miércoles, 30 de julio de 2025

La ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos

La ciudad de los muertos es anterior a la ciudad de los vivos. A decir verdad en un sentido, la ciudad de los muertos es la precursora, y casi el núcleo, de toda ciudad viva. La vida urbana cubre el espacio histórico que se extiende entre el más rudimentario cementerio del hombre de la aurora y el cementerio final, la Necrópolis, en que una civilización tras otra han encontrado su fin. 
(Fragmento de La Ciudad en la Historia de Lewis Mumfond) 
 
La cita de Lewis Mumford me trae a la memoria dos textos literarios: El primero es de Mariano José de Larra, que escribe en "Día de Difuntos de 1836. Fígaro en el cementerio": ¿Dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo.
 
El segundo es un poema extraordinario en prosa, considerada erróneamente a veces verso libre, pero que no deja de ser un texto poético aunque no esté en verso, sino en prosa camuflada, porque es un caso de lenguaje donde no solo aparecen palabras semánticas, sino también referencias muy directas al mundo en el que se habla (yo, me, este nicho, la segunda persona gramatical...), de nuestro Dámaso Alonso (1898-1990), incluido en su poemario Hijos de la ira (1944), que leí cuando era adolescente, y que me viene ahora a la memoria. 


 Se trata de Insomnio, y dice así: 

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). 

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. 

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. 
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. 

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

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