Hay muchas versiones de la fábula del Miedo y la Peste virulenta. Sería interesante encontrar la fuente común, probablemente oral y ánónima, de la que emanan todas ellas. Partamos de la que presenta el periodista Julio Camba en su recopilación de artículos Esto, lo otro y lo de más allá (1945), titulada “La peste y el miedo”, que dice literalmente así:
Cuenta la fábula que un rey árabe se encontró una vez a la Peste en el desierto.
—¿A dónde vas con tanta prisa? —le preguntó.
—Voy a Bagdad a segar cinco mil vidas con esta guadaña.
—También yo me encamino hacia allá —exclamó el rey—. Ya hablaremos a la vuelta.
Y a la vuelta, el rey le dijo a la Peste:
—Has faltado a la verdad. Me dijiste que ibas a segar cinco mil vidas y segaste cincuenta mil.
—Te han engañado, señor —repuso la Peste—. No segué ni una más de las cinco mil vidas que te había anunciado, pero el Miedo anda siempre detrás de mí y él fue quien segó todas las otras…
La Peste mata y por eso se la tiene miedo, pero el Miedo mata muchísimo más que la Peste. El miedo de una cosa es siempre peor que la cosa misma.
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Miniatura de Nasreddin Hodja, siglo XVII
Miniatura de Nasreddin Hodja, siglo XVII
Algunas versiones sustituyen la figura del rey por la de un peregrino que a veces viene de la Meca de su peregrinación a la Caaba, otras de Alejandría, de Samarcanda, Damasco o de Bagadad. En todas ellas varía la cifra de los muertos, pero siempre tienen en común lo mismo: el miedo ha matado más que la propia plaga de la peste. La versión más larga y elaborada literariamente hablando que he encontrado es la siguiente, ambientada en el desierto y llena de colorido. Está tomada del blog Cuento arábigos:
Una caravana de mercaderes y peregrinos atravesaban lentamente el desierto. De pronto, a lo lejos, apareció un veloz jinete que surcaba las arenas como si su caballo llevara alas.
Cuando aquel extraño jinete se acercó, todos los miembros de la caravana pudieron contemplar, con horror, su esquelética figura que apenas si se detuvo junto a ellos. Tras una breve conversación lo comprendieron todo.
Era la Peste que se dirigía a Damasco, ansiosa de segar vidas y sembrar la muerte.
— ¿Adónde vas tan deprisa? –le preguntó el jefe.
— A Damasco. Allí pienso cobrarme un millar de vidas.
Y antes de que los mercaderes pudieran reaccionar, ya estaba cabalgando de nuevo. Le siguieron con la vista hasta que sólo fue un punto perdido entre la inmensidad de las dunas.
Semanas después la caravana llegó a Damasco. Tan sólo encontró tristeza, lamentos y desolación. La Peste se había cobrado cerca de 50.000 vidas. En todas las casas había algún muerto que llorar, niños y ancianos, muchachas, jóvenes…
El jefe de la caravana se llenó de rabia e impotencia. La Peste le había dicho que iba a cobrarse un millar de vidas… sin embargo había causado una gran mortandad.
Cuando tiempo después, dirigiendo otra caravana por el desierto, el jefe volvió a encontrarse con la Peste, le dijo con actitud de reproche:
— ¡Ya sé que en Damasco te cobraste 50.000 vidas, no el millar que me habías dicho! No sólo causas la muerte, sino que además tus palabras están llenas de falsedad.
— No –respondió la Peste con energía-, yo siempre soy fiel a mi palabra. Yo sólo acabé con mil vidas. El resto se las llevó el Miedo.
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Milton R. Acosta publica en su blog, sin indicar su fuente, esta otra versión, cuyo estilo corrijo un poco, que por la mención de la Caaba y la peste como castigo divino enviado por Alá acaso sea una de las más antiguas.
Cuentan que un día un peregrino que regresaba de la Caaba se encontró con la Peste Negra disfrazada de guerrero y le preguntó:
-¿A dónde vas?
-A Bagdad – le contestó ésta. –Tengo que matar allí cinco mil personas, por designio de Alá.
Pasó un mes, y cuando el peregrino volvió a encontrarse con la Peste que regresaba de su empresa disfrazada de guerrero, lo increpó duramente:
-Eres mentiroso, además de cruel por puro gusto. ¡Me dijiste que ibas a matar a cinco mil personas ordenado por Alá, pero mataste a ciento cincuenta mil!
-No. Te equivocas, peregrino - respondió la Peste. -Yo sólo maté a cinco mil, que fue el número ordenado por Alá. El resto murió de miedo...
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Hay una versión española de esta leyenda, ambientada en Toledo, que recoge Ismael
del Pan en su obra Folklore toledano (1932): La leyenda del ángel custodio de la Puerta de Bisagra,
que reza así:
«El ángel de la Puerta de Bisagra trae a la memoria una vieja leyenda que recordaremos aquí:
«El ángel de la Puerta de Bisagra trae a la memoria una vieja leyenda que recordaremos aquí:
Una
vez, quiso pasar la peste al interior de la ciudad, y el ángel
guardián sólo consintió ante el mandato de Dios; pero con la
condición de que no matase más que a siete de los habitantes de
Toledo.
Al marcharse la plaga, el ángel tomó un aspecto triste, e
indignado, dijo a la peste:
-«Miserable, has faltado a tu palabra,
pues has matado a siete mil».
Pero la peste repuso:
-«No, no he
faltado a mi palabra; yo sólo maté a siete; los demás han muerto
de miedo y aprensión».
Puerta de Bisagra (Toledo), con el ángel custodio espada en mano
Esta leyenda, según Felipe Vidales, no es más que una
reelaboración del cuento oriental, probablemente de la tradición
anónima y oral indoperasa y árabe, que presenta distintos
protagonistas, desde el Nasreddin o Nasrudín, un mulá sufí del
siglo XIII que
sirve de vehículo para protagonizar historias siempre moralizantes, a
un rey, un mendigo, un peregrino, un caballero y que según las
distintas versiones transcurría en Bagdad, Alejandría, Damasco,
Esmirna...
Como puede comprobarse, la versión de la leyenda de Ismael del Pan ha sido occidentalizada y cristianizada,
por así decir, al ambientarse en Toledo e incluir el envío de la peste como mandato de Dios y
el personaje del Ángel Custodio, que protege con su espada la entrada de
la puerta de la ciudad. Desde entonces se ha convertido en una de las
leyendas más populares de Toledo.