viernes, 28 de enero de 2022
Saturno devorando a sus hijos
jueves, 27 de enero de 2022
Tambores de guerra
La casta dominante cambia de narrativa oficial y nos ofrece ahora el relato de una guerra inminente en la Europa del este, entre la madre Rusia y Ucrania, para salir huyendo de la crisis sanitaria y mediática coronaviral. El viejo truco del rabo del perro de Alcibíades, quien para distraer a la opinión pública ateniense decidió, como se sabe, cortarle el rabo a su perro suministrando así otro tema de conversación relativo a su persona, pero que distrajera de otros más turbios negocios con él relacionados. Cuando la situación interna de los países miembros del engendro de la Unión Europea está bloqueada, una buena crisis externa permite colaborar en la tarea de reducción de la población y fomentar el patriotismo y el ardor guerrero del que viven los traficantes de armas y los creadores de noticias.
No es nada nuevo. ¿No recuerdan los mayores la enorme mentira inventada por la CIA y la Casa Blanca para justificar la invasión de Iraq y el derrocamiento del sátrapa mesopotámico de la existencia de armas de destrucción masiva que amenazaban al estado de Israel, bendito de Jehová, y a toda Europa, conflicto -se popularizó entonces este eufemismo de 'guerra'- que enriqueció a los traficantes de armas estadounidenses y a los medios de comunicación ávidos de crear cortinas de humo?
Los mismos europeos que se tragaron el cuento chino del virus de Wuhan, todo un montaje que permitió a los laboratorios farmacéuticos enriquecerse con el dinero de las arcas públicas de los contribuyentes del viejo continente y casi del entero mundo, se tragarán ahora el cuento de que el Zar es el peor dictador que ha existido y que la guerra es algo bueno, siempre y cuando no nos salpique mucho a nosotros, nos mantenga entretenidos e informados y no nos impida irnos de vacaciones para desconectar de vez en cuando.
Así que la élite occidental tiene que cambiar de coartada para seguir ganando dinero engañando a la opinión pública. Hay quien creía que la nueva superchería sería la "emergencia climática" para pasar de una dictadura a otra, pero, aunque hemos entrado en el invierno, este no ha producido realmente las catástrofes que darían crédito a la puesta en escena de dicho trampantojo. Así que hacía falta recurrir a algo más tradicional, algo tan viejo como la guerra de Troya, que no suele fallar históricamente: una buena escaramua guerrera contra el zar ruso para distraernos, para volver a unirnos después de la crisis sanitaria que tanto ha separado a amigos y familias, como si todavía tuviéramos algo que compartir con estos sinvergüenzas que viven del erario público inventando enemigos imaginarios entre los que han figurado los chivos expiatorios que nos hemos negado a inocularnos.
Parece que la tecnología quiere liberarnos de este mundo permitiéndonos fabricar otro u otros a nuestro antojo. Claro que así también tragamos más y mejor esta “nueva normalidad” en la que nos han metido, huyendo al dichoso Metaverso ese para evadirnos, donde, más allá del arco iris, en la nube que diríamos, el cielo es azul, y los sueños que nos atrevemos a soñar, que son los que nos mandan, se cumplen como en la empalagosa canción Somewhere over the rainbow. Lo que parece que está cada vez más claro es que si hace unos años internet servía para desconectar de la realidad y evadirnos un rato de ella, ahora va a ser nuestra prosaica realidad la que nos pueda servir para desconectar de la cada vez más todopoderosa Red de redes.
Permanezcan atentos a sus pantallas. China y Rusia están preparadas para la guerra, mientras nosotros nos preparamos para el espectáculo de la guerra. ¿Despertará alguna vez la opinión pública europea, convenientemente vacunada y anestesiada por los medios de masas, y comprenderá hasta qué punto le han mentido sus dirigentes del signo político que fueran -lo mismo da que da lo mismo- y hasta qué punto ha sido engañada otra vez?
miércoles, 26 de enero de 2022
Morir por las Ideas
¿Hay alguna idea por la que merezca la pena matar o morir, o simplemente vivir? No pocos jóvenes se hacen esta pregunta. ¿Hay algo por lo que merezca la pena sacrificarse en esta vida? Yo, que ya no soy joven, creo, sinceramente, que no. Si soy sabio, que no lo soy, y tengo alguans briznas de sabiduría no será por mis años, que no son pocos, sino por mis desengaños, que son muchos.
Preguntémonos en primer lugar: ¿Quién ha inventado esas ideas o ideales por los que supuestamente merece la pena morir o vivir, que para el caso viene a ser lo mismo? Los inventores de ideas e ideales suelen ser pederastas muy longevos, filósofos de luengas barbas blancas fundadores de sectas religiosas, que se rodean de jovenzuelos incautos a los que incitan a matar y a morir, pero ellos no suelen matar, no vaya a ser que los metan en la cárcel, ni morir por ideas tampoco, desde luego.
Decía Gandhi que por las ideas no se debía matar nunca, en todo caso se debía morir por ellas. Pero los verdaderos idealistas no suelen sacrificarse, sino incitar a los demás al sacrificio. Ellos alimentan las ideas vivas para que otros hagan el trabajo sucio de matar y morir por ellas.
Están también, además de las ideas, las religiones: el cristianismo, por ejemplo. Cierto que ya lleva dos mil años de rodadura por el mundo, pero si ha durado tanto no es porque sus fieles hayan dado la vida por él en santo martirio, ya que si lo hubieran hecho no habría cristianos ni Cristo que lo fundó a estas alturas, sino porque han matado por él organizando cruzadas y guerras santas en nombre de la sacrosanta Cruz. Lo mismo vale para el islam.
Si vemos al enemigo no como alguien a quien se puede matar, sino como alguien con quien se puede vivir, convivir, no habría guerras. Recordemos que la palabra “enemigo” procede del latín “inimicus”, que quería decir “in-” no y “-amicus” amigo, o sea que enemigo es el que no es amigo. Y recordemos también que “amigo” viene de “amor”. Pues eso, no habría guerras en el mundo, como decíamos, ni siquiera guerras santas, perdón, guerras justas o intervenciones humanitarias, como dicen ahora con moderno eufemismo para disimualr la sangre del campo de Marte. No las habría si no tenemos enemigos. Si no tuviéramos enemigos, haríamos el amor y no la guerra.
Sirva este lugar de modesto homenaje a Georges Brassens, el François Villon de la canción francesa, trovador genial donde los haya habido, que cantaba aquello de ¿morir por las ideas para dar sentido a nuestra existencia? Sí, pero poco a poco, sin prisa, con una muerte lenta que dure... toda la vida.
En esta canción se lanza Brassens contra lo que es la forma de dominación más abstracta, y a la vez, por eso mismo, la más mortífera, que tiene el Poder, que es la Idea adoptada como idea personal, que se identifica con la muerte, como sucede en la vida cotidiana, donde se reduce la vida a la idea de la vida, o sea a muerte, dado que la idea es la muerte de la cosa.
Ofrezco la versión para cantar que hizo Agustín García Calvo de la canción de Brassens:
¡Morir por una idea!: idea interesante; / por no tenerla, yo por poco fallecí: / pues los que la tenían, mayoría aplastante, / aullando "¡Muera, muera!" se echaron sobre mí. / En fin, me han convencido; mi Musa desatenta / reniega de su error, y vota su moción; / con una leve enmienda a la formulación: / por la idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.
Visto que nada va a perderse con la espera, / vamos al otro barrio sin prisa por llegar; / pues, si aprieta uno el paso, puede ocurrir que muera / por ideas que ya han mandado retirar. / Pues bien, si hay algo amargo y triste, es darse cuenta, / al rendir uno a Dios el alma, de que no / cogió la buena idea, de que se equivocó. / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.
De ideas que den pie para estirar la pata / sectas de mil colores ofrecen arsenal; / así que si pregunta la víctima novata / "Morir por una idea, muy bien, pero ¿por cuál?"; / y, como se parecen una y otra y cuarenta, / al verlas con sus mil pendones avanzar / el listo en torno al hoyo da vueltas sin parar. / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.
Y al menos, si bastara un par de escabechinas / para que todo al fin cambiara y fuera bien, / después de tantos siglos de ilustres sarracinas / tendríamos acá que estar ya en el Edén; / mas la Edad de Oro siempre mañana se presenta: / el Dios del Ideal jamás calma su sed; / y es siempre muerte y muerte, muerte una y otra vez. / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.
Ustedes, los que animan a pasar por el tajo, / mueran delante; el paso les cedemos, y ya; / pero dejen vivir a los otros, ¡carajo!: / la vida es todo el lujo que en vida se les da. / Porque, al fin, la Pelona nunca pierde la cuenta: / no hace falta que nadie le ayude en su misión. / ¡Basta de fantochadas al pie del paredón! / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.
martes, 25 de enero de 2022
¿Quién cree en el periodismo?
En el santoral laico ayer, 24 de enero, se celebró la efeméride del día del periodista. La AMI (Asociación de Medios de Información) publicó la siguiente publicidad, valga la redundancia, para propaganda bajo el título de “Gracias por mantenernos bien informados” y con el hashtag de índole religiosa #CreemosEnElPeriodismo, que presenta el Periodismo, con mayúscula honorífica, como un artículo de fe en el que al parecer la gente, escéptica por naturaleza, cree a pie juntillas.
Así dice el comunicado publicitario de la susodicha Asociación de medios de masificación, o sea de conversión de la gente en masas amorfas: “En los dos últimos años, nuestros periodistas han cumplido con su compromiso con la sociedad con seriedad y entrega, contrastando las informaciones y evitando excesos en momentos de extraordinaria incertidumbre. Gracias por vuestro trabajo.”
No hay que agradecer un trabajo que sólo ha servido para consolidar el terrorismo de la crisis sanitaria que impusieron al mundo la Organización Mundial de la Salud, por señalar en primera instancia al principal responsable, y demás organismos internacionales que están en la mente de todo el mundo, secundados rápidamente por la mayoría de los gobiernos tanto de derechas como de izquierdas que entraron en pánico.
No hay que agradecerles nada a los periodistas: salvo que, horros de sentido crítico y de profesionalidad, han practicado a mansalva el terrorismo informativo convirtiéndose en la voz sumisa y obediente de su Amo.
En El periodismo como sostén de la realidad escribíamos: Facta non uerba (hechos, no palabras) dice el proverbio clásico, pero no hay facta sin uerba, no hay actualidad sin un periodismo que la sostenga. La actualidad no deja de ser una de las hipóstasis de la eternidad, al igual que los bancos son la hipóstasis del capitalismo. Y el hecho de que los hechos, valga la redundancia, necesiten palabras muestra de alguna manera su vulnerabilidad e inconsistencia, y revela que quizá no estén tan hechos como parecen a simple vista.
No, no vamos a salir a las ventanas y balcones a aplaudirles a las ocho de la tarde en reconocimiento de su labor profesional como gratitud. No tenemos nada que agradecerles. Y sí mucho, muchísimo, que reprocharles: todo.
lunes, 24 de enero de 2022
Más telegramas
El gobierno, de vacaciones. ¿Cómo vamos a estar dos semanas desgobernados? Va a ser el caos. Dice un alma cándida, pero ¿hay acaso más caos que el gobierno?
A punto de finalizar la exitosa serie El cuento chino del virus de Wuhan, se estrena el lunes la prometedora El zar invade Ucrania levantando gran expectación.
Medidas sanitarias en caso de guerra: mascarilla, distancia física, gel hidroalcohólico, desinfección de granadas y salvoconducto de acceso al campo de batalla.
Crean un conflicto internacional para llenar los telediarios y para, al mismo tiempo, vaciarlos de paso de la cansina narrativa terrorista del virus asesino.
Durante el año 2020 de la era cristiana se propagó que los que gozaban de buensa salud eran enfermos asintomáticos, una amenaza letal para la vida de los otros.
Pretender dedicarse a salvar abstracciones fetichistas como el planeta o la vida es la nueva religión que exige que nos sacrifiquemos por mor de esos ideales.
Doctores tiene la Iglesia, o sea la comunidad científica, que en lugar de encomendarnos a la razón y la sabia duda, nos instilan una fe ciega en sus creencias.
domingo, 23 de enero de 2022
Gasajémonos de hucia
He aquí un villancico, en el primitivo sentido de la palabra, de Juan del Encina (1469-1529) que me he permitido
“traducir” y poner en castellano actual, dado que contiene algunas
palabras que han caído ya en desuso como gasajarse, gasajoso y gasajo, huzia ó hucia, descruciar,
cordojo, aburrir (con el sentido de aborrecer) y pensoso.
Gasajémonos de huzia, / qu'el pesar / viénese
sin le buscar.
Gasajemos
esta vida, /descruziemos del trabajo; / quien
pudiere haver gasajo, / del cordojo se despida. / ¡Dele, dele
despedida, / qu'el pesar / viénese sin le
buscar!
Busquemos
los gasajados, / despidamos los enojos; / los que se dan a
cordojos / muy presto son debrocados. / ¡Descuidemos los
cuidados, / qu'el pesar / viénese sin le
buscar!
De los enojos huyamos / con todos nuestros
poderes; / andemos tras los plazeres, / los
pesares aburramos. / ¡Tras los plazeres corramos, /
qu'el pesar / viénese sin le
buscar!
Hagamos siempre por ser / alegres y
gasajosos; / cuidados tristes, pensosos, / huyamos de los
tener. / ¡Busquemos siempre el plazer, / qu'el
pesar / viénese sin le buscar!
Disfrutemos bien a gusto (con confianza, sin remilgos) / que el
pesar / viene sin irlo a
buscar.
Disfrutemos de esta vida, / evitemos su trabajo; / el que
tenga un agasajo / de congoja se despida. / ¡Déle, déle despedida,
/ que el pesar / Viene sin irlo a buscar!
Busquemos el agasajo, / despidamos los enojos; /
los que se dan a congojos / pronto se vienen abajo. / ¡Descuidemos
los cuidados, / que el pesar / viene sin irlo a
buscar!
De los problemas huyamos / con todos nuestros poderes; / andemos
tras los placeres, / pesares aborrezcamos. /
¡Tras los placeres corramos, / que el pesar / viene sin irlo a
buscar!
Hagamos siempre por
ser / alegres y cariñosos; / cuidados tristes, penosos, /
evitemos padecer. / ¡Busquemos siempre el placer, / que el pesar /
viene sir irlo a buscar!
sábado, 22 de enero de 2022
Borges espurio y auténtico
"Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
declinaría, créanme, tal eventualidad,
harto de la fatiga de esta triste existencia
y de esta realidad falsa en sus apariencias,
harto de soportar la gravedad del mundo
como el gigante aquel que fascinaba al niño
que era yo y que hojeaba láminas de los libros
de la mitología de griegos y romanos,
antes de que él supiera que iba a ser su destino
ser Atlante fatal, su fatídico sino,
valga la redundante torpeza literaria.
No hay instante que valga la pena de vivirlo
ni el hastío tedioso de volverlo a vivir.
Déjenme en paz librarme de esta guerra, la vida;
déjenme que me muera no más, si ya he vivido."
Yo soñé esta mañana que moría y sentía
una gran sensación de alivio. Desperté
del sueño, y desperté francamente feliz
no porque fuera un sueño, sino porque era libre.
Olvídense de Borges, olvídense de mí.
oOo
viernes, 21 de enero de 2022
¡Malditos protocolos!
Que 'protocolo' es una palabra griega, cuyo prefijo proto- en la lengua de Homero quiere decir 'primero', salta a la vista enseguida comparándola con protagonista, prototipo o protozoo por ejemplo.
Encontramos en nuestra lengua en 1611 (Covarrubias) atestiguado el término 'protocolo' como 'serie de documentos notariales', 'ceremonial', tomado del latín tardío protocollum, y este a su vez del griego bizantino πρωτόκολλον (prōtócollon) con el significado de 'hoja que se pegaba a un documento para darle autenticidad', propiamente 'lo que se pegaba en primer lugar'. El segundo término griego que entra en el compuesto es κόλλα, que significa 'pasta para pegar, goma, cola', lo que sugiere el engrudo con el que nos pegan el cartel del sambenito.
La docta Academia recoge hasta cinco definiciones del término 'protocolo'. La más conocida hasta la fecha era “Conjunto de reglas establecidas por norma o por costumbre para ceremonias y actos oficiales o solemnes”. De hecho se leía a veces que algún personaje de la realeza se había saltado el protocolo, ridículas normas que estaban por encima del común de la gente normal y corriente. Pero quizá la definición que se ha impuesto después de estos dos años de irrupción pandémica del virus coronado ha sido la cuarta, a la que le falta, sin embargo, el carácter normativo y regulador de comportamientos que han adoptado los sedicentes protocolos: “Secuencia detallada de un proceso de actuación científica, técnica, médica, etc.”
No deberíamos, sin embargo, menospreciar ni pasar por alto la quinta definición que da la docta Academia, circunscrita al campo de la informática, habida cuenta de la relación entre esta crisis sanitaria y el desarrollo de las telecomunicaciones: “Conjunto de reglas que se establecen en el proceso de comunicación entre dos sistemas.”
Hemos asistido a la implatación de protocolos covídicos. Así, por ejemplo, se dictan instrucciones para saber cómo hay que actuar cuando uno es 'positivo' o contacto estrecho, y se decreta un período de aislamiento para los casos positivos asintómáticos (repárese en la contradictio in adiecto) o con síntomas leves de un tiempo determinado que varía según el capricho protocolario de los expertos.
El mayor éxito de los protocolos sanitarios ha sido, sin duda alguna, convencer a las personas sanas de que debían ponerse en cuarentena porque aunque no tuvieran síntomas de ninguna enfermedad estaban enfermos, o podían estarlo en cualquier momento. Las personas que gozaban de buen estado de salud eran consideradas un peligro para la comunidad porque en realidad no estaban sanas, como pretendían, sino enfermas, porque eran personas-sanas-imaginarias ya sea en acto con levísimos síntomas o en potencia aristotélica, los llamados asintomáticos, por lo que fueron constreñidos, entre otras cosas, a llevar mascarillas nasobucales, guardar distancias de seguridad de hasta dos metros con los demás y, en algunos países, como el nuestro, a confinarse en sus hogares, y a encomendarse a la poción mágica para toda la población, incluida la infantil: el famoso 'café para todos', entre otras muchas más barbaridades.
Las personas sanas eran un peligro para la comunidad porque en realidad no estaban sanas como creían y parecían a simple vista, sino potencialmente enfermas, por lo que se decidió enseguida ponerlas en cuarentena, confinándolas en sus domicilios bajo eslóganes gubernamentales difundidos por las autoridades sanitarias como “Quédate en casa. Salva vidas”.
Lo que había por debajo de esta superchería científica no era un virus letal que iba a destruir a la humanidad, sino un golpe de Estado mundial contra los pueblos, perpetrado por los llamados fondos buitres que gobiernan los mercados. No se trataba de un golpe de Estado tradicional manu militari, sino de un auténtico coup d' État, de un Estado mundial o global como dicen ahora que fagocita y parasita la maltrecha soberanía popular.
Se veía aquí un conflicto entre la estructura superficial y la profunda del Estado, que no es ningún secreto, ya que los gobiernos no son los mandatarios, sino que, como sabemos, los que mandan son los más mandados. Algo huele a podrido en la Dinamarca del Estado Profundo que quiere unificar el planeta, como dicen ahora, bajo la bandera de un neoliberalismo globalizado, tecnocrático y digital, y bajo una ideología progresista. En verdad ya no hay derecha ni izquierda entre los partidos políticos que se reparten el pastel de los gobiernos, sino arriba y abajo, y la guerra es vertical, no horizontal.
Cuando van a cumplirse dos años de esta pesadilla de brote psicótico colectivo inducido por las autoridades sanitarias, algunos gobiernos empiezan a hablar tímidamente de levantar restricciones y de volver a la vieja normalidad. Pero el daño está hecho. Y es irreparable. E irreversible. Ya no hablan de derrotar al virus invisible al que le habíamos declarado solemnemente la guerra, renovando así la metáfora bélica, porque han visto que ninguna de las estrategias implementadas, incluidas las inoculaciones milagrosas, han servido para acabar con el enemigo invisible, sino para todo lo contrario, por lo que ahora empiezan a decirnos que tenemos que acostumbrarnos a convivir con él y con sus innumerables mutaciones y secuelas.
La epidemia, que fue declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud cambiando los criterios de definición para acomodar el ascua a su sardina, pasa a ser considerada ahora un mal endémico, una endemia con la que habrá que convivir como con el resto de las enfermedades, sin otorgarle ningún estatuto especial, como si fuera lo que siempre ha sido, una gripe, y sin tener que adoptar medidas restrictivas especiales que se han revelado al fin y a la postre completamente contraproducentes.
A fin de cuentas, vienen a decirnos, la pandemia no era más que una gripe con excesivo márquetin, dentro de una enorme operación comercial de digitalización, una gripe que, nos mintieron, no había desaparecido de la faz de la tierra gracias a las ridículas mascarillas y gestos de barrera.
El fracaso de su estrategia -no hay error que no hayan cometido, como ha escrito el doctor y profesor francés Christian Perrone- les lleva ahora a dar marcha atrás tímidamente, anulando los pasaportes y los ridículos toques de queda, rebatuizados entre nosotros por el doctor Sánchez o por alguno de sus pésimos asesores lingüísticos como "restricciones de movilidad nocturna". El problema de todo esto es que atrás han quedado muchos muertos, demasiados muertos que no han sido víctimas del virus coronado, aunque figuren así en las estadísticas con las que nos amedrentaban día y noche, sino de las políticas demenciales antivirales de los gobiernos dictadas por la Organización Mundial de la Salud, y acatadas sumisamente por los gobiernos vasallos porque lo mandaba el protocolo.
Recordemos la voz del sistema sanitario diciéndonos: Si tienes fiebre, quédate en casa. Y los ancianos, que han sido el grupo etario más afectado, muriéndose en las residencias porque no eran admitidos en los hospitales.
Se han restringido libertades de reunión, asociación, movimiento... todo en nombre de un supuesto Bien Común, que no era ni bueno ni común, sino que respondía a los intereses privados de las industrias farmacéuticas, del entretenimiento serial y a las tecnológicas de la comunicación que nos incomunica. Y nos han aplicado cientos de protocolos. Este palabro no deja de ser en realidad un eufemismo de las instrucciones que quieren que sigamos para regular nuestro comportamiento.
La primera vez que oí el término fue a un Jefe de Estudios de un Instituto de Educación Secundaria Obligatoria que encarecía a los profesores a aplicar el protocolo. No tenía en la boca otra palabra sino aquella a todas horas. Había que seguir el protocolo (protocol en la lengua del Imperio), lo que significaba que había que hacer no lo que él mandaba sino lo que estaba mandado, es decir, seguir las reglas de actuación programadas.
El Protocolo de Kioto,
desde el año 2005, que es cuando entró en vigor, era un reglamento
de la ONU sobre el Cambio Climático que tenía por objetivo reducir
las emisiones de seis gases de efecto invernadero con el objetivo de
salvar el Planeta. Los protocolos sanitarios han venido a salvarnos la vida, es decir, a darnos la extremaunción, ese acto litúrgico que nos embarca en la góndola de Caronte.
El
propio sistema educativo, que ha empujado a la muerte voluntaria a
tantos niños y adolescentes haciendo trizas su salud mental y haciendo que renuncien a la vida desde que comenzó la maldita pesadilla
de histeria colectiva de la pandemia, a los que ha mareado con tomas compulsivas de temperatura, mascarillas obligatorias, distancias de seguridad, encierros y confinamientos y sentimientos de culpabilidad y todo tipo de sermones moralistas solidarios, amén de inoculaciones, leo en la prensa de una de las taifas carpetovetónicas que ahora “trabaja en un protocolo para prevenir el
suicidio desde las aulas”. ¡Qué sarcasmo! ¡Qué manera de desollarlos o, lo que es lo mismo, de arrancarles el pellejo!
jueves, 20 de enero de 2022
La metáfora pedagógica del Buen Pastor
La metáfora pedagógica del profesor como pastor del rebaño es una ficción, una falsedad que interesa que sea real desde el momento en que se define a este como educador y no como mero enseñante, pero que puede desmontarse, y que García Olivo desmonta habitual- y lúcidamente como buen antipedagogo que es contraponiéndole otra y proponiéndonos por lo tanto un cambio de perspectiva: el profesor no es el pastor del rebaño, el Buen Pastor según la mitología cristiana que salva a la oveja descarriada, no; el profesor es, mercenario a sueldo del Estado y/o del Capital, él también, parte y no la menos importante sino pieza fundamental por cierto del sistema, es el perro guardián del rebaño y también y por lo tanto, sin embargo, nos guste o nos disguste, un borrego más.
miércoles, 19 de enero de 2022
Telegramas
España, o el inhóspito nosocomio y sanatorio-tanatorio donde el único negocio que florece es el de las pompas fúnebres de los acojonados que renuncian a vivir.
En las bodas de Caná faltó el vino. Jesús, cual Dioniso taumaturgo, mandó llenar unas tinajas de agua, y fluyó al fin la sangre de Cristo, alegría milagrosa.
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Si el niño adivinara el grado de envilecimiento del futuro adulto, rechazaría crecer y se volvería cada vez más pequeño, como el increíble hombre que menguaba.
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