sábado, 11 de julio de 2020

De la confusión entre Krónos y Chrónos

Cicerón en su tratado teológico De natura deorum (libro II, capítulo 25) afirma: "(Hablando de Saturno, al que los griegos denominaron) ...Krónos, que es lo mismo que chrónos, esto es, espacio de tiempo)."  Para un romano culto como Cicerón la confusión de estas dos palabras inicialmente distintas, la primera un  nombre propio y la segunda común, era patente por la práctica homofonía si se exceptúa la ligera aspiración del término griego chrónos que lo diferencia de crónos, que no la tiene.  


Una ilustración de Vicenzo Cartari 1615 en Las verdaderas y nuevas imágenes de los dioses de los antiguos muestra la conflación entre Saturno y el Padre Tiempo. Tienen en común que ambos están desnudos, ambos están de pie y ambos tienen barba. Crono/Saturno, a la izquierda, está caracterizado con la hoz que le dió su madre Gea/Tierra, símbolo sin duda agrícola de poda de cultivos, especialmente de la viña, y de cosecha de cereales, por lo que simboliza el paso de una sociedad paleolítica de cazadores-recolectores nómadas a otra neolítica de agricultores-ganaderos sedentarios, con la que castró a Urano, y Tiempo, a su derecha, por el doble par de alas a sus espaldas. Gracias a esta fusión el tiempo adquirirá la hoz o guadaña en otras versiones y será sinónimo de destrucción y muerte. (Y, andando el tiempo, nunca mejor dicho, la hoz, convertida en guadaña, será símbolo de la Parca, o sea, de la Muerte medieval).

En griego tenemos dos palabras para referirnos al tiempo aión (eón o aión, αἰών, en griego arcaico αἰϝών) y chrónos, similares a las latinas aeuom y tempus respectivamente: la primera representa el tiempo como eternidad, como algo continuo y eterno, y la segunda como algo discontinuo y propiamente temporal. El tiempo era un dios bicéfalo o bifronte, como un Jano romano, el dios de las puertas, que abre el calendario y da nombre al mes de enero (Ianuarius), que mira hacia el pasado y el futuro. Esta distinción entre palabras se ha perdido en las lenguas modernas, donde solo disponemos de una para referirnos a dos cosas muy distintas entre sí: tiempo, time, temps, Zeit...


Saturno, identificado ya como dios del Tiempo, aparece en una ilustración de Cartari con el uróboro o serpiente que se muerde la cola que representa la eternidad o tiempo cíclico, es decir, como Aión/Eón más que como Chrónos.

Con la identificación de Crónos (Saturno) con Chrónos (el tiempo), aparece el tiempo propiamente dicho. En el relato de la Edad de Oro de Ovidio, cuando reinaba Saturno, no había propiamente tiempo, pero, una vez destronado este por su hijo Júpiter o sea Jove, hace su aparición propiamente el año con sus cuatro estaciones en la Edad de Plata: Luego que el mundo, echando a Saturno al lóbrego Tártaro, / era de Júpiter, hubo la raza de plata llegado / que era más vil que la de oro, más noble que el bronce arrubiado. / Jove restó duración al vernal buen tiempo de antaño, / y entre inviernos y estíos y otoños desigualados / y una fugaz primavera, partió en cuatro tramos el año. (Metamorfosis I, vv.113-118). 
 

Saturno ha desaparecido, y con él la Edad de Oro, que los romanos intentaban recuperar periódicamente en las fiestas saturnales, y, con su desaparición, aparece el Tiempo, es decir, Crónos se convierte en Chrónos, el portador del tiempo cronometrado. Es como si hubiera sufrido una metamorfosis para convertirse en lo que no era. Crónos impedía que el tiempo se dividiera en tramos, Chrónos ha traído el calendario al mundo, y con él, somos expulsados del paraíso de la Edad de Oro y condenados al tiempo, representado a veces como un can Cérbero tricéfalo que mira al pasado, presente y futuro. Hemos entrado en la historia. 

miércoles, 8 de julio de 2020

Polémico Ovidio

Estos versos, tomados del Ars amatoria o Arte de amar, libro I, 673-680, del poeta Publio Ovidio Nasón, son sin duda polémicos: uim licet appelles: grata est uis ita puellis; /  quod iuuat, inuitae saepe dedisse volunt. / quaecumque est Veneris subita uiolata rapina, / gaudet, et inprobitas muneris instar habet. at quae, cum posset cogi, non tacta recessit, / ut simulet uoltu gaudia, tristis erit. / uim passa est Phoebe, uis est allata sorori; / et gratus raptae raptor uterque fuit. Aunque lo llames violencia, a ellas les va esa violencia. / Quieren darse a pesar suyo a menudo a placer. /  Toda mujer violada en un pasional arrebato goza, / y tal vejación tiene el cariz del favor. / Mas la que pudo haber sido forzada e intacta saliera, / aunque simule en su faz gozo, se entristecerá. / Febe violencia sufrió, violencia se le hizo a su hermana; / uno y otro raptor grato a su víctima fue.   (Alude el poeta aquí a Febe e Hilaíra, las hijas de Leucipo, que fueron raptadas y forzadas por sus primos los Dioscuros, los hijos de Zeus y de Leda,  Cástor y Pólux).   

La traducción en prosa de  Vicente Cristóbal López publicada por Gredos dice así:  "Aunque le des el nombre de violencia: a las mujeres les gusta esa clase de violencia; lo que les produce placer, desean darlo muchas veces obligadas por la fuerza. Todas se alegran de haber sido violadas en un arrebato imprevisto de pasión y consideran como un regalo esa desvergüenza. Por el contrario la que, pudiendo haber sido forzada, se retira intacta, aunque finja alegría en su rostro, estará triste. Febe sufrió violencia y violencia le fue hecha a su hermana, pero ambos violadores resultaron del agrado de las violadas". 

Rapto de las hijas de Leucipo, Peter Paul Rubens (1616)

Según Ovidio en esos cuatro dísticos elegíacos toda mujer que ha sido forzada en un pasional arrebato, o, literalmente, en “súbito rapto de Venus”, como dice él, donde la mención de la diosa alude a la pasión sexual o afrodisíaca que infunde, experimenta placer -gaudet, goza-, y siente la vejación (inprobitas, en latín, con la negación in- incorporada, es decir, la falta de bondad, el deshonor o la deshonra que se le ha infligido) como si se le hiciera un favor, a modo de regalo u homenaje. Y la que pudiendo haber sido violada no lo fue, aunque finja alegría, estará triste en el fondo de su alma. En el primer verso deja claro que esa violencia les es grata a las mujeres: "grata est uis ita puellis".

Pero es aquí donde se produce un conflicto: por un lado se dice que la víctima de la violación goza físicamente, y por otro lado se califica esa violación, ese rapto de Venus -que conlleva violencia del violador y sumisión de la víctima- como una in-probitas, es decir, una deshonra, un hecho moralmente reprobable. 

¿Está justificando Ovidio la violación de la mujer? ¿El hecho de que la mujer forzada goce justifica moralmente la violación? Hay algo más importante que el goce físico, que es la "probitas", la moralidad que lo censura como severo juez y lo califica de inmoral. El goce no justifica la violación, cuando ese disfrute puede ser muchísimo más gozoso si no es arrebatado, y no media la violencia. 

El rapto de las sabinas, Picasso (1963)

Se trata, efectivamente, de un caso ejemplar, un tanto extremo, si se quiere, pero revelador del horror que esconde la normalidad: todos somos víctimas de un sistema que nos obliga a negar el placer y a trabajar, por ejemplo, para ganarnos la vida, entrando por el aro del orden establecido como fierecillas domadas, reprimiendo nuestros deseos, cosa que solemos hacer de dos maneras: aceptando sin rechistar la realidad, e incluso hallando cierto gozo masoquista en la sumisión, o rebelarnos contra ella. Pero tanto en uno como en otro caso la violación, la violencia ejecutora del Poder es intolerable, y nuestra sumisión no la legitima. 

En 1925, Sigmund Freud publica un artículo títulado «La negación», “Die Verneinigung” en la lengua de Goethe, donde plantea una tesis sencilla: «La negación», afirma Freud, «es una forma de alzar constancia de lo reprimido». Es decir que si la mujer dice que no quiere, eso no significa que no lo desee, sino que, secretamente está deseándolo. Todo «no» es, de algún modo, un «sí». Y a la inversa. En cada «sí» que pronunciamos, hay un «no» protectoramente camuflado.

¿Qué les sucedió a Febe y a Hilaíra, las hijas de Leucipo, después de raptadas por los gemelos? Pues que se enamoraron -amor caecus est- de sus primos Cástor y Pólux. Esta actitud de “amistad con el agresor” tiene sin duda algo que ver con el llamado síndrome de Estocolmo del que hablan los curanderos de almas, en el que la víctima del secuestro acaba comprendiendo, perdonando y aun queriendo a su secuestrador.

martes, 7 de julio de 2020

"Que no pase ninguna de la que no quieras acordarte"

Hace unos años sacamos en ¿Qué cuentan los relojes? una relación de leyendas latinas que se habían puesto desde antaño en distintos relojes, que no pretendía ser exhaustiva sino simplemente significativa. 

Aquellos relojes, la mayoría públicos,  no se limitaban a decirnos más o menos la hora exacta que era, una hora que nunca podremos precisar con exactitud porque nada más formularla ya habrá transcurrido, sino que nos ofrecían  pequeñas reflexiones, aprovechando la gran economía de la lengua latina que puede decir muchas cosas con pocas palabras. 

Añado hoy a aquella muestra este lema de un pseudo-reloj solar, que, a pesar de tener gnomo,  no parece que pueda contar ninguna hora de luz del Sol con su sombra, contiene, eso sí, una errata: el copista ha trastocado dos sílabas fonéticamente muy parecidas: en lugar de haber grabado me-mi-nis-se, que sería lo esperado, ha grabado *me-ni-mis-se

 
La leyenda, corregida, debería decir en letras capitales sin distinción de V y U, ya que se trata del mismo fonema: NVLLA FLVAT CVIVS NON MEMINISSE VELIS: Se sobreentiende HORA: Que no pase ninguna (hora) de la que no quieras acordarte, o, para no acumular tantas negaciones: Que no pase ninguna (hora) de la que quieras olvidarte

El solario no es tal solario ya que no marca las doce horas del día, sino más bien un calendario en el que figuran, en forma helicoidal desde el pasado hacia el futuro, una serie de hitos en la historia de la humanidad, donde las cifras arábigas representan los años de las épocas históricas. Y así, por ejemplo, junto al año 2000  y la palabra PRAESENS (presente) vemos la imagen de un ordenador, y junto al 400.000 antes de Cristo la de la Venus de Willendorf. 

La palabra POSTERVM significa "futuro", de ahí lo de pasar a la posteridad, que es, obviamente, la muerte. Y la palabra PRAETER es abreviación de PRAETERITVM, que significa "pasado", de donde los tiempos verbales pretéritos (o preteridos) de nuestras gramáticas escolares. 

El falso reloj solar, construido por Juan Luis Moraza en el 2003 en granito negro y pulido, tal como indica la pequeña placa situada en su parte inferior derecha, es en realidad una presunta obra del arte de este escultor.

Iglesia de Santa Lucía (Zamora)

lunes, 6 de julio de 2020

El Triunfo del Tiempo

En 1574 se publica el grabado de Peter Brueghel el Viejo titulado El Triunfo del Tiempo. Se trata de una alegoría, cuyas dimensiones son 21.2 por 30.4 cm, firmada abajo a la derecha como “Petrus Bruegel innuen”, y más a la derecha: “Ph[i]l[ip]s Galle | excudebat.” Me consta que hay al menos dos versiones prácticamente iguales de él, pero en la que vamos a llamar la primera, porque es la primera que vamos a considerar, más sencilla, figura la fecha de publicación en la parte inferior central, y hay una errata en los hexámetros latinos al pie del grabado agrupados en parejas de dos, concretamente en la cuarta palabra del primer verso, donde se lee “mucetum”, algo incomprensible; 


y la segunda versión, en que no figura la fecha de composición y en su lugar se lee la leyenda latina en letras capitales a modo de título, que enfatiza el poder destructivo del tiempo: TEMPVS OMNIA ET SINGVLA CONSVMENS (El tiempo consumiendo todas y cada una de las cosas). En esta segunda versión las alegorías de los doce signos zodiacales que rodean el globo terráqueo están acompañadas de su correspondiente símbolo astrológico, y además está corregida la errata y se lee claramente “inuectur”. 


Pasemos a la descripción del grabado. Sobre un fondo de un paisaje campestre pasa un cortejo.  

El cortejo, en primer plano: dos caballos, uno blanco, que representa el Sol, y otro negro, la Luna, tiran del  carro en forma de bote que soporta sobre dos ruedas un enorme globo terráqueo. Un anciano devora a un niño pequeño. Se trata de Saturno (griego Kronos) al que se ha identificado con el Tiempo (griego Chronos), sentado sobre un reloj de arena, devorando a uno de sus hijos y portando en la mano izquierda el uróboro, un círculo en forma de dragón o serpiente que se muerde la cola, (del griego οὐροβóρος/οὐρηβόρος adjetivo compuesto de οὐρά, 'cola' y βορός, 'voraz, glotón', que solía aplicarse a la palabra ὄφις, serpiente o a δράκων, dragón, símbolo muy antiguo, conocido ya por los egipcios, de la concepción cíclica del tiempo y del eterno retorno donde no hay principio ni fin). 

En la alegoría del Tiempo hay una contradicción evidente entre el símbolo de la eternidad que es el uróboro que porta en la mano y el reloj de arena sobre el que se sienta y el reloj mecánico que hay sobre su cabeza, la contradicción existente entre la representación cíclica del tiempo y la lineal. 

En el globo terráqueo están representados los doce símbolos del zodiaco. A los pies del anciano los signos zodiacales de aries y cáncer; siguiendo por la derecha hacia arriba: tauro, piscis, leo, acuario, escorpio; trepando por el árbol, libra, colgado del árbol. El signo de Libra, representado por la balanza, tiene, además, el significado añadido de símbolo de la justicia, aludiendo al fin del mundo y al juicio final. En orden descendente por la izquierda: virgo, géminis, capricornio y sagitario. 

Tras el carro cabalga la Muerte esquelética con su guadaña sobre lo que parece un asno, y tras ella y por encima de ella la personificación de la Fama, alada por aquello de “fama uolat” , montada sobre un elefante y tocando su trompeta. Está al final del cortejo porque es lo último que queda de nuestro paso por la Tierra. Pero también podría tratarse de un ángel apocalíptico que con el toque de trompeta anuncia el fin del mundo.

Presidiendo toda la composición, arriba, en el centro, vemos un moderno reloj mecánico con mecanismo de golpe colgado de un árbol que nace del propio globo terráqueo, que es el árbol de la vida. Este aparato que mide el tiempo contrasta con la dinámica del tiempo natural que se ejecuta cíclicamente sin descanso. 

A los pies del cortejo del Tiempo, la Muerte y la Fama, bajo las ruedas del carro, hay numerosos objetos que representan artes y oficios humanos. Ante el paso destructivo del Tiempo no queda nada de los ilustres o anónimos personajes que han utilizado esas cosas que vemos tiradas por el suelo: un sombrero de cardenal, un cetro, un casco, una corona real, instrumentos musicales, herramientas de labranza y otros utensilios. 

El paisaje campestre,  en segundo plano: Se trata de una secuencia que va de derecha a izquierda y que representa las cuatro estaciones. Puede dividirse, grosso modo, en dos mitades: a la izquierda la representación del invierno y el otoño, árboles muertos, mientras que a la derecha hay vegetación exuberante: el verano y la primavera. 

A la derecha vemos una plácida aldea con una iglesia. Detrás de una pareja, en lo que podría ser la plaza del pueblo, se alza un Árbol de Mayo (Maibaum), a cuyo alrededor hay gente bailando. Se trata de una fiesta popular alemana que nos sitúa en plena primavera, el día 30 de abril, cuando se celebra el comienzo del mes de mayo bailando en Alemania. El paisaje de la mitad derecha verano/primavera representa la vida. En contraste con la vegetación exuberante de la escena, vemos a la izquierda las ramas desnudas de los árboles del otoño; y tras el bosque otoñal una ciudad en llamas; además una embarcación parece hundirse en la costa. 

En esta parte izquierda nos hallamos ante la representación de la muerte. De hecho se podría decir que el grabado representa el triunfo del Tiempo sobre la vida, identificado prácticamente con la Muerte, pero también el triunfo de la Fama o de la Parca sobre la propia Muerte, dado que la Fama sería lo único que queda al fin y a la postre de nuestro paso por el mundo. 

En cuanto a los seis hexámetros latinos, una vez corregida la errata, leemos en la segunda versión : Solis equus, Lunaeque, inuectum quattuor Horis, | Signa per extenti duodena uolubilis Anni. | | Proripiunt Tempus: curru quod praepete secum | Cuncta rapit: Comiti Morti non rapta relinquens. | | Pone subit, cunctis rebus Fama una superstes, | Gaetulo boue uecta, implens clangoribus orbem. Que viene a decir más o menos literalmente en prosa: El caballo del Sol, y el de la Luna arrastran, llevado por las cuatro estaciones a través de los doce signos del año que gira a lo largo, al Tiempo, que arrebata en su carro veloz todas las cosas, dejando lo que no ha arrebatado a la Muerte que lo acompaña. Marcha detrás la única que sobrevive a todas las cosas, la Fama, montada sobre un elefante, llenando el mundo con los sones de su trompeta. Y en verso, con una sintaxis más violenta pero más literal, podrían quedar así: Sol y la Luna a caballo, llevado con cuatro estaciones / entre los doce signos del año que gira a lo largo, / llevan al Tiempo, que todo en su rápido carro consigo / roba, dejando a la Muerte que sigue lo no rapiñado./ Marcha la Fama detrás, de las cosas la sola que vive,/ sobre elefante montada, llenando el mundo de ruidos.

domingo, 5 de julio de 2020

Morirse de miedo

Del tratado De peste del doctor Juan Jiménez Savariego, que fuera protomédico de las galeras de España y médico de cámara de Su Excelencia, publicado en Antequera en 1602, “donde se contienen las causas, preservación y cura, con algunas cuestiones curiosas al propósito”, me ha llamado la atención el siguiente párrafo sobre los efectos mortíferos del miedo y el reconocimiento de que hay gente que literalmente se muere de miedo:

Y no hay que dudar sino que el vehemente miedo es grande ocasión de morir y enfermar a los que andan cerca de donde hay contagio, y tengo por cosa cierta que el vehemente temor del mal y el imaginar que están ya asidos de él, ora les venga esta imaginación de alguna conversación o de oír doblar (las campanas que tañen a muerto), les es causa precisa de la muerte, y vemos al contrario los pícaros que andan entre los muertos y enfermos comiendo y bebiendo sin orden ni razón, y sin pasarles por pensamiento que se les ha de pegar viven alegres y contentos, y aunque se desordenan en el comer, con gran dificultad se hieren de landre.(*) 

Que viene el coco, Francisco de Goya (1799)

(*) Landre: Es un tumor del tamaño de una bellota de un ganglio linfático, que sale generalmente en el cuello, las axilas y las ingles, por lo que es sinónimo de bubón y antiguamente designaba a la peste bubónica. Parece que la palabra deriva del latín clásico glandem cruzado con la forma vulgar glandinem, que significam ambas “bellota”, por la forma de la hinchazón. La expresión “mala landre”, atestiguada desde el siglo XV, se la oí yo alguna vez a mi abuela.

sábado, 4 de julio de 2020

La ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos

La ciudad de los muertos es anterior a la ciudad de los vivos. A decir verdad en un sentido, la ciudad de los muertos es la precursora, y casi el núcleo, de toda ciudad viva. La vida urbana cubre el espacio histórico que se extiende entre el más rudimentario cementerio del hombre de la aurora y el cementerio final, la Necrópolis, en que una civilización tras otra han encontrado su fin. 
(Fragmento de La Ciudad en la Historia de Lewis Mumfond) 

La cita de Lewis Mumford me recuerda un poema extraordinario en prosa, considerada erróneamente verso libre (de ser verso), pero que no deja de ser sugerente de nuestro Dámaso Alonso (1898-1990), incluido en su poemario Hijos de la ira (1944), que leí cuando era adolescente, y que me viene ahora a la memoria. 


 Se trata de Insomnio, y dice así: 

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). 

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. 

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. 



Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. 

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

viernes, 3 de julio de 2020

Volverse y hacerse como niños

Dijo una vez Jesús a sus discípulos (Mateo, 18:03): “En verdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. 

¿Que es ese Reino de los Cielos, regnum coelorum o regnum Dei  que Jesús promete a sus discípulos si se vuelven como niños? Ante todo es un reino futuro, en el que todavía no ha entrado nadie. Futuro hay que entenderlo en el sentido de negación de la realidad y del presente, negación del aquí y el ahora, del espacio y el tiempo,  pero que está en verdad aquí y ahora,  dentro de lo íntimo de los corazones,  en la añoranza del paraíso perdido, una jauja feliz, como dice Antonio Piñero, aludiendo al mítico valle de Perú, célebre por su prosperidad y su abundancia. 

No perdamos de vista el contexto en el que se enmarca el versículo. Los discípulos le han preguntado al maestro quién será el más grande en el reino de los cielos (quis, putas, maior est in regno caelorum?), y él, llamando a sí a un niño y poniéndolo en medio de ellos, les responde que hasta que uno no se haga muy pequeño (paruulus) como ese niño no será el más grande, es decir, que para ser maior, el más grande, hay que hacerse paruulus, muy pequeño, por muy contradictorio que parezca, como un niño chico de pequeño.  
"Dejad que los niños vengan a mí... Pues de los tales es el reino de Dios".

Jesús, que no era cristiano todavía,  contradecía así al Cristo futuro de la fe creado e inventado por el que sería su fiel seguidor y el verdadero fundador de la religión que acabó llamándose cristianismo y la iglesia católica, Pablo de Tarso; en rigor, el primer cristiano. 


Pablo, en efecto, escribe en la primera carta a los corintios (13:11) “Cuando yo era niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser hombre, me despojé de las niñerías”.


Hay, por otra parte, otra contradicción entre lo que predicaba Jesús, el advenimiento futuro del Reino de Dios o de los Cielos que debía producirse en aquella misma generación, y la predicación de la Iglesia paulina, que tras la muerte de Jesús y ante el retraso del fin del mundo, afirma que ese Reino ya está presente en la Tierra, porque de esta manera soluciona el problema de la fallida parusía, es decir, de la definitiva venida de Jesús que pondría punto final a la historia humana. 

Pero, volviendo al texto de Pablo, no todos dejamos atrás las niñerías, aunque tengamos edad de sobra para hacerlo y haberlo hecho ya. ¿Será acaso una enfermedad? Es más que posible. 

No sería raro que las autoridades sanitarias de este mundo, que velan por nuestra salud más que nosotros mismos, que somos unos irresponsables, nos advirtieran de los riesgos que conlleva esta nueva patología de infantilismo, que en realidad es más vieja que el catarro, para el sistema inmunitario de nuestra propia identidad personal. ¿No podrían implementar, como dicen ellos, las medidas oportunas para que esa enfermedad infecciosa no se contagie a la sociedad?

jueves, 2 de julio de 2020

Cae el telón, y caen las máscaras

Cuando cae el telón, que pone fin a la representación de la tragicomedia de la realidad, esa farsa que todos llevamos a cabo, como dijo Rimbaud de la vida (“la vie est la farse à mener par tous”, en Una temporada en el infierno), una vida que más que vida es existencia y es supervivencia, los actores se quitan las máscaras, y lo que queda por debajo son los rostros. 

Recordemos a este respecto dos sugerentes lecciones etimológicas: la palabra “persona” significaba “máscara” en latín, y la palabra “hipócrita”  (ὑποκριτής, hypocrités) quería decir “actor” en griego. 


Pues bien, un intelectual orgánico del Régimen, cuyo nombre propio no merece la pena recordar ni viene al caso, se empeña en que, una vez finalizada la función, sigamos con las caretas escénicas puestas porque es lo que está mandado, y publica un artículo moralizante sobre el “placer de obedecer”, cuyo título, a modo de recriminación paternalista, lo dice todo:  “No llevas mascarilla porque no te da la gana”. Y el subtítulo: “Un repaso al repertorio de excusas para no cubrirnos boca y nariz ni aunque nos obliguen”. (Cursiva mía). 

Ese “ni aunque nos obliguen” es tan significativo que deja bien claro en nombre de qué razón o, mejor dicho, en nombre de qué sinrazón se habla aquí: la razón de la fuerza, que no la fuerza de la razón. 

Ese "ni aunque nos obliguen" es tan revelador, y sintetiza tan bien el espíritu y el contenido del artículo, que, además de llamarte ignorante e insolidario, te está diciendo: si lo han dicho las autoridades sanitarias, que son las que saben, ¿qué más tienes tú que pensar ni que decir?  

Nos hallamos ante una llamada a la responsabilidad entendida como obediencia ciega a lo que está mandado, más allá de lo que dicta la propia ley que no nos obliga a tanto.


Publicaba, en efecto, el Boletín Oficial del Estado lo siguiente: El uso de mascarilla será obligatorio en la vía pública, en espacios al aire libre y en cualquier espacio cerrado de uso público o que se encuentre abierto al público, siempre que no sea posible mantener una distancia de seguridad interpersonal de al menos dos metros. La obligación se hacía extensiva “a las personas de seis años en adelante”, privándonos así de algo tan precioso como es la sonrisa de los niños, pero uno de los supuestos contemplados en que no sería exigible la mascarilla en los espacios públicos era el "desarrollo de actividades en las que, por la propia naturaleza de estas, resulte incompatible el uso de la mascarilla". ¿A qué supuestas actividades se refiere? El propio texto, en otro lugar, las especificaba: la ingesta de alimentos y bebidas. Lógicamente no se puede comer ni beber con mascarilla. Tampoco fumar o besar. Pero de los besos  no dice nada la Gaceta de Madrid.

Nos hallamos ante el consenso unánimemente forzoso, el desprecio de la crítica y del razonamiento, la salud vista como obligación abstracta de cada quisque, la incitación nada velada a la intimidación de todo el que se atreva a desobedecer, desoyendo las razones que pueda haber para ello... 

Espeluznante. Una de nuestras autoridades sanitarias explicaba el otro día por la radio algo muy ilustrativo: las dos razones que había para usar la mascarilla eran protegernos, en primer lugar, y en segunda y no menos importante instancia, concienciarnos sobre la importancia de su uso.  


Siempre me ha llamado la atención la polisemia de la palabra “autoridad” que veo reflejada en esta expresión ambigua como ninguna otra de “autoridades sanitarias”. La confusión radica en lo siguiente: en primer lugar autoridad quiere decir, como recoge el diccionario académico, “poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho”, pero también “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”. 

Cabe preguntarse, cuando hablamos de autoridades sanitarias o educativas, que para el caso viene a ser lo mismo, a qué nos referíamos si a los que tienen el poder de mando en esta materia (latín potestas) o a los que tienen competencia reconocida (latín auctoritas). Parece que en ambos casos nos referimos más a los que tienen la sartén por el mango que a los que tienen la razón.

miércoles, 1 de julio de 2020

Miedo y virus (y 3)

Hay muchas versiones de la fábula del Miedo y la Peste virulenta. Sería interesante encontrar la fuente común, probablemente oral y ánónima, de la que emanan todas ellas. Partamos de la que presenta el periodista Julio Camba en su recopilación de artículos Esto, lo otro y lo de más allá (1945), titulada “La peste y el miedo”, que dice literalmente así: 

Cuenta la fábula que un rey árabe se encontró una vez a la Peste en el desierto. 
—¿A dónde vas con tanta prisa? —le preguntó.
—Voy a Bagdad a segar cinco mil vidas con esta guadaña. —También yo me encamino hacia allá —exclamó el rey—. Ya hablaremos a la vuelta. 
Y a la vuelta, el rey le dijo a la Peste: 
 —Has faltado a la verdad. Me dijiste que ibas a segar cinco mil vidas y segaste cincuenta mil. 
—Te han engañado, señor —repuso la Peste—. No segué ni una más de las cinco mil vidas que te había anunciado, pero el Miedo anda siempre detrás de mí y él fue quien segó todas las otras… 

La Peste mata y por eso se la tiene miedo, pero el Miedo mata muchísimo más que la Peste. El miedo de una cosa es siempre peor que la cosa misma.

oOo

Miniatura de Nasreddin Hodja, siglo XVII

Algunas versiones sustituyen la figura del rey por la de un peregrino que a veces viene de la Meca de su peregrinación a la Caaba, otras de Alejandría, de Samarcanda, Damasco o de Bagadad. En todas ellas varía la cifra de los muertos, pero siempre tienen en común lo mismo: el miedo ha matado más que la propia plaga de la peste. La versión más larga y elaborada literariamente hablando que he encontrado es la siguiente, ambientada en el desierto y llena de colorido. Está tomada del blog Cuento arábigos:

Una caravana de mercaderes y peregrinos atravesaban lentamente el desierto. De pronto, a lo lejos, apareció un veloz jinete que surcaba las arenas como si su caballo llevara alas. Cuando aquel extraño jinete se acercó, todos los miembros de la caravana pudieron contemplar, con horror, su esquelética figura que apenas si se detuvo junto a ellos. Tras una breve conversación lo comprendieron todo. Era la Peste que se dirigía a Damasco, ansiosa de segar vidas y sembrar la muerte. 
— ¿Adónde vas tan deprisa? –le preguntó el jefe. 
— A Damasco. Allí pienso cobrarme un millar de vidas. 
Y antes de que los mercaderes pudieran reaccionar, ya estaba cabalgando de nuevo. Le siguieron con la vista hasta que sólo fue un punto perdido entre la inmensidad de las dunas. Semanas después la caravana llegó a Damasco. Tan sólo encontró tristeza, lamentos y desolación. La Peste se había cobrado cerca de 50.000 vidas. En todas las casas había algún muerto que llorar, niños y ancianos, muchachas, jóvenes… 
El jefe de la caravana se llenó de rabia e impotencia. La Peste le había dicho que iba a cobrarse un millar de vidas… sin embargo había causado una gran mortandad. 
Cuando tiempo después, dirigiendo otra caravana por el desierto, el jefe volvió a encontrarse con la Peste, le dijo con actitud de reproche: 
— ¡Ya sé que en Damasco te cobraste 50.000 vidas, no el millar que me habías dicho! No sólo causas la muerte, sino que además tus palabras están llenas de falsedad. 
 — No –respondió la Peste con energía-, yo siempre soy fiel a mi palabra. Yo sólo acabé con mil vidas. El resto se las llevó el Miedo.

oOo

Milton R. Acosta publica en su blog, sin indicar su fuente, esta otra versión, cuyo estilo corrijo un poco, que por la mención de la Caaba y la peste como castigo divino enviado por Alá acaso sea una de las más antiguas. 

Cuentan que un día un peregrino que regresaba de la Caaba se encontró con la Peste Negra disfrazada de guerrero y le preguntó: -¿A dónde vas? 
-A Bagdad – le contestó ésta.  –Tengo que matar allí cinco mil personas, por designio de Alá. 
Pasó un mes, y cuando el peregrino volvió a encontrarse con la Peste que regresaba de su empresa disfrazada de guerrero, lo increpó duramente: 
-Eres mentiroso, además de cruel por puro gusto. ¡Me dijiste que ibas a matar a cinco mil personas ordenado por Alá, pero mataste a ciento cincuenta mil! 
-No. Te equivocas, peregrino - respondió la Peste. -Yo sólo maté a cinco mil, que fue el número ordenado por Alá. El resto murió de miedo... 

oOo
 
Hay una versión española de esta leyenda, ambientada en Toledo, que recoge Ismael del Pan en su obra Folklore toledano (1932): La leyenda del ángel custodio de la Puerta de Bisagra, que reza así:

 «El ángel de la Puerta de Bisagra trae a la memoria una vieja leyenda que recordaremos aquí: 

Una vez, quiso pasar la peste al interior de la ciudad, y el ángel guardián sólo consintió ante el mandato de Dios; pero con la condición de que no matase más que a siete de los habitantes de Toledo. 
Al marcharse la plaga, el ángel tomó un aspecto triste, e indignado, dijo a la peste:  
-«Miserable, has faltado a tu palabra, pues has matado a siete mil»
Pero la peste repuso:  
-«No, no he faltado a mi palabra; yo sólo maté a siete; los demás han muerto de miedo y aprensión». 

Puerta de Bisagra (Toledo), con el ángel custodio espada en mano

Esta leyenda, según Felipe Vidales, no es más que una reelaboración del cuento oriental, probablemente de la tradición anónima y oral indoperasa y árabe, que presenta distintos protagonistas, desde el Nasreddin o Nasrudín, un mulá sufí del siglo XIII que sirve de vehículo para protagonizar historias siempre moralizantes, a un rey, un mendigo, un peregrino, un caballero y que según las distintas versiones transcurría en Bagdad, Alejandría, Damasco, Esmirna... 

Como puede comprobarse, la versión de la leyenda de Ismael del Pan ha sido occidentalizada y cristianizada, por así decir, al ambientarse en Toledo e  incluir el envío de la peste como mandato de Dios y el personaje del Ángel Custodio, que protege con su espada la entrada de la puerta de la ciudad. Desde entonces se ha convertido en una de las leyendas más populares de Toledo.

martes, 30 de junio de 2020

Guerras cántabras

Sacaba Correos a comienzos del año en curso un sello conmemorativo de las guerras cántabras. Y un periódico digital, en su edición local y de campanario, se hacía eco de la noticia con este titular en cántabru, ese engendro regresivo que el señor Raúl Molleda, que escribe en dicho periódico, se sacó un buen día de la chistera: El sellu de Correos deicáu a las ‘Guerras Cántabras’ se apresenta esti juevis en Los Corrales. Se acompañaba, por si hiciera falta, la traducción al castellano para los legos: El sello de Correos dedicado a las ‘Guerras Cántabras’ se presenta este jueves en Los Corrales. 

La tirada era de 180.000 ejemplares.  Buena noticia para los aficionados a la filatelia, si todavía queda algún amante de los sellos, y si quedan coleccionistas de estos raros objetos que son los timbres estampados que se pegaban en los sobrescritos de las cartas. Y si queda gente que escriba cartas y las lea.


El sello presenta en primer plano una imagen del Monumento al Cántabro de Ramón Ruiz Lloreda de Santander, y, junto a él, dos de las famosas estelas cántabras, una de ellas, la de Zurita.

La página de Correos, además, publica al respecto una reseña sobre el sello y sobre los cántabros: Eran magníficos jinetes y al combatir, entonaban cantos de guerra siendo considerados hombres especialmente valientes y brutales, así como letales... Su valentía y dotes para la guerra impresionaron a los romanos y a otras culturas, existiendo vestigios de guerreros romanos (es errata, debería decir mercenarios cántabros) en lugares tan lejanos como Palestina, Britania o el Danubio. 

Hay una inexactitud histórica imperdonable, que aumenta la falsa leyenda de que los cántabros fueron invencibles, engordando el globo del mito que revienta fácilmente, cuando fueron vencidos y sojuzgados por la Loba romana: Los romanos tardaron diez años en hacerse con el control de las tierras cántabras, e incluso, no se puede decir que lo lograran por completo (sic, por la negrita que resalto yo). 

Correos quiere sin duda, como reconoce, "rememorar este hecho histórico que manifiesta el carácter de estas tierras cántabras", un carácter de resistencia heroica, si se quiere, a la dominación romana, pero una resistencia sometida al fin y a la postre no sin mucho esfuerzo por el Imperio, cosa que a menudo olvidan los que celebran estas efemérides.

Algún ingenuo se preguntará si acaso nos hemos vuelto todos los antaño llamados montañeses y hoy cántabros nacionalistas. No, claro que no. No nos hemos vuelto nacionalistas porque siempre lo hemos sido en una muy amplia y aplastante  mayoría: el que no es nacionalista periférico suele definirse como central: el que no es nacionalista catalán, vasco, gallego o cántabro, para el caso, es nacionalista español. Y viceversa. Muy pocos a la sazón nos declaramos antinacionalistas. No nos libramos fácilmente de la lacra pestilente de las banderas y naciones. 

lunes, 29 de junio de 2020

El globo rojo

Acuso recibo de una película preciosa de corta duración y apenas diálogo, un mediometraje de poco más de media hora de duración (32 minutos), titulado Le ballon rouge (El globo rojo), rodado en París en 1956 por Albert Lamorisse.



Comienza con un niño, Pascal, que va a la escuela y acaricia a un gato. Se trata del hijo del director, llamado precisamente Pascal Lamorisse.  Encuentra entonces un globo rojo, cuyo color contrasta con el gris de París, una ciudad con pocos coches entonces y mucho encanto todavía. 


 El niño se enamora del globo, lo lleva consigo a todas partes. Se hacen amigos inseparables. La música acompaña las bellas imágenes de la ciudad de París regada por la lluvia.  

Las peripecias de Pascal y su globo rojo nos recuerdan las mejores escenas del cine mudo. Los pocos diálogos, que están en francés, están subtitulados en el vídeo en la lengua del Imperio.

El final de la película es antológico. Uno de los finales más bellos de la historia de la cinematografía, comparable a Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica. 

Ignoro si la canción 99 Luftballons de Nena (1983) es un homenaje a esta película. Muy bien podría serlo. He aquí su versión original alemana, aunque se popularizó en la lengua franca del Imperio como 99 Red Balloons.