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jueves, 17 de octubre de 2024

De lo que le dijo el primer ministro persa al general griego Temistoclés

    Esto fue lo que le dijo el jefe de la guardia del rey de los persas, Artábano, al general griego Temistoclés, según cuenta Plutarco en la biografía del ateniense: “Extranjero, las costumbres de los hombres son diferentes; y unas cosas son hermosas para unos y otras para otros; pero para todos es hermoso celebrar y salvaguardar las propias”.

     Lo que le dice el persa al ateniense es que cada pueblo celebra y venera sus costumbres y leyes propias, porque son idiomáticas, específicas, originales, y en ese sentido son muy distintos unos y otros pueblos como distintos son sus usos, lenguas, leyes y costumbres, y lo que para unos es hermoso no lo es para otros. Está enunciando el relativismo, pero no se limita a afirmar que todo es relativo, hay algo que no lo es: lo que podríamos llamar el idiotismo patriótico, entendiendo el término idiotismo en un sentido genérico muy amplio. La Real Academia lo relaciona con ignorancia e idiocia y lo define como el "giro o expresión propia de una lengua que no se ajustan a las reglas generales", y aquí lo entendemos como algo inherente a una tribu y a una cultura y por lo tanto particular y no común:   en lo que todos los seres humanos están de acuerdo, sin embargo, es en que lo más hermoso y lo mejor es lo suyo, sea esto lo que sea, porque les es consustancial y no por otra razón. Se sobrevalora, pues, lo propio, minusvalorando o despreciando lo ajeno.


    Estamos ante lo que Rafael Sánchez Ferlosio denominó con su habitual y aguda socarronería la moral del pedo: a nadie le huele mal el suyo propio, porque siempre apesta más el ajeno que el propio, pero no por pedo, sino por ajeno. Nuestro refranero recoge esta idea: "A nadie le huelen mal sus peos ni le parecen sus hijos feos".

    Pone Plutarco a continuación en boca del primer ministro persa el siguiente ejemplo ilustrativo que diferencia a griegos de persas: Así pues es dicho común que vosotros apreciáis muy mucho la libertad y la igualdad, pero para nosotros la mejor de nuestras muchas y hermosas costumbres es la siguiente: venerar al rey y postrarse ante él como ante la imagen de un dios que lo salvaguarda todo”. (Plutarco, Vida de Temistoclés 27.2-3).




    Esboza aquí Plutarco la radical diferencia entre los griegos, que veneran como propias la libertad y la igualdad, y los persas, que veneran la figura de su soberano, ante el que practican la proscinesis o salutación con postración en actitud de veneración y reverencia, muy parecida a nuestra genuflexión, acto que se interpreta como un gesto de sumisión y humillación respetuosa.




lunes, 26 de julio de 2021

Del arte de la memoria y el más difícil del olvido

     Cuenta el inagotable Cicerón en De oratore lo mucho que le debe el arte de la oratoria al poeta griego Simónides de Ceos, que según se decía había inventado la mnemotecnia, en unos tiempos en que para pronunciar un discurso era imprescindible no leerlo, sino aprendérselo de memoria y recitarlo punto por punto,  igual que en el teatro. Nadie le prestaría en la antigüedad atención ni credibilidad, como dicen ahora,  a un orador que leyera un discurso, como hacen todos nuestros políticos empezando por el mismísimo rey de todas las Españas.

    Y sentencia Cicerón que es muy importante ejercitar la memoria (memoria minuitur nisi eam exerceas, a saber, que la memoria se atrofia si no se ejercita), algo que algunos pedagogos modernos, víctimas de la enfermedad del doctor Aloysius Alois Alzheimer,  parecen haber olvidado. 

    Cuenta, en efecto, el arpinate que el poeta Simónides había ido a Cranón, en la Tesalia, a cenar a casa de un tal Escopas, un personaje muy importante de esa ciudad, que lo había invitado, y que allí le había recitado el poema que había compuesto por encargo en su honor para esa ocasión,  en el que había incluido una larga y culta alusión mitológica a los gemelos Cástor y Pólux, como era costumbre entre los poetas, y que a lo que parece no debíó de gustarle mucho al anfitrión, ya que entonces, haciéndose el ingenioso y mostrando una tacañería fuera de lo normal, le dijo que sólo le pagaría la mitad de lo estipulado, y que reclamase la otra parte a los hijos de Tíndaro, o sea a los Dioscuros o mancebos de Zeus, es decir, a los dos gemelos Cástor y Pólux, a los que tanto había elogiado en su poema...

    El caso es que, según cuentan, llamaron entonces a la puerta y nuestro poeta tuvo que ausentarse un momento porque le reclamaban afuera unos desconocidos. Salió y, para su sorpresa, no encontró a nadie. Pero en ese preciso momento, se derrumbó el artesonado del salón donde se celebraba el banquete sepultando al anfitrión y a todos sus huéspedes. Sólo se había salvado milagrosamente el poeta Simónides de Ceos, ausente en ese momento de la sala. ¿Fueron acaso los propios Pólux y Cástor los que reclamaron al poeta para pagarle la parte que su anfitrión le había negado salvándole de la muerte? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero todo apunta a que así pudo ser.

 Cástor y Pólux salvan al poeta Simónides de una muerte cierta

    Los familiares de los fallecidos querían, como es natural, entonces recuperar los cuerpos de sus parientes y allegados para darles sepultura rindiéndoles las debidas honras fúnebres, pero no eran capaces de identificar sus restos mortales, que se confundían y resultaban irreconocibles bajo los escombros.

    Fue entonces cuando Simónides, haciendo uso de su memoria, fue identificando todos los cadáveres uno tras otro, poniéndoles nombre propio. Recordaba, en efecto, el lugar exacto en que cada uno se hallaba en el momento de salir de la estancia. A cada uno le había asignado en el Palacio de la Memoria el lugar que ocupaba en el banquete, y así ordenadamente, uno tras otro, fue recordando, es decir, devolviendo a la vida los nombres de todos y cada uno de los fallecidos. Gracias a su memoria había reconstruido el salón donde se había celebrado el banquete.

  
    Y es que la memoria es una de las artes mayores, que viene de la antigüedad y llega hasta nuestros días, porque Memoria, la Mnemósine de los griegos, era la madre de todas las Musas, y por lo tanto, de todas las artes temporales, es decir, de aquellas que se desarrollan en el transcurso del tiempo para deleitar al oído, sobre todo, la música y la poesía, que es palabra en el tiempo, palabra melódica que se lleva el viento.

    En el Palacio de la Memoria reinan los buenos recuerdos, pero también tiene allí su trono paradójicamente el olvido. Cicerón menciona a Temistoclés, que dotado también de una prodigiosa memoria como el poeta Simónides, prefería sin embargo el arte del olvido a la mnemotecnia. Y es que para ser feliz en esta vida hay que tener, además de algo de buena salud, mala memoria, porque la felicidad consiste en la facilidad o buena disposición para  olvidar los muchos agravios de la existencia. Desgraciadamente, Temistoclés no nos ha enseñado cómo ejercitar el arte del olvido.


    Saber olvidar más es dicha que arte. Dice Gracián que las cosas que son más para olvidadas son las más acordadas. Es verdad. La villanía de la memoria consiste en que nos falta cuando más es menester que esté presente, y nos viene y está de sobra cuando menos convenía que viniera. Los malos recuerdos son prolijos y obstinados, y la memoria de los buenos, los que dan gusto, es liviana. Consiste a veces el remedio del mal en olvidar el mal, pero olvidamos –qué paradoja- el remedio.