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miércoles, 14 de abril de 2021

"Por mí y por todos mis compañeros"

    El Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos (CGCOF), partidario incondicional como es de la presunta “vacuna” del covid-19 (que no ha sido aprobada todavía sino autorizada provisionalmente para experimentación por razón de “emergencia sanitaria”), ha sacado un eslogan propagandístico que dice “Me vacuno por mí y por todos”, que me chirría un poco por la razón que luego explicaré, pero me trae a la memoria a mí el juego infantil al que todos seguramente hemos jugando alguna vez: el escondite. Les recuerdo un poco a los lectores cómo lo jugaba yo. 

 


     Uno de los niños es elegido a sorteo: el-que-se-queda (sin esconder). Tiene que taparse los ojos doblando los brazos sobre una pared o un árbol, y contar hasta veinte, treinta o cincuenta, según se acuerde, mientras los demás buscan un escondrijo para ocultarse y se esconden. Cuanto más rápido cuente, menos tiempo les dejará a los demás para esconderse, pero no debe saltarse atropelladamente los números. Una vez acabada la cuenta, dice “El que no se ha escondido tiempo ha tenido”. Se vuelve, abre bien los ojos y se dedica a buscarlos. Cuando descubre a uno, debe volver corriendo a la casa, que es el lugar donde se cuenta, dar una palmada y gritar el nombre del encontrado, por ejemplo: “¡Por Luisma!”, suponiendo que se llame Luisma. Los demás, cuando la casa, que es el lugar donde se ha contado, esté libre, deben correr hacia ella, tocarla y gritar “¡Por mí!”. Pero el último que quede tiene la oportunidad de salvarse a sí mismo y de redimir a sus compañeros, si llega a la casa sin haber sido descubierto y grita: “¡Por mí el primero y por todos mis compañeros!”.

    Pero me chirría un poco el eslogan farmacéutico porque no es lo mismo que el juego. Si me vacuno yo, lo hago sólo por mí, para, si me contagio pese a la presunta vacuna -y es posible que me suceda-, atenuar los efectos en mi persona, no para, contagiado yo, dejar de contagiar a los demás. El eslogan de que hacerlo por mí es también hacerlo por mis compañeros, por todos los demás, es por lo tanto mendaz y responde a lo que yo llamaría un egoísmo altruista, valga la contradicción: Es un egoísmo -salvarse uno a sí mismo atenuando los síntomas de su contagio- que se vende con la coartada del altruismo, como que uno lo hace también para redimir a los demás.

    Las autoridades sanitarias no dejan de advertir a los inoculados de que no están inmunizados y por lo tanto deben seguir manteniendo distancias de seguridad, usando mascarillas y demás gaitas, como si no lo estuvieran, porque de hecho no lo están. Lo que han recibido no es una vacuna que los inmunice, sino un fármaco que se está experimentando en la actualidad no con enfermos, lo que podría entenderse, sino con población sana, cosa inadmisible.

    Se trata con ese lema de fomentar la idea de que si uno decide inocularse el tratamiento que proponen los farmacéuticos está haciendo algo no sólo por sí mismo, librándose del mal, sino también por el resto de la sociedad. Lo que se hace por la salvación de uno, egoísmo puro, se presenta como acto solidario que se hace también por los demás, altruismo desinteresado. Y eso es lo que falla porque, según dicen las autoridades sanitarias que dicen los expertos y cacarean los periodistas, la vacuna -vamos a llamarla así para entendernos, aunque no sea una vacuna y todavía no esté aprobada al no haberse acabado los ensayos que se están realizando ahora en la gente que se somete a ella voluntariamente- no inmuniza, es decir no evita que uno se contagie e infecte a los demás, simplemente aligera los síntomas de la infección en quien ha recibido el tratamiento farmacológico. 

 

"Vacunódromo"
 

    Es verdad que los periodistas usan el verbo “inmunizar” como sinónimo de “vacunar” y como todo el día están hablando de lo mismo, para no repetir siempre la misma matraca -es algo que estudian, supongo, en primero de periodismo-, utilizan sinónimos y publican titulares como este que recojo al azar de El diario de Huelva del 2 de abril a título de ejemplo: “Unos 30.400 onubenses ya se han inmunizado frente al coronavirus”. Inmunizados, pese a lo que dice el periódico, no están esos 30.400 onubenses. ¿Debería el periodista haber dicho “vacunado”? Tampoco es verdad. Lo que está recibiendo la población no es una vacuna, sino un tratamiento farmacológico, pero no médico, propiamente hablando, porque no se receta bajo prescripción médica individual. Y lo está recibiendo voluntariamente, aunque haya mucha presión, tanta que mucha gente cree que es obligatorio someterse.

    Luego no me sirve el eslogan farmacéutico que me recordaba al juego del escondite. Lo hago sólo por mí (y por los laboratorios farmacéuticos que están detrás rivalizándose entre sí y haciéndose la competencia). Y eso es lo que se está escondiendo y ocultando. Y lo hago por las compañías y emporios farmacéuticos, que a ese escondite juegan, ya que me estoy prestando voluntariamente a ser su conejillo de Indias sin recibir ninguna compensación a cambio más que la vaga promesa de un pasaporte vacunal que me dará la posibilidad de poder viajar y alguna que otra ventaja en restaurantes y grandes almacenes asociados... Y lo hago por el CGCOF que decía al principio, y que afirma que "la campaña de vacunación frente al covid-19 es el reto sanitario, social y económico más importante y urgente que tiene España en estos momentos" (el subrayado es mío). 


     Y bajo el  nombre de "vacuna" se esconde un producto que no se sabe muy bien qué es, pero que no parece que sea lo que dice ser, sino otra cosa que dicen que necesitamos para prevenir una enfermedad que no es tan mortal como nos contaron e hicieron creer, que incluso muchos la tienen y ni se enteran, y que en todo caso tiene un tratamiento que hace innecesario gastarse tanto dinero público, de todos los contribuyentes, como  están gastando alegremente las autoridades sanitarias para beneficiar a... ¿a quién, por cierto, benefician? Sigamos la pista del dinero, ya que cuando se habla de beneficio se sobreentiende casi siempre el adjetivo "económico", y preguntémonos como los viejos detectives de las novelas policiacas: ¿A quién le aprovecha el crimen?  
 
     A los que facturan y venden, incluso antes de haberlos fabricado, sus productos farmaceúticos en un mercado cautivo distribuido estatalmente, y por lo tanto a esos figurantes ungidos que disfrutan de potestad para impedir vivir a sus congéneres; y tras ellos a los más avispados que rediseñan, reajustan y reinician el sistema con la 'nueva normalidad' que exige su ambición sin límites.