sábado, 31 de octubre de 2020

Veinte mensajes breves embotellados

Terrorismo de Estado: permanezcan confinados y encerrados bajo su propio caparazón en arresto domiciliario hasta nueva orden porque fuera hay víruses mortales.
 
La obsolescencia de la moda hace que lo que hoy se lleva deje enseguida su usanza y devenga demodé; obsolescencia programada, que es envejecimiento acelerado.

Los individuos ya éramos individualistas antes del smartphone, pero ahora más: pese al "connecting people", vivimos atomizados, aislados y huérfanos de afecto. 

Se propone la creación de una Organización No Gubernamental sin ánimo de lucro y con proyección universal que sustituya a las naciones: Pueblos sin Fronteras.

Marx y Engels en el Manifiesto Comunista dicen que la clase obrera no tiene patria: pero, desaparecido prácticamente el proletariado, mejor diríamos el pueblo.

"Pueblo" es nombre común que, esencialmente apátrida, se resiste a ser contado,  y malamente admite gentilicios que lo delimiten geográfica- y políticamente.

Preciosa cita de Emma Goldman: prefiero rosas en mi mesa que diamantes en mi cuello, mejor la fragancia efímera de la rosa que la eternidad fría del diamante. 



El símbolo identitario que es la bandera sólo sirve para amortajar los cadáveres de los mártires que han dado hasta la última gota de su sangre por la patria. 

Los himnos nacionales son en su origen marchas militares, cánticos guerreros que exhortan a los enfants de la patrie a morir para dar sentido a su existencia.

El himno nacional, moderna versión de la vieja danza de la Muerte que a todos convida a bombo y platillo a bailar a su son, suena a fúnebre marcha funeraria.

Lo peor de cualquier himno nacional es que, en lugar de invitarte a bailar al son que te toca, te pone como voz de mando ejecutiva firme cual rígido cadáver.

“Sólo tengo lo que he dado” fueron las últimas palabras de Marco Antonio, amante de Cleopatra, antes de suicidarse, significando que valía más dar que recibir.

La visión de la realidad forjada a lo largo de los años se le venía ahora abajo de repente como por arte de magia igual que castillo de naipes en el aire.

Se hunde el mundo, derribado por su propio peso, y se le cae encima y lo aplasta machacándolo como a vil gusano con toda la fuerza de su inmensa gravedad.

Safó, la poetisa griega, dijo que Eros, nuestro Cupido, era un dios mythoplókos, tejedor de fabulaciones mil, catalogando el amor romántico de erótica ficción.

El pasado no está escrito y, por lo tanto, ni siquiera es historia porque no ha acabado de pasar todavía, está presente, vivito ahora y coleando entre nosotros.

No importa tanto acumular posesiones que, lejos de hacernos propietarios, se apropian de nosotros, como desprendernos, libres, de todas nuestras pertenencias.


Nadie habla de las cárceles, como si no las hubiera, pero existen para que los que están fuera crean que son libres o disfrutan acaso de libertad condicional.

Nos aferramos a cualesquiera símbolos identitarios como quien se agarra a un clavo ardiendo, desesperadamente, conscientes de que no tenemos ninguna identidad. 

A poco que se descuide uno, y a veces pasa, nos damos cuenta enseguida del engaño que nos venden y de la mentira que pretenden hacernos pasar por la verdad.

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