Corría el año del Señor de 2010, y en el parlamento español el presidente del Partido ¿Popular? le había exigido al Presidente del Ejecutivo y del Partido ¿Socialista? ¿Obrero? Español que no se anduviera con medias tintas y que reconociera abiertamente y sin tapujos el carácter bélico de la misión de Afganistán a donde se habían enviado tropas españolas después de haberlas retirado pacíficamente de Iraq.
Un diputado que se sentaba en el banco azul de las cortes españolas, o sea, en el del gobierno, y que era además el portavoz parlamentario del ejecutivo pontificó que la palabra inglesa “war” no significaba “guerra”. Supongo que constará así en el libro de actas de las cortes españolas: «en la lógica del uso de la lengua inglesa la palabra guerra, 'war', se utiliza de manera polisémica», de lo que escribimos en su día en Llaman paz a la guerra.
Era su manera no poco hipócrita de explicar lo que sucedía entonces en Afganistán, que no era una guerra ni un conflicto bélico, ni siquiera un campo de batalla, sino algo distinto y relacionado con la política supuestamente pacifista de su jefe de Gobierno, que había sacado las tropas españolas de Iraq y las había llevado a Afganistán, como nos recuerdan aquellos versos que compusimos: El Ministro de Defensa / o, en honor de la verdad, / propiamente, de la Guerra, / que es la realidad, / del reyno de las Españas, / retira tropas de Iraq / que, acto seguido, destina / al frente de Afganistán.
La rebuscada explicación que daba aquel mastuerzo era que la palabra anglosajona «war» era polisémica Argumentaba que un inglés podía decir tranquilamente guerra contra el crimen o guerra contra el cáncer o contra el terrorismo o contra el narcotráfico o contra el cambio climático, por ponernos a la última, porque ellos tenían la suerte de tener una palabra polisémica, como si nuestra «guerra» no lo fuera en los mismos casos.
El entonces presidente de los Estados Unidos de América hablaba abiertamente de "war in Afganistan", pero eso no tenía la mínima importancia porque esa palabra, en boca de cualquier hablante anglosajón, no significaba lo mismo que nuestra "guerra". Muchos diputados y diputadas ponían cara de no dar crédito a lo que oían, pero guardaban silencio. El portavoz del gobierno español insistía en que aquello era "una misión de paz de la ONU", que podía tener muchísimos riesgos, a veces muchísimos más que una mera guerra de ocupación.
En esto de las guerras hay siempre camuflaje (de guerra), por eso en Vietnam nunca hubo una guerra propiamente dicha, sino una intervención.
¿Cuántos eufemismos no habrá para enmascarar la palabra guerra?
En la lengua del Imperio se han utilizado también “police action” y “conflict”, intencionadamente, con la finalidad de evitar el uso de “war” por razón de que es el Congreso el único órgano capaz de declarar estado de guerra bajo la Constitución estadounidense, y proclamando que es un conflicto evitamos la declaración de guerra parlamentaria.
El a la sazón presidente estadounidense tenía que cumplir sus promesas electorales de terminar de "democratizar" –miedo daba esa palabra en sus labios- Afganistán, y continuar con el plan estratégico de dominación de anteriores administraciones yanquis, ya que él, que no deja de ser un mandado como cualquiera de nosotros, no puede hacer otra cosa que no sea lo que ya está hecho.
Cuando se le anunció la concesión del Premio Nobel de la Paz, declaró que entendía la concesión de dicho galardón "como una llamada a la acción". Ya está claro a qué se refería con lo de la “acción”, a lo mismo que cuando se dice de una película que tiene "acción". He aquí pues la acción prometida: el envío de treinta mil soldados más -a morir y/o a matar- al frente de Afganistán.
En su discurso con motivo de la aceptación del galardón, desenterró el fetiche dialéctico de la guerra "justa", que es el mismo que utilizan los terroristas enemigos del sistema y que denominan "guerra santa" porque la justificación de su guerra es religiosa, mientras que la del emperador democráticamente electo es una cruzada laica, y postmoderna, en nombre de la democracia, la libertad (de mercado), los valores occidentales y blablablá.
Por lo menos, una cosa había que agradecerle al Premio Nobel de la Paz del año del Señor de 2009: que hubiera llamado a las cosas por su nombre y reconocido que su país estaba embarcado en dos guerras ("wars", en el idioma del Imperio), y no hubiera utilizado los eufemismos con los que nos maquillan la realidad aquí los políticos del Ruedo Ibérico, para que no nos enteremos de qué va la cosa, de "misiones humanitarias de paz" , "conflictos bélicos" y demás zarandajas y engañabobos.
Digámoslo de una vez por todas: la yihad de los unos y la guerra "justa" de los otros es la misma cosa.
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