El Martes Santo es el tercero de los días de la Semana Santa que nos aproxima al Triduo Pascual o núcleo propiamente dicho de la santificación de la semana (Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo). Se conoce también como Martes de la Controversia por el suceso probablemente histórico del enfrentamiento de Jesús con los fariseos y herodianos que le plantean la peliaguda cuestión sobre si es lícito pagar el tributo a Roma. Conviene tener en cuenta que durante el siglo I Israel era una nación ocupada por los romanos y, como provincia, se gobernaba desde Roma, por lo que los judíos y demás habitantes tenían que pagar sus impuestos a Roma como buenos contribuyentes a la hacienda del Imperio.
El caso del tributo al César está bien documentado en los evangelios. Los fariseos y los herodianos le tienden una trampa dialéctica al predicador que era Jesús. Le preguntan si es lícito pagar el tributo al César o no. ¿Lo pagamos o no lo pagamos? Jesús consciente de esa trampa les dice: ¿Por qué queréis tentarme? Traedme una moneda que yo la vea. Se la llevaron y el les preguntó: ¿De quién son esta efigie y esta leyenda? Le contestaron: Del César de Roma. Jesús les dijo lo que es del César dádselo al César y lo que es de Dios a Dios. Y quedaron maravillados por su astucia.
El dinero del tributo, Jean Valentin de Boulogne (1591-1632)
La interpretación tradicional es que Jesús era partidario del pago del tributo, en la línea que estableció posteriormente el auténtico fundador del cristianismo, Pablo de Tarso, que escribió en su epístola a los romanos precisamente: “Es preciso someterse a las autoridades temporales no solo por temor al castigo, sino por conciencia. Por tanto, pagadles los tributos, pues son ministros de Dios ocupados en eso”.
Pero la exégesis tradicional se contradice con lo que dice el evangelio de Lucas. Las autoridades judías le dicen a Pilatos al acusar a Jesús: “Hemos encontrado a este pervirtiendo a nuestro pueblo: prohíbe pagar el tributo al César y dice ser el mesías”.
La controversia está servida. Será Gonzalo Puente Ojea, quien en El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús de la historia, Siglo Veintiuno, Madrid, 1992, mejor explique, a mi modo de ver, la sibilina respuesta de Jesús: Fariseos y herodianos no quieren informarse de algo que no sepan, porque saben de antemano que Jesús predica que no hay que pagar el tributo, pero quieren obtener de sus labios una declaración pública y solemne de su rechazo para poder acusarlo.
La pregunta es, pues, una trampa: Si Jesús respondía que había que pagar, contradecía toda su predicación, pero si decía que no, se hacía reo de un delito de sedición contra el Imperio. Lo que le estaban preguntando es si era lícito religiosamente, porque políticamente ya sabían la respuesta: había que pagar so pena de cárcel o de muerte.
El dinero del tributo, Tiziano (1516)
Jesús, astuto como una serpiente, va a responder que “no” hay que pagar sin decirlo expresamente: los judíos no deben pagar porque Israel es solo propiedad de Dios, no de un emperador extranjero que, en el colmo de los colmos, se pretendía divino.
Devolver al César lo que es del César significa: devolved al extranjero su moneda, lo que implica: no la aceptéis, e incluso no la uséis. Y devolved a Dios lo que es de Dios, el auténtico tributo que le debéis a vuestro señor: el pueblo y la tierra de Israel, así como los frutos de esa tierra.
El tributo no es la moneda, que es un simple medio de pago, sino el esfuerzo, el trabajo, los frutos de la tierra de Israel. Había, de hecho, otras monedas, griegas o fenicias, que podían utilizarse como modo de pago frecuente de tributo al Templo.
Jesús lo que vino a decir es que los denarios podían dárselos al César, pues eran suyos, pero el tributo propiamente dicho de Israel era solo de Dios, por lo que no debía, a buen entendedor..., pagársele al César el tributo.
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