domingo, 21 de marzo de 2021

Aforismos

Como el fantasma agudo de una flecha lanzaron contra mí tu nombre: aforismo. Y te clavaste en mi corazón. (José Bergamín). 

 

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Es la rima consonante

un corsé decimonónico.

Yo prefiero la asonante

del verso camaleónico. 

oOo

Se ha parado el reloj.

Prosigue, sin embargo, andando el tiempo.

oOo

La bandera, ondeando

día y noche en los mapas,

plañendo y suspirando:

¡Qué dolor que haya patrias!

oOo

Lo que el crudo invierno mata

primavera lo devuelve.

Pro no lo mismo nunca.

Pero sí lo mismo siempre.

oOo

Romero de camino,

ignora su destino.

Viajero de verdad,

no saba a dónde va.

 

Fuga de notas musicales, Riccardo Guasco (2021)

 

oOo

La mirada verídica,

la más sincera

no sabe lo que mira:

no se hace idea.

oOo

Un hombre no es un voto

único y solo:

es un voto a dios y otro

voto al demonio.

oOo

Por el camino de las acacias,

no sé si voy o, al contrario, vengo.

oOo

Hagas la vista gorda,

o la hagas flaca,

vas a ver lo que pasa:

no pasa nada.

oOo

Siento que poco a poco

lo pierdo todo;

me voy perdiendo yo

también con todo.

oOo

Un juego en el que gana

es el que pierde;

y un juego en el que pierde

es el que gana.  

 

sábado, 20 de marzo de 2021

La cuadrilla de los poetas muertos

Marcial le dice en un epigrama (VIII, 69) a un tal Vacerra que no quiere pertenecer a la categoría de los poetas muertos, los únicos que su amigo considera poetas consagrados. Prefiere pertenecer al club de los poetas vivos: miraris ueteres, Vacerra, solos / nec laudas nisi mortuos poetas. / ignoscas petimus, Vacerra: tanti / non est, ut placeam tibi, perire.

Traduzco los hendecasílabos falecios de Marcial con el mismo ritmo: Sólo admiras, Vacerra, a los antiguos / y no alabas sino a poetas muertos. / Me perdones, Vacerra, ruego: no me / trae cuenta morir para agradarte.


Antes que Marcial, Horacio había tratado el mismo tema de la querella entre los antiguos, luego llamados clásicos, y los modernos en una de sus Epístolas (II, 1, vv. 34-49), donde razona que no es lógico el criterio de antigüedad a la hora de valorar el mérito de una obra literaria, que ofrezco en la traducción que hizo en 1844 don Javier de Burgos, vertiendo los hexámetros de Horacio en hendecasílabos castellanos romanceados con rima asonante en los pares: Si los poemas son como los vinos, / más apreciados mientras son más viejos, / saber quisiera cuántos años bastan / para que tengan los escritos precio. / ¿El que escribió hace un siglo ser contado / debe entre los antiguos y los buenos, / o ya entre los modernos y los malos? / Fíjese la cuestión para entendernos. / -Bueno es y antiguo el que escribió hace un siglo. / -Bien, y si cuenta un mes o un año menos, / ¿será bueno y antiguo, o despreciarle / presentes deberán y venideros? / -Si un mes o un año le faltare solo / siempre entre los antiguos tendrá asiento. / -Convenidos. Ahora, cual se arranca / a un caballo la cola pelo a pelo, / quito primero un año, después otro, / hasta que aquel que aprecia los talentos / por los años no más, y solo estima / lo que la muerte consagró y el tiempo, / cual de arena un montón se desmorona / vea venir a tierra su argumento.

La comparación que ofrece al final del fragmento Horacio es muy apropiada. Si alguien quiere arrancar de un tirón la cola de un caballo no podrá hacerlo, tendrá que arrancarla pelo a pelo; del mismo modo el límite de cien años que el interlocutor ficticio le propone al poeta para considerar a un escritor antiguo es absurdo por arbitrario, como todo límite que quiera fijarse. Si vamos rebajando los días, los meses, los años, al final se viene a parar en nada.

Horacio recurre en el verso 47 a la ratio ruentis acerui, es decir al argumento o razón del acervo o montón que se desmorona, para echar abajo la tesis de que un poeta necesita llevar por lo menos cien años muerto para ser considerado antiguo y, por lo tanto, clásico: dum cadat elusus ratione ruentis acerui: hasta que caiga burlado en razón del montón que se esfuma. ¿No valdría acaso con 99 años y 11 meses? ¿Habría que esperar un año más para canonizarlo? ¿No valdría acaso con 98...? Vamos quitándole al siglo un año detrás de otro, y al año un mes tras otro, y al mes una semana, y a la semana un día, y al día una hora y así hasta el infinito... como a la cola del caballo los pelos uno a uno, hasta venir a parar en nada.

El rompecabezas lógico se llama “sorites”, del griego σωρός (sorós) “montón, cúmulo”, y se atribuye su invención a Eubúlides de Mileto (siglo IV antes de C.) El argumento suele presentarse así: si de un montón de trigo quitamos un grano, el montón no deja de ser un montón. Si admitimos esta premisa de que un grano “no hace granero”, como se dice vulgarmente, es decir, no forma un montón de por sí, y vamos quitando uno tras otro llegará un momento en que ya sólo nos quedará uno, el cual, por definición no constituirá un montón, y si quitamos este último grano de arena ya no nos quedará ninguno. Resulta imposible decir cuándo el montón ha dejado de ser un montón y se ha quedado como el cuchillo sin hoja de Lichtenberg al que le falta el mango.


Se trata del viejo problema lógico del sorites del montón (de trigo) aceruus tritici que plantea el problema de cuándo un conjunto no cuantificado (aunque sí cualificado) deja de serlo por sustracción sucesiva de sus elementos.

Cicerón lo dejó muy claro en sus Cuestiones académicas (II, XXIX, 92-93): rerum natura nullam nobis dedit cognitionem finium ut ulla in re statuere possimus quatenus; nec hoc in aceruo tritici solum unde nomen est, sed nulla omnino in re —minutatim interrogati, dives pauper, clarus obscurus sit, multa pauca, magna parua, longa breuia, lata angusta, quanto aut addito aut dempto certum respondeamus non habemus: La naturaleza de las cosas no nos ha dado ningún conocimiento de los límites de modo que podamos establecer en cosa alguna hasta dónde; y esto no sólo en el montón de trigo de donde le viene el nombre, sino en ninguna cosa en absoluto -si preguntados específicamente cuánto se ha de añadir o de quitar para que el rico sea pobre, el claro oscuro, lo mucho poco, lo grande pequeño, lo largo corto, lo ancho estrecho no tenemos nada cierto que responder.

Un grano, pues, no hace granero, no forma montón de grano, pero ¿cómo es posible entonces que un solo grano marque la diferencia entre lo que es un montón y lo que no lo es?

viernes, 19 de marzo de 2021

"Lo flamenco"

    “Rocinante vuelve al camino”  es una novela, si puede llamarse así, -y así, en efecto, puede llamarse porque se vende bajo la etiqueta comercial de “novela”-  publicada por John dos Passos en 1922, quien pasó una temporada en la España de los años veinte del siglo pasado, que recoge estampas periodísticas e impresiones de viaje a modo de ensayo en las que trata de captar la realidad ideal del país.

    Su protagonista Telémaco, nombre de resonancias homéricas, tras el que se esconde el autor, estaba buscando a su padre pero se había alejado tanto en su búsqueda, como dice al principio, que ya no recordaba lo que andaba buscando. Encontrará, sin embargo, en su recorrido por España lo que no esperaba y que él cree que es la esencia de lo “español”. 

 

    A lo largo de sus páginas junto a celebridades como Pastora Imperio, Giner de los Ríos, Antonio Machado, Blasco Ibáñez, Joan Maragall, Unamuno y Benavente entre otros,  y eventos como el entierro de Pérez Galdós o una conferencia de Valle-Inclán, aparecen también taberneros, viajantes de comercio y un arriero, que no sólo dice "arre" al borrico para que camine, sino muchas cosas al autor y al lector.

    El interés de dos Passos por España no se limita, sin embargo, al del turista norteamericano fascinado por nuestra lengua y cultura. Él es un viajero que quiere impregnarse del espíritu nacional acudiendo a los teatros y museos, evoca los lienzos de El Greco y de Velázquez, lee a nuestros clásicos -ya el título es un guiño al Quijote cervantino, así como el personaje de don Alonso-,  a los que cita constantemente, y conversa con la gente anónima que encuentra a su paso. Aquí es donde radica desde mi punto de vista su mejor hallazgo. En su intento de definir lo español llega a decir: "España es la patria clásica del anarquista". 

    Precisamente, lo que más me ha interesado de este Rocinante vuelve al camino es cómo suena y resuena la voz de la gente del pueblo, lo que dos Passos llama, “lo flamenco”, palabra con la que se denominó a los naturales de Flandes por su tez encarnada, a las aves palmípedas sonrosadas -flamingos/flamingoes en la lengua del Imperio-, las mejillas coloradas de las mozas gallardas y de buena presencia, y finalmente el aire agitanado y andaluz que se expresa en el rostro y en el canto encendido como la llama del fuego, dado que al fin y al cabo la palabra latina que parece que está detrás del vocablo y en su origen es "flamma". 

    "Lo flamenco" habla principalmente por la boca del arriero cuando,  al vadear una corriente montado en su borrico bajando de las Alpujarras, le dice criticando lo que nosotros denominamos el American way of life


- Ca. En América no se hase na má que trabahá y de'cansá pa podé trabahá otra vé. No es vida pa un hombre. Ayí la hente no se divierte. Me lo dijo un marinero de Málaga que pesca esponjas. Y él lo sabía. No es plata lo que el pueblo nesesita, sino vino y pan y… vida. Ayí no hasen má que trabahá y de'cansá pa podé trabahá otra vé…

(…)

Todo el mundo se burlaba del arriero pero él seguía en sus trece, sacudiendo la cabeza y murmurando: «Ésa no es vida pa un hombre».

(…)

- Lo que usted quiere decir es que ésta sí que es vida para un hombre -dije yo al arriero, que echó atrás la cabeza, en una carcajada de aprobación-. Algo que no es ni trabajar ni prepararse a trabajar.

- Eso es -contestó, y gritó «¡Arre!» al burro... 

(…)

- En estas tierras, señor inglés, no trabajamos mucho, somos sucios e ignorantes; pero vivimos. ¿A que no sabe usted lo que hace la gente pobre de los pueblos por el verano? Alquilan una higuera y se van a vivir bajo ella con sus perros, sus gatos y sus críos; comen los higos según van madurando, beben el agua fría de la sierra y tan felices. No temen a nadie, ni dependen de nadie; cuando son jóvenes, hacen el amor y cantan al son de la guitarra, y cuando no, cuentan historias y crían a sus hijos. Usted ha viajado mucho; yo he viajado poco, no he pasado de Madrid; pero le juro que no hay en ninguna parte del mundo mujeres más bonitas, ni tierra más fértil, ni cocina mejor que en esta vega de Almuñécar… Si el vino no fuera tan espeso…


Aquí se contrapone el mundo moderno, el American way of life, a "lo flamenco". El modo de vida americano no es vida para un hombre, dice el arriero, porque la gente en América no goza de la vida pese al dinero que tenga y lo rica que sea, y porque la vida no consiste ni en trabajar ni en descansar para recargar las pilas y volver al tajo y al trabajo. Pero América no sólo es geográficamente América, sino universalmente ya el mundo entero, salvo aquel rincón "atrasado" de España donde la voz del pueblo está despotricando contra el progreso moderno y contra el mundo.

 Resuena el sentido común en la voz del arriero cuando dice: “No es plata -o sea dinero- lo que el pueblo nesesita, sino vino y pan y… vida.” 

 "Lo flamenco" se define negativamente por contraposición a lo americano y lo moderno como "lo que  no es ni trabajar ni prepararse a trabajar". Lo flamenco nos enseña que lo esencial del camino es que uno no necesita destino. Por eso Telémaco al principio de la novela se olvida de su padre Ulises u Odiseo, al que estaba buscando, para encontrar lo inesperado, que es este regalo: la gente pobre que alquila una higuera en el verano “y se van a vivir bajo ella con sus perros, sus gatos y sus críos; comen los higos según van madurando, beben el agua fría de la sierra y tan felices.” No necesitan más, tampoco menos. Son libres. “No temen a nadie, ni dependen de nadie; cuando son jóvenes, hacen el amor y cantan al son de la guitarra, y cuando no, cuentan historias y crían a sus hijos.”

jueves, 18 de marzo de 2021

Imágenes con palabras

 

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 El consejero señala que la hipotética vacuna no causa trombosis cerebral, sino que es casualidad, convencido con fe de carbonero de la seguridad de la presunta.

Murió a consecuencia de las heridas punzantes del cuchillo sin hoja al que le falta el mango de Lichtenberg, sin que el arma blanca y homicida haya aparecido.

Las autoridades sostienen la entelequia fantasmagórica y piden a la gente que no se confíe ni relaje las medidas de protección: "El virus sigue entre nosotros".

  El doble rasero: Si muere un paciente con el virus, la causa de su muerte es el virus; si muere con la vacuna, no hay relación de causa a efecto, es casualidad. 

Lógica epidemio-ilógica gubernamental: Sólo los enfermos deberían llevar mascarilla, pero como no sabemos quién está enfermo, debe ser obligatoria para todos. 

El epidemiólogo a sueldo del gobierno de España en entrevista televisada a todo el país: La mascarilla -obligatoria- no es la clave para detener la transmisión. 

miércoles, 17 de marzo de 2021

Nefelibacias

Se ha llamado al cuadro “El viajero que contempla un mar de nubes”, y como definición descriptiva de lo que se ve no está mal, pero el título que le dio a su obra su autor, el romántico alemán Caspar David Friedrich (1774-1840),  fue Der wanderer über dem Nebelmeer, que viene a ser “El caminante sobre el mar de nubes”. 
 
 
El caminante sobre el mar de nubes, Caspar David Friedrich (1818)
 

Que el caminante se encuentre dando la espalda al espectador del cuadro es bastante significativo: Al no poder vérsele la cara, el personaje central que atrae nuestra mirada enseguida resulta anónimo, podría ser cualquiera, un individuo cualquiera, que como tal está solo. Los rasgos de su fisonomía personal se disuelven en la contemplación del paisaje velado en parte por el mar de nubes.

 
El título original del cuadro me trae al recuerdo una palabra griega compuesta que es “nefelíbata”, que el diccionario de la Academia recoge sin tilde esdrújula nefelibata, pronunciado a la pata la llana (a diferencia de acróbata, por ejemplo) y explica su etimología: Formación culta del gr. νεφέλη nephélē 'nube' y -βάτης -bátēs 'que anda', y este der. de βαίνειν baínein 'andar', y lo define como adjetivo referente a una persona: Soñadora, que no se apercibe de la realidad.
 
No reconoce, sin embargo la Academia la legitimidad  del sustantivo “nefelibacia”, formado a imagen y semejanza de acrobacia, y que podríamos definir a la manera de aquella como "profesión o actividad del nefelíbata". 
 
Nefelibacia es lo que normalmente se llama “andar entre las nubes”, como dice Aristófanes de Sócrates en su comedia “Las nubes”.
 
Bien quisiera encandilar a mis escasos lectores con esta palabra mágica, culterana, esdrújula y no llana como la acentúa la Academia, e inaudita o, por lo menos, poco o casi nada oída: “nefelíbata”.
 
Nefelíbatas son los seres leves y no graves que levitan y no gravitan y que, por lo tanto, practican nefelibacias, como Sócrates, y como Tales, que por mirar a las estrellas del universo metió la pata en un pozo inadvertido que había a sus pies, provocando la carcajada de la muchacha tracia, que se reía del sabio despistado.    
 
Las nefelibacias son acrobacias en las nubes, piruetas y volteretas en los aires que hacen burla de la ley de gravitación universal que decretara Isaac Newton. 
 
No sé si he inventado yo la palabra "nefelibacia"; es posible que otros la hayan inventado antes, a imagen y semejanza de acrobacia, pero las palabras son del común y, por eso mismo, de ningún, de ninguno, son de todos y de nadie: aquí la dejo, por si alguien quiere adoptarla.
 
Es una palabra griega, mejor dicho, dos palabras griegas soldadas en una sola y compuesta, como explica la docta Academia, porque seguimos hablando la vieja lengua helénica del viejo Homero sin darnos ya cuenta. 
 
Los nefelíbatas son acróbatas de los cielos, peregrinos de las nubes etéreas, los espacios siderales, los astros y las estrellas, son ángeles soñadores empedernidos que no pisan la realidad, la tierra, mensajeros de otro mundo que todos llevamos dentro, como Sócrates, aquel hombre que, lejos de albergar sólidas creencias como hacemos de ordinario los demás, tontos de nosotros, ni siquiera sabía que no sabía nada, como de ordinario se nos dice y se nos repite hasta la saciedad. "No soy sabio en modo alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma" dice Sócrates en el Teeteto (150d)  de Platón (μὲν οὐ πάνυ τι σοφός, οὐδέ τί μοι ἔστιν εὕρημα τοιοῦτον γεγονὸς τῆς ἐμῆς ψυχῆς ἔκγονον). Lo que Sócrates llegó a decir es simplemente que no sabiendo, no cree tampoco saber lo que no sabe. 
 
Por lo demás, tampoco caminaba tanto entre las nubes como le hubiera gustado y como pretendía Aristófanes: también él tenía que aterrizar y pisar el suelo, sometiéndose a un juicio injusto como todos que le acarreó la muerte.

martes, 16 de marzo de 2021

Tontos que somos y atontaos que estamos.

 

Nos hacemos a la mar de las nuevas tecnologías, (yo, que no soy el primero, tampoco voy a ser el último) y navegamos por las mares procelosas de la Red sin llegar a buen puerto nunca, y, aun peor, acabamos hundiéndonos y yéndonos a pique. Naufragamos en las redes sociales, caemos en sus redes como incautos mileniales, y de ser el pececito que nadaba en la mar salada como pez, nunca mejor dicho, en el agua pasamos a convertirnos en un pescado ya fresco en el mostrador de la pescadería y listo para la futura fritanga del chiringuito playero, o ya congelado en la cámara frigorífica, esperando su hora. Naufragamos ante los cantos de las sirenas, como en aquel precioso fandango por otra parte de Huelva.  Niña, son verdes tus ojos / como las olas del mar. / ¡Pobre del que mire en ellos / y que no sepa nadar! / Niña, son verdes tus ojos. ¡Quién naufragara en esos ojos y no en la Red Informática Universal!

Creímos que interné era la panacea universal, tontos de nosotros, que ponía el mundo entero a nuestra disposición, cuando en realidad lo que hace es someternos a nosotros, aislarnos de la gente, apartarnos de la realidad, enfrascarnos en la nebulosa del ciberespacio, hacernos nefelíbatas que caminan sobre la nube, sin apercibirnos de la realidad que tenemos bajo nuestros pies porque, de hecho, cuando estamos conectados, no pisamos tierra.  


Creímos que teníamos muchos “amigos”, “seguidores” y “contactos”, cuando en realidad éramos cada vez más autistas, y estábamos más solos que la una. So pretexto de interrelacionarnos con los demás nos atomizábamos individualmente, valga la redundancia etimológica grecolatina y pedante (in-dividuum es la versión latina del griego á-tomon),  condenándonos a un aislamiento cibernético, a una soledad monádica y monástica, agravada si cabe aún más por las autoridades sanitarias que, además de taparnos la boca, nos han forzado a la distancia física y social.

El móvil o teléfono inteligente nos entontece aún más a nosotros, atontaos que estamos ya, y nos hace confundir la realidad no ya con el deseo, como a Cernuda, sino con sus pantallazos. Y que conste que al hablar de pantallas, hago este triple distingo:  

-en primer lugar, la gran pantalla o pantalla gigante, que es la cinematográfica, en la que los hermanos Lumière proyectaron por primera vez en 1895 la primera película muda, pantalla que es la que más respeto me merece por algunas de sus creaciones y carácter de espectáculo público;

-en segundo lugar, la pequeña pantalla, que es la televisiva y privada pero ya familiar de algún modo, la que se denominó despectiva- pero acertadamente “caja tonta”, el  electrodoméstico por el que sólo se emitían tonterías e idioteces, aunque más que caja tonta habría que decir “atontadora”, en el sentido de acaparadora de nuestra atención, por su poder de atraer como un imán nuestra mente y nuestra mirada y de hipnotizarnos y abstraernos de la realidad con su pernicioso magnetismo;

-y, last but not least, la micropantalla, la del móvil, exclusivamente individual y personal e intransferible, hasta el punto de que es un delito hurgar en ella si no eres su legítimo propietario, como en la intimidad de nuestros trapos sucios sentimentales, la pantallita de nuestro smartphone, teléfono inteligente en la lengua del Imperio, que por cierto podría mucho mejor llamarse dumbphone, o teléfono tonto, porque atonta, porque entontece por su capacidad de atraer la atención personalizada e individualizada, más aún que la televisión y muchísimo más que la gran pantalla cinematográfica, por supuesto.

 
El móvil nos impide movernos. Él es nuestra burbuja, el responsable de nuestro encapsulamiento, encapullamiento o cocooning, en la lengua del Imperio, con el que nos encerramos a hilar nuestra propia baba, el cordón umbilical que nos mantiene unidos al claustro materno, al cascarón del huevo que nunca romperemos ya, el objeto sagrado que hace que inclinemos sumisamente la cabeza por la calle, distraigamos la atención, y que abajemos la mirada y la vista, ajenos a lo que nos rodea y a quienes nos rodean, para asomarnos por esa minúscula pantalla a un mundo que no es de verdad; incapaces de caminar con la frente alta, la agachamos reverentemente ante el santo sacramento del altar para consultar nuestro misal y gargarizar lo que está mandado, lo que Dios manda. El es la brújula que marca nuestro camino hacia ninguna parte.

Las autoridades educativas, amén de las susodichas sanitarias, fomentan desde las altas instancias las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (la sigla ominosa es TIC, que suena a onomatopeya relojera de bomba que va a explotar y a tic nervioso), para que confundamos el mundo con lo que sale por la micropantalla, para que compartamos nuestra geolocalización y no nos perdamos, publiquemos nuestro humor y estado de ánimo, nuestras opiniones personales, cada uno las suyas, nuestros gustos/likes y nuestros disgustos/dislikes, el relato de lo que hemos visto hoy, ya puede ser extraordinario o lo más trivial del mundo, lo que hemos hecho, lo que hemos comido, lo que hemos bebido, lo que hemos defecado.
 
Nos animan a que subamos lo que se nos ocurra, todo vale con tal de que entremos y subamos algo: fotos de las vacaciones, de las salidas de fiesta, de la sagrada familia, de los colegas, de los ligues y, como no vamos a ser menos que Narciso, también de nosotros mismos,  a Instagram, a Facebook, a Google, a Snapchat... Quieren que tuiteemos para demostrar que existimos, como los políticos, que no tienen cosa mejor que hacer,  que produzcamos, que hablemos, aunque no digamos absolutamente nada que no hubiera sido preferible callar. 

Nos exhortan a que no dejemos de emitir, a que estemos constantemente retransmitiendo en la línea de fuego, dando y recibiendo. Dando y tomando.Todo para maximizar y optimizar el relato de nuestra vida cotidiana. ¡Cuánto mejor sería minimizarla y, si no pesimizarla, al menos invisibilizarla  y no exhibirla sin ningún pudor por la red de redes! ¡Cuánto mejor seguir la senda de Epicuro, que aconsejaba, bendito sea, a sus discípulos lathe biōsas: vive oculto!


Todo queda íntegramente grabado como valor de información y almacenado, y es nuestro algoritmo, nuestro alguarismo. Todo queda, como dice el Comité Invisible, bajo el imperio de los GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), que son los terribles cuatro jinetes apocalípticos: la sangrienta victoria, el hambre, la guerra y la muerte. No olvidemos al quinto y más mortal de todos ellos: la información, como acertó a señalar Buñuel.

La gente que usa el transporte público, por ejemplo el tren, cada vez menos por desgracia, se coloca individualmente, si puede, y lo primero que hace una vez tomado asiento en el vagón, es sacar el aparato. Cada uno va a lo suyo. Se trata de una multitud que conjura su soledad con el cacharro: cada uno con sus cadaunadas, sus pantallazos y guasapeando o telegrameando o como se diga. Ya nadie se asoma a mirar por la ventanilla, ni se pone a charlar con el vecino, al que ignora por completo y ni siquiera saluda.


Llegará el día, si no ha llegado ya, que Dios o el Diablo nos coja confesados, en que la policía, como medida antiterrorista, establezca un fichero cibernético –esto es, etimológicamente, “gubernativo”; esta palabra como ciberespacio y cibercafé nos recuerda el timonel con el que se gobierna la nave griega, metáfora del Estado- de “personas ocultas”: allí estaremos los que no tenemos un perfil conocido en alguna red social o una cuenta de abono a un teléfono móvil. Si no hay referencias nuestras en Interné, si no existimos en la cloud computing, como quisiéramos más de uno, es probable que seamos un candidato para ese fichero policial de peligrosos terroristas yijadistas/negacionistas ordenado por el ministerio de interior del gobierno que nos haya tocado no vamos a decir la suerte, porque no es ninguna suerte, sino la desgracia de padecer.

¿Alguien puede imaginar lo mal que tiene que sentirse alguien en su sano juicio, la desolación que ha tenido que sufrir en su vida cotidiana, juventud y adolescencia,  y el profundo aburrimiento de larga tarde de domingo que ha tenido que soportar para que lleguen a serle deseables las redes sociales siquiera por un momento?

lunes, 15 de marzo de 2021

Democracia vs. dictadura

 Non illi imperium pelagi saeuomque tridentem (Virgilio, Eneida I, 138)

Suyo no es el gobierno del mar ni el fiero tridente.

Se le atribuye a uno de los siete legendarios sabios de Grecia, a Periandro de Corinto, ciudad de la que fue tirano en el siglo VII antes de nuestra era,  la máxima: “Mejor la democracia que la tiranía”. ¿Qué quiere decir esta frase en boca precisamente de un tirano? Hay que entenderla en su contexto, que es que Periandro decía también, según Diógenes Laercio, que para establecer una tiranía segura había que escudarse en la benevolencia y no en las armas, por lo que daba a entender que el fundamento del poder debía ser no la imposición de la fuerza, sino el amor o al menos la afección, si no se quiere tanto, de los súbditos, para lo que no hay nada mejor que el refrendo popular, es decir, que el pueblo elija a su tirano, de forma que la tiranía no se sienta como una imposición externa sino como una elección "libre" y, por lo tanto, expresión voluntaria de lo que el pueblo quiere.


Periandro no estaba lejos del descubrimiento moderno de que la democracia es mejor tiranía que la tiranía pura y dura, y que, por lo tanto, es la mejor dictadura que puede haber en el mundo moderno, en el sentido de más eficaz, porque no se siente como imposición dictatorial. Ese descubrimiento lo hizo entre otros Rousseau cuando escribió que el pueblo inglés creía que era libre y se equivocaba, ya que sólo lo era durante la elección de los miembros de su parlamento; una vez que habían elegido a sus representantes, los ingleses se convertían en sus esclavos, dado que esos supuestos representantes de la voluntad popular no eran otra cosa que comisarios delegados. Lo que decía de los ingleses se puede hacer extensivo, por supuesto, a cualquier democracia moderna. La voluntad popular no admite ninguna representación que la sojuzgue: “La soberanía no puede ser representada por la misma razón que no puede ser alienada”.

La soberanía popular, de hecho, no va más allá de depositar un voto en una urna cada cuatro o cinco años para decidir quiénes, dentro de la lista cerrada de un partido o coalición electoral, van a ser los supuestos representantes, es decir, gobernantes, del pueblo durante un período determinado de tiempo. ¿Por qué cada cuatro o cinco años? ¿No podría hacerse en un período más dilatado de tiempo, por ejemplo, cada veinticinco años, o en uno mucho más breve, quizá cada mes o, mejor aún, cada día?

He aquí la perversión conceptual de la democracia moderna: llamar a los gobernantes, que antes lo eran por imposición divina de la línea dinástica o por la fuerza de las armas, representantes de la voluntad popular, una voluntad que parece que lo que quiere es que la gobiernen a toda costa, no sea que ella sola vaya a desmandarse. La democracia sería, pues, la “libertad” que tiene el pueblo de elegir a sus gobernantes. 
 -¿Qué es la democracia? -La "libertad" de elegir a los  jefes (o las cadenas).

Se oye mucho decir que el pueblo es soberano, pero hay que preguntarse: soberano ¿de quién? Hay quien dice que en democracia, que es el régimen actual que inventaron los griegos y que nos ha tocado padecer a nosotros, incluidos los griegos actuales, el pueblo es soberano de sí mismo. Pero no se puede ser a la vez soberano y súbdito, ya que el pueblo que gobierna no es el pueblo que obedece. El soberano es el que manda, el que gobierna, el que reina, y el pueblo, por definición, el mandado. El pueblo soberano sería el que sólo obedece a su propia voluntad. Pero la voluntad popular no puede tener representantes, porque lo que el pueblo quiere es que no gobierne nadie o, como la gente dice, que nadie sea más que nadie. Cuando el pueblo habla en primera persona del singular, un singular colectivo, dice: A mí no me representa nadie. Y cuando habla en primera persona del plural: Nadie nos representa, nuestros representantes no nos representan ni a nosotros ni a sí mismos ni siquiera.
Política de Aristóteles, Loeb Classical Library (traducción inglesa de H. Rackham)

Algo de esto quizá ya intuyó Aristóteles en su Política 1312b cuando escribió en el inciso de un breve paréntesis que la democracia final o extrema -dejemos el adjetivo τελευταία y lo que haya querido decir el estagirita con él, para centrarnos en el sustantivo sustancial- era una tiranía, juntando las palabras δημοκρατία (compuesta de demos/pueblo, y kratos/gobierno en la lengua de Homero) y τυραννίς (que es el nombre de la tiranía) en una frase copulativa donde la democracia extrema es el sujeto y el atributo la dictadura.

 
Y a todo esto, como se preguntaba Larra, El Pobrecito Hablador, ¿dónde está el público (o el pueblo, que diríamos nosotros)? ¿Dónde se lo encuentra uno? ¿Qué dice el pueblo de esta usurpación de su nombre común por los nombres propios de los aspirantes a déspotas democráticos? El pueblo se pavonea orgulloso porque le han impuesto el título deslumbrantemente versallesco y evocador del antiguo régimen de “soberano”, como a Luis XIV,  y lo que resulta es que es soberanamente necio si no comprende que con ese pomposo y rocambolesco halago de oropel y purpurina le están engañando los que se dedican profesionalmente a la política, es decir los demagogos profesionales,  para que los invista no ya de un poder divino sino para que los revista de un mandato popular, que es lo mismo pero en versión laica,  como representantes vicarios de su voluntad en la teatrocracia del mundo, y para que ellos puedan ser sus modernos dictatores o déspotas de una ilustración que fundamenta su dominio absolutista en el nombre del pueblo y de su espíritu santo.  

Conviene recordar, hoy que tan habituados estamos a las elecciones democráticas, que en la Atenas democrática de Periclés, cuna de la democracia, los cargos de gobierno o puestos de responsabilidad política no eran electivos, sino que se otorgaban por sorteo (como se hace entre nosotros en algunas comunidades de vecinos). Un filósofo de la talla de Aristóteles sostuvo que eso era lo más democrático: el sorteo crea democracia, mientras que la elección genera oligarquía (el gobierno -arquía-  de unos pocos -oligo-, los representantes, sobre la mayoría de sus representados).

"Y afirmo, por ejemplo, que parece ser democrático que los cargos se den por sorteo, y oligárquico que por elección" (Aristóteles, Política, 1294b 8ss).

En la democracia directa ateniense, el poder de decisión no estaba en representantes o gobernantes, sino en el conjunto de los ciudadanos, por lo que no había partidos políticos ni listas cerradas, sino una amplia asamblea. No había elecciones cada cuatro años, sino una constante implicación de los ciudadanos en la toma de decisiones.    

 
La paradoja democrática reside en que los gobernantes son elegidos por los gobernados, lo que a veces se llama la sociedad civil,  para que gobiernen en su nombre, pero una vez en el poder se erigen en dueños y señores del electorado que los encumbró, gobiernan con su consentimiento, bajo el trampantojo de la representatividad, que no es más que una coartada, porque la “representación” es imposible. Son muchas las sugerencias de la palabra representar, pero quizá la más interesante sea la siguiente, que da idea de la irresponsabilidad que supone su aceptación: “sustituir a alguien o hacer sus veces desempeñando su función”.  

Y viceversa: Las dictaduras sólo funcionan bien en las democracias.

domingo, 14 de marzo de 2021

Imágenes con palabras

Hoy se cumple un año justo ya. Un titular periodístico miente en primera plana: “Un año con la libertad restringida”. Un año, debería decir mejor, sin libertad. 
 
 
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Hay un antes y un después de mi viaje a la India, un encuentro y encontronazo inesperado que cambió el rumbo de mi vida: Me encontré a mí mismo. ¡Qué fatalidad!
 
 
 
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Hay que ver cómo son los espejos, que repiten mirándonos a la cara insultantemente el dicho aquel del matón con chulería: "A mí el que me busca me encuentra".

 
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A veces lee uno en la prensa declaraciones valientes como esta de un inspector del cuerpo de policía: Hay más delincuentes dentro de la Policía que en la calle.


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 El Líder Supremo pide "aguantar como sea" una Semana Santa "restrictiva" para que el verano sea "casi normal", o sea, sacrifícate ahora, luego ya disfrutarás.

 

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En lenguaje popular para entenderse: Ajo y agua: a joderse y aguantarse mes y medio para tener después en mayo y durante el verano una plena casi ya normalidad.
 

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Profesionales de sectores esenciales protegidos con la vacuna antivírica se quejan de la fuerte reacción que produce, aunque celebran que ya están inmunizados.

 


sábado, 13 de marzo de 2021

Reprimenda a médicos y boticarios contrahecha del cancionero de Sebastián de Horozco

Ochocientos años fueron / en que antiguos los romanos / sin galenos estuvieron, / y en tanto tiempo vivieron / sin hospitales, bien sanos.
 
Vivían a su sabor / con salud, sin medicina, / escogiendo por mejor / para vivir sin dolor / huir de sanidad dañina. 
 
Pero vinieron doctores / y a todos nos enfermaron / haciéndonos sabedores / de que éramos portadores / de gérmenes que inventaron.
 
Para mayores desgracias, / nos convirtieron en clientes / suyos y de las farmacias; / a Dios y a análisis gracias, / todos somos sus pacientes. 
 
Aunque estés malo y doliente / sanarás sin mucha pena, / si eres enfermo paciente / y sobre todo obediente / a lo que el doctor ordena.
 
Así que la medicina / de tal arte multiplica / que es cosa que desatina / ver hoy que tras cada esquina / hay una puta botica. 
 
Y, a su lado, alternativa, / hay una parafarmacia, / para que así siga viva / la farmacia putativa: / la boticaria falacia.
 
Los fármacos, te dirán, /obrarán con tanto esmero / que tu bolsa purgarán / y de ella te sacarán / lo malo, que es el dinero.
 
Muchos, cuando no catáis, / los veis hechos matasanos, / y después, cuando enfermáis, / por fuerza, aunque no queráis / vais a morir a sus manos. 
 
Que curan cualquier dolencia / con protocolo que acatan: / no me cabe en la conciencia / que consista al fin su ciencia / en las personas que matan. 
 
Siguiendo por esa vía / dicen que hay que vacunar / a todo Cristo a porfía, / y hay quienes entodavía / se hacen pinchar y sangrar. 
 
 
Pues la ciencia lo consiente / por la vía intravernosa, / la biomédica entente / te meterá detergente / aderezado con sosa. 

Ya mató el virus, Felipe, / mucho antes que la vacuna, / entre sus víctimas a una / que es la influenza o bien la gripe, / muy más vieja que ninguna.

 
Escarmiente cada cual, / y en doctores no confíe, / que ninguno hay tan cabal / que por curar poco mal / a la tumba no te envíe. 
 
No hay que hacerse chequear, / que es sin duda lo peor; / mas debemos procurar / muy claro y limpio mear / y hacerle la higa al doctor. 
 
Convertir el agua en vino, / también las piedras en pan, / es un milagro divino / que sólo a Cristo convino / y que otros jamás harán.
 
Boticarios, lo que hacéis / lo transformáis de tal suerte, / que todo lo que tenéis / y en la farmacia vendéis / en mierda ya se convierte. 
 
Y aunque nos cuestan dineros, / no aprovechan medicinas; / lo que os hace enriqueceros / todo va por los gargueros / a parar en las letrinas. 
 
Si aún tenéis dudas, mirad / al heleno dios Apolo, / que salud y enfermedad, / como médica deidad, / a él le atribuían solo. 
 
Él nos muestra que, en verdad, / era Enfermedad salud, / y Salud, enfermedad, / que es partirlas necedad / y casarlas es virtud.
 
¿Todavía no lo ves? / La ciencia, no se te pierda, / si quieres saber lo que es, / como dice el portugués: / voto a Deus que tudo é merda
 

 
(La reprimenda está contrahecha a partir del cancionero de Sebastián de Horozco y de cuatro varias aportaciones personales, con la fusión de las quintillas de la canción número 11 donde "reprehende el auctor la multitud de los médicos", la 21 que le dedica el autor a un amigo suyo boticario, y la 103, dedicada a un enfermo que no se purgó con las píldoras que le recetó el médico).
 
 

viernes, 12 de marzo de 2021

Almas muertas

Chíchikov es un personaje misterioso que llega un buen día a la ciudad para emprender un negocio no menos misterioso. Entabla relaciones con los hombres más importantes del lugar y les hace una extraña proposición:

...Me gustaría comprar unos campesinos… —dijo Chíchikov, vacilante, y sin llegar a completar la frase.

Permítame que le haga algunas preguntas —dijo Manílov—. ¿Cómo querría comprarlos? ¿Con la tierra o simplemente para llevárselos, es decir, sin tierra?

No, no quiero exactamente campesinos —dijo Chíchikov—. Quiero comprar los muertos…

¿Cómo dice, muy señor mío? Disculpe… Soy un poco duro de oído y me ha parecido oír una curiosa formulación…

Me propongo adquirir los muertos que, por lo demás, aún figuren en el censo como vivos —explicó Chíchikov.

(Fragmento de la novela “Almas muertas” de Nikolai V. Gogol (1809-1852), publicada en 1842 y subtitulada “Las aventuras de Chíchikov”, considerada por muchos la primera gran novela de la literatura rusa moderna).

Antes de la emancipación de los siervos en 1861, y siervos eran la mayoría de los campesinos rusos, estos eran una propiedad, un bien que podía comprarse y venderse, por el que los dueños tenían que pagar un impuesto al Estado, como se tributa por la posesión de cualquier otro bien. El cobro de impuestos a los terratenientes se basaba en el número de siervos (o «almas» que es como se denomina en ruso a los siervos, lo que explica el título de la novela), que el propietario tenía en su haber, ya que la riqueza de un propietario se medía por el número de «almas» que figuraban a su nombre.

 

Chíchikov lo sabe y por eso quiere hacerse dueño de un gran número de ellas. Estos registros eran realizados mediante un censo, pero los censos no solían actualizarse frecuentemente. Cuando llegaba la recaudación de impuestos, los terratenientes a menudo se encontraban en la obligación de pagar por los siervos que ya no vivían, porque eran “almas muertas” que a efectos legales estaban todavía vivas porque no habían sido dadas de baja en el registro de propiedades por defunción. Chíchikov, que como él mismo afirma tiene "por costumbre respetar la ley a pie juntillas”, lo hace de forma legal, procediendo a la redacción de una escritura de compraventa pero no de las almas muertas efectivamente, sino escriturando las que figuran en el censo como que están vivas todavía. 

Lo que pretende Chíchikov, que llega a reconocer en algún momento que es “un miserable y el peor de los canallas”, es comprarles por una suma insignificante de dinero el mayor número posible de siervos difuntos a los propietarios terratenientes que visita. Lo hace con el pretexto de liberarlos de una presión fiscal innecesaria, y a fin de labrarse él de este modo un buen nombre que se traduce en una fortuna y un porvenir, como se suele decir, convirtiéndose en un hombre respetado y venerado en la sociedad de la época.

Gogol quemando el manuscrito de la segunda parte de Almas muertas, Iliá Repin (1909)

Una vez adquiridas suficiente almas de los muertos, el gobierno central, según la cantidad de «siervos» que posea, y llega a poseer unos cuatrocientos, le adjudicará tierras, con lo que se retirará a una granja y logrará obtener un préstamo enorme por ellos, consiguiendo la adquisición de la riqueza que deseaba. 

Muchos influencers de nuestro tiempo compran followers o seguidores y sus correspondientes likes para aumentar su prestigio en las redes sociales y monetizar su nombre propio, es decir para convertir en oro todo lo que tocan como el legendario rey Midas,  a través de la publicidad, emulando quizá sin saberlo a Chíchikov.