domingo, 1 de agosto de 2021

Leyendo a Lucien Cerise

   No estaría nada mal que alguien se animara a traducir al español el libro de Lucien Cerise Gouverner par le chaos. Ingénierie sociale et mondialisation, publicado en París por Max Milo Éditions en 2010. Ha tenido una segunda edición en 2014, con algún añadido. Ofrezco, como primicia y aperitivo, la traducción de unos párrafos del primer capítulo que titula "Ordo ab Chao", orden a partir del caos, en latín. El remarcado en negrita de algunas frases es cosa mía, no del autor, que se esconde tras un pseudónimo para escapar del control del Gran Hermano. 


    “Podríamos decir que en apariencia no hay nada nuevo bajo el sol. La antropología nos ha enseñado que desde siempre el poder ha tenido que apoyarse en la mentira y en los chivos expiatorios para asentar su influencia. Pero las estrategias mentirosas del viejo orden presentaban a pesar de todo al menos una ventaja, la de ofrecer además a la mayoría dominada un espacio de estabilidad social y psíquica. El caos era el enemigo del orden. En el siglo XX aparecieron nuevas formas de control social que pueden englobarse bajo el concepto de ingeniería social y cuyo objetivo no sólo es desrealizar la esfera pública, como en el pasado, sino también desestructurar intencionadamente el cuerpo social y el psiquismo individual en las clases populares. Hoy el caos es el instrumento del orden.

    Este nuevo orden posmoderno, mundializado, globalizado, resulta por consiguiente de una alianza entre la mentira, más que nunca inserta en el corazón del sistema, y de un cierto número de técnicas de deconstrucción programada de los equilibrios socioculturales. El «bombero pirómano» es el nombre de uno de estos métodos de márquetin político que consiste, por ejemplo, en crear antes inseguridad para crear después una «demanda» de seguridad y responder a ella con una «oferta» securitaria.

    El antiterrorismo, como forma de gobierno que descansa en la difusión de un miedo que induce a la sumisión en las capas populares, tiene por lo tanto absolutamente necesidad de terroristas, reales o ficticios. Es necesario por lo tanto crearlos, para el sostenimiento de las condiciones sociológicas favorables a su emergencia, o, a falta de ello, de forma totalmente imaginaria. Los verdaderos terroristas, los más peligrosos, son también los que desmpeñan el poder y que, desde hace décadas, trabajan para que nuestros suburbios y barrios difíciles exploten, para de esa suerte mantener bajo presión al pueblo llano y empujarlo «libremente» a los brazos de una respuesta represiva de amplitud totalitaria. (“Gobernar mediante el caos. Ingeniería social y mundialización” Lucien Cerise).

sábado, 31 de julio de 2021

ACT LIKE YOU'VE GOT IT

    Elijo este cartel del NHS, National Health Service, el ministerio de sanidad británico, porque es muy representativo de la tónica general que siguieron y siguen casi todos los gobiernos del mundo (quizá habría que excluir a algunos países como Suecia y pocos más) y porque es bastante significativo de lo que está sucediendo desde que hace ya casi año y medio se declaró la pandemia universal, y de lo que pasa aquí y ahora entre nosotros, sin ir más lejos. 


     Debajo de un rostro con mascarilla y pantalla protectora, la palabra mágica: el abracadabra que conjura aquello que denomina, es decir, que lo hacer aparecer ante nuestros ojos como el conejo que el mago saca de su chistera: CORONAVIRUS. Pero no es eso lo más importante, con serlo porque ya han mencionado a la bicha para que exista, al coco de los cuentos infantiles para meternos miedo; lo más importante, desde mi punto de vista, viene a continuación en letras enormes: ACT LIKE YOU'VE GOT IT: actúa como si lo tuvieras.

    No importa si lo tienes o no lo tienes (el coronavirus), pero tienes que actuar como si lo tuvieras, por precaución. El Her Majesty's Government, o sea, el Gobierno de Su Majestad la Reina, es decir, del Reino Unido, que vale aquí por nuestro propio Gobierno porque todos han actuado igual, nos da una orden: ACT, que traduzco no por “haz”, como podría hacerlo, sino por “actúa”, porque me parece más exacto con su significado teatral de puesta en escena que requiere, además, un disfraz para la representación del espectáculo que viene a ser, por ejemplo, la mascarilla y la orden de alejarte de los demás. 

    Y añade: LIKE YOU'VE GOT IT “como si lo tuvieras”, es decir, finge que lo tienes. Es una consigna hipócrita. Si lo tuvieras, no necesitarías simularlo, y si no lo tienes ¿por qué vas a fingir? El Gobierno de Su Majestad la Reina tendrá que darnos una explicación que justifique esa orden a todas luces surrealista, irracional. Y la supuesta razón viene a continuación: En letras mayúsculas, pero más pequeñas que las anteriores: anyone can spread it: cualquiera puede contagiarlo, difundirlo, propagarlo... 


      No es cierto, hay que decir que no es verdad: cualquiera no puede contagiarlo. Yo, por ejemplo, si no lo tengo, malamente puedo contagiarlo; luego no es cierto que cualquier pueda contagiarlo. Podrá contagiarlo cualquiera... que lo tenga, si es contagioso. No se puede dar por lo tanto ese argumento por válido, porque no lo es. Ni siquiera es un argumento que pueda sostenerse. 

     Como de ahí puede surgir una posible rebelión contra el servicio sanitario nacional británico y el gobierno de su majestad el dinero, y contra todos los gobiernos del mundo, ya nos dicen claramente que tenemos que obedecer las reglas y cumplir con las consignas sanitarias para detener la propagación, o sea, obedece y cállate. 

   ¿Estás completamente seguro de que no lo tienes? Nos preguntarán entonces sibilinamente. Y ante eso deberíamos responder: Sí, porque no tengo síntomas. Pero entonces nos dirán: Puede que estés incubando la enfermedad, es decir, que los síntomas no hayan hecho su aparición estelar todavía porque pueden tardar hasta quince días en aparecer... Puedes ser presintomático. Si dentro de ese plazo seguimos sanos y salvos, volverán a ampliarnos el plazo porque quién nos dice que, aunque era cierto que no habíamos contraído la peste en aquella ocasión, no la estaremos incubando ahora... Y así estamos, pillados siempre, porque quién nos asegura que no vayamos a contraerla en las próximas horas, días, semanas, meses... 

Litografía de Paul Colin (1949)
 

    Obviamente, no puede asegurárnoslo nadie porque del mañana no hay certeza en ningún sentido. Pero nos han hecho dudar. Si nos reafirmamos en que, de todos modos, no tenemos ningún síntoma aparente ni alarmante por ahora, pueden decirnos, y ese es su gran invento dialéctico y retórico, la gran engañifa que contraviene toda lógica y sentido común, que no tenemos ningún síntoma porque somos asintomáticos y ¡ese es el síntoma! Nos están llamando a las personas que gozamos de buena salud, enfermos asintomáticos, enfermos imaginarios, como razonábamos aquí mismo.  Pero entonces no deberían decirnos “actúa como si lo tuvieras”, sino: Lo tienes, aunque te parezca mentira. Créenos. Es por tu bien. Salva vidas, esa abstracción mortal como ella sola, dejando de vivir. 


    En resumidas cuentas, para evitar enfermar, ahora todos tenemos que vivir como si estuviésemos enfermos. Todo el mundo -incluidos los sanos- debe ajustar su comportamiento al de los enfermos y adoptar un estilo de vida calcado al de éstos, aceptando someterse a medidas cotidianas normalmente destinadas sólo a los enfermos como la toma de temperatura. La frontera entre la enfermedad y la salud ha desaparecido: todos estamos potencialmente enfermos, como pretendía el doctor Knock, cuyo triunfo es ahora evidente, y por tanto todos debemos aceptar ser tratados como pacientes y nuestra salud como objeto de medicalización. No es la enfermedad ya el objetivo sino la salud, que es enfermedad. Ya no sólo la guerra es paz, esclavitud es libertad, ignorancia es fuerza, como decía Órgüel, además la enfermedad es salud. O mejor, al revés, la salud es la enfermedad (y esta salud, además, como decía el aforismo de Lichtenberg, es contagiosa).

viernes, 30 de julio de 2021

La Edad de Oro según Léo Ferré

    Con una economía admirable de palabras y bellísimas metáforas, el cantante Léo Ferré recreó el mito de la edad de oro en una canción de 1959 en lengua francesa que puede considerarse todo un clásico de la chanson, aunque no sea de las más conocidas suyas como Avec le temps, Les anarchistes, La vie d'artiste, Ni Dieu ni maître...

    El primer verso de cada pequeña estrofa comienza con un verbo en futuro: tendremos, y cada una se centra en una palabra: el pan, el vino, la sangre, lechos, frutos, picoazules -sea lo que sea lo que quiere sugerir “bec d'azur”-, el mar, el invierno, y finalmente el amor. La canción se cierra con un “je t'aime” que pondrá fin a todos los discursos, y con un deseo de que venga la Edad de Oro. Léo Ferré está evocando en esta canción la aurea aetas que soñaron los poetas antiguos desde Hesíodo a Ovidio, que llega hasta don Miguel de Cervantes y el inolvidable discurso de don Quijote ante los cabreros hablándoles de aquella edad legendaria en que no se habían inventando las palabras “mío” y “tuyo”.

    He aquí la letra original, y mi versión rítmica que convierte los pentasílabos agudos franceses en hexasílabos castellanos, pero conserva los heptasílabos. Es todo lo fiel que ha podido ser, aunque no mucho, porque a veces, para conservar la rima, hay que hacer alguna traición a la letra. 

 

LÉO FERRÉ L' Âge d'Or.

Nous aurons du pain, / doré comme les filles / sous les soleils d'or. / Nous aurons du vin, / de celui qui pétille / même quand il dort. / Nous aurons du sang / dedans nos veines blanches / et, le plus souvent, / Lundi sera Dimanche. / Mais notre âge alors / sera l'âge d'or. 

Nous aurons des lits / creusés comme des filles / dans le sable fin. /  Nous aurons des fruits, / les mêmes qu'on grappille / dans le champ voisin. / Nous aurons, bien sûr, / dedans nos maisons blêmes, / tous les becs d'azur / qui là-haut se promènent. / Mais notre âge alors, / sera l'âge d'or. 

Nous aurons la mer / à deux pas de l'étoile / les jours de grand vent. /  Nous aurons l'hiver / avec une cigale / dans ses cheveux blancs. /  Nous aurons l'amour / dedans tous nos problèmes / et tous les discours / finiront par "je t'aime". /  Vienne, vienne alors, / vienne l'âge d'or. 

 



Tendremos un pan / moreno como chicas / bajo soles de oro. /  Vino correrá / chispeante que brilla /  aun si está en reposo. / Y tendremos sangre / en nuestras venas blancas. / Y no habrá ya martes, / domingos ni semana. / Pero nuestra edad / la de oro será. 

Y tendremos lechos / mullidos como chicas / en la fina arena. / Y frutos tendremos / los mismos que se pillan / en vecina huerta. /  Tendremos así / en nuestras casas mustias / picoazules mil / que en lo alto deambulan. / Pero nuestra edad / la de oro será.

Y la mar tendremos / a un paso de una estrella / cuando el viento brama. / Tendremos invierno / con la cigarra vieja / que ya peina canas. / Tendremos amor / en los problemas nuestros / y todo sermón / acabará en “Te quiero”. / Venga pues la edad / de oro, venga ya.

jueves, 29 de julio de 2021

El trampantojo (Crónica de actualidad sempiterna)

    Leo el siguiente titular alarmante en la portada del periódico local: “El pico de la quinta ola en Cantabria ni se vislumbra”. Se supone que la ola es tan descomunal que no se ve su cresta. Debe de ser tan grande que lo tapa todo y no nos deja ver ninguna otra cosa en el horizonte. Parece que los periodistas han inventado esta metáfora para poder hablar de ella y llenar los espacios informativos. 

    ¿Dónde está esa ola que yo no la veo? ¿Dónde está que sólo tengo noticia de ella no por mi humilde experiencia, sino a través de la lectura de la prensa local envenenada y de lo mucho que oigo hablar de ella en la radio y la televisión, que son fuentes tóxicas de información? No está por ninguna parte, no la hay. Pero a fuerza de hablar de ella y de nombrarla una y mil veces acaba adquiriendo carta de naturaleza existencial y existiendo, al revés que las meigas gallegas que no existen, pero haberlas haylas. 

La gran ola de Kanagawa, Katsushika Hokusai (entre 1830-1833)

     La ola, que es metáfora del virus, no la hay, pero existe, y mucho. Estamos aquí negando su habencia, pero afirmando su existencia, porque somos al mismo tiempo negacionistas de una cosa y afirmacionistas de otra. La ola es el dios o el demonio, según se mire, de una nueva religión. No creemos en ella porque la veamos, sino que la vemos porque creemos en ella.

    No parece que sea el virus coronado, a estas alturas de la película, lo que se propaga causando estragos, sino otro virus: el del miedo a la muerte, que es miedo a la vida, al amor y a la libertad, un virus letal, un virus que no te lleva necesariamente al otro barrio, sino que te mata en vida convirtiéndote en un zombie de telefilme barato de serie B.

    Se ha propagado tanto ese virus que la zombificación o conversión de las masas en muertos vivientes es casi total porque la gran mayoría de la población se ha contagiado adhiriéndose a estas medidas sanitarias e higienistas, que no higiénicas, completamente desmesuradas y sin ninguna justificación científica sostenible, al menos para las cabezas bien amuebladas que no dicen amén a las desautorizadas autoridades sanitarias.

 

    La tanatofobia colectiva que ha sostenido el Poder y sus colaboradores expertos pseudocientíficos y pseudosanitarios ha hecho su efecto, atrayendo el fantasma de la muerte que querían conjurar y exorcizar.

    Todos esos virólogos a la virulé, epidemiólogos, infectólogos, urgenciólogos y demás especialistólogos harían mejor psicoanalizándose un poco y analizando a qué se debe su ingente miedo a la muerte, que no deja de ser una patología de tipo psicótico. Enfermos ellos, nos enferman gravemente a todos los demás deteriorando nuestra salud física y psíquica.

    ¡Cuánto mejor era el confinamiento puro y duro que no este simulacro de desconfinamiento en que uno se confina enmascarándose voluntariamente por su propio bien y por el de los demás, sin que se lo ordenen las autoridades gubernamentales, sino su propia voluntad! ¡Qué falso el desconfinamiento que no deja de ser un encierro individual y colectivo políticamente corregido! ¡Qué trampantojo!

    El término 'trampantojo', como su nombre indica, por cierto, es contracción de “trampa ante ojo”. Es un compuesto en que entra el ojo, como en 'antojo'. En el siglo XIII, en efecto, según el maestro Coromines, tenemos ya documentado en castellano el término 'antojarse' con el significado de “ponérsele a uno una idea ante los ojos”. Pero esa idea que nos han puesto delante de los ojos es una trampa que pretende engañarnos, como todas las ideas por otra parte y como la famosa zanahoria inalcanzable delante del borrico. 

    El trampantojo nos tiende una trampa para que veamos lo que no hay. La docta Academia lo define como: “Trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es”. Eso es el virus coronado, un trampantojo.

    En pintura, el término francés "trompe-l'oeil" (engaña el ojo) da nombre a la técnica que consigue distorsionar nuestra percepción visual jugando, intencionalmente, con la perspectiva y otros elementos ópticos, sugiriendo desde las dos dimensiones del lienzo la tridimensionalidad.

Huyendo de la Crítica, Pere Borrel del Caso (1874)
 

    Un buen ejemplo de trampantojo es el lienzo "Huyendo de la Crítica", también titulado "Una cosa que no puede ser" o, más descriptivamente, "Muchacho huyendo de un cuadro" de Pere Borrel del Caso (1835-1910), que es considerado como uno de los máximos exponentes de esta técnica. Un muchacho, entre asustado y fascinado, trata de salir del marco que lo encuadra, viéndose prisionero en su cárcel pictórica, pugnando por integrarse en el espacio real en el que estamos los espectadores de ese trampantojo intentando también salir del marco restringido que nos encuadra.

miércoles, 28 de julio de 2021

Crónica de sucesos y golpe de Estado: tres viñetas de J.M.Mora

 

 
La viñeta de J.R.Mora lo dice todo: una pantalla de la que salen literalmente tripas ensangrentadas, y un texto explícito: "Llenaron los informativos de sucesos para no tener que contar lo que sucede". Efectivamente, la crónica de sucesos lo ha invadido todo en cuanto a información se refiere a modo de cortina de humo que nos impide ver lo que pasa. Eso es lo que sucede. 
 
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Sin comentarios.
 
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La misma escena. Bajo la dictadura (el pasado gris, en alusión a los grises, así llamados por el color del uniforme policial que vestían) y bajo la democracia que es la forma actual de la dictadura (en que el uniforme policial ha adquirido tonos más oscuros), la misma escena.
 

martes, 27 de julio de 2021

Epigramas

El consejero de Sanidad, preocupado por la situación, ya que los niveles de incidencia no bajan, pide a los asintomáticos que al menor síntoma se autoconfinen. 
 
Un Catedrático de Medicina, metiendo miedo: “Hay jóvenes que van a morir”. Todos, tarde o temprano, moriremos. ¡Nadie diga que  antes no habéis, jóvenes, vivido!
 
Variación sobre la soleá de El Cabrero de las vereditas estrechas y el ancho carril: ¿Quién me va a decir a mí / metiéndome en vereda / por dónde tengo que ir? 
 
Del hace falta verlo para creerlo y aquel "si no lo veo no lo creo" hemos pasado al hace falta creerlo para verlo, porque si no lo crees previamente ni lo ves. 
 
La directora del Servicio Catalán de Salud, que es partidaria de pinchar a los menores de edad, No hemos sabido transmitir miedo a la población ha reconocido. 
 
No hay nada menos novedoso ni más indigesto que el periódico diario que provoca obesidad mórbida con el bolo alimenticio de noticias que ocultan lo que pasa.
 
 
Viñeta de El Roto con texto manipulado ligeramente

 
Las agencias verificadoras de datos y de hechos se dedican a denunciar los bulos, pero no se atreven, sin embargo, a evidenciar el mayor de todos: la realidad.

 
Frente a la psicología positiva hoy en boga que promueve la búsqueda desesperada de la felicidad hay que reivindicar el contrapunto de la psicología negativa. 
 
Cuando los discípulos preguntaron al Maestro, escribe Mateo, por qué hablaba con parábolas, les respondió: "porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden". 
 
¿Quieren vacunarte para protegerte de un virus mortal, cuya letalidad es irrisoria, salvando tu vida o quieren que recobres tu libertad, siempre condicional?
 
Han convertido un triste virus en una «crisis sanitaria mundial» y en una «pandemia global», como dicen ahora, o universal, como prefiero yo, sin precedentes. 
 
Tomamos las medidas tendentes a evitar que la enfermedad llegue a cogernos con lo cual cogemos nosotros la enfermedad: la precaución es la verdadera enfermedad. 
 
Pareja estúpidamente feliz exhibiendo su "green pass" con código QR.

La seguridad sanitaria es la tierra que Moisés nunca pisará, la prometida por gobernantes, personalidades del mundo del espectáculo y periodistas terroristas. 

¿Qué sentido tienen los viajes en un mundo como el nuestro donde todos los lugares, uniformados ya bajo el pretexto del progreso, son ejemplares de lo mismo? 

No tenemos mitos ni héroes como los de antaño, porque nuestros arquetipos contemporáneos son muy prosaicos y muy poco heroicos: su mayor hazaña, la obediencia. 

«En toda tierra de garbanzos seis gansos y seis gansas son doce gansos», como recuerda, contra el lenguaje inclusivo políticamente corregido, el dicho popular.  

Reza un titular periodístico nacional: “España afronta la paradoja de tener el récord europeo de vacunación y el de contagios”. ¿Nadie establece una relación?

Corolario (del latín corollarium de corolla, diminutivo de corona: coronita) Hasta la coronilla, que es la parte más eminente de la cabeza, del virus coronado.

lunes, 26 de julio de 2021

Del arte de la memoria y el más difícil del olvido

     Cuenta el inagotable Cicerón en De oratore lo mucho que le debe el arte de la oratoria al poeta griego Simónides de Ceos, que según se decía había inventado la mnemotecnia, en unos tiempos en que para pronunciar un discurso era imprescindible no leerlo, sino aprendérselo de memoria y recitarlo punto por punto,  igual que en el teatro. Nadie le prestaría en la antigüedad atención ni credibilidad, como dicen ahora,  a un orador que leyera un discurso, como hacen todos nuestros políticos empezando por el mismísimo rey de todas las Españas.

    Y sentencia Cicerón que es muy importante ejercitar la memoria (memoria minuitur nisi eam exerceas, a saber, que la memoria se atrofia si no se ejercita), algo que algunos pedagogos modernos, víctimas de la enfermedad del doctor Aloysius Alois Alzheimer,  parecen haber olvidado. 

    Cuenta, en efecto, el arpinate que el poeta Simónides había ido a Cranón, en la Tesalia, a cenar a casa de un tal Escopas, un personaje muy importante de esa ciudad, que lo había invitado, y que allí le había recitado el poema que había compuesto por encargo en su honor para esa ocasión,  en el que había incluido una larga y culta alusión mitológica a los gemelos Cástor y Pólux, como era costumbre entre los poetas, y que a lo que parece no debíó de gustarle mucho al anfitrión, ya que entonces, haciéndose el ingenioso y mostrando una tacañería fuera de lo normal, le dijo que sólo le pagaría la mitad de lo estipulado, y que reclamase la otra parte a los hijos de Tíndaro, o sea a los Dioscuros o mancebos de Zeus, es decir, a los dos gemelos Cástor y Pólux, a los que tanto había elogiado en su poema...

    El caso es que, según cuentan, llamaron entonces a la puerta y nuestro poeta tuvo que ausentarse un momento porque le reclamaban afuera unos desconocidos. Salió y, para su sorpresa, no encontró a nadie. Pero en ese preciso momento, se derrumbó el artesonado del salón donde se celebraba el banquete sepultando al anfitrión y a todos sus huéspedes. Sólo se había salvado milagrosamente el poeta Simónides de Ceos, ausente en ese momento de la sala. ¿Fueron acaso los propios Pólux y Cástor los que reclamaron al poeta para pagarle la parte que su anfitrión le había negado salvándole de la muerte? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero todo apunta a que así pudo ser.

 Cástor y Pólux salvan al poeta Simónides de una muerte cierta

    Los familiares de los fallecidos querían, como es natural, entonces recuperar los cuerpos de sus parientes y allegados para darles sepultura rindiéndoles las debidas honras fúnebres, pero no eran capaces de identificar sus restos mortales, que se confundían y resultaban irreconocibles bajo los escombros.

    Fue entonces cuando Simónides, haciendo uso de su memoria, fue identificando todos los cadáveres uno tras otro, poniéndoles nombre propio. Recordaba, en efecto, el lugar exacto en que cada uno se hallaba en el momento de salir de la estancia. A cada uno le había asignado en el Palacio de la Memoria el lugar que ocupaba en el banquete, y así ordenadamente, uno tras otro, fue recordando, es decir, devolviendo a la vida los nombres de todos y cada uno de los fallecidos. Gracias a su memoria había reconstruido el salón donde se había celebrado el banquete.

  
    Y es que la memoria es una de las artes mayores, que viene de la antigüedad y llega hasta nuestros días, porque Memoria, la Mnemósine de los griegos, era la madre de todas las Musas, y por lo tanto, de todas las artes temporales, es decir, de aquellas que se desarrollan en el transcurso del tiempo para deleitar al oído, sobre todo, la música y la poesía, que es palabra en el tiempo, palabra melódica que se lleva el viento.

    En el Palacio de la Memoria reinan los buenos recuerdos, pero también tiene allí su trono paradójicamente el olvido. Cicerón menciona a Temistoclés, que dotado también de una prodigiosa memoria como el poeta Simónides, prefería sin embargo el arte del olvido a la mnemotecnia. Y es que para ser feliz en esta vida hay que tener, además de algo de buena salud, mala memoria, porque la felicidad consiste en la facilidad o buena disposición para  olvidar los muchos agravios de la existencia. Desgraciadamente, Temistoclés no nos ha enseñado cómo ejercitar el arte del olvido.


    Saber olvidar más es dicha que arte. Dice Gracián que las cosas que son más para olvidadas son las más acordadas. Es verdad. La villanía de la memoria consiste en que nos falta cuando más es menester que esté presente, y nos viene y está de sobra cuando menos convenía que viniera. Los malos recuerdos son prolijos y obstinados, y la memoria de los buenos, los que dan gusto, es liviana. Consiste a veces el remedio del mal en olvidar el mal, pero olvidamos –qué paradoja- el remedio.

domingo, 25 de julio de 2021

Un paseo por el Sardinero

    Vivo en Santander, la novia del mar, pero prefiero mil veces los días soleados vivir de espaldas al mar, y quedarme leyendo un libro en casa tranquilamente o escuchar música antes que hacer cola para acceder al aforo limitado, restringido y controlado de la playa de El Sardinero, donde al parecer circula un virus de una virulencia letal y muy contagioso, y antes que tostarme la espalda y la barriga, y achicharrarme con las debidas precauciones profilácticas, eso sí, como hace el bañista que se protege del Sol plastificándose.

 Hombre precavido...

    Las autoridades sanitarias higienistas y autoritarias, valga la redundancia, malditas sean, le han puesto puertas al mar, o eso han pretendido convirtiendo la playa de El Sardinero en un recinto. Ya el verano pasado hicieron lo mismo, y yo también quedándome en casa los días de playa. No entiendo cómo hay que hacer cola para entrar a un lugar público al aire libre y abierto a la brisa marina y al agua de la mar salada, de lo más sano y saludable que hay.

    Ayer, que estuvo el día nublado y aun morrinaba, como decimos aquí cuando llovizna ligeramente, fui sin embargo a dar un paseo a la vera del mar, por la arena, dejando que las olas bañaran mis pies descalzos, sin tener que guardar colas para acceder,  sin cadenas que cierran el acceso libre por las escaleras y las rampas, y sin que ningún policía uniformado me dijera amable- o desabridamente, según su estado de ánimo,  por dónde tenía que entrar y por dónde que salir. 

En una playa desconocida...

     No obstante la presencia de un helicóptero a modo de molesto abejorro amenazante revoloteaba ruidoso y vigilaba desde las alturas como si fuera el ojo de Dios la playa a lo largo y a lo ancho. Una ambulancia, además, recorría aullando como si fuera una manada de lobos el paseo marítimo con la sirena a tope y las luces parpadeantes sembrando el pánico... Iba a decir innecesariamente, pero no puedo decirlo; enseguida me doy cuenta de que esa es su función: que cunda el pánico, el miedo a la espada de Damoclés que pende sobre nuestras cabezas es necesario para mantener el terrorismo del Estado progresista. 

    También merodeaba por allí la policía, que desde sus vehículos repetía por megafonía la matraca del consabido mensaje: que se guardase la distancia interpersonal o, en su defecto, se utilizase la mascarilla. También se repetía que si la playa superaba el aforo se procedería inmediatamente al cierre y desalojo de la misma, pese a que había marea baja con una impresionante bajamar y muy poca gente como yo paseando bajo la fina morrina.

 

Cola para entrar en El Sardinero
 

    Cavilaba, imbuido yo en mis pensamientos, sobre el homo sanitarius, no sé cómo se me ocurrió el latinajo, que es el último eslabón de la evolución del chimpancé humano entrado en el siglo XXI de la era cristiana, que aterrorizado por la perspectiva de su mortalidad, se empeña en hacerse y hacernos a los demás la vida imposible so pretexto de salvar vidas con su paradójico modo de actuar, que consiste en dejar de vivir, renunciar a la vida, para alcanzar la salvación, lo que antes se llamaba la vida eterna o inmortalidad, y ahora, simplemente, la salud inalcanzable como la zanahoria que le ponen al burro delante de las orejeras para que arree. El homo sanitarius, como Moisés, no entrará jamás en la Tierra Prometida del Futuro.

    En mis oídos resonaba, bajo la menuda morrina, una tarantela napolitana en tono hipodórico para levantar el ánimo y celebrar el don maravilloso de la música, capaz de resucitar a los muertos vivientes en vida en estos duros tiempos de peste y ensañamiento y en medio de tanta cantilena terrorista, como dice el amigo Eugenio.



sábado, 24 de julio de 2021

Fuera (y lejos) de aquí

    La tecla Esc que tienen los ordenadores sirve para salir de algún programa en el que estamos inmersos que nos causa problemas y del que no podemos salir de otro modo porque nos bloquea. Corresponde al inglés "escape", esto es, fuga, huida, evasión y también en castellano escapatoria, escape. Escape es, según la docta Academia, "acción de escapar o escaparse, especialmente de una situación de peligro". Escapar procede el término vulgar latino *ex-cappare, con el sentido de alejarse, salirse -valor centrífugo del prefijo ex- de un estorbo -el sustantivo cappa "capa", porque el capote con el que uno se cubre dificulta el movimiento-. Escapar, pues, etimológicamente es quitarse la capa que nos abriga y, a la vez, nos embaraza. 

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Ordené que sacaran a mi caballo del establo. El criado no me entendió. Yo mismo fui al establo, ensillé al caballo y me monté. Oí cómo sonaba una trompeta en la lejanía, le pregunté qué significaba aquello. Él no sabía nada, no había oído nada. Me detuvo en la puerta y me preguntó: —¿Hacia dónde se dirige, amo?

 —No lo sé —le respondí—, pero lejos de aquí, ante todo lejos de aquí, siempre lejos de aquí, sólo así podré alcanzar mi meta.

—¿Entonces conoce su meta? —preguntó. 

—Sí —respondí—, ya te lo he dicho, «lejos-de-aquí», ésa es mi meta. 

—Pero no lleva reservas de comida —dijo. 

—No las necesito —dije yo—, el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo algo en el camino. Ninguna reserva de comida me puede salvar. Por suerte se trata de un viaje realmente exorbitante.

       (La Partida de Franz Kafka, trad. José Rafael Hernández Arias).





(A veces uno, como el jinete kafkiano, no sabe adónde ir, sólo sabe que quiere dirigirse hacia lo desconocido, que su meta es una terra incognita en la que nunca ha estado, y que no hay camino señalado que lleve a ella, que el camino lo tiene que hacer e inventar uno mismo. "No sabemos lo que queremos, pero sí lo que no queremos" decía una pintada parisina de mayo de 1968. Un impulso irrefrenable como caballo al galope nos empuja fuera y lejos de aquí. En esos momentos sólo sabemos que tenemos que huir a toda costa y sin más contemplaciones de la vieja casa que está ardiendo -es la vieja parábola budista de la casa en llamas-, de lo malo conocido, porque lo que conocemos es lo malo, en busca de lo bueno que está por conocer aguardándonos a la vuelta de la esquina y es muchísimo mejor, porque peor que esto no puede ser).

viernes, 23 de julio de 2021

Policía por doquier, justicia por ningún lado

    Había publicado yo el otro día una fotografía, no mía sino tomada de la Red, cuyo origen desconozco, de una pintada mural que me hacía cierta gracia, despertando mi simpatía por lo acertado de su formulación, que decía: “Policía en todos los sitios. Justicia en ninguna parte”, y había puesto yo debajo el siguiente pie como comentario de mi cosecha: “Una pintada popular”. 

Versión inglesa de Bansky: Police everywhere, justice nowhere.
 

    Un lector anónimo de El Arcón me escribe y me dice que aunque es un eslogan que se oye mucho en las manifestaciones callejeras y se ve en muchas pintadas no es una frase popular, sino que es una cita del escritor francés Víctor Hugo, que pronunció el día 17 de julio de 1871 ante la Asamblea legislativa francesa, como diputado que era, oponiéndose al proyecto de ley constitucional que permitía al presidente Bonaparte permanecer en el poder.

    Agradezco la información, y compruebo la cita. Me gusta comprobar la exactitud de las citas porque hay mucha falsa atribución en la Red. Efectivamente. Las palabras exactas de Hugo, como consta en las actas, fueron: Toutes nos libertés prises au piège l’une après l’autre… la presse traquée, le jury trié, pas assez de justice et beaucoup trop de police.  Que podemos traducir como: Todas nuestras libertades atrapadas una tras otra... la prensa acosada, el jurado seleccionado, poca (o insuficiente) justicia y demasiada policía.

    Efectivamente, no es una frase popular, ni viene de mayo del 68, como sospechaba yo, ni tampoco una ocurrencia personal de Bansky, sino que es mucho más antigua. Su origen es la pluma de un escritor decimonónico francés, que actuaba como político profesional. Pero no doy mi brazo a torcer, como se suele decir, y sigo afirmando que no por ello deja de ser una frase popular, que cualquiera del pueblo puede sentir y hacer suya por el  descubrimiento de la mentira que conlleva, y que la mitología clásica ha reformulado de otras maneras, haciéndose eco también del común sentido de la gente.  


     Me refiero al mito de las Edades, tal como lo plantea, por ejemplo, Ovidio en las Metamorfosis, haciéndose eco de Hesíodo en la Teogonía. Tras la Edad de Oro, que corresponde al paraíso o jardín del Edén, en que no existían la propiedad privada ni el dinero, ni por lo tanto la sociedad de consumo que consume a los consumidores, valga la redundancia, ni la guerra ni la enfermedad ni la muerte, y en la tierra reinaba la justicia, vinieron la Edad de Plata, la de Bronce y la actual, la peor de todas, que es la de Hierro, que se caracterizan precisamente por la aparición paulatina de todas esas pestes y de la mayor de todas: el tiempo cronometrado y convertido por la alquimia en oro, es decir, en dinero: time is money.

    Dice el poeta Ovidio: De oro la edad se creó la primera, la cual, sin mandarlo / nadie, sin ley, cultivaba el deber y el bien de su grado. / Miedo y castigo no había, ni en bronce decretos grabados / se promulgaban tremendo ni el pueblo temía, postrado, / voz de su juez, sino que eran a salvo sin un mandatario. (Metamorfosis, Libro I vv. 89-93).

 

En el Paraíso, Max Švabinský (1918)

   La Edad de Oro no se caracterizaba porque hubiese cosas maravillosas que no hay ahora, sino porque no han hecho su aparición todavía en el mundo las realidades horribles que mueven a espanto, como la guerra y la política o la religión que la justifica, el tiempo cronometrado, con la imposición del futuro, que es la muerte, los gobiernos ni los Estados, ni el trabajo asalariado y la economía del mercado. Curiosamente en la Edad áurea el oro, pese a su nombre, no es un valor de cambio, porque no existe el dinero.

    La degeneración paulatina de la humanidad -en contra de la idea del progreso- nos ha conducido a la actual Edad de Hierro, donde lo más característico, aparte de la presencia de todos esos males citados, es la ausencia de la Virgen, Dice, Dicea (Δίκη Díke, “justicia” en griego), la personificación de la justicia en el mundo de los hombres. Según la Teogonía de Hesíodo era una de las Horas, hija de Zeus y de Temis. Mientras que Temis, su madre, representaba la justicia divina, Dice, como queda dicho, encarna la justicia humana. Según Hesíodo vigilaba los actos de los hombres y se lamentaba ante Zeus cada vez que un juez violaba la justicia: Y ella está, la virgen, de Zeus nacida, Justicia, / biengloriosa y honrada de los que están en Olimpo; / conque, en cuanto que uno la hiere en tuerto denuesto, / luégo echada a los pies de su padre Zeus el de Crono / grita la mala fe de los hombres, hasta que el pueblo / pague la malosadía de jueces que en negras ideas / juicios a mala parte desvían en tuerta sentencia. (Hesíodo, Trabajos y Días, vv. 256-262. traduc. A. García Calvo).

    Según el mito, Dice, vivió sobre la tierra durante la Edad de Oro y la Edad de Plata, pero con la introducción del Tiempo y de la degeneración, Dice enfermó y durante la Edad de Bronce abandonó definitivamente la Tierra, ascendiendo a los cielos, por lo que Ovidio la denomina Astrea, la Astral o Sideral, donde formó la constelación de Virgo, la Virgen, en un anticipo, se me ocurre pensar, de la ascensión a los Cielos o Asunción de la Virgen María dentro del cristianismo, mientras que la balanza que llevaba en sus manos se convirtió en la cercana constelación de Libra. ​ 

 

     En definitiva, nos encontramos con que la la Dice griega, la Iustitia latina, nuestra Justicia brilla por su ausencia en la Tierra según la leyenda, lo que concuerda con el sentir popular de que no hay justicia, pese a la existencia de los tribunales y ministerios de Justicia, que han usurpado su nombre para camuflar la injusticia esencial del sistema, y pese a la creación de la policía judicial y de la policía en general para el sostenimiento y mantención del status quo.

    Volviendo a la frase inicial: policía por doquier, justicia en ningún lado. Es una frase popular que, la haya dicho quien la haya dicho, responde a lo que en un determinado momento podemos sentir y expresar todos y cada uno de nosotros.