La
 poesía lírica, como indica su nombre, nació para ser cantada con el 
acompañamiento musical de la lira, cuyo descubrimiento según la leyenda 
le debemos a Hermes/Mercurio, quien con el caparazón de una tortuga y 
unas cuerdas fabricadas con los intestinos de unos bueyes que había 
sacrificado construyó la primera lira, un instrumento que a diferencia 
de los de viento le permite al músico cantar a la vez que interpreta la 
melodía.
 
El
 prototipo mitológico, sin embargo, del músico/poeta, aparte de Apolo, 
claro está, no será Hermes/Mercurio, sino Orfeo, que conseguirá con su 
música no sólo amansar a las fieras del bosque y hechizar a toda la 
naturaleza, incluso a los seres inertes, sino también hacer revivir a 
los muertos, pues con su melódica lira aplacará a Hades/Plutón en su 
descenso a los infiernos en pos de su amada Eurídice. Esta leyenda nos 
habla del inmenso poder de la música entendida como conjunción de voz 
que canta y melodía que acompaña a esa voz, capaz de resucitar a los 
muertos. 
Pero ¿qué es lo que cantan los poetas? Ya lo dijo Machado: "Y te enviaré mi canción: / Se canta lo que se pierde, 
 / con un papagayo verde / que la diga en tu balcón". El poeta canta 
siempre lo que ha perdido, es decir, el amor, la vida, el tiempo, todo 
aquello en suma que no volverá, y que, al cantarlo, de alguna manera 
recupera y nos lo regala.
La letra de la canción entra dentro de lo que se ha dado
 en llamar la musa pederástica, un tema frecuente en la lírica griega 
que hoy repugna a la moral y a la mentalidad modernas pero que en la 
antigüedad constituía un tópico literario: 
es un poema dedicado a un jovencito, un niño o efebo -que está en la hebe o flor de la edad, literalmente-, del que el poeta está 
enamorado, pero que no le corresponde porque ni siquiera es consciente del amor que despierta en un adulto de su mismo sexo. 
Anacreonte nació en Teos y vivió en
 entre los siglos VI y V antes de Cristo. Polícrates, el tirano de 
Samos, lo llamó a su corte, y se convirtió allí en un poeta áulico
que celebraba el vino, las heteras y los bellos muchachos, dando alegría
 a los banquetes con canciones un tanto frívolas de vino y amor.
 Anacreonte, Eugène Guillaume (1885), Museo de Orsay (París)
Séneca, el 
filósofo de origen cordobés, nos ha transmitido dos adjetivos referidos a Anacreonte, que han configurado su leyenda: libidinosus y ebriosus, es decir, amigo de los placeres de la carne y de la bebida.
 Cierto es que, a juzgar por los pocos versos que nos han quedado de él, Anacreonte
 celebra a Dioniso, el dios del vino, pero el suyo es un vino amable, 
rebajado con agua y bebido con compostura y moderación, no como los 
bárbaros que lo trasegaban sin mezcla y sin mesura. También es el poeta 
de Eros, es decir, del Amor, un amor no menos amable,  que unas veces se 
dirige a efebos generalmente afeminados o andróginos  y otras a mujeres, como el célebre poema 
dedicado a una muchacha tracia a la que denomina "potrilla" y a la que 
le dice, no sin cierta petulancia, como comenta el maestro Adrados, que "él, aunque
 viejo, sabrá domarla y cabalgarla, con alusión sexual bien clara".
 
Platón
 pone en boca de Sócrates en el Cármides: "Pues a mí más o menos 
los que están en la flor de la edad se me antojan hermosos todos". No 
sabemos en el caso de Sócrates si se refiere a una hermosura física o, 
no menos probable, a una belleza espiritual motivada porque al ser 
jóvenes todavía no han entrado por el aro de la sociedad adulta, o, lo 
más probable en su caso, a ambas cosas a la vez.
Este
 tema de la musa pederástica, frecuente en la lírica griega antigua, ha 
sido abordado rara pero alguna vez por la literatura posterior.  La 
atracción de tipo homosexual que siente un hombre maduro y entrado en 
años por un efebo, sobre todo cuando resulta un tanto ambiguo o 
hermafrodita, ha sido tratada -se me ocurre ahora a bote pronto- en la 
novela de Thomas Mann  Muerte en Venecia, que fue llevada a la gran pantalla magistralmente por el director de cine italiano Lucchino Visconti.
 Fotograma de la película Muerte en Venecia de Visconti
 
 He aquí la canción de Anacreonte en versión original: 
ὦ παῖ παρθένιον βλέπων, 
δίζημαί σε, σὺ δ᾿ οὐ κλύεις,
 
οὐκ εἰδὼς ὅτι τῆς ἐμῆς
 
ψυχῆς ἡνιοχεύεις.
 
La traducción en prosa de Rodríguez Adrados del original griego de  dice lo siguiente: Oh
 muchacho que miras igual que una doncella, te estoy buscando y tú no me
 haces caso porque no sabes que eres el auriga de mi alma. 
El poema comienza con una apelación "o pai"; "pai" es, en efecto, el vocativo de la raíz "paid", que ha perdido la
 consonante dental en posición final de palabra y que significa "niño", y
 que hemos heredado en castellano vía latín "paed" -el diptongo griego 
"ai" evoluciona a "ae" cuando pasa al latín, y del latín al castellano a
 "e"- en la forma ped- que encontramos en el nombre del médico de los niños (ped-iatra),  en el nombre del que siente atracción sexual por los niños (ped-erasta, ped-ó-filo),
 en el nombre de la propia educación, que los griegos denominaban 
"paideia", y que nosotros conservamos en la palabra que significa 
educación en círculo o global (en-ciclo-pedia), y en la corrección de las malformaciones del cuerpo humano (orto-pedia),  en  la enseñanza que nos prepara para una disciplina (pro-pedéutica),
 en el nombre del guía o conductor de los niños, que en su origen era un
 esclavo encargado de llevarlos literalmente al colegio (ped-agogo), de donde ha salido también el préstamo italiano "pedante",
 nombre en principio del soldado de a pie, y después del acompañante del
 niño al colegio. Resulta curioso, a propósito de esta última palabra pedagogo, si la comparamos con demagogo, cómo el nombre del guía o conductor del pueblo, "demo" en griego, que es dem-agogo
 se ha cargado de connotación negativa, frente a la carga positiva que 
tiene entre nosotros el pedagogo (a pesar del dicho de Mairena de que 
sólo hubo un pedagogo en el mundo y se llamaba Herodes).
El
 adjetivo "parthenion", que significa "virginal, relativo a una virgen",
 nos lleva enseguida al nombre del templo de la Virgen Atenea en la 
acrópolis de Atenas, el Partenón, y a la partenogénesis (modo de reproducción de algunos animales y plantas, que 
consiste en la formación de un nuevo ser por división reiterada de 
células sexuales femeninas que no se han unido previamente con gametos 
masculinos, según el libro gordo de la Real Academia Española de la Lengua).
 
  
En el verso segundo tenemos la aparición del pronombre de segunda persona (se, en acusativo y sy,
 en nominativo, que corresponden a nuestro resto de declinación latina 
te/tú) y la negación griega "ou", que se pronuncia "u", y que la tenemos
 en la palabra u-topía, que es el nombre de lo que no tiene 
lugar, pero que no por ello es imposible, como creen algunos, sino 
precisamente por eso mismo muy posible.
En
 el verso tercero aparece el participio "eidós", que significa 
"sabiendo" y que nos lleva a una raíz muy fructífera en castellano y 
demás lenguas modernas "idea", que es el aspecto o apariencia, la visión y de ahí el conocimiento que tenemos  de las cosas.
Finalmente en el último verso tenemos la palabra "psyché", que conservamos en castellano bajo la forma "psico-" y "psíquico":
 de ahí los psicólogos, o expertos en la mente y alma humanos, y los 
psiquiatras, que son los médicos, y todos los derivados, tales como: psicotecnia, psicopatía, psicología, psicoanálisis, psicosomático, neuropsiquiatría, y psicopedagogía, por ejemplo.    
Doy
 aquí, además,  varias versiones rítmicas diferentes del mismo poema que
 tratan de reproducir en castellano, no sé si con buena o mala fortuna, 
la gracia de la música del original griego, como si se tratara de ocho 
variaciones sobre un mismo tema musical.
Niño de angelical visión, / te persigo y ni cuenta das, / sin ver tú de mi corazón /que manejas las riendas.
Doncel de ojos de virgen, voy / tras ti y no haces ni caso tú, /que no ves que de mi alma vas /gobernando las bridas.
Oh muchacho de ambigua faz, / te amo y sordo a mis ruegos vas /sin pensar que de mi pasión /tú conduces el carro.
Mozo tú de adamado ver, / te amo pero insensible tú /no comprendes que el rumbo vas /de mis pasos marcando.
Chico de virginal mirar, / yo te busco mas no lo ves, / porque ignoras que el timonel / eres tú de mi vida.
Niño dulce que miras, ay, / yo te sigo y me ignoras tú, / no sabiendo que de mi ser / llevas el gobernalle.
Zagal de ojos de niña, estoy / yo por ti, y ni te enteras tú, / que no sabes que de mi amor / eres único auriga.
Chaval de remirar gentil, / te amo y no me respondes tú / ignorando que sobre mí / eres tú el que cabalga.
Y
 esta es la versión en hendecasílabos blancos o sin rima que hace el 
poeta Víctor Botas en su poemario "Segunda mano" (1982), donde omite el 
vocativo "niño" o "muchacho" y, consiguientemente, la alusión homosexual
 explícita en Anacreonte:
 
Tú
no sabes que llevas en las manos / las riendas de mi alma. De otro
modo / nunca más volverías a mirarme / con esos ojos llenos de
inocencia.