Titular de un periódico cualquiera de tirada nacional: “Diez
claves para ser feliz en el trabajo”. Subtítulo: “La coach Fulanita
de Tal (no hace falta dar nombres propios que no vienen al cuento del caso)
explica cuál es la actitud que produce mayor bienestar en cualquier tipo de
empleo”. Las claves no dejan de ser los consejos típicos y tópicos
supuestamente bienintencionados y consabidos tales como “duerme al menos seis horas
diarias” o “sé optimista”, dirigidos a la aceptación incondicional de la
maldición bíblica veterotestamentaria que es cualquier tipo de trabajo.
Lo que me ha llamado poderosamente la atención y
rechinado en los oídos es el anglicismo “coach”: ¿Qué necesidad tiene la lengua
de Cervantes, que es la nuestra, de admitir un palabro como ese? ¿Se trata
acaso de un nuevo invento que carece de denominación en nuestro vocabulario?
Veamos: ¿Qué es un coach en este contexto? Un “coach” es alguien que te
ayuda a desempeñar mejor tus funciones y a cumplir tus expectativas, quien te
infunde un wishful thinking, otro anglicismo, para un pensamiento ilusorio o ilusionista, o voluntarioso,
lo que te lleva a creer ingenuamente que la realidad es como tú quisieras que
fuera, creyéndote más feliz al no percatarte de lo desgraciado que eres.
Algunos dicen que poner un coach en la vida es la
mejor inversión de futuro que se puede hacer, y hablan de coach personal y empresarial, de coach para el éxito y la autoestima entre otras majaderías.
El vocablo procede del verbo
inglés to coach que significa entrenar. El sustantivo coach,
por lo tanto, puede traducirse sin ningún problema por entrenador,
por lo que no necesitábamos esa palabra en nuestra lengua, dado que
tenemos una traducción equivalente.
El problema es que con la palabra
viene el concepto. Y ahí es donde está el peligro, pues un coach no
deja de ser lo que otras veces se ha llamado también gurú o maestro espiritual,
o, con otro anglicismo, líder, ingl. leader del verbo to lead "guiar, conducir"; por
lo tanto, un guía, un conductor y un vehículo que nos lleva a donde a lo mejor no
merece mucho la pena que vayamos ni que nos lleve nadie.
A la actividad que desempeña el coach la denominan coaching con el omnipresente e
invasivo gerundio en –ing, capaz de convertir cualquier excéntrica extravagancia en una
actividad digna de entrar en el diccionario como el balconing o el puenting. Ya se colaron hace tiempo el smoking, que era el traje de los caballeros para la hora de fumar, el camping, el parking y hasta el footing y el running, y ahora nos amenazan con el fracking o fractura hidráulica.
Se entiende por coaching
al proceso de entrenamiento
mental que florece sobre todo en el ámbito empresarial o emprendedor,
como
gustan de decir ahora para disimular el regustillo capitalista del
término, pero también en el terreno personal, psicológico -especialistas
en ti que son- y de las relaciones sociales, y que procede del mundo deportivo, cuya actividad está dirigida a la
aceptación sin muchas condiciones del principio de realidad.
Si recurrimos a la etimología de la palabra
“coach”, resulta que ya la teníamos en castellano y es "coche". El vocablo entró en nuestra lengua en el
siglo XVI, procedente del húngaro Kocsi, pronunciado algo parecido a cochi, y quería
decir de la ciudad de Kocs.
En el siglo XV, la ciudad húngara de
Kocs, en efecto, desarrolló un tipo de transporte ligero y rápido entre
Budapest y Viena, tirado por tres caballos, que se denominó
Kocsi-szekeret, más o
menos “el vehículo o carro de Kocs”, una carlinga o calesa hecha de mimbre
con asientos para dos personas y una tercera, que ocupaba una
plaza colocada tras el conductor.
Rápidamente se difundió el uso de este carricoche
por la vieja Europa y también el nombre del Kocsi-szekeret
o, su forma abreviada “Kosci”, y
pasó de ser un topónimo, en genitivo, a ser un nombre común en
francés, portugués y español como coche, y en inglés como coach,
donde uno de sus significados es el que veíamos al principio, a saber: persona que te lleva hacia la
consecución de un objetivo, por ejemplo entrenador deportivo o
asesor financiero.
Pero tanto los coches, en el sentido latino como los coachs en el anglosajón, nos han hecho un flaco favor a las personas: como vehículo, el coche ha hecho que dejemos de movernos por nuestros propios pies y que dependamos cada vez más de él para trasladarnos, y como monitor o entrenador, el coaching se ha convertido en una especie de guía espiritual, gurú o Mentor que pretende monitorizar y tutorizar nuestra propia vida tanto en lo físico como en lo psíquico, impidiendo que tomemos nosotros responsablemente las riendas y propias decisiones. ¿Para qué vamos a quererlos?
Pero tanto los coches, en el sentido latino como los coachs en el anglosajón, nos han hecho un flaco favor a las personas: como vehículo, el coche ha hecho que dejemos de movernos por nuestros propios pies y que dependamos cada vez más de él para trasladarnos, y como monitor o entrenador, el coaching se ha convertido en una especie de guía espiritual, gurú o Mentor que pretende monitorizar y tutorizar nuestra propia vida tanto en lo físico como en lo psíquico, impidiendo que tomemos nosotros responsablemente las riendas y propias decisiones. ¿Para qué vamos a quererlos?
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