miércoles, 21 de abril de 2021

Aforo limitado, inscripción previa: el fin de los actos públicos.

    La limitación de los aforos por razones de seguridad en los actos públicos restringe la cabida física de los participantes y su carácter popular. No entrarán, en efecto, todos los que quepan holgadamente hasta completar el espacio real según vayan llegando, sino el restringido número que impongan las autoridades sanitarias. Los aforos se ven, pues, reducidos en estos tiempos cuantitativamente a la mitad, a la tercera y aun a la cuarta parte de su capacidad.

    Si, además, se requiere la inscripción previa de los que vayan a participar en el acto, la admisión se reserva sólo a los inscritos prescritos. Se sabe exactamente, antes de celebrarse el evento, el número y los nombres de los participantes que habrá, como si el acto se hubiera realizado ya antes de tener lugar. Se excluye así el carácter indefinido y anónimo y de alguna manera libre que tenía anteriormente el público asistente a los eventos. Nunca, previamente, se sabía si la asistencia iba a ser mucha o poca, y si el acto iba a tener mucho público, lo que solía calibrarse en los estrenos teatrales por la cantidad de excrementos de los caballos de los carruajes del público asistente. A la compañía que iba a debutar en el teatro se le deseaba “mucha mierda”, sinónimo de éxito, como deseo de “mucha suerte”.

    En estos tiempos tan asépticos que corren, no hay propiamente público, ni más teatro que el que el mal espectáculo que brindan los medios de formación y manipulación de la opinión pública, y el de nuestra prosaica vida cotidiana. 

    Se justifican estas medidas “por razones de seguridad” como queda dicho. Las medidas profilácticas quieren evitar contagios no deseados reduciendo la participación del público y los excrementos de los carruajes. Pero a los asistentes se les exigen otras medidas, como por ejemplo la distancia personal, la utilización de mascarillas. A veces, también, la toma de temperatura de los participantes, las abluciones manuales con gel hidroalcohólico, la limpieza de la suela de los zapatos, o la realización de una prueba de antígenos, certificado de vacunación, una Prueba de Reacción en Cadena a la Polimerasa (PCR)... Todas las medidas parecen pocas a la hora de enfrentarse a un virus que porta el cetro y la corona de todos los víruses y ha desencadenado una pandemia universal que, a río revuelto, ganancia de pescadores: la gran oportunidad de algunos sinvergüenzas como Klaus Schwab de iniciar el Great Reset, como dicen ellos con término microsóftico, el gran reseteo del sistema para que, cambiando, siga igual pero más a su entera conveniencia, quienes, lejos de abolir el dominio del hombre por el hombre, quieren asegurar la gobernanza mundial.

    Si se produce algún contagio, a pesar de dichas medidas preventivas draconianas, las autoridades sanitarias disponen del listado de participantes para hacer su seguimiento y detección, ordenando su tratamiento y encierro. 

    Desde las Altas Instancias se promueve la celebración de actos públicos virtuales, sin ningún tipo de presencia física, siempre a través de la Red. Es lo más higiénico y aséptico. Actos públicos sin público de carne y hueso, con público virtual fantasmagórico. Si el contacto real produce contagio se prohíbe por decreto ley. De ese modo se fomenta el contacto que interesa, que produce intereses económicos a las empresas tecnológicas de la comunicación, que es el contacto virtual. Su justificación, no contagia el virus.

    Estas medidas contribuyen al control de los actos públicos y a la consiguiente destrucción de su carácter popular. Dichos eventos con aforo limitado e inscripción previa se convierten, paradójicamente, en actos privados... de público. El régimen del Estado Terapéutico logra así que no se produzca nada inesperado e imprevisto que escape de su férula, ninguna rebelión contra su poder tiránico. El Estado Terapéutico se escuda en un amor filantrópico a la humanidad, un amor que, como decía el joven Antonio Machado a otro propósito, “funda su filantropía en el exterminio de la especie humana”.

martes, 20 de abril de 2021

Letanías de la buena muerte

Las revoluciones nacen del descontento del pueblo con el Poder y el orden establecido, pero acaban siempre restituyendo el orden que pretendían derrocar. ¿Por qué sucede eso? Porque las revoluciones son un proyecto cargado de futuro y, por lo tanto, condenado al futuro, y el futuro es de ellos, del Señor del Tiempo y sus secuaces, el futuro es el asesinato, el futuro es la muerte.

Nos infunden desde arriba, desde las altas esferas del Poder, miedo, un miedo ingente para que no vivamos, para que vivamos con miedo: dentro de cien años, a lo sumo, estaremos muertos. Dentro de cien años todos estaremos calvos, todos seremos calaveras en la fosa común del olvido.

 


Esa es la muerte futura que nos venden, la muerte siempre futura con la que nos amenazan. Frente a eso le  rezo yo, sin mucha fe, porque soy un descreído, al Cristo del Poco Poder y de la Buena Muerte estas letanías: danos, Señor del desempoderamiento, la buena muerte ahora mismo. Líbranos de la mala muerte que es la que nos da mala vida. No queremos la muerte futura, que esa no es buena, esa siempre es mala. Esa es la espada de Damoclés que, pendiente sobre nuestra testa coronada, no nos deja vivir ni disfrutar de los goces presentes ahora mismo. Queremos la muerte ahora, aquí y ahora, la buena muerte.

Todos la hemos experimentado alguna vez. Cuando menos lo piensas, cuando menos lo intentas, y cuando menos cuenta te das, te sobreviene una sensación, y la sensación que se experimenta entonces, si uno en el recuerdo permanece un poco fiel, es una sensación de plenitud y de vacío al mismo tiempo, y de felicidad desconocida, de lo que no se puede experimentar nunca ni en el Mercado, ni en la Familia, ni en los tratos políticos, ni con los compañeros, ni nada: el olvido; de vez en cuando se olvida uno de sí mismo y de todo.

 

Cuando dormimos entregándonos a los brazos de Morfeo también, pero incluso sin llegar a dormirnos: esa es la buena muerte, en la que estamos recayendo ahora mismo a poco que nos dejemos llevar y no nos dejemos amedrentar por la otra, por la mala, por la siempre futura, la real, la que nos envenena y nos quita las ganas de vivir, o las ganas de morir, que es lo mismo.

lunes, 19 de abril de 2021

El Parlamento de los Simios

    Resulta conmovedor ver la capacidad que tiene el régimen democrático político y económico vigente de asimilar aquellas obras de arte que critican el propio régimen. Tomemos, por ejemplo, este óleo gigantesco de Bansky (2009), que se conoce como Devolved Parliament (El Parlamento transferido) y que representa la Cámara de los Comunes de Londres. En él los parlamentarios han sido sustituidos por idénticos chimpancés a izquierda y a derecha que gritan interminablemente y se arrojan los trastos a la cabeza. Todos están sentados ocupando su escaño, salvo uno que está de pie y que representa al Primer Ministro, que se supone que está respondiendo a las preguntas de los parlamentarios. No olvidemos que estos parlamentarios han sido elegidos democráticamente por el pueblo para que lo representen. Se trata, obviamente, de una sátira política de la Democracia en general, a partir de la británica en particular.

Devolved Parliament, Bansky (2009)
 

    Supone la consagración exitosa de Bansky, que se hace por fin un nombre que vale dinero y da el paso de las pintadas y grafitis callejeros a una de las galerías de arte más prestigiosas del mundo como es Sotheby's, donde la obra fue subastada en 2019 al mejor postor, que pagó por ella la exorbitante cantidad de 9,9 millones de libras esterlinas.

    El cuadro se convierte así en una pieza más de museo y del mercado del arte igual que cualquier otro producto de consumo. Y el sistema incluye así al artista antisistema en su engranaje, asimilando al artista y la crítica que representa su obra.

    Podemos decir que el artista quiere que veamos a la clase política como él la ve, completamente deshumanizada, como si estuviera desarrollando la teoría de la evolución de Darwin al revés, hacia atrás: el hombre no desciende del mono, sino el mono del hombre. 

Fotograma del plano final de El planeta de los simios (1968)
 

    Un referente de Bansky puede ser la película de ciencia ficción El planeta de los simios de F. J. Schaffner (1968), con todas su precuelas y secuelas, donde el astronauta George Taylor (Chartlon Heston) y su tripulación llegan navegando por el espacio a un planeta habitado por monos inteligentes que dominan a los seres humanos. Al final Taylor hace un descubrimiento crucial: la estatua de la Libertad derrumbada en una playa. El planeta de los simios era en realidad la Tierra.

    El óleo de Bansky no es, aunque inicialmente lo fuera, una sátira de la clase política británica solamente, o de la española, si queremos trasponer el parlamento simiesco a nuestros lares, sino una crítica de la clase política mundial, ya que en todas casas cuecen habas, como dice el refrán, y en la mía a calderadas, una clase política corrupta y corrompida por completo por el Poder, subordinada como está la política a la economía, es decir, al Dinero.

domingo, 18 de abril de 2021

Fact checking

    Una superchería es un engaño que consiste en sustituir una cosa verdadera por otra falsa, que se pone por encima de ella (super). Superchería, pues, es sinónimo de fraude, y de paparruchas o “noticias falsas y desatinadas de un suceso, esparcidas entre el vulgo”, como reza el Diccionario de la docta Academia, que remonta la palabra a “páparo”, miembro de una tribu panameña ya extinguida, y también, en su segunda acepción, “aldeano u hombre del campo, simple e ignorante, que de cualquier cosa que ve, para él extraordinaria, se queda admirado y pasmado”. Por cierto, esta palabra de "paparruchas" bien podría sutituir al anglicismo que se oye tanto de "fake news", del que no tenemos ninguna necesidad en castellano, donde también disponemos de otros términos como "bulos" o "trolas" para referirnos a las noticias falsas.


    Pero esto no va de simples y cada vez más abundantes paparruchas, fake news o posverdades para los modernos, sino de mentiras y falsedades grandes como casas que nos hacen creer y que acabamos creyendo a fuerza de repetírnoslas una y mil veces como si fueran mantras consagrados. Los fact checkers se dedican a verificar, como dicen ellos, las fake news, pero quién chequea a los chequeadores? Esto va de supercherías que vienen a sustituir una cosa verdadera que todos sentimos como tal por otra falsa, es decir, de fraudes y de engaños. He aquí algunas de estas supercherías a título de ejemplo que conviene desgranar:

    “Todo el mundo tiene su opinión”: falso. Es la opinión la que tiene a cada cual. Las opiniones no son individuales, sino colectivas.

    “Somos libres”: falso. No estamos en la cárcel. Al menos la mayoría democrática de la población. Algunos, sin embargo, sí lo están. La prisión es un invento para hacernos creer que los que no estamos reclusos en un módulo penitenciario somos libres, cuando ni los unos ni los otros tenemos libertad en absoluto. La cárcel existe para que los que estamos fuera creamos que somos libres, lo que es mentira. Los que están dentro tampoco, por supuesto, son libres, de hecho son menos libres que nosotros, es verdad, porque la libertad no es cuestión de sí o no, de ser o no ser libre, sino de serlo más o menos. 


    “Vivimos en un régimen democrático”: falso. Lo repiten los políticos a modo de jaculatoria como si a fuerza de cacarearlo una y mil veces fuera a convertirse en verdad lo que es radicalmente falso como todos sentimos cada vez que nos enfrentamos de algún modo al Poder establecido. Recordemos lo que es democracia, ese en principio peligroso invento griego contra el Poder que hoy se ha convertido en su mejor aliado. La palabra está compuesta de “demos” que significa “pueblo” y “kratos”que quiere decir “gobierno”. Según esta palabra, democracia el es gobierno del pueblo: en el sentido objetivo y subjetivo a la vez: es decir, el pueblo gobierna como sujeto y el pueblo es gobernado como objeto. Se trata de una contradicción. No puede ser verdad que el pueblo gobierne y que, a la vez, sea gobernado, porque, si el pueblo gobierna ¿sobre quién ejerce su gobierno? Y si el pueblo es gobernado ¿quién lo gobierna? Evidentemente no se sostiene. La fuerza de esta superchería política radica en que el pueblo, dicen, se gobierna a sí mismo, pero si eso fuera así ¿qué necesidad íbamos a tener de elecciones y de parlamentos y de gobiernos autonómicos, municipales y centrales? Vivimos no en una democracia sino en una oligarquía, del griego “oligos” que significa “un pequeño grupo” y “arché” que quiere decir “gobierno”. Y ya sabemos quiénes son esos pocos que nos gobiernan y nos engañan metiéndonos en la cabeza afirmaciones corrientemente admitidas como verdades que son totalmente falsas, y que sólo se sostienen en la magia mántrica de creer que una mentira a fuerza de repetirse una y mil veces acaba convirtiéndose en una verdad.


    “Hay que estar informado para entender lo que pasa”: falso. Los que piensan que deben ver los programas informativos o leer los periódicos para entender el mundo en el que viven están totalmente equivocados. Los medios de comunicación sólo difunden paparruchas, es decir, posverdades o mentiras como las que estamos analizando aquí. Cuando cuentan lo que ha pasado, ya ha dejado de pasar. Es historia. Hay que estar informado para entender lo que quieren que entendamos.

    “Hay que consumir para ser feliz”: falso. La matraca publicitaria de la que somos víctimas hace que la publicidad invada todos los espacios públicos. Al día nos acribillan cientos de ráfagas publicitarias a través de todos los medios habidos y por haber: la propaganda es ubicua, está en todas partes como decían los teólogos de Dios. No hay día sin que hayamos recibido por lo menos un millar de mensajes publicitarios. Nos venden todo lo habido y por haber, pero lo que nos venden, lo que se vende en el mercado, no son cosas palpables y verdaderas, sino ideas de las cosas, es decir, sustitutos, o sucedáneos.

    El dinero no proporciona la felicidad, pero ayuda a conseguirla” Parcialmente falso. Sólo es cierta la primera parte: el dinero no da la felicidad. En cuanto a la segunda, no sólo no es verdad que no ayude a conseguirla, sino que suele ser la fuente de la mayoría de nuestras desgracias.

    “Hay que trabajar para ganarse la vida”: falso. La obligación de trabajar nos condena a una vida miserable de servidumbre. Vida laboral es una contradicción en los términos. 
 
Alegoría del mito de la caverna de Platón
 
    “Una buena educación y un título son un buen salvoconducto para el porvenir”: falso.  La felicidad no depende del nivel social o económico. Observemos las tasas de suicidio, ese tema del que nadie quiere hablar, porque son mayores en los países ricos que en los empobrecidos. Tampoco depende de los títulos, ni de los premios, ni de las notas del colegio. Nos educan de hecho para que seamos productivos, nos ceban para que sirvamos de alimento, para que nos conformemos con la realidad mentirosa que nos venden. 

    “Todo es falso”. Falso. La palabra “falso” es verdadera: sirve para denunciar la mentira de la realidad.

sábado, 17 de abril de 2021

Hombre precavido vale por dos (y III)

    En muchos órdenes se va imponiendo la idea de la precaución, de forma que lo que en principio podía ser una característica individual del carácter de algunas personas, adquiere una dimensión colectiva perseguida por gobiernos y gobernantes, que prefieren anticiparse a los problemas, creándolos a menudo, que solucionarlos cuando se presenten, por lo que el principio de prevención se extiende más allá del ámbito individual al sostenimiento del orden social. 

    En el ámbito de la medicina, por ejemplo, asistimos a la sustitución de la medicina tradicional curativa por la preventiva. El cardenal de Richelieu había escrito una máxima de Estado que decía que «un médico que puede prevenir las enfermedades es más estimado que el que trabaja curándolas» (Maximes d’État, 1623).  

    La Organización Mundial que dice velar por la Salud, haciéndose eco de esta sentencia y otras por el estilo,  avisa, de hecho, de que más vale prevenir que curar, porque para ella tratar a los pacientes “ya no es suficiente” (¡!) y aboga por empezar a prevenir las enfermedades, lo que no deja de ser una forma de anticiparlas y aun de crearlas para justificar existencia de dicho organismo "protector". 


     En la justicia, se habla de una justicia preventiva que es preferible a otra punitiva, es decir que es preferible evitar que sucedan los delitos que tener que castigarlos una vez que han sucedido. Sir Edward Coke aplica la regla del médico para la seguridad del cuerpo a la justicia, y dice melior est enim iustittia uere praeueniens, quam seuere puniens, tomándolo al parecer de Hugo Grocio: pues es mejor la justicia que previene verdaderamente que la que castiga severamente. Este principio se generalizará en los regímenes totalitarios siguiendo a Napoleón Bonaparte, que escribió en sus Maximes et pensées: «la severidad previene más faltas de las que reprime.»

    En el ámbito laboral, se habla de la “prevención de riesgos laborales”, olvidando que es el propio trabajo, y no las eventualidades que pueden sucedernos en él, el auténtico riesgo de muerte para la vida y que la mejor prevención sería no trabajar. 

     En el ámbito doméstico se generalizan los llamados seguros del hogar para prevenir los accidentes domésticos, así como en la conducción se hace obligatorio un seguro de accidentes de tráfico en previsión de los riesgos que pueden producirse como efecto de la conducción. 

     Incluso en el ámbito militar se habla a veces de guerra preventiva, como desarrollo del célebre adagio si uis pacem para bellum de los antiguos romanos. Según la inevitable güiquipedia: La guerra preventiva (preventive war) es aquella acción armada que se emprende con el objetivo (real o pretextado) de repeler una ofensiva o una invasión que se percibe como inminente, o bien para ganar una ventaja estratégica en un conflicto también inminente. Aunque se suele presentar como forma de autodefensa, la legitimidad de la guerra preventiva es objeto de disputa moral, sobre todo por la dificultad de ponerse de acuerdo acerca de si la amenaza es real y, en caso de serlo, de si se trata de un peligro inminente que justifique el ataque, o bien se utiliza como pretexto para atacar primero. 

    Pero hay también una pre-emptive war. No es lo mismo prevention, que quivale a nuestra prevención o precaución, que pre-emption, que es etimológicamente una “compra previa”, es decir, una acción que evita que otra se produzca, y que llamaríamos en castellano pre-ención. La diferencia es muy sutil y de hecho muchas veces se confunden ambos términos anglosajones y se traducen los dos por nuestro "prevención". La pre-ención es una acción militar contra un objetivo cuando hay pruebas irrefutables de que el objetivo está a punto de iniciar un ataque militar, es un anticiparse a la jugada que va a realizar el contrincante. La prevención es la adopción de una acción militar contra un objetivo cuando se cree su ataque inevitable, aunque no necesariamente inminente, y cuando la demora en el ataque implicaría un riesgo mayor. Tanto las prevenciones como la pre-enciones lo que hacen es que las desgracias, es decir las guerras y los ataques, vengan antes. Al menos a nuestras mentes. Al prevenirlas las atraemos, y nos enfrentamos a ellas antes de tenerlas delante, y con la preención lo que hacemos es adquirirlas. 

      Encuentro en la fábula de Esopo El jabalí y la zorra (224, Hsr. 252, Ch. 327) un ejemplo de prevención: un jabalí, apostado junto a un árbol, estaba afilándose los dientes. Al preguntarle una zorra que por qué afilaba sus dientes sin que le amenazara ningún cazador ni ningún otro peligro visible, le dijo que no lo hacía en vano, sino porque si le sobrevenía alguno no iba a tener tiempo de hacerlo entonces y haciéndolo ahora ya estaba preparado para esa eventualidad. La moraleja que se desprende del diálogo es que los preparativos deben hacerse antes de enfrentarse uno a los peligros.

    Reelaborada y versificada por nuestro Samaniego, núm. 22 del libro V de sus Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Vascongado (1826), ilustra la idea de la prevención, haciéndose eco en uno de sus versos del ideal romano del si uis pacem, para bellum, si quieres la paz, prepara la guerra, y del refrán de que el hombre prevenido vale por dos: Sus horribles colmillos aguzaba / un jabalí en el tronco de una encina. / La zorra, que vecina / del animal cerdoso se miraba, / le dice: «Extraño el verte, / siendo tú en paz señor de la bellota, / cuando ningún contrario te alborota, / que tus armas afiles de esa suerte.» / La fiera le responde: «Tengo oído / que en la paz se prepara el buen guerrero, / así como en la calma el marinero, / y que vale por dos el prevenido.» 

     Frente a esta tradición literaria y culta, hay un refrán de transmisión básicamente oral y popular que recoge algo del sano escepticismo del pueblo que, rebelándose contra esta obsesión médica no ya por la prevención sino por la propia curación, nos advierte de que “es peor el remedio que la enfermedad”, o “peor la cura que el mal que se quiere atajar”. Es el caso de algunos tratamientos del cáncer, que pueden llegar a ser más agresivos que el propio cáncer. A duras penas podemos hallar un eco literario de este sentir popular en la expresión  aegrescitque medendo, (“y se agrava curándose”) que aplica Virgilio en La Eneida XII, 46 a la herida de índole psicológica de Turno, donde el rey Latino, pretendiendo aliviar con sus palabras la ira de aquel, consigue el efecto contrario, hurgar más en la llaga, y, tal es el poder del lenguaje, hace que la enfermedad se recrudezca.

viernes, 16 de abril de 2021

Hombre precavido vale por dos (II)

    ¿Dónde está el origen de la interpretración previsora del dicho praestat cautela quam medela? Quizá en el hecho de que se cita antes la cautela que la medela, y se da a entender que si antes hay caución no hace falta recurrir después a la curación. 

    Pero no es lo mismo decir que predecir, ni sentir que presentir. No puede ser lo mismo la caución que la precaución. Pero la docta Academia a la hora de definir "caución" pontifica “prevención, precaución o cautela”, entrando así en la confusión de un círculo vicioso, equiparando caución y precaución sin tener en cuenta el valor del prefijo pre-, procedente del latín prae-, que indica anticipación, anterioridad, y que aparece en el verbo prae-stat, que literalmente significa “estar delante, aventajar, ser superior”. 

     Habría que decir que lo que vale más que la medicación es la caución, y no tanto la pre-caución. Y frente a la idea omnipresente de precaución habría que enarbolar la de la mera cautela: Una cosa es tener cuidado, tener visión de las cosas, y otra es anticiparse a la visión, que es un error que nos impide ver lo que tenemos delante. 


     Se dice a veces que a los niños hay que advertirles de que hay cosas que ellos no ven y que pueden hacerles daño, como por ejemplo meter la corriente eléctrica si meten los dedos en un enchufe. Es cierto. El problema viene cuando, una vez adultos, se les sigue tratando como a niños dado el paternalismo del Estado moderno. 

    En este sentido ha triunfado en nuestros días la idea de que hay que prevenir los males antes de curarlos, y eso lo dice el Estado Terapéutico que vela por nuestro bien. El problema es que el Estado Terapéutico es como el Ogro filantrópico que decía Octavio Paz: un monstruo filántropo, es decir, que ama tanto la humanidad que por eso mismo la hará sufrir, como reza aquel otro refrán de “quien bien te quiere te hará sufrir”.

    Nos hará mal por nuestro bien, dándonos el cambiazo: un mal presente, que no vemos, pero que está aquí haciéndonos la vida imposible, por un bien futuro, que tampoco vemos porque no está aquí pero  nos impide ver lo que hay delante de nuestras narices. 

    Por eso están "triunfando" las llamadas vacunas del coronavirus, porque previenen la enfermedad que causa dicho virus haciendo que sus síntomas se atenúen y sean más leves. Son las tiritas que se ponen antes de la herida. En lugar de ocuparse de la curación de las heridas cuando se produzcan, nos ocupamos de la profilaxis para que no se produzcan, confiando en la magia de que podemos ahuyentarlas. 

    Encuentro la sugerencia de la maldad de la precaución en un paso de Séneca, la epístola núm. 5, a Lucilio (7-9), una formulación que me ha resultado bastante esclarecerdora, es decir, reveladora de la mentira en la que habitualmente vivimos, que es que solemos valorar más la previsión que la propia visión, la precaución que la caución, hasta el punto de equipararlas erróneamente. Así dice el sabio cordobés: Por ello la previsión, el bien máximo de la condición humana, se ha convertido en un mal. (Itaque prouidentia, maximum bonum condicionis humanae, in malum uersa est). 

      
    ¿Cómo puede afirmarse que la previsión o prouidentia en latín, de donde derivan nuestra providencia, que es sin embargo un falso amigo, y nuestra prudencia, de ser un bien, el mayor bien de la condición humana, se haya convertido en un mal? Séneca establece la comparación con los animales, que huyen de los peligros que ven (ferae pericula, quae uident, fugiunt), y una vez que los han evitado están seguros. Nosotros, sin embargo, a diferencia de ellos, nos atormentamos con los peligros pasados y los futuros, que no existen, unos porque son agua pasada y los otros porque no son. 

    Nos torturamos con el porvenir y con el pasado (nos et uenturo torquemur et praeterito). Es decir que nosotros, a diferencia de las fieras, nos sentimos inseguros por peligros que no vemos porque pertenecen al pasado y al reino de la memoria o al futuro y la suposición, en lugar de acomodarnos a los que tenemos por delante, que son los únicos que hay. 

     ¿Por qué la prouidentia es mala, si la uidentia es buena? Porque la prouidentia impide la uidentia al ser una anticipación. Digamos que frente a la previsión de las cosas, hay que proponer la sencilla visión, porque la previsión puede cegarnos, y no dejarnos ver, si nos ciega, lo que tenemos delante.

jueves, 15 de abril de 2021

Hombre precavido vale por dos (I)

    No hace falta recurrir a muchos ejemplos para sugerir cómo desde las Instancias Superiores se nos dice lo que tenemos que hacer. Me refiero con esta expresión tanto a las autoridades del Gobierno como a las de nuestra alma, que nos apremian a ocuparnos de nuestra propia persona, de nuestro cuerpo, que para eso es nuestro y nos ha tocado en suerte administrarlo y gobernarlo, y como nuestro que es podemos hacer con él lo que queramos, hasta donárselo a la ciencia post mortem por ejemplo, cualquier cosa menos desentendernos de él. 
 
    Hay una escena humorística breve de los Monty Python sobre la donación de órganos que merece la pena ver, aunque sólo sea para reírse un poco, que buena falta hace la risa en momentos de una seriedad tan ridícula como la que nos gobierna, incluida en su espléndida película “El sentido de la vida”. Cuando le preguntan al cirujano qué hará con el hígado extirpado ante mortem, responde que se usará para salvar más vidas, por el bien de la nación, por el bien común, lo que conlleva el sacrificio del donante.
 
  
 
    Los médicos especialistas nos invitan constantemente a ocuparnos de todos nuestros órganos con revisiones periódicas y chequeos para evitar males mayores. Nos recuerdan a menudo los dentistas, por ejemplo, que, no debemos hacernos sólo una limpieza anual de boca, sino semestral y aun trimestral... Y, no contentos con eso, los galenos especialistas y generalistas nos invitan a pre-ocuparnos, es decir, a ocuparnos de nuestros órganos con antelación, con lo que consiguen que no nos ocupemos de otras cosas, como por ejemplo, de vivir, sencillamente, que no es por otra parte una ocupación, sino todo lo contrario, una des-pre-ocupación. 
    
    Cuando nos ocupamos de algo, como quieren nuestras Instancias Superiores, -y no digamos ya cuando nos pre-ocupamos- estamos intentando poner la tirita o la venda antes de habernos hecho la herida, y tomando el fármaco antes de tener la dolencia. Aplicamos unas soluciones que son más problemáticas que el propio problema, que sería preferible dejar irresoluto. ¿Merece la pena matar moscas a cañonazo limpio? ¿No es peor el efecto secundario y daños colaterales del bombardeo de la artillería que el vuelo de los moscardones sobre nosotros? 
 
        Claro está que hay un refrán atestiguado en las fuentes escritas y literarias que dice que “Hombre prevenido vale por dos”, o bien “hombre precavido..., o apercibido" en nuestros clásicos como en “castillo apercibido, no es sorprendido o decebido”,  según el cual el previsor es el doble de valioso que el alegremente despreocupado.
 
 
    Responde este refrán, que no es vox populi sino voz de las Instancias Superiores, es decir, vox Dei, voz de Dios,  a una idea muy arraigada en el mundo moderno que es la de la prevención. Hay que prevenir los males y las desgracias antes de que sucedan para evitar en primer lugar que sucedan, y, si eso no es posible, porque hay siempre imprevistos, para evitar al menos el daño psicológico que nos infligirían si nos pillan desprevenidos precisamente. Ya algo de contradicción asoma en la propia formulación. Si prevenimos algo, estamos haciendo que suceda antes de tiempo, que tome la delantera sobre lo previsto, aunque precisamente lo que pretendemos es evitarlo anticipándonos. 
 
    En la base de la medicina profiláctica moderna se encuentra otro refrán “Más vale prevenir que curar”, que recomienda la precaución antes de que suceda una desgracia de la cual tengamos que arrepentirnos y curarnos después. Su variante “Más vale prevenir que lamentar” viene a decir lo mismo. Se considera que ambos son una traducción del lema latino medieval tomado del ámbito médico Praestat cautela quam medela, que se le atribuyó sin ningún fundamento a Hipócrates, el padre de la medicina curativa. Suele traducirse erróneamente como “más vale precaución que medicina”, dando a entender que es mucho mejor evitar que algo malo suceda antes que tener que remediarlo una vez que haya sucedido sometiéndose uno a tratamientos médicos.
 
    Este principio, de índole más bien moral y personal, no procede, como se pretende, de la medicina antigua, que era fundamentalmente curativa, sino al contrario, es la idea moderna, ajena al mundo antiguo, de la profilaxis la que es una consecuencia de ese principio moral. La justificación, pues, no es médica, sino moral. 
 
    La traducción más adecuada del adagio latino sería:  “vale más el cuidado, la cautela, la caución, el prestar atención que la medicina”. Es decir que lo que vale la pena es evitar la medicina, porque la medicina es perjudicial para la salud. Podríamos también decir: la sanidad, en lugar de la medicina, contraponiendo el término gubernativo “sanidad” con el popular “salud” para aludir a las medidas irracionales que nos imponen las autoridades sanitarias. Y que la cautela consiste, precisamente, en no someterse a la medela.

miércoles, 14 de abril de 2021

"Por mí y por todos mis compañeros"

    El Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos (CGCOF), partidario incondicional como es de la presunta “vacuna” del covid-19 (que no ha sido aprobada todavía sino autorizada provisionalmente para experimentación por razón de “emergencia sanitaria”), ha sacado un eslogan propagandístico que dice “Me vacuno por mí y por todos”, que me chirría un poco por la razón que luego explicaré, pero me trae a la memoria a mí el juego infantil al que todos seguramente hemos jugando alguna vez: el escondite. Les recuerdo un poco a los lectores cómo lo jugaba yo. 

 


     Uno de los niños es elegido a sorteo: el-que-se-queda (sin esconder). Tiene que taparse los ojos doblando los brazos sobre una pared o un árbol, y contar hasta veinte, treinta o cincuenta, según se acuerde, mientras los demás buscan un escondrijo para ocultarse y se esconden. Cuanto más rápido cuente, menos tiempo les dejará a los demás para esconderse, pero no debe saltarse atropelladamente los números. Una vez acabada la cuenta, dice “El que no se ha escondido tiempo ha tenido”. Se vuelve, abre bien los ojos y se dedica a buscarlos. Cuando descubre a uno, debe volver corriendo a la casa, que es el lugar donde se cuenta, dar una palmada y gritar el nombre del encontrado, por ejemplo: “¡Por Luisma!”, suponiendo que se llame Luisma. Los demás, cuando la casa, que es el lugar donde se ha contado, esté libre, deben correr hacia ella, tocarla y gritar “¡Por mí!”. Pero el último que quede tiene la oportunidad de salvarse a sí mismo y de redimir a sus compañeros, si llega a la casa sin haber sido descubierto y grita: “¡Por mí el primero y por todos mis compañeros!”.

    Pero me chirría un poco el eslogan farmacéutico porque no es lo mismo que el juego. Si me vacuno yo, lo hago sólo por mí, para, si me contagio pese a la presunta vacuna -y es posible que me suceda-, atenuar los efectos en mi persona, no para, contagiado yo, dejar de contagiar a los demás. El eslogan de que hacerlo por mí es también hacerlo por mis compañeros, por todos los demás, es por lo tanto mendaz y responde a lo que yo llamaría un egoísmo altruista, valga la contradicción: Es un egoísmo -salvarse uno a sí mismo atenuando los síntomas de su contagio- que se vende con la coartada del altruismo, como que uno lo hace también para redimir a los demás.

    Las autoridades sanitarias no dejan de advertir a los inoculados de que no están inmunizados y por lo tanto deben seguir manteniendo distancias de seguridad, usando mascarillas y demás gaitas, como si no lo estuvieran, porque de hecho no lo están. Lo que han recibido no es una vacuna que los inmunice, sino un fármaco que se está experimentando en la actualidad no con enfermos, lo que podría entenderse, sino con población sana, cosa inadmisible.

    Se trata con ese lema de fomentar la idea de que si uno decide inocularse el tratamiento que proponen los farmacéuticos está haciendo algo no sólo por sí mismo, librándose del mal, sino también por el resto de la sociedad. Lo que se hace por la salvación de uno, egoísmo puro, se presenta como acto solidario que se hace también por los demás, altruismo desinteresado. Y eso es lo que falla porque, según dicen las autoridades sanitarias que dicen los expertos y cacarean los periodistas, la vacuna -vamos a llamarla así para entendernos, aunque no sea una vacuna y todavía no esté aprobada al no haberse acabado los ensayos que se están realizando ahora en la gente que se somete a ella voluntariamente- no inmuniza, es decir no evita que uno se contagie e infecte a los demás, simplemente aligera los síntomas de la infección en quien ha recibido el tratamiento farmacológico. 

 

"Vacunódromo"
 

    Es verdad que los periodistas usan el verbo “inmunizar” como sinónimo de “vacunar” y como todo el día están hablando de lo mismo, para no repetir siempre la misma matraca -es algo que estudian, supongo, en primero de periodismo-, utilizan sinónimos y publican titulares como este que recojo al azar de El diario de Huelva del 2 de abril a título de ejemplo: “Unos 30.400 onubenses ya se han inmunizado frente al coronavirus”. Inmunizados, pese a lo que dice el periódico, no están esos 30.400 onubenses. ¿Debería el periodista haber dicho “vacunado”? Tampoco es verdad. Lo que está recibiendo la población no es una vacuna, sino un tratamiento farmacológico, pero no médico, propiamente hablando, porque no se receta bajo prescripción médica individual. Y lo está recibiendo voluntariamente, aunque haya mucha presión, tanta que mucha gente cree que es obligatorio someterse.

    Luego no me sirve el eslogan farmacéutico que me recordaba al juego del escondite. Lo hago sólo por mí (y por los laboratorios farmacéuticos que están detrás rivalizándose entre sí y haciéndose la competencia). Y eso es lo que se está escondiendo y ocultando. Y lo hago por las compañías y emporios farmacéuticos, que a ese escondite juegan, ya que me estoy prestando voluntariamente a ser su conejillo de Indias sin recibir ninguna compensación a cambio más que la vaga promesa de un pasaporte vacunal que me dará la posibilidad de poder viajar y alguna que otra ventaja en restaurantes y grandes almacenes asociados... Y lo hago por el CGCOF que decía al principio, y que afirma que "la campaña de vacunación frente al covid-19 es el reto sanitario, social y económico más importante y urgente que tiene España en estos momentos" (el subrayado es mío). 


     Y bajo el  nombre de "vacuna" se esconde un producto que no se sabe muy bien qué es, pero que no parece que sea lo que dice ser, sino otra cosa que dicen que necesitamos para prevenir una enfermedad que no es tan mortal como nos contaron e hicieron creer, que incluso muchos la tienen y ni se enteran, y que en todo caso tiene un tratamiento que hace innecesario gastarse tanto dinero público, de todos los contribuyentes, como  están gastando alegremente las autoridades sanitarias para beneficiar a... ¿a quién, por cierto, benefician? Sigamos la pista del dinero, ya que cuando se habla de beneficio se sobreentiende casi siempre el adjetivo "económico", y preguntémonos como los viejos detectives de las novelas policiacas: ¿A quién le aprovecha el crimen?  
 
     A los que facturan y venden, incluso antes de haberlos fabricado, sus productos farmaceúticos en un mercado cautivo distribuido estatalmente, y por lo tanto a esos figurantes ungidos que disfrutan de potestad para impedir vivir a sus congéneres; y tras ellos a los más avispados que rediseñan, reajustan y reinician el sistema con la 'nueva normalidad' que exige su ambición sin límites.

martes, 13 de abril de 2021

Desahucio de las entidades bancarias

    Las entidades bancarias, como gustan de denominarse los bancos con expresión rimbombante,  se percatan del peligro de que sus clientes pudieran acostumbrarse a vivir con menos, y de que descubrieran de paso que menos pufede ser a la larga más y mejor.

    Puede que lo peor de la crisis no sea el aumento del paro, ni el declive del P.I.B. ni el hundimiento de las bolsas nacionales e internacionales. Según la Asociación de la Banca Española (A.B.E.) , lo peor que podría pasar “sería que la gente se diera cuenta de que puede vivir con menos dinero, menos bienes y menos servicios, y de que no pasa absolutamente nada. Si los ciudadanos se acostumbran a estar igual de bien gastando ahora 20 cuando antes gastaban 80, entonces apaga y vámonos”.

 

    El miedo que subyace por debajo del miedo que tienen los banqueros es que la gente descubra que se puede vivir no ya "con menos dinero", sino sin dinero.

     Los tiempos de incertidumbre económica han provocado que la gente ahorre en el supermercado, use la ropa que se compra durante unos meses más y posponga sine die decisiones como la de cambiar de coche o de televisión o adquirir una segunda residencia. Si descubrimos que realmente no necesitamos un pack de televisión por cable y ADSL de alta velocidad que cuesta 90 euros al mes, pues se acaba el negocio de la televisión por cable y del ADSL. No digamos ya si descubrimos que se puede vivir sin televisión sin más... Si reciclamos la ropa, regalándosela a familiares y amigos, se acaba el negocio de la moda.

    Mucha gente que durante el fin de semana se encerraba en los centros comerciales, y siempre acababa comprándose lo que menos necesitaba, ahora se va a dar un paseo por el campo, que es más barato y, además, más saludable para los pulmones y la faldriquera. Mucha gente, que antes se gastaba un dineral en unas vacaciones, ahora se queda en casa y descubre que no necesitaba irse de vacaciones a ningún destino turístico para descubrir que no existe el viaje y pasárselo igual de bien o mejor.

 

Al fuego, Stanislav Plutenko (2009)
 

    El portavoz de la A.B.E. reconoció a micrófono cerrado: “si la gente deja de gastar más de lo que puede permitirse, a ver qué cojones inventamos los Bancos para no hundirnos en la miseria, viviendo como vivimos de la usura de los préstamos”. Ahí se ve clara la estrategia bancaria: Hay que hacer que la gente gaste "más de lo que pueda permitirse", porque la Banca vive de la deuda que contraemos con ella.

    Está claro, si no volvemos a consumir masivamente productos que luego no usaremos ni gastaremos, la Banca pierde mucho dinero, tanto que podría acabar perdiendo la Banca, contra el adagio de que siempre gana la Banca. Y si pierde la Banca, se declara la bancarrota. 

    ¿Quien le dará al banco el dinero y los intereses del préstamo del coche del hijo si ese hijo aguanta con el popó de papá o se compra uno de segunda mano en vez de un flamante último modelo, o prefiere, más sensato todavía, prescindir del coche y utilizar el transporte público, los pies  y la bicicleta?

Al mar, Stanislav Plutenko (2018)
  
    Está cundiendo el deshaucio etimológico, es decir, la falta del depósito de confianza -crédito fiduciario- de la gente en las entidades bancarias, esos usureros, que viven de la usura, es decir, de vendernos el trampantojo del  futuro.
 
     Si gastas más de lo que tienes, algo raro hay en lo que adquieres, y en esa rareza reside el misterio que Ciencia, Capital y Estado desarrollan e implementan, como dicen los seminaristas que en las Escuelas de Negocios se catequizan; de la santísima Trinidad a este trío calaveras,'verdadera-mente' una sola religión por el mundo se propaga y ensalza acogiendo en su seno las viejas por toscas y poco evolucionadas, ésta tiene la ventaja de que unifica como factores productivos todo lo que en el mundo vive, y hasta las desgracias inevitablemente producidas sabe integrar para reactivar su modelo de negocio ofreciendo redención a la feligresía ésta se debate entre la salvación como factor (que optimiza el Capital) o la condena como desecho (que administra el Estado) en la producción sistémica (que desarrolla la tecno-Ciencia).

    El endeudamiento generalizado es un estímulo intrínseco y ya permanente para la revalorización de “activos“ y la creación de los pasivos, La mayoría endeudada fía su redención en la politiquería orquestada mientras el endeudamiento instituido consigue asignar valor al patrimonio que esa deuda genera. Ya no hay 'valor' ni se consigue revalorizar sin un endeudamiento global.


lunes, 12 de abril de 2021

De la mascarilla como sustituto del velo islámico

Resulta sarcástico cómo un Estado moderno y democrático como el francés, surgido de una revolución que hizo que todo cambiara para seguir igual, y que hizo del laicismo una de las señas de identidad de su república, después de prohibir en el ámbito público y político el uso del velo islámico femenino, obliga ahora a toda la ciudadanía por razones sanitarias a llevar una mascarilla, que no deja de ser un sucedáneo del velo del islam. 

La mascarilla no despersonaliza a los seres humanos, deshumaniza a las personas. Su única ventaja, si se puede llamar así, es su carácter igualitario que no discrimina sexualmente, ya que se impone a los dos sexos. Pero el mal de muchos es, ya se sabe, el consuelo de los tontos.  

Alguien replicará que no es lo mismo una razón religiosa que una sanitaria a la hora de una imposición. No lo es y sí lo es. No lo es porque obviamente son razones de distinta índole; y sí lo es porque en ambos casos se trata de justificar una obligación.  Poco importa que el argumento de la coartada sea religioso o sanitario, desde el momento en que la Sanidad se ha convertido en la nueva Religión y nuevo culto, y su credo es la Ciencia vulgarizada y dogmática. En ambos casos se le ordena a la gente lo que debe y lo que no debe hacer.

Ya no se trata de salvar las almas como en los viejos tiempos medievales, sino los cuerpos. 'Salvar vidas' es el eslogan o grito de guerra ahora de la mayoría de los Estados democráticos. 

 

El laicismo es la condición del laico. Y laico, etimológicamente, significa “del pueblo, popular”. El término procede del griego λαϊκός (laïkós), adjetivo derivado del sustantivo λαός (laós) a través del intermedio latino. En griego λαός (laós) significa pueblo en cuanto reunión de hombres y se opone a δῆμος (démos), que es el pueblo en cuanto organización política. El laicismo es la independencia de la gente de cualquier organización o confesión religiosa. De lo que no se libra el pueblo como λαός (laós) es de su dominación estatal, que no deja de ser una organización religiosa desde el momento en que el Estado es la nueva Iglesia y los ciudadanos sus feligreses, identificándose así torticeramente con el pueblo como δῆμος (démos). La expresión "estado laico", por lo tanto,  no deja de ser una contradicción en sus términos: no puede haber un estado verdaderamente popular porque si hay Estado no hay pueblo, en el sentido griego de λαός (laós) y, viceversa, si hay pueblo no hay Estado. 

En este sentido el Estado moderno, a través de sus autoridades sanitarias, nos impone, como el viejo clero, una serie de obligaciones. Una de ellas es el uso de las mascarillas que deben tapar nuestra boca y nariz para que no contagiemos con las más sencillas y económicas, aunque no estemos infectados, a nuestros congéneres al respirar. Las hay más complicadas que, además de evitar que contagiemos, nos defienden como un escudo protector del contagio exterior. Prácticamente herméticas, resulta no ya costoso, sino imposible respirar con ellas sin que uno padezca hipoxia y sienta que se ahoga y asfixia. Parece obvio que cuanto menos respiremos menos contraeremos un virus respiratorio, por lo que en último extremo de lo que se trata es de dejar de respirar.

De alguna manera el Estado francés, volviendo a él, y la mayoría de los otros Estados modernos, nos están imponiendo el velo islámico, el velo de la sumisión, que es lo que significa originariamente “islam”, como se sabe. Me refiero al niqab, no al hiyab.


El hiyab es el simple pañuelo que cubre el cabello pero no el rostro de las mujeres, dejando boca y nariz al descubierto. El niqab, además de cubrir cuello y cabello, tiende un velo de oreja a oreja que cubre la nariz y la boca dejando al descubierto sólo la franja de los ojos. Es el justo equivalente, por lo tanto, de nuestra mascarilla. 
 
Es el niqab el velo de las musulmanas más ortodoxas, muchas de las cuales llevan también guantes para tapar sus manos, con lo que no dejan nada más que los ojos a la vista de los profanos. 
 
La fiebre protectora que se apoderó de mucha gente tras la declaración de la pandemia del 2020 hizo que muchos quisieran proteger sus manos con guantes desechables de nitrilo y de latex para librarlas del contagio. Las autoridades sanitarias desaconsejaron su uso, predicando la conveniencia en su lugar de las abluciones rituales bien con agua y jabón o bien con geles hidroalcohólicos.

Al hablar del velo islámico hay que hacer alusión al inevitable burka afgano, que cubre totalmente el cuerpo femenino de pies a cabeza, y que sólo deja traslucir los ojos a través de una rejilla. El burka afgano es lo más parecido al traje de un astronauta o al Equipo de Protección Individual médico.


Los franceses durante la colonización de Argelia organizaron ceremonias de desvelamiento forzoso de mujeres musulmanas. Un cartel propagandístico incitaba a las musulmanas argelinas a desvelarse voluntariamente y no ocultar su belleza a los ojos del colono invasor. Se difundió en Argelia durante la ocupación francesa, distribuido por el ejército como arma de guerra psicológica. Era como si no contentos con el dominio del país, quisieran poseer también a sus mujeres, desvelarlas, desnudarlas porque, como decía el mariscal francés Thomas Robert Bugeaud (1784-1849), colonizador de Argelia: “Los árabes se nos escapan, porque esconden a sus mujeres de nuestras miradas”. "¿No es, pues, usted hermosa?" Decía el cartel en la lengua de Molière. "Descúbrase (o desvélese)".


Pero ahora ese mismo Estado francés que invitaba a las musulmanas a desvelarse, obliga a todo lo contrario -y no es el único, aunque aquí lo hemos tomado como ejemplo del Estado Terapéutico- a todos y a todas, moros y cristianos, a velarse y taparse la boca.  En realidad no es un Estado laico, sino confesional cuya fe inquebrantable es la Ciencia. 
 
Emulando su cartel de guerra psicológica, se me ocurría a mí la siguiente contrarréplica contra el Ogro Filantrópico, según la acertada expresión del poeta Octavio Paz, que nos considera enfermos asintomáticos o potenciales a todos, sustituyendo la hermosura por la salud: ¿Está usted enferma, señora, o usted, caballero? ¡Pues si no lo está, no hace falta que se tape!