martes, 3 de mayo de 2022

El esparcidor

    En el momento en que alguien se propone organizar eventos no virtuales en el mundo real, corre el riesgo de perder el control, mientras que el control de la narrativa que esparce ideas falsas -miedo y mentiras fundamentalmente- es más efectiva a corto y a largo plazo desde luego a la hora de dominar a nuestros semejantes. 
 
    Es más fácil, en efecto, propagar mentiras que víruses reales, que podrían tener consecuencias imprevisibles y nefastas como, por ejemplo, la de salir el tiro por la culata y contagiar al propagador,  mientras que las mentiras son más fáciles de manejar, aunque también es verdad que como dice la gente se coge antes a un mentiroso que a un cojo. 
 
    He aquí algunas de esas mentiras que se esparcen para divulgación mediática: "Los parados no quieren trabajar", "No hay ocupación israelí en Palestina", "Un nuevo virus va a diezmar el planeta", "Putin es el nuevo Hitler", "La OTAN representa el bando del Bien", "Rusia va a destruir Londres, París  y Madrid en unos segunos. No sobrevivirá nadie"... 


     Así por ejemplo cuando alguien defiende la existencia de un virus mortal ( "Un nuevo virus va a diezmar el planeta") por el número de fallecimientos que nos han dicho que ha causado, olvidamos que no han sido tantos, sólo un 0,2 por ciento según las estimaciones más objetivas y fehacientes, es decir, 2 de cada mil infectados, la misma tasa de letalidad que la gripe de toda la vida, dato que está corroborado en este caso por nuestra experiencia, ya que a toro pasado, como dicen los taurinos, no hemos visto tantos cadáveres como nos decían que íbamos a ver asomándonos a la ventana de nuestro encierro. Sin embargo, se encargaban de mostrarnos ataúdes y más ataúdes por la caja tonta y noticias de números de muertos, que es la única ventana -la caja bobalicona- que se mantenía  -no nos quedaba otra- abierta al exterior. 
 
    El arte es también un arma de esparcir mentiras. Prueba de ello son estos óleos del artista ucraniano Oleg Shupliak, que imagina así la Gran Batalla de las fuerzas angelicales del Bien contra las fuerzas demoníacas del Mal, con una simplificación poco menos que infantil:
 
La Gran Batalla de Ucrania con Mordor, Oleg Shupliak (2022)
 
   

lunes, 2 de mayo de 2022

Lealtad a la Bandera

    Se lamentaba Jordan Henderson en el artículo que publicaba en Off-Guardian de que la Iglesia y el Estado hubieran eclipsado, dice él, el verdadero valor del cristianismo.

    Relaciona el artista en su último trabajo, que se llama precisamente Eclipsado, el Juramento de Lealtad a la Bandera, que es un ritual de sumisión al Estado y una declaración ceremonial de creencia y fe en sus autoridades, extremadamente común en los Estados Unidos, especialmente en las escuelas y en reuniones gubernamentales y comunitarias, con la sumisión de las iglesias cristianas a las mismas autoridades sanitarias del gobierno en su lucha contra la supuesta pandemia de virus coronado, por lo que el personaje que hace el juramento con la mano en el pecho lleva una mascarilla con las barras y estrellas del pendón americano, que aparece por su parte en primer plano con una calavera y dos espadas entrecruzadas.

Eclipsado, Jordan Henderson (2022)
 

    El texto del juramento es el siguiente: I pledge allegiance to the Flag of the United States of America, and to the Republic for which it stands, one Nation under God, indivisible, with liberty and justice for all: Juro lealtad a la Bandera de los Estados Unidos de América y a la República que representa, una Nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.

    Con este juramento los norteamericanos prometen lealtad a la bandera, que es el símbolo del Estado, un Estado que es gobernado por el Dios de su billete de dólar: in God we trust. El Juramento de Lealtad es un acto de fe, como la Jura de Bandera de los reclutas españoles tras el período de instrucción cuando cumplían el ominoso servicio militar. Ese dios que preside su nación no puede ser otro que el viejo Mammón, que es el de la principal religión monoteísta del mundo, cuyo templo más importante se halla hoy por hoy en la ciudad santa de Nueva York, y en las Bolsas, sus principales sucursales. Mammón es, al parecer, una palabra aramea que significa ‘dios de la avaricia’, representado como un demonio que personifica uno de los siete pecados capitales, la avaricia precisamente o el deseo insaciable de más dinero  (auaritia en latín, πλεονεξία, pleonexía en griego). 

El culto a Mammón, Evelyn de Mongan (1909)
 

    Pero este Mammón, o Don Dinero, que diría Quevedo, no es sólo un poderoso caballero, sino que es el más poderoso de todos los caballeros, el único dios verdadero: Herr Kapital.

    No es extraño ver la bandera del gobierno federal de los Estados Unidos ondeando en las iglesias evangélicas, por lo que no le sorprende al pintor que cuando el gobierno ordenó a los templos que cerraran sus puertas en cumplimiento de los preceptos sanitarios, la mayoría lo hiciera al fin sin rechistar.

    Los cristianos, como se sabe, fueron perseguidos en la antigüedad por negarse a participar en el culto del Imperio Romano a sus emperadores divinizados. Sin embargo, hoy en día muchos cristianos no ven ningún conflicto de intereses en ofrecer su lealtad a la bandera del Imperio de los Estados Unidos. Las iglesias se han plegado a los dictados sanitarios, tapando las pilas de agua bendita a la entrada de los templos, advirtiendo a los fieles de que no asistieran a misa, que la vieran televisada, como aconsejó Su Santidad el Papa en la celebración de la Misa de Pascua, poniéndose todos los sacerdotes mascarilla, cerrándose los templos a cal y canto y dejando de sonar las campanas que llamaban a los feligreses; y, cuando se abrieron, se rogaba que los que asistían no se sentaran juntos, no fueran a contagiarse, o, simplemente, que no se dieran la paz como hacían antes. 

    Los primeros cristianos se daban un beso, el beso de la paz (osculum pacis). Era una práctica común de las primitivas comunidades cristianas que llegó a convertirse en un rito litúrgico. El apóstol Pablo habla del "beso santo" en varias ocasiones: un beso casto en la mejilla entre varones o entre mujeres. Salutate fratres omnes in osculo sancto: Saludad a todos los hermanos con un beso santo.  Nada impedía, por otra parte, que el beso se diera en los labios. En la misa católica, los fieles se dan la mano y de ese modo se dan la paz. Sin embargo, a causa de la contingencia del virus coronado se desaconsejaron las interacciones personales físicas (sic) en la vida cotidiana por razones sanitarias: ni abrazos, ni besos ni apretones de manos. 

Nuevos y ridículos saludos contactless de los caballeros con la mano en el pecho.

    En el nombre de la Ciencia es ahora mejor pretexto que “En el nombre de Dios”, pero los cristianos siguen siendo importantes apologistas de los poderosos. La ciencia ha superado claramente al cristianismo por lo que las élites la utilizan para hacer 'razonable' su dominio. 

Su Santidad el Papa besando la bandera azul y amarilla de Ucrania. 
 

    La Iglesia, por boca del Papa, bendijo a la industria farmacéutica afirmando que la vacuna era un acto de amor, y, para colmo, ahora que ha desaparecido la misteriosa pandemia gripalizándose, o ha pasado a un segundo plano, vemos al mismo vicario de Cristo besando la bandera de Ucrania. ¿Bendecirá también Su Santidad las armas de destrucción masiva, las famosas weapons of mass destruction, que envía la Unión Europea a ese país para defender esa sacrosantísima bandera?

domingo, 1 de mayo de 2022

El títere que se creía titiritero

    La prestigiosa y autodesprestigiada revista británica Time nos regala con una portada en blanco y negro que es un retrato de perfil del rostro de Volodomir Zelenski, el actor ucraniano de moda. La fotografía ha sido tomada en Kiev el pasado 19 de abril. Un titular dice: How Zelensky leads: cómo Zelenski dirige. Se nos da a entender con esta interrogativa indirecta que este Zelenski es un leader, un Führer en la lengua de Goethe, esto es, alguien que dirige el cotarro, todo un president, es decir, que está sentado (sedet en latín) al frente de algo y de alguien (prae- en latín), y que por lo tanto gobierna la república de Ucrania.


    Afirmar, como hace la revista en su portada, Zelensky leads, si no es engañoso, es completamente falso, y forma parte de la oprobiosa campaña de propaganda de la guerra. Pero sienta la premisa: Zelenski dirige (en voz activa), toma las riendas y gobierna el timón de la nave del Estado que preside, como si no fuera dirigido (en voz pasiva) por unos intereses, vamos a decir, poderosos que son inconfesables.

    Esta portada y este titular forman parte de la propaganda de guerra, cada vez más descarada, zafia y ridícula, que quiere hacernos creer que Zelenski es alguien que maneja unos hilos, que dirige un país, del que está al frente, que sabe lo que hace, y que, por lo tanto, no es una marioneta manejada por el Tío Sam. ¿Acaso el títere dirige al titiritero que maneja los muñecos del teatro de guiñol y marionetas?

    Otra foto, tomada en la misma sesión del mismo día, dentro de la revista, nos presenta de frente en blanco y negro el mismo rostro del comediante, procedente del mundo de la actuación y del espectáculo, que se vio convertido en presidente de la noche a la mañana y que se afana en convencer a los gobiernos extranjeros de que necesita su ayuda humanitaria traducida en armamento para llevar a cabo una guerra de independencia (independencia ¿de quién? ¿de qué?). 


     Según la revista Time este hombre en su apretadísima agenda está más preocupado por la percepción de la guerra por parte del “mundo libre” -libre ¿de qué?, ¿de quién?- que por la guerra misma. Recojo esta perla del artículo: Su misión es hacer que el mundo libre experimente esta guerra como lo hace Ucrania: como una cuestión de su propia supervivencia.

    Ha logrado que los Estados Unidos de América y los Estados Unidos de Europa -eso que llaman insidiosamente la U.E.- proporcionen más armas a Ucrania que a ningún otro país del globo desde la Segunda Guerra Mundial;  y, además, de eso, que hayan acudido, como no podía ser menos, miles de periodistas de todo el mundo a Kiev a informar del desarrollo del conflicto, como suelen denominar con ridículo eufemismo a los desastres de la guerra,  una guerra que sirve como coartada para justificar el rearme de la industria correspondiente que, al parecer, andaba de capa caída tras la guerra fría, por lo que necesitaba este recalentamiento. 

    Otra perla del artículo: Su aislamiento a menudo obligaba al equipo de Zelenski a experimentar la guerra a través de sus pantallas, como el resto de nosotros. Se enteraban el actor y compañía de las batallas y los ataques con cohetes y bombardeos aéreos por las redes sociales antes que por los informes militares de los mandos de sus tropas, lo que da importancia del espectáculo mediático de la guerra. Alguno de sus asesores le ha reprochado que a veces se mete tanto en el papel que representa en el teatro del mundo que comienza a hablar como un actor que interpreta al presidente, lo que no ayuda demasiado a la causa.

    La ingenuidad de sus mensajes se traduce en que si Ucrania consigue expulsar a los rusos, habrá paz en todo el mundo, como si no hubiera otras guerras, como si esta fuera la única guerra, que lo es a fuerza de tanta propaganda y de tanto hablar de ella. 

Alegría en la industria armamentística (Viñeta de eneko)
  
    Durante todo el mes pasado y comienzos de este, Volodomir promedió un discurso por día, dirigiéndose a lugares tan diversos como el parlamento de Corea del Sur, el Banco Mundial y los premios Grammy. Cada prédica fue redactada teniendo en cuenta la audiencia a la que iba dirigida. Cuando habló ante el Congreso de los Estados Unidos, hizo referencia a Pearl Harbor y al 11 de septiembre. El parlamento alemán lo escuchó invocar la historia del Holocausto y el Muro de Berlín. Ante las cortes españolas mencionó el bombardeo de Guernica. Procura siempre generar la empatía del oyente, que se sienta identificado con Ucrania, explotando el victimismo, para conseguir su objetivo: armas y más armas, y rearme, nada de soluciones pacíficas que no están en el guión del papel que representa.

sábado, 30 de abril de 2022

Algunos descubrimientos aparentemente insignificantes

    1.- Plus ça change, plus c'est la même chose (Cuanto más cambia, más es lo mismo) fue el descubrimiento que Alphonse Karr (1808-1890), periodista y escritor francés, anotó en su revista satírica mensual llamada Les Guêpes (“Las avispas”). 

Alphonse Karr, por Antoine Samuel Adam-Salomon (circa 1876)
 
 Este es el párrafo en el que aparece: Después de tantos trastornos, de cambios, ya era hora de darse cuenta de una cosa: es como en el cabaré; etiqueta verde, etiqueta roja... etc. Se cambia a veces el precio, a veces el tapón, pero siempre se nos da a beber el mismo garrafón: «Cuanto más cambia la cosa, más es lo mismo».

    2.- ¡Nos toman por votos! (O lo que es lo mismo: ¡Nos toman por tontos porque procedemos a la reducción democrática de que un hombre (y una mujer, por supuesto, a estas alturas nadie lo pone ya en duda ni discute) es un voto, y de que, por lo tanto no es nada más que eso: un papel en una urna que no es más que una papelera. Una vez hecho el recuento, los votos van a la papelera, su destino y depósito final. No se puede decir, a la inversa, que un voto sea un hombre. 


 Son muchos los descubrimientos que le debemos a Andrés Rábago, alias el Roto, que todos los días nos regala con alguno de ellos en la prensa diaria. La comparación entre “nos toman por votos” y “nos toman por tontos”, no viene dada sólo por la rima asonante que sugiere que todos los votos son tontos, sino por las muchas acepciones que tiene el verbo “tomar” en castellano, que son según la docta Academia 39, y en concreto por la núm. 13: “Considerar equivocadamente a alguien o algo como lo que no es”, es decir, no sólo es que nos consideran votos, sino que lo hacen erróneamente porque no lo somos, sin olvidar la núm. 23: “Dicho del macho: tomar a la hembra”. Ni la acepción obscena de “tomar por” (el culo).

En la "democracia" de mercado o estatal, la representativa, necesariamente monoteísta o fascista, nos toman por tontos, es decir, por votos; convidados de piedra fantasmales; ausentes, sólo estamos presentes a la hora de emitir nuestro voto en el colegio electoral ya sea presencialmente o sea ya postalmente (pronto vendrá el voto telemático, y si no, al tiempo).

    3.- Victor Klemperer (1881-1960), en su impagable libro: LTI (Lingua Tertii Imperii) La lengua del Tercer Reich: Apuntes de un filólogo, hace la siguiente reflexión: “Pero el lenguaje no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él. ¿Y si la lengua culta se ha formado a partir de elementos tóxicos o se ha convertido en portadora de sustancias tóxicas?  

Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico. Si alguien dice una y otra vez “fanático” en vez de “heroico” y “virtuoso”, creerá finalmente que, en efecto, un fanático es un héroe virtuoso y que sin fanatismo no se puede ser héroe.

viernes, 29 de abril de 2022

Marzo nialarzo, abril güeveril, mayo pajarayo.

    Me viene a la memoria la letanía de la nidada o nialada que cantábamos cuando éramos críos y decía, si no recuerdo mal, así: 

 «En marzo, nialarzo; en abril, güeveril; en mayo, pajarayo, y en San Juan, péscalos por el rabo que se echan a volar».

    ¡Con que fuerza y arrojo estos jilgueruelos han roto el cascarón y quieren vivir en este abril! ¡Ay si a nosotros nos trajera la primavera el regalo de unas pocas, sólo unas pocas, de esas ganas de vivir, aunque solo fuera para no dejarnos matar y tenernos que morir sin haber vivido!

jueves, 28 de abril de 2022

La Guerra o La cabalgata de la Discordia

    El periódico anarquista francés L' Égalité publicó en 1889 una novela por entregas hoy totalmente olvidada de un tal Pierre Andreiew, no menos olvidado, titulada El Zar, acompañada de varias ilustraciones alusivas. El pintor autodidacta Henry Rousseau (1844-1910) se apropió de una de estas ilustraciones que era una caricatura de Alejandro III a caballo sobrevolando por encima de un montón de cadáveres desnudos picoteados por cuervos. Debajo de ella figuraba el siguiente texto: Allá por donde pasaba el misterioso caballo negro, se abatía una desgracia, se había cometido un crimen


   Muchos años después de la guerra franco-prusiana de 1870 y de la Comuna de París de 1871, el artista Henry Rousseau, marcado todavía sin duda por estos acontecimientos que había vivido en su juventud, se adueñó de esta imagen hallada en una publicación popular y la modificó ligeramente para su cuadro La Guerra (1894), también conocido como La cabalgata de la Discordia, dándole un colorido especial de tonos terrosos donde predominan los negros y los rojos y ningún color amable, lo que choca bastante en medio de una producción generalmente alegre y festiva como suele ser la paleta de este autor. 

La Guerra o La Cabalgata de la Discordia, Henry Rousseau (1894)
 

    Destacan las nubes rojas y unas tonalidades sombrías. Amante de vegetaciones exuberantes en sus lienzos, aquí nos presenta, sin embargo,  árboles desnudos con ramas rotas, que evocan la muerte omnipresente. Y recoge el motivo de los cuervos picoteando los cadáveres que ya encontrábamos en la ilustración periodística. Quizá su aportación más significativa es la sustitución de la caricatura del zar ruso por una alegoría de la Guerra, quizá la diosa guerrera romana Belona, la antigua Duellona, una divinidad mal definida, que a veces pasa por ser la esposa del dios Marte, y que suele representarse con rasgos horripilantes conduciendo un carro de combate y empuñando una espada, una lanza o una antoncha, adquiriendo la simbología tradicional de las Furias. La figura femenina puede ser también una alegoría de la guerra, porque la palabra “guerre” en francés, como en castellano, portugués e italiano, de origen germánico (werra 'discordia, pelea'), tiene género gramatical femenino. También podría ser una alusión a los cuatro jinetes del Apocalipsis, uno de los cuales, como se sabe, es la Guerra. 

 

Portada de una edición de Los cuatro Jinetes del Apocalipsis de Blasco Ibáñez

    El caballo que monta la Guerra o la Discordia, negro, salvaje y erizado, representa muy bien la brutalidad y mostruosidad de la guerra.  La desnudez de los cadáveres, privados de uniforme militar, impide concretar de qué guerra se trata en particular, por lo que nos hallamos ante la Guerra en general. Los cuerpos desnudos, además, podrían ser también víctimas civiles, y en todo caso representan la indefensión del ser humano ante la violencia desatada.

    Para la exposición del cuadro en 1894, Rousseau redactó el siguiente texto: “Pasa aterradora, dejando por doquier la desesperación, el llanto, la ruina”. Se cree que el personaje central que lleva un pantalón y mira al espectador con una mirada vidriosa podría ser un autorretrato del propio artista. 

        Un dibujo infantil, realizado en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, presenta el mismo motivo de los cuervos carroñeros alimentándose de los cadáveres de las víctimas de la guerra. El niño que realizó el dibujo y que firma Jolivet le hace hablar al cuervo y decir: "¡Ah! No van a quitarme de comer carne después de dos días sin ella".    

miércoles, 27 de abril de 2022

En la Plaza del Pino

En la plaza del pueblo / no hay ningún pino, / aunque todos la llaman / "Plaza del Pino".  

¿Dónde está lo que no hay  / pero que ha sido? / ¿Dónde está tras el nombre / el árbol mismo? 

¿Dónde está, rumoroso  / y alto,  aquel pino / que se alzaba  perenne  / igual que un símbolo?

 Hay un aparcamiento / triste en su sitio / para los automóviles / de los vecinos.

No juegan en la plaza / ya los chiquillos, / ni en los bancos se sientan / los viejecitos

a la sombra del árbol / verde y erguido /  cuando en agosto aprieta / el sol de estío.  

No se posa a su amparo / cantando el mirlo / ni en sus ramas jilgueros / hacen sus nidos.

Sólo queda un recuerdo / para el olvido, / una fúnebre esquela / de árbol caído.

 

martes, 26 de abril de 2022

Deus vult o La voluntad de Dios.

    La frase Deus vult tiene al parecer sus orígenes algo traídos por los pelos en la primera epístola de san Pablo a Timoteo, 2: 3-4: « (salutaris noster Deus) omnes homines vult salvos fieri» («(Dios nuestro Salvador) quiere que todos los hombres sean salvos»). Hay en la expresión “omnes homines” (todos los hombres) un afán totalitario que justificaría que el lema Deus vult sirviera como proclamación de la primera cruzada: una extensión del catolicismo a ultranza a toda la Tierra: Dios quiere salvanos a todos, sin excepción, incluso a los que no quieren que nadie les salve. Por lo que, aunque no queramos, debemos ser salvados por Nuestro Salvador.
 
Pancarta del partido político polaco de extrema derecha ONR
 
     Se configuró así este grito de guerra de la Primera Cruzada (1094-1099) que predicó el papa Urbano II para la recuperación de Tierra Santa y de la emblemática Jerusalén. La Europa cristiana formaba por vez primera en su historia una coalición militar frente a un enemigo común: los sarracenos que ocupaban Tierra Santa. La respuesta de la multitud a la prédica del papa fue unánime: ‘Deus vult! Deus vult! Deus vult!’ — ‘¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere!’ El Papa dijo entonces: "Que sea un grito de guerra para vosotros en la batalla, porque vino de Dios. Cuando os unáis para atacar al enemigo, este grito enviado por Dios será el grito de todos: "¡Dios lo quiere! Dios lo quiere!" El reino de Cristo proclamaba así su esencia imperial, uniendo la cristiandad y la guerra, la cruz y la espada, y justificando y santificando esta última que respondería a la voluntad del Señor todopoderoso.
 
Sitio de Antioquía por los cruzados, miniatura medieval (1474)
 
     Bohemundo de Tarento fue una de las figuras estelares de esa primera cruzada, de la que oyó hablar por primera vez cuando estaba asediando Amalfi, en el golfo de Salerno (en la italiana Campania), en 1096, y vio pasar a unos caballeros que enarbolaban la Cruz y se dirigían a los puertos del sur de Italia gritando "Deus vult! Deus vult!". Sintió, diríase, entonces la llamada de Dios en forma de pintiparada oportunidad de conquista y pillaje en tierras bizantinas bendecida por la Santa Iglesia Católica y Apostólica.
 
    Dice la inevitable Güiquipedia: En el 1101 durante el asedio de la ciudad musulmana de Saraqusta, la Caesar Augusta de los romanos, los cruzados cristianos del Reino de Aragón establecieron un campamento permanente al norte de la ciudad llamado Deus lo vol (Dios lo quiere). Este campamento deformaría su nombre andando el tiempo convirtiéndose en el pueblo de Juslibol, un barrio rural hoy de la actual ciudad de Zaragoza.
 
    Durante la guerra civil española (1936-1939) volvieron a oírse no pocos ecos dentro del bando nacional de este Deus vult!, adoptando así el grito de los cruzados y declarando la propia guerra civil una cruzada que se hacía en el nombre de Dios y de España, la Patria. 
 
 
    En la dos primeras décadas de este siglo XXI, la frase ha resucitado en las redes sociales sobre todo como ataque folclórico al Islam en los Estados Unidos de América. Durante las protestas del verano de 2020 en el ayuntamiento de Milwaukee aparecieron carteles como el que reproduzco, donde se observa una significativa falta de ortografía que revela que quien lo escribió desconocía el significado de lo que fueron las cruzadas -crusades y no crucades en inglés-  y del lema Deus vult, que escriben Dues vult. En el cartel de algún moderno supremacista blanco se lee: Han renacido los caballeros templarios. Dues(!) vult.
 
¿Es esto lo que Dios quiere?
 
     Ya sabemos en qué consiste la voluntad de Dios cuando se decía en el emblemático Paternoster, en latín, como Dios manda: Fiat uoluntas tua sicut in caelo et in terra!, y en nuestro Padrenuestro: Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el cielo.

lunes, 25 de abril de 2022

Con re-Tintín

    Informaba el otro día un periódico local digital de la reciente publicación entre nosotros del cómic La Isla Negra, el séptimo álbum de Hergé de las aventuras de Tintín, en cántabru, lo que según el susodicho diario suponía “un hito para la sociedad cántabra”.
 
    Dentro de lo que podríamos llamar la reinante onfaloscopia o acción de contemplarse el propio ombligo, según el neologismo ferlosiano, se incluye en los currículos de la escuela el estudio de los ríos de Cantabria como el Pas o el Asón, por ejemplo, antes que los ríos del mundo como el Nilo o el Amazonas, en aplicación de la doctrina pedagógica de comenzar enseñando lo local antes de abordar lo global, lo que reduce considerablemente el campo de visión de los alumnos. Lo mismo sucede con la mitología y el patrimonio arqueológico y ahora también lingüístico de Cantabria, labor esta última que se adereza con la creación de una literatura popular infantil en lengua 'propia', a lo que contribuye sin duda la publicación de este cómic.
 
 
     Pero ¿qué es esto del cántabru? Pues va a ser que es algo similar, a lo que parece, a la cantilena aquella que cantábamos cuando éramos pequeños jugando con las vocales de: “Cuando Fernando Séptimo usaba paletó”. El paletó, por cierto, era una prenda de vestir francesa (“paletot” en la lengua de Molière), una levita un poco más larga y holgada. Se cantaba primero sólo con la “a”:  Canda Farnanda Sáptama asaba palatá, luego con la “e” y así sucesivamente hasta completar todo el repertorio vocálico. 
 
    Pues algo así parece que es el cántabru que se nos quiere imponer subrepticiamente: consiste básicamente por un lado en coger el castellano y sustituir las -e finales por -i: (genti, demontri, óndi en lugar de gente, demontre y dónde, por ejemplo), fenómeno que se generaliza al presente de subjuntivo de los verbos de la primera conjugación, que en castellano se forman con -e (prigunti, enfadin en lugar de pregunte y enfaden); y por otro lado en cambiar las -o finales por -u (muchu, peru, tampocu en vez de mucho, pero, tampoco), y poca cosa más, como algunas palabras en vías de extinción de las hablas rurales de las distintas comarcas (lebaniega, trasmerana, campurriana, pejina, pasiega... ) de lo que se denominó geográficamente La Montaña y, más recientemente, Cantabria, tras la proclamación del glorioso Estatuto de Autonomía en 1981, hace ya algo más de cuarenta años.
 
    Con la invención, según algunos resurrección, del cántabru ya tenemos lengua propia, que es lo que nos faltaba para tener una identidad propia concorde con el marco legal político y económico de la autonomía. Ya sólo nos queda la fundación de una Real Academia de la Lengua Cántabra para que redacte una Gramática, que no será descriptiva sino prescriptiva en los centros de enseñanza, desde la escuela hasta la universidad, y un Diccionario, dado que las características lingüísticas del cántabru no están debidamente normativizadas todavía, para lo que es fundamental el apoyo imprescindible de las instituciones autonómicas.
 
 
    Como muestra un ejemplo de cántabru: He aquí la reflexión que hace Raúl Molleda, uno de los pocos que escriben así en la prensa local, a propósito de la la “intidá”, como dice él, de Cantabria, que ni siquiera los cántabros conocen, desconocimiento que no se debe tanto a la ignorancia como a la inexistencia de dicha identidad que sin embargo los políticos e intelectuales afines se empeñan en crear para justificar su propia existencia: Porque es de vergüenza, si lo habiera, que haiga genti de juera que se prigunti óndi demontri está la intidá de los cántabros, y los cántabros se enfadin muchu peru tampocu sepan contestar óndi. Lo que viene a ser en castellano: Porque es de vergüenza, si la hubiera, que haya gente de fuera que se pregunte dónde demontre está la identidad de los cántabros, y los cántabros se enfaden mucho pero tampoco sepan contestar dónde.
 
    El problema de la identidad nacional que plantea Raúl Molleda preocupa tanto a los nacionalistas centrales, que son los nacionalistas españoles, españolistas o centralistas a la antigua usanza, como a los periféricos, que son los nacionalistas vascos, gallegos, catalanes... y cántabros, que ahora claman por la endependencia, como dicen ellos.
 
    Este tema ha preocupado mucho también al gobierno francés que hace unos años lanzó un debate sobre en qué consistía la identidad nacional francesa, precisamente. Los franceses, según parece, gustan de mirarse el ombligo porque precisamente se creen el ombligo del mundo. Ellos, tan chovinistas que cantan La Marsellesa antes de los partidos de balompié de la selección gala y agitan la bandera tricolor como si estuvieran en el campo de batalla luchando a muerte por la liberté, egalité y fraternité, no saben cómo definir su identidad con los rasgos exclusivos que excluyan a los demás, a los que no son franceses. (A los españoles no van a excluirnos, porque, después de todo, somos buenos vecinos y nos gobierna la misma moneda, que es el Euro, pero a los africanos seguro que sí).
 
 
    La identidad nacional es un concepto nacionalista, un fetiche ficticio, valga la redundancia etimológica, que se pretende totalitario y cerrado, y, que resulta por lo tanto, excluyente: crea un nosotros y lo opone a un ellos, los que “no son de los nuestros”. Esa creencia, absurda como todas, justifica la realidad de las fronteras, muros que para muchos resultan infranqueables, sobre todo para los extranjeros procedentes de países pobres, o, más bien, empobrecidos, carentes como suelen estar de papeles que justifiquen su identidad.
 
    El que fuera presidente del gobierno español don Felipe González dijo en una ocasión: “Es difícil ser español o ser vasco porque no nos ponemos de acuerdo en qué consiste.” ¿Cómo vamos a ponernos de acuerdo en qué consiste ser españoles si no sabemos qué es España y qué es ser español, si no son más que ideas impuestas, sociales y no naturales, extrañas a la razón común? No es que sea difícil, es que es imposible. Pero sin embargo nos empeñamos en ello. O mejor dicho: hay quien, en lugar de dejarnos en paz, se empeña en que seamos españoles o vascos o andaluces o mallorquines o europeos, para lo que es preciso adoctrinarnos.
 
    Además de nuestro carácter de españoles y de nuestros diecisiete regionalismos y nacionalismos, que nos hacen vascos, catalanes, andaluces, cántabros etc, hay que sumar ahora, además, el carácter de Comunitarios de Europa que tenemos todos. En nuestros ayuntamientos, en efecto, ondean cuatro pendones por lo menos: el europeo, el español, el de la comunidad autónoma, y el del propio municipio. Y uno se pregunta: tantas banderas ¿para qué? ¿a qué bueno?
 
 
    Indudablemente, para que haya extranjeros. Interesa que haya quienes no son de los nuestros. Para ello se crea una nacionalidad, se excluye del grupo humano de esa nacionalidad a los demás, y se establecen las fronteras. Pero el problema no radica en que haya extranjeros, sino en que existan fronteras. Si no hubiera fronteras, no habría tampoco extranjeros.
 
    La pregunta “¿qué es?” sirve para poner en solfa y cuestión y disolver cualquier etiqueta identitaria que pretenda clasificarnos, cualquier atributo que le pongamos al verbo ser. ¿Qué es ser español o cántabro? ¿Qué es ser…? Pronto descubrimos que no lo sabemos, porque esa categoría “español” o “cántabro” por la que preguntamos -y preguntamos por ella porque ponemos en duda la verdad y no la realidad de su existencia- es una idea impuesta, un rótulo que intenta describir y a la vez prescribir nuestro comportamiento, y que, por lo tanto, coarta a modo de las cuatro tablas de un ataúd nuestra libertad.
 
    ¿No será nuestra identidad tanto la individual y personal, como la colectiva en general, un fetiche y un engañabobos laboriosamente forjados a lo largo del tiempo por nuestra propia y vana pretensión, condenada al fracaso, de tener una identidad que no sea falsa, hipócrita y teatral? No hay verdadera identidad. La identidad es real, pero todas las identidades son falsas. Liberémonos de todas las etiquetas. Dejemos de ser españoles, cántabros, creyentes, demócratas o lo que se nos ocurra… y empecemos a ser libres. A ver qué pasa.

domingo, 24 de abril de 2022

Ni Fu ni Fa

    La llamada cultura popular acierta más por ser popular que por ser cultura a expresar a veces los sentimientos de la gente. En este sentido propongo ver un fragmento del espisodio número 1 de la 8ª temporada de la serie de dibujos animados de Los Simpson, titulado “Ciudadano Kang”, donde Homer -Homero allende los mares- nos brinda una humilde lección de sabiduría del pueblo, ese gran escéptico.

    Kang y Kodos son dos calamares gigantes verdes y viscosos que se han propuesto invadir la Tierra y someter y esclavizar a toda la humanidad, para lo cual no se les ocurre mejor artimaña que abducir a los dos candidatos que a la sazón se disputaban la Casa Blanca, es decir, la presidencia de los Estados Unidos, y que por aquel entonces eran los señores Bill Clinton y Bob Dole, a los que abducen y eliminan, pero utilizan su piel como revestimiento para tomar su aspecto y hacerse pasar por ellos. 


     Homero Simpson lo descubre y decide desenmascarar a los dos candidatos que son la cara y la cruz de la misma moneda económica -y política- que pretende arrebatarles la vida y la libertad a los sufridos electores. La elección que hagan entre los unos o los otros es completamente indiferente. Gane Kang o gane Kodos, el resultado va a ser el mismo: el pueblo será sojuzgado.
 


    Desensmascarados en pleno debate electoral demócratas/republicanos, izquierdas/derechas, Homero Simpson muestra a la multitud la naturaleza de los dos cíclopes monoculares con tentáculos de calamar gigantesco

    Los dos mostruosos extraterrestres le explican a su público: “Somos un sistema bipartito: ¡tenéis que votar por uno de los dos!”. Así es la democracia.

    Finalmente sale elegido Kang y la Humanidad resulta esclavizada.

    Cuando al final del capítulo, Marge Simpson se queja del latigazo humillante que recibe del capataz, su marido Homero Simpson le responde que él no tiene nada que ver con aquello, porque él voto a Kodos. 



    Hoy los franceses se encuentran ante un dilema parecido con la segunda vuelta de sus elecciones. Tienen que elegir entre Guatemala y Guatepeor, entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen, que son los equivalentes franceses de los dos cefalópodos pegajosos de los Simpson. La elección resulta indiferente y trivial, pero la oferta electoral, acostumbrados como estamos a la propaganda del mercado, nos brinda la ilusión democrática de que tenemos libertad para elegir entre dos opciones contrapuestas, entre digamos por utilizar dos marcas comerciales Coca-Cola y Pepsi-Cola, entre demócratas y republicanos, neoliberales y fascistas, progresistas y conservadores, izquierdas y derechas, incluidas las extremas: y, elijamos lo que elijamos, y votemos lo que votemos, da igual: el resultado es el mismo: la esclavitud de la humanidad, la explotación del hombre por el hombre. 

 

    Una vez que haya triunfado uno de los dos candidatos, en este caso Kang, podremos lamentarnos de lo mal que van las cosas. Siempre habrá alguien que nos brinde una solución: ¡Haber votado a Kodos y no a Kang! ¡Piénsatelo la próxima vez!

    El pueblo no presenta nunca ningún candidato a las elecciones. Son las élites -los cefalópodos extraterrestres- los que se presentan ante el pueblo como la solución.