La Unión
Europea aspira al objetivo ideal y por lo tanto inalcanzable de "net zero emissions", “cero emisiones” o “cero
neto o absoluto de emisiones”, o sea, ningunas emisiones (de CO2). Por ejemplo, entre otras medidas, que no
se fume no ya en los bares y restaurantes, que eso ya está
prohibido desde hace tiempo, sino en las terrazas de dichos establecimientos
públicos... Se acabará prohibiendo fumar en todos los espacios
públicos y hasta privados, por lo que el tabaco quedará reservado a la
clandestinidad de los retretes. El siguiente paso será pedirnos que
dejemos de respirar por el bien del planeta. A fin de cuentas, cuando
respiramos, según lo que nos enseñaban en la escuela, inhalábamos
oxígeno y exhalábamos lo que entonces se llamaba anhídrido
carbónico y ahora dióxido de carbono o CO2, que es lo mismo pero con
otro nombre.
La Unión
Europea quiere, además, que actualicemos nuestras viviendas según los
parámetros que ella establezca para hacerlas sostenibles o dignas de
sostén(imiento).
La Unión
Europea, en resumidas cuentas, apuesta por la green economy
por decirlo así en inglés, que es la lengua del Imperio y queda mucho más
elegante que en castellano 'economía verde', aunque nosotros
podríamos añadir el hemistiquio lorquiano “que te quiero verde”, para que resuene más lírico y poético.
Uno
sospecha, porque uno tiene ya sus años y desengaños, que la cosa de
la green economy va de verde por el color de los billetes.
Recuerdo que era ese el color de los billetes de mil pesetas de mi
juventud, que eran verdes, como aquel que representaba a don Benito
Pérez Galdós... (Más tarde saldrían otros del Banco de España con otras
tonalidades de 2.000, 5.000 y hasta 10.000 pesetas... antes de
abandonar la vieja moneda y entrar en el Euro que hizo que se subieran
automáticamente los precios).
La ecuación dinero=verde, pensaba yo, ingenuo de
mí, que sería por lo que decían de que era el verde el color de la
esperanza... y que podía uno esperar conseguir con él toda clase de bienes y
servicios. Pero no, la cosa parece que fue al revés: el verde empezó a
utilizarse por sus cualidades físicas, y de ahí derivaron luego las
metafísicas.
Parece que
la equiparación física del verde con el dinero nos vino del otro
lado del Océano Atlántico, del Nuevo Mundo, cuando a finales del siglo XIX los
billetes de dólar se tiñeron de ese color para evitar las
falsificaciones, hasta el punto de que en la actualidad casi la
cuarta parte del papel moneda o billetes de banco que circulan por el
universo mundo está tintado de color verdoso entre otras tonalidades como el
amarillo, el gris y el azul.
Pero
la pervivencia de la ecuación a lo largo de los años
tiene también mucho que ver con la equiparación metafísica de lo que los expertos denominan el simbolismo emotivo del color que
identifica el color verde con el inmenso poder del dinero, y también con la tranquilidad y la calma, asociadas al verde quirófano.
El rojo y el verde son en principio colores vivos, relacionado el primero con la sangre del reino animal y el segundo con la clorofila del reino vegetal. Pero además el color verde tiene otras connotaciones lingüísticas relacionadas con la juventud o no madurez, así como con la lujuria. Pensemos por ejemplo en expresiones como 'chiste verde' o 'viejo verde' en español. Pero ambos colores se oponen en el simbolismo del semáforo, donde la luz roja indica prohibición y la verde vía libre, simbología que se ha incorporado a la red informática universal: los do's y don'ts: las cosas que se deben hacer y las que no.

En otras
palabras, la economía verde, so pretexto
de proteger el medio ambiente (tanto el reino animal como el
vegetal), capitaliza las tragedias ambientales producidas por la
explotación del propio sistema capitalista, generando "fuentes
renovables" de negocios energéticos para la clase dominante transnacional.
Y, al mismo tiempo, cumple una función apotropaica, ya que desvía
la mirada del verdadero ambientalismo, que coincide con el
anticapitalismo. Pintar el capitalismo de verde es una operación de maquillaje. No se resuelve el problema que la propia existencia del capitalismo crea, sino que se justifica usando la ecología como coartada.
Una verdad como una casa
Volviendo a la Unión Europea, no quiere ninguna emisión de CO2, y por otro lado fabrica bombas que siembran la muerte tanto del reino animal como vegetal y que están muy lejos de lograr la reducción de los gases de efecto invernadero que dicen que persiguen, y nos va mentalizando de que la guerra es inevitable. Entre nosotros ya lo ha vomitado la impresentable ministra del gremio de la Guerra, la llamada Hormiga Atómica: "La amenaza de guerra es absoluta".
Lo mejor habría sido no haber entrado nunca en dicha Unión, pero una vez dentro, lo mejor que podemos hacer es salir cuanto antes de la Unión Europea, que es la unión en realidad no de los europeos sino de las clases dominantes europeas contra las clases trabajadoras, o si se prefiere, los pueblos de Europa, como se demuestra examinando las pocas medidas en beneficio de la gente y las muchas en interés de los bancos y del gran capital tanto farmacopólico como bélico que toman.