El gobierno galo saca el ejército a la calle para que la población se vaya habituando a la presencia de las tropas como algo esencial de su paisaje cotidiano.
Nuestro icónico “presi” reitera su firme apoyo a Ucrania, a la que promete “nuevas capacidades” -ridículo eufemismo- para que se pueda defender de la agresión.
Los regímenes democráticos occidentales se aprestan a la fabricación de un enemigo tanto interno como externo para poder justificar la acción de su gobierno.
El enemigo interno es el que se opone críticamente a la definición como enemigo del foráneo, del otro que está fuera, y a la declaración de guerra consiguiente.
Las nuevas tecnologías hacen su aparición estelar en las homéricas guerras con atracciones tales como los drones, confiriéndoles visibilidad así espectacular.
Los productos más rentables a la hora de invertir
en estos tiempos que corren son las acciones de guerra: la mejor
inversión del capital, beneficio asegurado.
En la lengua del Imperio se llama “weaponization” a la conversión en arma de cualquier recurso o dispositivo económico, financiero, comunicativo, científico...
La guerra informativa es más importante que la desarrollada en el campo de batalla, hasta el punto de que no existiría la guerra propiamente dicha sin aquella.
En los modernos estados los bandos contendientes tratan de legitimar su empeño beligerante como una «guerra justa» santificada según el derecho internacional.
Dice el ministro de asuntos exteriores que ni la UE
ni la OTAN son alianzas ofensivas que se preparen para la guerra.
Pero son ofensivas: ofende su existencia.
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