No me extraña, hija
mía, que no sepas qué es eso y que te lo preguntes. Las autoridades
sanitarias manejan esa terminología para que no entendamos nada. La
IA, que no es aquí el acrónimo de la Inteligencia Artificial o poca inteligencia natural de la que hacen gala dichos gerifaltes, sino de
Incidencia Acumulada, es el número de “casos” (volveremos
enseguida sobre esta noción sobre la que fundamentan todo el tinglado) que se
van sumando a lo largo de 7 ó 14 días dentro de una población de 100.000
habitantes (o 100k como les gusta escribir ahora con K de kilo,
que es voz griega que significa “mil”), que son, más o menos el número de almas, como se decía antes, de algunas
capitales de provincia españolas como, para que te hagas una idea, Gerona, Orense, Jaén, Cádiz, que están un poco por encima de los
cien mil, o Lugo, Cáceres, Guadalajara o Toledo, que están un poco
por debajo.
Se han
delimitado unos parámetros que determinan unos umbrales, que en la
última versión, mucho más laxa que la anterior debido a la menor presión hospitalaria existente en la
actualidad, son los siguientes: El nivel de alerta 1 o riesgo bajo es
hasta 100 “casos” por cada 100.000 habitantes en los últimos
catorce días, siempre que no se produzcan más de 50 en la última semana. El umbral de riesgo medio o nivel de alerta 2 se alcanza si
superan los 100. El nivel de alerta 3 o de riesgo alto se sitúa por
encima de los 300, y el nivel extremo de alerta 4 se alcanza cuando
la IA rebasa los 500 “casos”. Todos estos umbrales, obviamente, son arbitrarios. El sistema sanitario, que está en estado crítico, se puede permitir el lujo de un nivel
superior de contagios pues estos no ponen en peligro el
funcionamiento de los hospitales al pasar la enfermedad de manera
leve gracias, según los provacunas, al efecto de los sueros.
Epidemiólogo coronado explicando el virus.
Pero estos umbrales,
aplicados a la población en general no valen para los mayores de 65 años quienes conforman el
grupo etario que tiene más riesgo de morir. La ministra ha hecho público el cálculo de que tienen hasta veinticinco veces más riesgo de muerte si
no están vacunados, lo que se agrava si tienen comorbilidades, o sea otras enfermedades
que los hacen más vulnerables, y porque en general responden peor a
la inmunización ya que su organismo está más débil. Para los
mayores de 65 años, pues, se especifican estos otros parámetros más restrictivos: El nivel 1
se alcanza si la IA de casos de este grupo etario supera los 25
casos; el 2, con 50; el 3, con 150 y el 4 si es superior a 250.
No sé si vas entendiendo algo, hija mía, de lo que vamos viendo. Pero no puedes acabar de entenderlo si no abordamos la cuestión crucial. Centrémonos ya en la noción de “casos” que
manejan todos estos números, de la que estamos hablando como si supiéramos de qué hablamos.
Estos “casos” no son
enfermos hospitalizados ni muertos a consecuencia de una enfermedad,
sino personas diagnosticadas como positivas merced a una prueba
de Reacción en Cadena a la Polimerasa que detecta en ellos algunas
trazas de virus en función de los ciclos de amplificación que
utilicen los laboratorios para el análisis de las muestras, de lo que se desprende que están
“infectados” y que por lo tanto deben aislarse (en sus hogares,
si no tienen síntomas o los tienen muy leves) porque, se deduce sin
mucho fundamento, son contagiosos.
Logo del Gran Hermano u Ojo-de-Dios-que-todo-lo-ve.
A mayor número de PCR,
mayor número de casos. A mayor número de casos, mayor IA o
Incidencia Acumulada, y a mayor IA mayor nivel de alerta e imposición
de medidas protocolarias.
Una epidemia siempre, sin embargo, se caracterizaba hasta ahora por el número de pacientes ingresados en un hospital en una semana y muertos que provocaba. Y no digamos una pandemia, que se definía por su letalidad. Pero nuestras autoridades sanitarias han cambiado el significado de esos conceptos adaptándolos a sus intereses. Las autoriades sanitarias -y no estoy hablando sólo de
las del reino de España-, reconocen que la presión
hospitalaria es mínima gracias, según ellos, a los sueros
inoculados. La IA de la que hablan ellos no es de enfermos
hospitalizados, ni muchísimo menos de muertos.
¿Qué sucede entonces?
Que han cambiado sibilinamente el concepto. Que las estimaciones de incidencia para el público en general ya no
se refieren a las nuevas enfermedades o casos clínicos
estrictamente hablando ni a las muertes causadas por el virus, sino a
los portadores del virus, más del 80% de los cuales no están
enfermos y nunca lo estarán, porque el número de portadores del
virus es muchísimo mayor que el número de enfermos o de muertos.

Con estos mismos datos, ahora estaríamos en riesgo "medio" o nivel de alerta 2.
Por lo tanto, es
engañoso utilizar la misma palabra "incidencia" para
representar una realidad diferente de la definición común- y
tradicionalmente aceptada hasta la fecha por los epidemiólogos, que
la empleaban para hablar de la incidencia de una enfermedad, por
ejemplo de los síndromes gripales que colapsaban los hospitales con cifras reales a veces superiores a los 500 casos por cada cien
mil habitantes. Nuestras autoridades sanitarias, sin embargo, la
utilizan para hablar de la repercusión de un virus, al que denominan SARS Cov-2, que no es lo
mismo, pues aun aceptando que el virus sea la causa de la enfermedad que denominan covid-19, eso no quiere decir que siempre que haya trazas de ese virus hay
enfermedad, porque puede no haberla.
¿Por qué no se utiliza
para el evento pandémico del siglo el mismo criterio que se
utilizaba para las epidemias gripales de toda la vida? Probablemente
porque la incidencia de la enfermedad del corona virus (y no de las trazas positivas) es tan baja que no puede invocarse decentemente
para justificar medidas de control que parecerían desproporcionadas:
confinamiento generalizado de la población, uso obligatorio de
mascarillas en la calle, toques de queda, restricción de aforos y de
viajes, tasa aberrante de cobertura de vacunación, imposición de pase sanitario...
Si se utilizara la incidencia "clásica", la gente dejaría
de tener miedo y no aceptaría estas medidas, que se considerarían
como poco extravagantes.
Salta a la vista de cualquiera que tenga ojos y lo quiera ver que las medidas
adoptadas -o implementadas, como les gusta decir a los gobiernos- han
tenido muchos efectos nocivos directos e indirectos en los individuos
y las poblaciones. Y no han hecho más que empezar, como el deterioro
del estado psicológico, sobre todo de los jóvenes, que ha empujado a
muchos al suicidio, por no hablar del descenso de la escolarización,
que para otros podría ser algo bueno o no tan malo, depende de cómo
se quiera mirar la cosa, y las consecuencias sobre la salud del
deterioro económico del país tras el confinamiento.
En cuanto a la altísima tasa de vacunación de la
población, las autoridades la han impuesto utilizando métodos de intimidación y culpabilización primero de los jóvenes y ahora de los pequeños acusándolos de infectar a los abuelos y de llevárselos al otro barrio, y argumentando que quieren inocularnos por nuestro bien, que es el Bien Común. ¿No hemos sufrido ya bastante las medidas que iban a salvarnos supuestamente la vida protegiéndonos?