Esto fue lo que le dijo el jefe de la guardia del rey de los persas, Artábano, al general griego Temistoclés, según cuenta Plutarco en la biografía del ateniense: “Extranjero, las costumbres de los hombres son diferentes; y unas cosas son hermosas para unos y otras para otros; pero para todos es hermoso celebrar y salvaguardar las propias”.
Lo
que le dice el persa al ateniense es que cada pueblo celebra y
venera sus costumbres y leyes propias, porque son idiomáticas,
específicas, originales, y en ese sentido son muy distintos unos y otros
pueblos
como distintos son sus usos, lenguas, leyes y costumbres, y lo que
para unos es hermoso no lo es para otros. Está enunciando el
relativismo, pero no se limita a afirmar que todo es relativo, hay algo
que no lo es: lo que podríamos llamar el idiotismo patriótico,
entendiendo el término idiotismo en un sentido genérico muy amplio. La
Real Academia lo relaciona con ignorancia e idiocia y lo define como el
"giro o expresión propia de una lengua que no se ajustan a las reglas
generales", y aquí lo entendemos como algo inherente a una tribu y a una
cultura y por lo tanto particular y no común: en
lo que todos los seres humanos
están de acuerdo, sin embargo, es en que lo más hermoso y lo mejor es lo
suyo, sea esto lo que sea, porque les es consustancial y no por otra
razón. Se sobrevalora, pues, lo propio, minusvalorando o despreciando lo
ajeno.
Estamos ante
lo que Rafael Sánchez Ferlosio denominó con su habitual y aguda
socarronería la moral del pedo: a nadie le huele mal el suyo propio, porque siempre apesta más el ajeno que el
propio, pero no por pedo, sino por ajeno. Nuestro refranero recoge esta idea: "A nadie le huelen mal sus peos ni le parecen sus hijos feos".
Pone
Plutarco a continuación en boca del primer ministro persa el siguiente
ejemplo ilustrativo que diferencia a griegos de persas: Así
pues es dicho común que vosotros apreciáis muy mucho la libertad y
la igualdad, pero para nosotros la mejor de nuestras muchas y
hermosas costumbres es la siguiente: venerar al rey y postrarse ante
él como ante la imagen de un dios que lo salvaguarda todo”. (Plutarco,
Vida de Temistoclés 27.2-3).
Esboza aquí Plutarco la radical diferencia entre los griegos, que veneran como propias la libertad y la igualdad, y los persas, que veneran la figura de su soberano, ante el que practican la proscinesis o salutación con postración en actitud de veneración y reverencia, muy parecida a nuestra genuflexión, acto que se interpreta como un gesto de sumisión y humillación respetuosa.