¿Aumentan los Casos? Se preguntaba el domingo un tal Robin Mckie, periodista de The Guardian,
el periódico progresista inglés subvencionado por la filantrópica fundación de Bill y Melinda
Gates, y respondía diciendo que sí debido a tres factores: la
disminución en primer lugar de la inmunidad -la natural, si sigue habiéndola a estas alturas, y la adquirida
artificialmente- frente a la enfermedad del virus coronado, el mal
tiempo del verano (debido al cambio climático, se supone, que lo mismo nos trae una DANA que la ebullición global del planeta) y, ¡atención
al tercer factor!, la proyección en salas de cine de superproducciones supertaquilleras como Barbie y Oppenheimer, que pueden haber
provocado el aumento de los Casos por la mezcolanza de gentes infectadas que han ido irresponsablemente al cine a verlas en espacios
cerrados donde el virus campa por sus fueros.
El
caso es que se vuelve a hablar de que hay Casos, vuelve a haber Casos. Vuelve, por lo tanto,
la emergencia de la enfermedad del virus coronado, que se traduce en la
venta y adquisición compulsiva de test de autodiagnóstico en las
farmacias, que se han agotado enseguida, para saber si uno tiene el estigma. Pronto sonará la alarma roja de nuestros móviles metiéndonos miedo ante la nueva versión actualizada de Covid 2.O persistente.
Cuando
muchos creían que la pesadilla se había terminado, resulta que no es así, que volvemos a empezar, y que después de la fase pospandémica en la que
estábamos instalados, no se vuelve ya nunca a la vieja
normalidad de la prepandemia, sino que volvemos a la fase pandémica.
La emergencia no acabará ya nunca, una vez instalada en nuestros dispositivos interiores, sino que volverá a empezar de nuevo porque vivimos, por si alguien no se ha
enterado todavía, en el estado permanente de emergencia perpetua, en lo
que Diego Fusaro ha denominado “la nueva normalidad del capitalismo
terapéutico”, que es el método de gobierno funcional del régimen democrático
neoliberal que padecemos donde resulta indiferente que gobierne la izquierda, la derecha o sus extremidades.
Gracias
a la declaración del estado de emergencia o de alarma, el Estado puede
imponer -implementar, decían los pedantes de nuestros mandamases-
medidas y normas que en ausencia de dicha emergencia nunca habrían
podido aplicarse porque nunca habrían sido aceptadas.
¿Habría, en efecto, aceptado alguien en su sano juicio los arrestos domiciliarios de
personas sanas, la imposición de mascarillas en todos los espacios públicos,
la distancia social, y el infame pasaporte o certificado de vacunación
para poder viajar o entrar en algún restaurante o espectáculo si no nos hubieran metido hasta la médula el miedo a la muerte y engañado?
Estas medidas represivas, presentadas como medidas sanitarias
extraordinarias avaladas por los expertos, que son los doctores que no
conoce nadie que tiene la Santa Madre Iglesia de la Ciencia, sólo son
aceptadas e incluso reclamadas por la mayoría de la población porque se
presentan como un mal menor necesario que pretende evitar un mal mayor
apocalíptico y futuro.
Se
ha inaugurado así el paradigma de la emergencia como arte de gobierno
donde se considera lo inaceptable como inevitable, lo extraordinario como lo más
normal del mundo, y las medidas políticas de control de la población como
recomendaciones terapéuticas científicas.
El Ogro Filantrópico que decía el poeta
Octavio Paz ha logrado que el golpe de Estado mundial del Great Reset pueda ser
aceptado por la inmensa mayoría de la población porque no se presenta
como lo que es, un experimento de control político, sino como una medida que puede resultar desagradable y que no nos gusta a muchos pero que es por nuestro propio bien y pretende salvarnos la vida a todos y
cada uno de nosotros. De este modo el sistema -el capitalismo, digamos- produce lo intolerable y al mismo tiempo, en palabras de Fusaro, sujetos dispuestos a tolerarlo. Ahí radica lo perverso de su fuerza.
Addendum: Decía Neil Postman en el prefacio de 'Divertirse hasta morir' que:
"Contrariamente a la creencia prevaleciente entre la gente culta,
Huxley y Orwell no profetizaron la misma cosa. Orwell advierte que
seremos vencidos por la opresión impuesta exteriormente. Pero en la
visión de Huxley no se requiere un Gran Hermano para privar a la gente
de su autonomía, de su madurez y de su historia. Según él lo percibió,
la gente llegará a amar su opresión y a adorar las tecnologías que
anulen su capacidad de pensar.
Lo que Orwell temía eran aquellos que
pudieran prohibir libros, mientras que Huxley temía que no hubiera razón
alguna para prohibirlos, debido a que nadie tuviera interés en leerlos.
Orwell temía a los que pudieran privarnos de información. Huxley, en
cambio, temía a los que llegaran a brindarnos tanta que pudiéramos ser
reducidos a la pasividad y el egoísmo. Orwell temía que nos fuera
ocultada la verdad, mientras que Huxley temía que la verdad fuera
anegada por un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos convirtiéramos
en una cultura cautiva. Huxley temía que nuestra cultura se transformara
en algo trivial, preocupada únicamente por algunos equivalentes de
sensaciones varias. Como Huxley destacó en su libro 'Nueva visita a un
mundo feliz', los libertarios civiles y racionalistas, siempre alertas
para combatir la tiranía, «fracasaron en cuanto a tomar en cuenta el
inmensurable apetito por distracciones experimentado por los humanos».
En '1984', agregó Huxley, la gente es controlada infligiéndole dolor,
mientras que en 'Un mundo feliz' es controlada infligiéndole placer.
Resumiendo, Orwell temía que lo que odiamos terminara arruinándonos, y
en cambio, Huxley temía que aquello que amamos llegara a ser lo que nos
arruinara".
Resulta curioso ver ahora con el "paradigma de la
emergencia", cuando "el sistema produce lo intolerable y los sujetos
dispuestos a tolerarlo", cómo confluyen ambas visiones al permitir
utilizar sin complicaciones a Orwell y "transicionarnos" plácidamente al
horrendo escenario vislumbrado por Huxley.