Desde que la FIFA anunció en octubre del año del Señor de 2023 que Marruecos sería coanfitrión del Mundial de balompié en el futuro año en la agenda del Señor de 2030 junto con España y Portugal, se ha multiplicado la matanza de perros callejeros en el país magrebí, cuyo número se estima entre uno y tres millones, que constituyen un problema de salud pública como portadores de la rabia. No estamos acostumbrados al espectáculo de ver perros callejeros en Europa, pese a que muchos en nuestro país son abandonados en el período estival vacacional porque sus dueños no pueden o no quieren hacerse cargo de ellos.
La rabia que contraen los perros callejeros o comunitarios no es una enfermedad, sino una metáfora de nuestro modo de vida. Los afectados presentan una mirada característica perdida, como aquejados de estrabismo o como si estuvieran bizcos, tienen dificultades para ladrar, para comer y especialmente para beber agua, tienen un deambular característico, con una ligera parálisis de los miembros posteriores, una delgadez extrema y una tendencia a morder que puede hacer que ataquen a otros animales o personas.

Las matanzas forman parte de una campaña de limpieza de las calles antes del Mundial para dar una imagen de que Marruecos no es un país subdesarrollado o en vías de desarrollo como se decía de la España del franquismo: gente armada con escopetas sale a las calles, a menudo de noche, y dispara a los perros, a otros los capturan y los llevan a dispensarios municipales donde los envenenan, haciendo exactamente lo que Hitler hizo con los judíos: capturarlos, meterlos en furgonetas, algunos mueren entre tanto, otros mueren durante el traslado y otros cuando se les aplica la solución final en lo que nosotros llamamos piadosamente campos de concentración con eufemismo flagrante, en realidad son campos de exterminio. En alguno de ellos los queman vivos como en Auschwitz, porque no tienen veneno ni tiempo para 'extraerlos' uno a uno -eufemismo de matarlos que se aplica aquí a los lobos.
En 2019, el gobierno marroquí adoptó el programa TNVR (trap, neuter, vaccinate, return - capturar, esterilizar, vacunar, devolver), como método probado y eficaz para regular la población canina a nivel mundial y evitar la rabia. Dicho gobierno afirma que practica ese programa y niega que se esté sacrificando a los perros para limpiar las vías públicas de cara al mundial de 2030.

Los
animales que nos rodean son un espejo también en el que nos miramos
nosotros mismos y en el que vemos el rostro de nuestra infelicidad.
No estamos habituados en Europa, si lo pensamos bien, a verlos en
libertad en la naturaleza. De hecho, un niño urbano del viejo continente puede
preguntarse si existen realmente los animales y la naturaleza fuera
de las pantallas que desde bien pronto frecuenta.
Estamos
habituados a verlos en los infames espacios urbanos de los parques
zoológicos, circos ambulantes donde son escarnecidos, tiendas de
mascotas, donde se comercia con sus vidas, y carnicerías o
peleterías donde se venden sus despojos, y fuera de las ciudades en
granjas dedicadas al engorde y la cría industriales para el
consumo humano de carne y en mataderos donde se los sacrifica.
Hemos
convertido a los animales en nuestros rehenes, presos y esclavos, no
nos importa utilizarlos, maltratarlos y privarlos de su libertad y
vida porque los consideramos inferiores, porque creemos que Dios creó
al hombre a su imagen y semejanza y el hombre es el Rey de la divina Creación. Somos los únicos seres del
reino animal, ese es nuestro pecado original del que no hemos sido
redimidos todavía, que nos hemos especializado en el exterminio
mutuo desde que Caín mató a Abel.
Marguerite Yourcenar, autora de las espléndidas Memorias de Adriano, escribía con acierto: Seamos subversivos. Hay que rebelarse
contra la ignorancia, la indiferencia, la crueldad que, por lo demás,
suelen aplicarse a menudo contra el hombre porque antes se han
ejercitado con el animal. Recordemos, puesto que hay que relacionarlo
todo con nosotros mismos, que habría menos niños mártires si
hubiese menos animales torturados, menos vagones precintados llevando
hacia la muerte a las víctimas de ciertas dictaduras, si no nos
hubiéramos acostumbrado a ver furgones en donde las reses agonizan
sin alimento y sin agua, de camino hacia el matadero; menos caza
humana derribada de un tiro si la afición y la costumbre de matar no
fueran patrimonio de los cazadores. Y en la humilde medida de lo
posible, cambiemos (es decir, mejoremos, si es que se puede) la
vida. (Tomado
de El tiempo, gran escultor de M. Yourcenar 1981, en
traducción de Emma Calatayud).
La vida es algo diferente a dejarse administrar la muerte.
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