domingo, 10 de septiembre de 2023
Pareceres XXVIII
sábado, 9 de septiembre de 2023
"Solo sé que no sé nada"
Escribe Fernando Savater en su libro Las preguntas de la vida (2008) a propósito de la frase más famosa que se le atribuye a Sócrates (479-399 a. de C.):
«Sólo sé que no sé nada», comenta Sócrates, y se trata de una afirmación que hay que tomar -a partir de lo que Platón y Jenofonte contaron acerca de quien la profirió- de modo irónico.
«Sólo sé que no sé nada» debe entenderse como: «No me satisfacen ninguno de los saberes de los que vosotros estáis tan contentos. Si saber consiste en eso, yo no debo saber nada porque veo objeciones y falta de fundamento en vuestras certezas. Pero por lo menos sé que no sé, es decir que encuentro argumentos para no fiarme de lo que comúnmente se llama saber. Quizá vosotros sepáis verdaderamente tantas cosas como parece y, si es así, deberíais ser capaces de responder mis preguntas y aclarar mis dudas. Examinemos juntos lo que suele llamarse saber y desechemos cuanto los supuestos expertos no puedan resguardar del vendaval de mis interrogaciones. No es lo mismo saber de veras que limitarse a repetir lo que comúnmente se tiene por sabido. Saber que no se sabe es preferible a considerar como sabido lo que no hemos pensado a fondo nosotros mismos. Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen para las preguntas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena de vivirse.»
O sea que la filosofía, antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja. Antes de ofrecer las respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos. Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar lo que conocemos mal o no conocemos aunque creamos conocerlo: antes de saber por qué afirma lo que afirma, el filósofo debe saber al menos por qué duda de lo que afirman los demás o por qué no se decide a afirmar a su vez. Y esta función negativa, defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que creen que saben el filósofo sea el único que acepta no saber pero conoce al menos su ignorancia.
Sería interesante buscar el origen de esta falsa atribución, dado que, como dijimos en Sócrates visto por Quino, el hijo de la partera nunca dijo eso, sino lo más parecido, en todo caso, según nuestras fuentes literarias que son Jenofonte y Platón: no creo saber lo que no sé.
Quizá haya que rastrear el origen del dicho en Cicerón, como escribíamos en Miseria de la filosofía después de Sócrates, quien utiliza en Cuestiones Académicas (I,16) la fórmula nihil se scire dicat nisi id ipsum: que dice que él (Sócrates) nada sabe excepto eso mismo, pero el propio Cicerón nos ha comentado que lo característico de Sócrates era discurrir sin llegar a afirmar nunca nada positivo (ita
disputat ut nihil adfirmet ipse), por lo que ese "excepto eso mismo" quiere decir anafóricamente "no sé", y no algo positivo como "sé que no sé". Quizá ahí esté el origen de la famosa paradoja socrática.
Copio la traducción de Julio Pimentel Álvarez: Éste, en casi todos los diálogos que fueron escritos en forma variada y copiosa por los que lo oyeron, de tal manera disputa que nada afirma él mismo, refuta a otros, dice que no sabe nada, excepto eso mismo, y que aventaja a los demás en el hecho de que éstos juzgan que saben lo que ignoran, mientras él mismo sólo sabe esto: que nada sabe y que él juzga que por Apolo fue llamado el más sabio de todos porque ésta es la única sapiencia: no juzgar que uno sabe lo que ignora.
El empeño socrático consistía según
el arpinate (Conversaciones en Túsculo, libro I, XLII) en mantener hasta
el límite (tenet ad extremum) aquello suyo (de Sócrates) de no afirmar
nada (suum illud, nihil ut adfirmet). Mal se aviene esto con la afirmación contradictoria de que sabía que no sabía, que según Savater sólo podría entenderse, si lo hubiera dicho alguna vez, como muestra de la socrática ironía.
viernes, 8 de septiembre de 2023
Escueta mensajería
La paradoja de la felicidad: si quieres ser feliz, no busques la felicidad, incompatible con la realidad, en el presente, sino en el pasado o el iluso porvenir.
jueves, 7 de septiembre de 2023
Aquella vieja y bella canción
miércoles, 6 de septiembre de 2023
El fin del mundo y de las cosas
¿Qué es la Nueva Normalidad si no la digitalización del mundo o idealización a través de imágenes y cuantificación numérica de la Realidad, por decirlo de otra manera, y, en última instancia, también de nosotros mismos?
El proceso de digitalización había comenzado mucho antes de la pandemia, a principios del siglo XXI, con lo que se dio en llamar la Revolución Tecnológica; sin embargo el cambio vertiginoso de paradigma sólo podía darse con un acontecimiento brusco, con un golpe de timón contundente como fue la Pandemia Universal declarada por la OMS, avalada por la mayoría de los gobiernos y por la desproporcionada cobertura mediática que obtuvo, factores que aceleraron el fenómeno sobremanera, y que nos condenaron al aislamiento del confinamiento sanitario.
En la fase actual en que nos encontramos de pospandemia, no podemos evitar la tentación cuando estamos con otras personas de consultar nuestros teléfonos inteligentes. Ellos son la sede ahora de nuestra memoria y de nuestra actividad cerebral, por lo que, a pesar de la interconexión reinante, nos sentimos más incomunicados y más solos que nunca.
En lugar de tejer relaciones con los demás, nos proyectamos cada vez más en nosotros mismos, y acumulamos amigos y seguidores, sin encontrarnos los unos con los otros. La digitalización hace desaparecer al otro, permitiendo que florezca el narcisismo y la egolatría.
Si la pandemia agravó la pérdida de lazos de comunidad, la pospandemia, no ha hecho que volvamos a la situación anterior a la pandemia, sino que vivamos esta nueva fase como un intervalo entre pandemias, que ya se han instalado en nuestro imaginario colectivo. De hecho, la OMS ya pronostica para el año que viene una nueva pandemia bajo la amenaza permanente de “otro patógeno emergente con un potencial aún más mortal".
Vivimos en estado permanente de alarma, aunque ahora estemos en posición de stand by, por lo que las cosas no han vuelto ni volverán a ser nunca como antes. De hecho, podemos decir, las cosas van desapareciendo paulatinamente de nuestro mundo, y también las personas, convertidas en 'contactos' sin tacto.
Ya no hay cosas ni personas en el mundo. Se puede decir que el fin del mundo tal y como lo conocíamos ya ha tenido lugar. Cosas y personas han sido sustituidas por las ideas platónicas y por los números que las cuantifican. Las ideas han desplazado a las cosas. Hemos vuelto a la caverna de Platón. La digitalización ha hecho que el mundo, informatizado, sea menos tangible, menos palpable, menos físico, y más ideal, pero no por ello menos real, y ha hecho que se multiplique como un tumor cancerígeno la información.
Narciso, Caravaggio (1594-1596)
La digitalización elimina los recuerdos de nuestra memoria, que, atrofiada, pierde el sabor y el aroma de las cosas y acumula a cambio datos e información innecesaria almacenados en nuestro teléfono inteligente, que es la sede de nuestra memoria: es nuestra alma, nuestro consejero espiritual ante el que nos confesamos, nuestro objeto de fe y de devoción. Si queremos entender en qué tipo de sociedad vivimos, tenemos que comprender qué es la información, una información que se rebela enseguida falsa, que no permanece, dada su nula vigencia y su fugacidad. La información, no las cosas, es lo que define nuestra relación con el mundo pospandémico. Como acertó a decir ingeniosamente Byung-Chul Han, ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la Nube en su lugar.
Si percibimos la realidad no como una experiencia sensible, sino en términos de información, la estamos despojando de su esencia, y eso nos hace insensibles ante la belleza. Nuestra percepción se reduce a la información de los datos y noticias -ideas y números- de la realidad.
Si recurro a una imagen mitológica que explique lo que estamos viviendo, me viene enseguida a la cabeza la de “Eco y Narciso” que pintó John William Waterhouse en 1903, donde nosotros somos Narciso, que no ve a la ninfa Eco que representaría la realidad carnal y la belleza sensitiva que, triste, lo contempla a él que se contempla a sí mismo y no la ve a ella en el solipsismo del espejo de su teléfono inteligente, el lago en el que se sumergirá y ahogará.
martes, 5 de septiembre de 2023
¡No, otra vez no, por favor!
¿Aumentan los Casos? Se preguntaba el domingo un tal Robin Mckie, periodista de The Guardian, el periódico progresista inglés subvencionado por la filantrópica fundación de Bill y Melinda Gates, y respondía diciendo que sí debido a tres factores: la disminución en primer lugar de la inmunidad -la natural, si sigue habiéndola a estas alturas, y la adquirida artificialmente- frente a la enfermedad del virus coronado, el mal tiempo del verano (debido al cambio climático, se supone, que lo mismo nos trae una DANA que la ebullición global del planeta) y, ¡atención al tercer factor!, la proyección en salas de cine de superproducciones supertaquilleras como Barbie y Oppenheimer, que pueden haber provocado el aumento de los Casos por la mezcolanza de gentes infectadas que han ido irresponsablemente al cine a verlas en espacios cerrados donde el virus campa por sus fueros.
"Contrariamente a la creencia prevaleciente entre la gente culta, Huxley y Orwell no profetizaron la misma cosa. Orwell advierte que seremos vencidos por la opresión impuesta exteriormente. Pero en la visión de Huxley no se requiere un Gran Hermano para privar a la gente de su autonomía, de su madurez y de su historia. Según él lo percibió, la gente llegará a amar su opresión y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar.
Lo que Orwell temía eran aquellos que pudieran prohibir libros, mientras que Huxley temía que no hubiera razón alguna para prohibirlos, debido a que nadie tuviera interés en leerlos. Orwell temía a los que pudieran privarnos de información. Huxley, en cambio, temía a los que llegaran a brindarnos tanta que pudiéramos ser reducidos a la pasividad y el egoísmo. Orwell temía que nos fuera ocultada la verdad, mientras que Huxley temía que la verdad fuera anegada por un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva. Huxley temía que nuestra cultura se transformara en algo trivial, preocupada únicamente por algunos equivalentes de sensaciones varias. Como Huxley destacó en su libro 'Nueva visita a un mundo feliz', los libertarios civiles y racionalistas, siempre alertas para combatir la tiranía, «fracasaron en cuanto a tomar en cuenta el inmensurable apetito por distracciones experimentado por los humanos». En '1984', agregó Huxley, la gente es controlada infligiéndole dolor, mientras que en 'Un mundo feliz' es controlada infligiéndole placer. Resumiendo, Orwell temía que lo que odiamos terminara arruinándonos, y en cambio, Huxley temía que aquello que amamos llegara a ser lo que nos arruinara".
lunes, 4 de septiembre de 2023
Estado de emergencia permanente
domingo, 3 de septiembre de 2023
Europa, 1916
El dibujante neerlandés Louis Raemaekers (1869-1956), del que hablamos en Carteles contra la guerra y en Europa remasterizada y digitalizada, nos ha dejado numerosas obras sobre la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, en las que denunciaba la invasión alemana y las atrocidades cometidas por los que consideraba bárbaros, mientras que representaba el bando de los aliados como civilizados. Su obra se caracteriza por la denuncia de las guerras que emprendió Alemania en el pasado siglo, pero puede servirnos para condenar cualesquiera otras guerras en particular, y la guerra en general, como la que ahora se desarrolla en el siglo XXI en suelo europeo de Rusia contra Ucrania y la OTAN.
A propósito de las quejas de que los dibujos de Raemaekers sobre los horrores de la guerra eran muy sangrientos y de su alegoría Europa, 1916, escribía G. K. Chesterton lo siguiente:
Hay algunos críticos ingleses que aún no han considerado algo tan simple como que el alegato contra los horrores debe ser horrible. Sólo en este sentido, esta publicación de la obra del distinguido dibujante extranjero es algo que merece nuestra atención e iluminación. El punto central de la espantosa experiencia que hoy se ha tragado todas nuestras experiencias menores es que en cualquier caso nos enfrentamos a lo abominable; y lo más bello que podemos esperar mostrar es sólo una abominación de ello. Sin embargo, hay horror y horror. La distinción entre la exageración bruta y el énfasis artístico difícilmente podría estudiarse mejor que en la alegoría del Sr. Raemaekers, y el uso que hace del antiquísimo símbolo de la rueda.
Europa es representada arrastrada y rota sobre la rueda como en la antigua tortura; pero la rueda es la de un cañón moderno, de modo que el tenue fondo puede llenarse con la sugerencia de una maquinaria totalmente moderna. Se trata de una sátira muy verídica, pues hay muchos científicos que parecen reconciliarse con el aplastamiento de la humanidad por un vago entorno mecánico en el que hay ruedas dentro de ruedas. Pero la contención interior del artista se sugiere en el tratamiento del propio tormento, que se sugiere por un cierto desgarro en las vestiduras, mientras los miembros están flácidos y la cabeza casi somnolienta. No se esfuerza ni llora; tampoco se oye su voz en las calles. El artista no tenía que dibujar el dolor, sino la desesperación. El artista no tenía que dibujar el dolor, sino la desesperación; y aunque el dolor es bastante antiguo, la desesperación en particular es moderna. La víctima atormentada por un credo podía al menos gritar "Me he convertido". Pero aquí incluso los términos de la rendición son irreconocibles; y ella sólo puede preguntar "¿Soy civilizada?".
En esta otra representación de la mujer amarrada a la rueda del vehículo -un tanque- con una mano en el fuego, bajo el epígrafe "Prusianismo y civilización" figura una frase terrible de Friedrich von Bernhardi, el teórico militar prusiano más influyente de comienzos del siglo XX: Might is the supreme right, and the dispute as to what is right is decided by the arbitrement of war. “El poder es el derecho supremo, y la disputa sobre lo que es correcto se decide mediante el arbitraje de la guerra." Cuya continuación es: War gives a biologically just decision since its decision rest on the very nature of things. "La guerra da una decisión biológicamente justa ya que su decisión descansa en la naturaleza misma de las cosas".
sábado, 2 de septiembre de 2023
Panacea Universal
viernes, 1 de septiembre de 2023
Parresia
Menuda pajarraca, astuta como ella sola y de pocos escrúpulos, si es que tiene alguno todavía, la lideresa de la Unión Europea, doña Ursula von der Leyen. Publica un mensaje en tuíter en el que cambiando orgüelianamente la terminología, llama “transparencia” a lo que es "opacidad" y consagra así la imposición de la censura en la vieja Europa que regenta con el pretexto de luchar contra la desinformación en el ámbito digital.
Reclama esa misma transparencia que ella no tuvo cuando negoció con el Laboratorio Pfizer, a través de mensajes cortos que se borraron casualmente de su ordenador, los contratos de las salvíficas inoculaciones que sin embargo no salvaron a nadie de contraer el peligrosísimo patógeno, sino todo lo contrario.
Dice que quiere introducir los valores europeos (European values) en el mundo digital y lo que hace es crear el orgüeliano Ministerio de la Verdad, que decidirá lo que es informativo y lo que no, como si la libertad de expresión no fuera uno de esos valores europeos, consagrada desde los antiguos griegos bajo el nombre de παρρησία (parresia), esa capacidad que hay que reivindicar ahora más que nunca de decir (-resia) valientemente uno todo (pan-)lo que tiene que decir sin guardarse nada, hablando con franqueza y sin miedo de ofender a nadie.
Anuncia la pajarraca estrictas reglas (strict rules) sobre transparencia, en realidad opacidad, y responsabilidad (accountability en la lengua del Imperio que ella utiliza), todo para proteger a nuestros niños, sociedades y democracias (sic).
Y advierte que desde el día de la fecha (el pasado 25 de agosto) las plataformas digitales de la Red Informática Universal deberán aplicar la nueva ley que consagra la censura bajo el nombre de lucha contra la desinformación, imponiéndose la versión oficial como única versión, lo mismo que se impuso entre nosotros durante la pandemia, pero ahora con el apoyo de la ley.
La anunciada Ley de Servicios Digitales que ya está en vigor (Digital Services Act) revela que en la era digital, los gobiernos del universo mundo no quieren dejar de controlar la narrativa informativa, imponiendo su discurso sobre los demás, la llamada "versión oficial". Cualquier voz crítica o disidente es etiquetada enseguida como misinformation en la lengua del Imperio, desinformación en la nuestra. Los fact checkers o verificadores de los hechos narrados son los censores encargados de proteger la Versión Oficial, que pasa por ser la verdad revelada que necesitan los gobiernos para asegurar su gobernanza, dado que gobernar es mentir, marcando como falsa cualquier otra información alternativa que se oponga a ella, lo que pone en muy serio peligro la libertad de expresión y la parresia.
No puedo dejar de citar, a propósito, al filósofo francés Michel Foucault, que en su 'Discurso y verdad en la antigua Grecia' (Ed. Paidós, I.C.E. de la U.A. de Barcelona, 2004), introduciendo el neologismo 'parresiasta' para el que hace uso de la parresia, escribe lo siguiente:
El hecho de que un hablante diga algo peligroso —diferente de lo que cree la mayoría— es una fuerte indicación de que es un parresiasta Cuando planteamos la cuestión de cómo podemos saber si aquel que habla dice la verdad, estamos planteando dos cuestiones. En primer lugar, cómo podemos saber si un individuo particular dice la verdad; y, en segundo lugar, cómo puede estar seguro el supuesto parresiasta de que lo que cree es, de hecho, verdad. La primera pregunta —reconocer a alguien como parresiasta —fue muy importante en la sociedad grecorromana y, como veremos, fue explícitamente planteada y discutida por Plutarco, Galeno y otros. Sin embargo, la segunda pregunta escéptica es especialmente moderna y, pienso, ajena a los griegos.
Se dice que alguien utiliza la parresia y merece consideración como parresiasta solo si hay un riesgo o un peligro para él en decir la verdad. Por ejemplo, desde la perspectiva de los antiguos griegos, un profesor de gramática puede decir la verdad a los niños a los que enseña y, en efecto, puede no tener ninguna duda de que lo que enseña es cierto. Pero, a pesar de esa coincidencia entre creencia y verdad, no es un parresiasta. Sin embargo, cuando un filósofo se dirige a un soberano, a un tirano, y le dice que su tiranía es molesta y desagradable porque la tiranía es incompatible con la justicia, entonces el filósofo dice la verdad, cree que está diciendo la verdad y, más aún, también asume un riesgo (ya que el tirano puede enfadarse, castigarlo, exiliarlo, matarlo).