El
 miedo a la muerte es lo que, al fin, hace a los hombres temer y acatar 
al Estado hasta la indignidad. Porque es una bestia que muere matando, 
todos la odian viva, pero más les aterra moribunda. (Rafael Sánchez Ferlosio). 
El
 sistema anima al individuo a expresarse libremente y realizar sus 
proyectos personales, siempre que se adecuen a las exigencias de libre 
mercado del sistema. 
Los profesores son coachs,
 carricoches que llevan a los jóvenes a materializar sus “proyectos de 
vida” y a incorporarse al mercado del trabajo o mundo laboral. 
Cuesta
 trabajo admitir que todos y cada uno somos el sistema, porque eso exige
 revisar nuestra adhesión inquebrantable a valores y estilos de vida 
dominantes.
Hay
 que ser eficaces y eficientes, nos dicen y decimos a nosotros mismos, 
sin preguntarnos al servicio de qué y de quién hay que ser eficientes y 
eficaces. 
Cuanto
 más obedece el consumidor-ciudadano y votante-contribuyente a sus 
impulsos inmediatos e infantiles, más se aprovechan de ello los mercados
 y el Estado.
Tras
 cada mercaduría hay tal cantidad de trabajo ingente y sufrimiento 
innecesario que ni puede pagarse con todo el dinero del mundo ni tampoco
 redimirse.
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del fascismo que 
vuelve. Todas las fuerzas del viejo continente se han aliado en santa 
persecución contra el fantasma.
El fascismo, cuya pretensión totalitaria era controlar 
las vidas administrando la muerte, nunca había desaparecido porque era 
la esencia del estado democrático.
Es
 una ingenuidad pensar que las elecciones democráticas pueden cambiar un
 sistema basado en elegir los nombres de los gobernantes y el color de 
los gobiernos.
El
 miedo al fascismo futuro impide reconocer el estructural, que es el 
único que hay, en el que ya vivimos, y eso no se combate ni votando ni 
absteniéndose.
El
 voto sólo es decisivo en el sentido de que puede decidir quién gobierna
 pero no quién manda, que es muy distinto: los más mandados son los 
gobernantes.
Hacer lo que le da la gana a uno, aunque parezca 
libertad, es obedecer la ley de Dios, que es uno y metafísico, obrando 
así el rebelde según divina voluntad.
La ciencia no es más que una nueva religión y un último 
refugio de la fe de los creyentes, que no se resignan así a dejar de 
creer en el viejo Dios monoteísta.
Que
 la mitad de los jóvenes españoles se declaran no-creyentes, no 
significa que hayan descreído de todo, sino que no creen en el mismo 
Dios que sus mayores.
Una forma de religión sustituye a otra, por lo que la 
secularización laica tan temida por unos como deseada por otros no ha 
tenido lugar en el mundo todavía.
Los
 antiguos dioses han abandonado los templos, donde se rinde ahora culto 
al individuo, la revolución, la economía, el progreso y un largo 
etcétera sin fin.
Si
 lo sagrado se seculariza, lo profano, en contrapartida y en revancha, 
penetra en el templo que ha quedado deshabitado, donde se consagra y se 
idolatra.
El Documento Nacional de Identidad es el equivalente 
secular del sacramento de la confirmación del bautismo en el Registro 
Civil con nombre propio y apellidos.
El “yo”, no yo, sino el “yo” es un ente puramente 
metafísico, una construcción identitaria real y falsa, mera abstracción,
 y a Dios por lo tanto equiparable.
Perseguir
 la felicidad como objetivo que hay que lograr en la vida a cualquier 
precio es tal vez el mayor obstáculo que hay para ser felices de 
verdad. 
Resulta
 deprimente ver la sonrisa de felicidad que irradian los hipócritas que 
juzgamos dichosos por su apariencia, privados del ejercicio de la 
melancolía. 
Copla de la moza que no quería ser casada sino libre enamorada: No me caso yo con Dios ni conmigo misma, madre. ¿Cómo iba así a poder, malcasada, divorciarme? 
 
El
 que formula la pregunta es como el pescador que lanza el sedal con la 
carnada en el anzuelo al mar para que piquen los peces y acaben 
convertidos en pescado. 
El mirón, voyerista o voyeur
 no suele ser el que más y mejor ve, sino, por el contrario, el que ve 
peor y tiene menor campo visual, porque ve sólo lo que mira. 
En
 el juego infantil del ganapierde o mundoalrevés, el que pierde gana 
librándose de sus prendas, y viceversa, pierde el que gana cargándose de
 aquellas.
No hay identidad estable,
 inmutable y perpetua en este mundo, pero nos empeñamos en encarnar y 
defender una propia a capa y espada con fanatismo religioso.
El
 deporte es, parafraseando a Foucault, que invierte la célebre máxima 
del barón de Clausewitz, como la política, continuación por otros medios
 de la guerra.
Los
 equipos deportivos sustituyen en el imaginario colectivo a huestes y 
ejércitos rivales, y el campo de juego donde se celebra la competición, 
al de batalla.
 
De la crisis sanitaria
El consistorio municipal, basándose en recomendación dizque científica, prohíbe, chitón, hablar en el transporte público "para reducir el riesgo de contagio".
El "prohibido hablar al conductor" de los autobuses se
sustituye ahora por la aciaga recomendación científica de "silencio
siempre" en aras de la pública salud. 
¿A quién beneficia la crisis sanitaria? A las gigantescas
empresas tecnológicas californianas que contratan trabajadores y
multiplican dividendos en la Bolsa. 
Confinados en el domicilio y restringidos los desplazamientos, los consumidores adquieren mercadurías por comercio electrónico, fomentado así por el gobierno. 
La censura del pensamiento político
hegemónico impide que el dogma de fe de la peligrosidad extrema y
contagiosa del SARS-CoV-2 se ponga en duda y se cuestione. 
El ministro de sanidad del país galo reconcoe que el confinamiento es una dura prueba pero hay que respetarlo: soyons solidaires. El Estado vela por nosotros. 
Chamfort ironizó con el lema
revolucionario “la Fraternité ou la mort” cambiándolo por “sé
mi hermano o te mato”. Hoy: sé solidario si no quieres que te
mate.
(Follow the money) Si en las novelas policíacas había que seguir
la pista de “cherchez la femme” en pos del crimen, ahora hay que
seguir la pista del dinero.