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jueves, 29 de julio de 2021

El trampantojo (Crónica de actualidad sempiterna)

    Leo el siguiente titular alarmante en la portada del periódico local: “El pico de la quinta ola en Cantabria ni se vislumbra”. Se supone que la ola es tan descomunal que no se ve su cresta. Debe de ser tan grande que lo tapa todo y no nos deja ver ninguna otra cosa en el horizonte. Parece que los periodistas han inventado esta metáfora para poder hablar de ella y llenar los espacios informativos. 

    ¿Dónde está esa ola que yo no la veo? ¿Dónde está que sólo tengo noticia de ella no por mi humilde experiencia, sino a través de la lectura de la prensa local envenenada y de lo mucho que oigo hablar de ella en la radio y la televisión, que son fuentes tóxicas de información? No está por ninguna parte, no la hay. Pero a fuerza de hablar de ella y de nombrarla una y mil veces acaba adquiriendo carta de naturaleza existencial y existiendo, al revés que las meigas gallegas que no existen, pero haberlas haylas. 

La gran ola de Kanagawa, Katsushika Hokusai (entre 1830-1833)

     La ola, que es metáfora del virus, no la hay, pero existe, y mucho. Estamos aquí negando su habencia, pero afirmando su existencia, porque somos al mismo tiempo negacionistas de una cosa y afirmacionistas de otra. La ola es el dios o el demonio, según se mire, de una nueva religión. No creemos en ella porque la veamos, sino que la vemos porque creemos en ella.

    No parece que sea el virus coronado, a estas alturas de la película, lo que se propaga causando estragos, sino otro virus: el del miedo a la muerte, que es miedo a la vida, al amor y a la libertad, un virus letal, un virus que no te lleva necesariamente al otro barrio, sino que te mata en vida convirtiéndote en un zombie de telefilme barato de serie B.

    Se ha propagado tanto ese virus que la zombificación o conversión de las masas en muertos vivientes es casi total porque la gran mayoría de la población se ha contagiado adhiriéndose a estas medidas sanitarias e higienistas, que no higiénicas, completamente desmesuradas y sin ninguna justificación científica sostenible, al menos para las cabezas bien amuebladas que no dicen amén a las desautorizadas autoridades sanitarias.

 

    La tanatofobia colectiva que ha sostenido el Poder y sus colaboradores expertos pseudocientíficos y pseudosanitarios ha hecho su efecto, atrayendo el fantasma de la muerte que querían conjurar y exorcizar.

    Todos esos virólogos a la virulé, epidemiólogos, infectólogos, urgenciólogos y demás especialistólogos harían mejor psicoanalizándose un poco y analizando a qué se debe su ingente miedo a la muerte, que no deja de ser una patología de tipo psicótico. Enfermos ellos, nos enferman gravemente a todos los demás deteriorando nuestra salud física y psíquica.

    ¡Cuánto mejor era el confinamiento puro y duro que no este simulacro de desconfinamiento en que uno se confina enmascarándose voluntariamente por su propio bien y por el de los demás, sin que se lo ordenen las autoridades gubernamentales, sino su propia voluntad! ¡Qué falso el desconfinamiento que no deja de ser un encierro individual y colectivo políticamente corregido! ¡Qué trampantojo!

    El término 'trampantojo', como su nombre indica, por cierto, es contracción de “trampa ante ojo”. Es un compuesto en que entra el ojo, como en 'antojo'. En el siglo XIII, en efecto, según el maestro Coromines, tenemos ya documentado en castellano el término 'antojarse' con el significado de “ponérsele a uno una idea ante los ojos”. Pero esa idea que nos han puesto delante de los ojos es una trampa que pretende engañarnos, como todas las ideas por otra parte y como la famosa zanahoria inalcanzable delante del borrico. 

    El trampantojo nos tiende una trampa para que veamos lo que no hay. La docta Academia lo define como: “Trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es”. Eso es el virus coronado, un trampantojo.

    En pintura, el término francés "trompe-l'oeil" (engaña el ojo) da nombre a la técnica que consigue distorsionar nuestra percepción visual jugando, intencionalmente, con la perspectiva y otros elementos ópticos, sugiriendo desde las dos dimensiones del lienzo la tridimensionalidad.

Huyendo de la Crítica, Pere Borrel del Caso (1874)
 

    Un buen ejemplo de trampantojo es el lienzo "Huyendo de la Crítica", también titulado "Una cosa que no puede ser" o, más descriptivamente, "Muchacho huyendo de un cuadro" de Pere Borrel del Caso (1835-1910), que es considerado como uno de los máximos exponentes de esta técnica. Un muchacho, entre asustado y fascinado, trata de salir del marco que lo encuadra, viéndose prisionero en su cárcel pictórica, pugnando por integrarse en el espacio real en el que estamos los espectadores de ese trampantojo intentando también salir del marco restringido que nos encuadra.