperar como en la citada película al año 2505  para que se haga realidad la gran amenaza de idiotización.