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miércoles, 25 de noviembre de 2020

De la enseñanza pública y la privada

Denuncia Pedro García Olivo que maestros y profesores han sustituido la “vocación” por el “mercenariado”. Los enseñantes, según él, y no le falta mucha razón, no imparten sus enseñanzas por una noble pedofilia, en el sentido noble y etimológico de la palabra, es decir, por amor a los niños en cuanto no sometidos todavía a las exigencias laborales, familiares y económicas de la sociedad adulta, ni tampoco por amor a las cosas que enseñan, sino por cobrar un salario, ya sea del Estado o de las academias particulares, colegios e institutos privados o concertados. 

En este caso como en tantos otros no hay ninguna diferencia entre lo público y lo privado. Ahí tenemos, como eximio ejemplo ilustrativo, la Televisión: igual desprecio merecen las cadenas públicas que las privadas, sin que haya ninguna distinción entre unas y otras en cuanto a su programación, básicamente telebasura, a parte de su forma de financiación. 
 
Hoy los que se dedican a la enseñanza -o a la educación, como prefieren llamarla otros- lo hacen según García Olivo bajo las coordenadas del mercenariado: subordinación económica y política para, a fin de cuentas, comprar cosas y rentabilizar simbólicamente los restos de la “consideración social” (prestigio, influencia) del oficio. La Escuela sigue siendo, pues, una herramienta para fines sórdidos, que se resuelve indefectiblemente en adquisición de casas y de autos, disfrute de viajes y de vacaciones pagadas, exhibición de ropas caras, presencia en bares y restaurantes, etcétera.
Según García Olivo, “los educadores a sueldo ya no engañan tanto a las gentes, que los ven todos los días, por las calles, donde el ocio, en las tiendas, en las escuelas... Y, como ya han perdido el poder de embaucar, adornando metafísicamente su empleo, cada vez es menor la estima popular que reciben, cada día es más pequeño y más pequeño su prestigio, a cada hora se hunde en lo pésimo su imagen social. La población, desde hace años, está increpando duramente al profesor, con un discurso tácito, no siempre expresado, que es certero: No estás moralmente por encima de los demás; no son limpios ni altruistas tus móviles en la vida; para nada hermoso nos sirves de ejemplo; si nosotros somos malos, tú eres perverso”.

La crítica de Pedro García Olivo a los profesores me recuerda a lo que decía el Sócrates de Jenofonte de los sofistas, auténticos mercenarios que cobraban considerables sumas por sus enseñanzas, cuyo oficio comparaba con la prostitución: ...entre nosotros, es creencia que así la flor de la hermosura como la sabiduría maneras hay decentes y maneras deshonrosas de disponer de ellas. Pues la hermosura propia, si uno la va vendiendo por dinero al que la quiera, lo llaman prostituto, mientras que si uno toma a aquel que ha conocido como hombre de bien por amante suyo, a ése lo tenemos por juicioso y temperado; conque así también la sabiduría, a los que la van vendiendo por dinero al que la quiera, los llaman profesionales de la inteligencia, como quien dice prostitutos... (Recuerdos de Sócrates, Jenofonte, Biblioteca General Salvat, 1971).



Comenta Agustín García Calvo en nota a pie de página de su traducción de los Recuerdos de Sócrates de Jenofonte arriba citada, que “profesionales de la inteligencia” traduce el griego σοφισταί, literalmente sofistas, quienes solían cobrar por lección y por curso completo,  y que Sócrates mismo pagó una dracma por oír una conferencia de Pródico, pero no pudo pagar las 50 que costaba el curso completo de sinonimia de este sofista. 

Según Gustavo Bueno en su comentario del Protágoras de Platón lo que le resultaba vergonzoso a Sócrates (al de Platón) no era tanto el que los sofistas cobrasen por sus sofisticadas enseñanzas, convirtiendo sus honorarios en mercancía, sino que se privatizara aquello que por su importancia debiera ser una función pública. Hasta aquí podemos estar de acuerdo con el ilustre filósofo ovetense, pero, acto seguido añade Bueno como aposición gratuita a “función pública”, literalmente “una función de Estado abierta a todos los ciudadanos”, y ahí es donde discrepamos, porque Bueno ha equiparado como el que no quiere la cosa lo público con lo estatal, y no es lo mismo, por supuesto. 
Se ha sacado, no sé si queriendo o sin querer, el as que tenía escondido debajo de la manga: el Estado. Pero de función pública a funcionario del Estado va un trecho. Hemos metido a la bicha por el medio, bicha que el Sócrates al menos de Jenofonte no mentaba porque para él cobrar por enseñar era prostitución sin más, y resultaba indiferente que el pagador fuera un particular o fuese el mismísimo erario de la polis. 

No por eso dejaba de ser una prostitución, una venta al mejor postor como la de quien comercia con su cuerpo ofreciendo prestaciones sexuales, que, de suyo, son legítimas siempre que se den gratis et amore, que es lo decente, mientras que si se ofrecen a cambio de una tarifa, mediante una operación económica, sean públicos o privados los dineros, no deja de ser algo deshonroso y mercenario.