La distancia interpersonal ya no será
determinante para obligar al uso de la mascarilla, como al parecer era hasta
ahora y no nos habíamos enterado muy bien... El Boletín Oracular
del Estado (BOE) promulga una ley que obliga a llevar el tapabocas en
cualquier espacio público, sin importar la distancia a la que uno se
encuentre de sus congéneres.
Hasta ahora, en la vía pública o
en los espacios al aire libre era obligatorio el uso de mascarilla
si no se podía mantener una distancia mínima de un metro y medio con el resto de la humanidad, según la
norma estatal, aunque las comunidades autónomas, más papistas que el papa, es decir que
papá Estado, habían establecido exigencias más duras con sus
propias excepciones que confirmaban la regla y que chocaban con la
legalidad vigente de ámbito estatal.
El Ejecutivo ha hecho los deberes y se
ha puesto al día, actualizando su página güeb para incluir que el cubrebocas* es obligatorio “siempre”. Y eso quiere decir que
también en la playa, ahora que llega el buen tiempo. Y esto
significa que también en las playas nudistas donde se permite a los
naturistas tomar el sol in puris naturalibus,pero con la mascarilla puesta en su
sitio... Se convierte así esta prenda en un complemento playero
imprescindible junto con el traje de baño, las chanclas, las gafas
de sol, la sombrilla... y los arenales de las playas, por su parte, se convierten en quirófanos y clínicas donde cada toalla es una cama de hospital de campaña atiborradas de enfermos imaginarios con máscaras quirúrgicas, gracias al Estado Terapéutico que vela por nuestra óptima salud.
No dice nada el BOE sobre el baño. Se
admite como exención de la mascarilla la práctica del deporte
individual, pero bañarse en la playa sorteando las olas y sumergiendo de vez en cuando la cabeza en el agua no es practicar la natación, que es un deporte olímpico, por lo que el baño de olas, como se decía antaño, no nos eximiría de llevar el embozo. Pero aquí empiezan los problemas:
si uno decide pegarse un chapuzón con la mascarilla obligatoria puesta, es muy
probable que esta dificulte su respiración, y si se empeña en meter la cabeza debajo del agua pueda provocar su propia asfixia. Claro que si uno se ahoga con el barbijo no habrá contagiado afortunadamente a nadie, gracias a lo que se habrá logrado lo que se pretendía con esta medida profiláctica, que era que descienda la tasa de contagios.
Si uno no se ahoga bañándose con el bozal reglamentario, es probable que este se deteriore y pierda su
funcionalidad y se venga abajo por su propio peso, desprotegiéndonos a nosotros y a los
demás, lo que acrecentará sin duda la incidencia de los contagios estivales. Uno se arriesga así, además, a que algún agente de policía que patrulle por allí para vigilar el cumplimiento de la legalidad vigente le
proponga amablemente para una sanción...
NOTA BENE.- La docta Academia de la lengua aclara que "los términos tapaboca(s) y cubreboca(s),
referidos a la mascarilla sanitaria, son igualmente válidos y se
documentan en el español americano, con diversa preferencia según las
áreas". Cubreboca(s) me parece a mí más políticamente correcto porque insiste en la cobertura protectora que supuestamente ofrece la prenda, mientras que tapaboca(s), más realista, aporta a la idea de "cubrir" la de cerrar lo que está descubierto o abierto. Además, la propia Academia recoge la locución verbal, de uso coloquial, "tapar la boca a alguien" y la define como "cohecharlo con dinero u otra cosa para que calle", y también "citarle un hecho o darle una razón tan concluyente que no tenga qué responder".
Vino una ola
era una canción deManolo Díaz (1967),
dramática y alarmista en su fondo y forma como ella sola. Alertaba de la llegada inminente de una ola gigantesca y peligrosa para los bañistas desprevenidos, como la persona
querida que se estaba bañando con el cantante. Éste le ruega, tendiéndole la mano, que se aferre a él después de repetir cuatro veces que viene una ola y que le dé la mano.
Viene una ola, viene una ola, viene una
ola, viene una ola, y su corriente te aparta de mí. / Dame la mano, dame la mano, dame la
mano, dame la mano, haz un esfuerzo y agárrate a mí.
Y, aunque no se nos dice porque hay una elipsis u omisión intencionada de un segmento narrativo importante, la ola se lleva a la persona querida. El
cantante le ruega entonces a Dios encarecidamente que salve a la persona amada, perdonándole la
vida, que no permita que se ahogue ya que se ha arrepentido...
¡Oh no, por Dios! ¡vuelve aquí!, ¡oh
Señor, por favor, sálvala! Yo te lo pido: ¡ayúdala, sé
buen amigo, perdónala, se ha arrepentido ya!
Pero sucede lo
inevitable, lo que el Señor no pudo o no quiso evitar, pese a la
encarecida súplica del cantante: vino la ola, lo repite cuatro veces, y se llevó a esa
persona querida; cuatro veces repite "algo querido". Nunca había sentido el cantante, que había visto
venir la tragedia, tantísima impotencia y tanto dolor.
Vino una ola, vino una ola, vino una
ola, vino una ola, y sin motivo el mar me robó algo querido, algo querido, algo
querido, algo querido; nunca he sentido yo tanto dolor.
Vuelve a repetirse el estribillo, que es la plegaria contrafactual del cantante al Señor para que no suceda lo que ha sucedido: ¡Oh no, por Dios! ¡vuelve aquí!, ¡oh
Señor, por favor, sálvala! Yo te lo pido: ¡ayúdala, sé
buen amigo, perdónala, se ha arrepentido ya!
Y secuatripite"viene una ola" como colofón de la canción y como advertencia para futuras oleadas.
Según algunos se trataba de una canción protesta por la ausencia de socorristas dedicados a salvar las vidas de los intrépidos bañistas en las playas españolas de aquellos años.
La gran ola de Kanagawa, Katsushika Hokusai (1830-1833)
Recordaba esa canción cuando leía esta mañana en un periódico cualquiera este titular: “Las restricciones de Semana Santa, claves para frenar
la cuarta ola.” Los periodistas recurren habitualmente a la metáfora de las olas para hablar, por ejemplo, de temperaturas muy elevadas, alertándonos de una “ola
de calor”. También recuerdo que en las postrimerías de la dictadura franquista y durante la
transición, con la denominada “apertura”, se hablaba, sobre todo en los medios más conservadores, de la “ola de creciente inmoralidad y de
pornografía y erotismo que nos invade”. Ahora nos alertan de que viene una ola, como en la canción de Manolo Díaz, pero esta vez pandémica, más propiamente epidémica, que es la cuarta según su cómputo. Por otra parte nos tranquilizan, porque hay unas "restricciones" que pueden frenarla.
Cada vez que se avecina un período vacacional
se intensifican las restricciones gubernativas supuestamente
“sanitarias”. En realidad no tienen que ver con nuestra salud física y mental, no menos
importante la una que la otra, sino con el Ministerio de Sanidad del Gobierno de España del que emanan, y de sus consejerías y versiones autonómicas vasallas y
adláteres. Al hacer de la salud el valor supremo de la vida por
encima de la libertad, nos restringen esta en nombre de la
seguridad y aquella en aras de la salvación de futuras vidas, lo que resulta
incongruente. Puede afirmarse sin empacho que hemos asistido a la
mayor represión de la libertad y de la sociedad a lo largo de nuestra vida sin que
la mayoría democrática y sumisa de la gente haya protestado ni levantado la voz.
No es extraño, pues, que
un periódico cualquiera del Régimen -y todos lo son de un modo u
otro- justifique las limitaciones gubernativas, encaminadas a
frenar la presunta cuarta ola con el fin supremo de “salvar vidas”. Su saludable, bienintencionado y salvífico propósito justificaría los medios,
en este caso unas medidas represivas que impiden nuestra movilidad
tanto en el tiempo como en el espacio, y que nos fuerzan a llevar
mascarilla para “filtrar” los supuestos virus que pululan en el
exterior y el interior de nosotros mismos así como a pedir cita
previa hasta para hacer nuestras necesidades fisiológicas más
elementales.
Pero una cosa es cierta:
desde la orilla no se ve ningún oleaje porque no hay cuarta ola, que no es más que una metáfora, aunque sí que existe mucha resignada expectación por su llegada. Son los que dictan las medidas restrictivas para evitar la
catástrofe los que paradójicamente conjuran, airean y
crean la catástrofe de la que después darán cumplida cuenta periodística. Juegan las autoridades sanitarias, con la ayuda
inestimable de los medios de manipulación y creación de la opinión
pública a su servicio y con el apoyo de los científicos a sueldo de los gobiernos
e industrias farmacéuticas, a hacer profecías falsas y apocalípticas para
justificar medidas que restringen nuestras libertades formales y
burguesas, que son las únicas que tenemos, aunque tampoco sean gran cosa.
Si no pasa nada después
de Semana Santa se dirá que ha sido gracias al seguimiento obediente
de dichas restricciones. Si pasa algo, cacarearán que "estaba cantado" y lo achacarán a nuestro
incumplimiento y falta de responsabilidad. Nos reprocharán como a niños pequeños que hemos sido malos y ahora tenemos que pagar el impuesto revolucionario en muertes e incidencias de casos y más casos cuya tasa subirá como la espuma a su conveniencia, por seguir con la metáfora marina, tras la resaca de la ola.
El lema de la
canción, que repetía machaconamente “viene una ola”, alcanzó
tanta popularidad en España en los años sesenta y setenta que los
hermanos Calatrava hicieron una versión bufa de ella que llegó a
tener tanta fama o más que la original. Uno de los hermanos canta la canción original, y el otro hace sus comentarios satíricos. No viene nada mal recordarla para reírnos un poco de tanto alarmismo alarmante y maldecir el estado de alarma (del italiano all(e) arme "¡a las armas!") a la espera del armisticio o supresión de hostilidades.
Iron Maiden, el legendario grupo
británico de heavy metal, cuyo nombre, la Doncella de Hierro, evoca una
terrible máquina de tortura medieval, dedicó una canción a la figura de
Alejandro Magno en su álbum Somewhere in Time, publicado en 1986.
La
letra refleja bastante bien algunas de las facetas más importantes que la historiografía le ha atribuido a
la figura de este personaje: la conquista de Asia Menor, la
difusión del helenismo, la fundación de Alejandría en Egipto, ciudad que
todavía lleva su nombre, y de tantas otras Alejandrías, la anécdota del nudo gordiano... No se
entiende sin embargo muy bien la afirmación que hace la canción de He
paved the way for Christianity ("¿allanó el camino a la Cristiandad?").
Se pueden afirmar muchas cosas sobre Alejandro, pero esa, precisamente, y
en sentido riguroso, no, a no ser que consideremos que la cruz se propagó por el mundo gracias a la espada. Alejandro es pagano, vivió y murió
en el siglo IV antes de Cristo (366-323), y bajo ningún concepto puede
considerarse un precursor del cristianismo.
La letra de la canción comienza
con una cita de Plutarco, que pone en boca de Filipo de
Macedonia, padre de Alejandro, cuando este cumplió 16 años: My son, ask for thyself
another Kingdom, for that which I leave is too small for thee: "Hijo
mío, reclama para tí otro reino, porque este que te dejo es demasiado
pequeño para ti".
He aquí un vídeo que subtitula la
letra de la canción en castellano sobre imágenes de la fallida y
espléndida película que Oliver Stone consagró a la figura de Alejandro
en el año 2004.
Frente al fenómeno de mitificación de la figura de Alejandro de la citada película y de la susodicha canción como difusor del helenismo a la que hemos asistido en la modernidad, se alza contra la opinión de estos papanatas el criterio de Séneca,
el filósofo cordobés, quien en una carta a su amigo Lucilio, la epístola
núm. 94, arremete contra la figura histórica del macedonio,
que propagó la guerra por el mundo entero.
De Alejandro Magno escribe: La locura de devastar
las tierras ajenas incitaba al desdichado Alejandro y lo impulsaba
hacia lo desconocido. ¿Piensas acaso que está cuerdo quien comienza
por realizar sus matanzas precisamente en Grecia, donde ha sido
educado? ¿Quien arrebata a cada uno lo que le es más querido: a
Esparta le impone la servidumbre y a Atenas el silencio? No
satisfecho con la ruina de tantas ciudades que Filipo había vencido
o comprado, abate a otras en otros países y propaga la guerra por el
mundo entero sin que, agotada, se detenga su crueldad en parte
alguna, al modo de las fieras salvajes que muerden más de lo que su
hambre reclama.
Ya tiene reunidos muchos reinos en uno solo, ya
los griegos y los persas temen al mismo déspota, ya sufren el yugo
hasta los pueblos que eran libres del poder de Darío; con todo, va
más allá del océano y del Oriente y se indigna de que la victoria
lo aparte de las huellas de Hércules y de Baco; se dispone a
violentar a la misma naturaleza. No es que quiera andar, es que no
puede detenerse, como las pesas arrojadas al precipicio que no se
detienen hasta yacer en el fondo.
El juicio que emite sobre
Alejandro es implacable: estaba loco. Su ira devastadora comienza por
Grecia. Alude Séneca, aunque no lo menciona expresamente, a la
destrucción de Tebas en el 355 ante porque la ciudad se había
rebelado ante el falso rumor de la muerte del macedonio, y menciona
el castigo que le infligió a Esparta, dominándola por el terror, y
a Atenas, a la que ofreció condiciones más favorables de rendición
privándola de su parresía o libertad de expresión. No pudo, sin
embargo, emular a Hércules y a Baco que, según la leyenda, habían
llegado hasta la India, porque cuando arribó con sus huestes al Indo, sus soldados, fatigados, le obligaron a volver sobre sus pasos
y a abandonar su loca carrera hacia adelante.
Concluye Séneca su
reflexión sobre este personaje, después de cargar también contra los romanos Pompeyo, Julio César y Mario: Éstos, mientras lo
trastornaban todo, eran trastornados ellos mismos a la manera de los
torbellinos, que hacen dar vueltas a los objetos que han arrebatado,
pero son ellos mismos los que dan vueltas primero y su acometida es
tanto más violenta por cuanto no pueden controlarse en absoluto; de
ahí que, habiendo ocasionado el mal a muchos, también ellos
experimentan aquella fuerza destructora con la que han dañado a
tantos. No hay que pensar que uno puede ser feliz a costa de la
infelicidad ajena.
“Que un jefe sea hombre o mujer no es algo que sea
relevante”. Esto lo ha declarado la primera fémina que alcanza el grado de
Teniente Coronel (“¿Tenienta Coronela?”) en el Ejército de España y que lucirá,
por lo tanto, las dos estrellas de ocho puntas en las hombreras de su guerrera,
recibiendo el tratamiento correspondiente, si todavía se estila, de Usía, abreviatura de Vuestra Señoría.
Y tiene razón la mujer (no menciono su nombre propio,
porque no viene al caso: lo que dice ella lo podría decir cualquiera, y,
por
usar su misma expresión, "no es relevante"): ya no importa el sexo
biológico de quien ejerce el mando. Lo mismo da que da lo mismo que la
jefatura
la ejerza el macho o la hembra. Como dijo el rey católico de Aragón
fascinado por la anécdota de Alejandro Magno y el nudo gordiano “Tanto
monta,
monta tanto”. Contaba la leyenda que quien desatara
el nudo que se hallaba en el templo de Gordio dominaría Asia.
Impaciente Alejandro, no lo desanudó sino que lo cortó de un tajo de su
espada, como si diera lo mismo la manera de hacerlo con tal de lograr el
objetivo. Se adelantó a Maquiavelo: el fin justificaría los medios. El caso
es que el lema fernandino era algo así como "Tanto monta cortar como
desatar", abreviado "Tanto monta" a lo que luego se añadió la coletilla popular "... monta tanto / Isabel como Fernando", creando un pareado de octosílabos con rima asonante.
Algunos feministas consideran esto un
progreso. Y tienen razón en parte: es un progreso en la historia de la
dominación del hombre (incluida la mujer en el mismo saco) por el
hombre. Pero
no se puede hablar de un progreso en el sentido contrario de la
liberación de ese dominio, en el de la lucha
del pueblo contra el yugo que le impone el poder, el yugo que cantó
Miguel Hernández (“Yugos os quieren poner, / gentes de la tierra mala, /
yugos que habéis de
dejar, / rotos sobre sus espaldas”).
Efectivamente. Ya no es relevante que el jefe de la manada humana sea macho o hembra. Lo que
sigue siendo bastante relevante es que haya
jefes, tengan o no tengas testículos, y que haya ejércitos
profesionales, porque lo que no se cuestiona, pese al feminismo, es la
jerarquía y la propia existencia de las fuerzas armadas, sino la
participación de las mujeres en dichas fuerzas y jerarquía, que comenzaron a integrarse voluntariamente en el
ejército español a partir de 1988, haciendo realidad así el mito de las
amazonas.
(Heraclés luchando contra las amazonas)
La palabra jefe entró en castellano según Corominas a mediados del siglo XVII como préstamo del francés chef, que a su vez deriva del latín CAPVT CAPITIS cabezade
donde ya teníamos en castellano "cabo" y "capitán" y "capataz", y en
italiano "capo". A partir de 1843 está documentado en nuestra lengua su
femenino "jefa".
Fuera del ámbito militar, tener un jefe o una jefa
es algo que comienza a estar mal visto, cuando es una característica
de todas las personas que trabajan por cuenta ajena, o propia, si son
sus propios jefes o jefas. Últimamente se habla mucho de que el jefe
(boss en la lengua del Imperio) debe tratar de ser un líder
(leader, que es anglicismo). ¿En qué consiste eso? Se
supone que en ser empático, comunicador, en no mandar, sino en
conseguir que sus subordinados hagan las cosas sin necesidad de que
se les ordene cómo y cuándo hay que hacerlas, tan motivados que se
identifiquen con la empresa y sean capaces de sacarla adelante, en un
estado de total felicidad.
Hay que huir del jefe a la vieja usanza,
autoritario, que sólo sabe dar órdenes. El moderno jefe ha de
procurar ser uno más, un compañero y amigo, agradable, que no dice
una palabra más alta que otra, un líder carismático que ejerce una jefatura trasformadora o
liderazgo transformacional (vil traducción de transformational
leadership en la lengua del
Imperio), el nuevo estilo que tiene como objetivo influir
positivamente en las forma de ser o actuar de las personas
subordinadas -“personas subordinadas” es término inclusivo y
políticamente correcto en lugar de “subordinados”-,
logrando que el equipo -idem-
trabaje con entusiasmo hacia el logro de sus metas. Esta
tendencia, no poco patética, no deja de ser el viejo cuento
del lobo que aclara la voz y enseña por la puerta la patita
enharinada a los cabritos para hacerse pasar por mamá cabra...
Recupero un poema de César Vallejo (1892-1938) que llega a mi conocimiento por la traducción y reelaboración en italiano que ha realizado de él Giorgio Agamben, quien publica en su página su versión peculiar de “¡Cuídate, España, de tu propia
España!”, incluido en la obra
póstuma del poeta “España, aparta de mí ese cáliz” (1939). Así dice la
versión de Agamben en versión original italiana:
Guardati Italia dalla
stessa Italia
Guardati Italia dalla tua propria
Italia guardati dalla croce senza Cristo guardati dal martello
senza falce
Guardati dal vicino senza volto guardati
dal boia con la maschera guardati da chi brucia il tuo cadavere
Guardati dalla quarantena senza peste e
dalla peste senza quarantena guardati da chi ti separa dai tuoi
giorni
Guardati dal teschio senza
tibie guardati dalle tibie senza il teschio Guardati da chi
conta le tue morti
Guardati Italia dai tuoi nuovi potenti
guardati da chi osserva l’obbedienza guardati Italia dalla
stessa Italia
oOo
Traduzco la versión de Agamben al castellano devolviéndole el vocativo “España” que Agamben ha sustituido
por “Italia”, respetando el hendecasílabo y restituyendo los signos de puntuación que el italiano evita.
¡Cuídate,
España, de tu propia España! / ¡Cuídate de cruz que no tiene Cristo! / ¡Cuídate del
martillo sin la hoz!
¡Cuídate de tus
vecinos sin rostro! / ¡Cuídate del
verdugo enmascarado! / ¡Cuídate del que
quema tu cadáver!
¡Cuídate de
cuarentena sin peste / y de la peste sin
la cuarentena! / ¡Cuida del que te
aparta de tus días!
¡Cuida de la
calavera sin tibias / y de las tibias
sin la calavera! / ¡Cuídate de
aquel que cuenta tus muertes!
¡Cuídate de tus
nuevos poderosos! / ¡Cuídate del que
observa la obediencia! / ¡Cuídate,
España, de la misma España!
oOo
He aquí el poema original de César Vallejo que acaba con un dramático "¡Cuídate del futuro!" y tres puntos suspensivos:
¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate, España, de tu
propia España! ¡Cuídate de la hoz sin el martillo, cuídate
del martillo sin la hoz! ¡Cuídate de la víctima a pesar
suyo, del verdugo a pesar suyo y del indiferente a pesar
suyo! ¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo, negárate
tres veces, y del que te negó, después, tres veces! ¡Cuídate
de las calaveras sin las tibias, y de las tibias sin las
calaveras! ¡Cuídate de los nuevos poderosos! ¡Cuídate del
que come tus cadáveres, del que devora muertos a tus
vivos! ¡Cuídate del leal ciento por ciento! ¡Cuídate del
cielo más acá del aire y cuídate del aire más allá del
cielo! ¡Cuídate de los que te aman! ¡Cuídate de tus
héroes! ¡Cuídate de tus muertos! ¡Cuídate de la
República! ¡Cuídate del futuro!…
Se suele personificar tradicionalmente a la justicia
ya desde los antiguos romanos como una mujer, tal vez porque la palabra latina IUSTITIA -derivada de iustum
“justo” y de ius(1) “derecho”- pertenece a la primera declinación y
conlleva (casi mecánicamente) género gramatical femenino, por lo que a la hora
de aplicarle un adjetivo como, por ejemplo, “caecus caeca caecum” que significa
“que no ve, ciego, ciega”, debemos elegir el género gramatical femenino: IVSTITIA CAECA
EST: la justicia es ciega.
Esta dama, sin embargo, no es ciega, propiamente
hablando, aunque suele representársela desde antiguo con una venda en los ojos,
aludiendo a que no hace distingos entre las personas, ya que para ella todos
somos iguales, lo que nos recordaba el hoy jubilado Rey de España, el Emérito, le dicen, en una de sus
postreras alocuciones navideñas televisadas. Decía el Borbón literalmente: “La
justicia es igual para todos”, una afirmación que provocó enseguida la irrisión
y carcajada general.
Esta mujer está además provista de una balanza con la
que sopesa las acciones humanas y de una espada justiciera con la que castiga
las que juzga delictivas. De esta forma, la dama de la justicia personifica la
idea de “justicia”: juicio, castigo, igualdad ante la ley. Es también el arcano
octavo del Tarot, y está, además, relacionada con el signo zodiacal de Libra, que en
latín significa “balanza”, que simboliza el equilibrio; y también está
relacionada con Virgo, bajo la advocación de Astrea, hija de Zeus y de Temis,
que era su nombre cuando la justicia reinaba en la Tierra.
Astrea difundió entre los hombres los sentimientos de equidad y virtud. Esto
ocurrió en la Edad de Oro, pero al degenerar el género humano, nunca
mejor dicho, con el progreso de la Historia, la maldad se apoderó del
mundo (las enfermedades, el trabajo, la esclavitud, la guerra, el dinero y un
larguísimo y de sobra conocidísimo etcétera), y Astrea abandonó el planeta,
subió al cielo en su destierro y se convirtió en la constelación de Virgo.
Desde entonces no hay Justicia en el mundo, o, por decirlo de otra manera,
desapareció Astrea y se crearon en su lugar los tribunales de justicia, las
leyes justicieras, los jueces -desoyéndose las palabras del verbo divino “no
juzguéis y no seréis juzgados”(2)- , las prisiones para que los que estamos eventualmente
fuera de ellas creamos por contraposición a los que están encarcelados que
nosotros somos libres y ellos no, asegurándose así de que en esta Edad de
Hierro en la que estamos inmersos y malamente sobrevivimos no volvería a reinar la justicia de verdad nunca
más en el mundo. Por lo que a la primera pregunta que hacíamos (¿Hay justicia?), la respuesta es que no. Y en cuanto a la segunda (¿Es justa la Justicia que hay, esto es, la existente?) la respuesta no puede ser otra que tampoco.
(1) No está de más recordar aquí la paradoja
ciceroniana del summum ius, summa iniuria,
suprema justicia, suprema injusticia, que
indica que llevar la justicia al extremo resulta extremadamente injusto. Cabe mencionar
también a propósito de esto las palabras del presidente del Tribunal Supremo y
del Consejo General del Poder Judicial, don Carlos Lesmes, sobre la actual ley
española de Enjuiciamiento Criminal, que según él “está pensada para el
robagallinas, no para el gran defraudador”.
(2) Nolite iudicare, ut non iudicemini
-en el griego original, μὴ κρίνετε, ἵνα
μὴ κριθῆτε- son unas de las palabras más repetidas del evangelio y que
menos caso se hacen. Las refieren los evangelistas Mateo (7,1) y Lucas (6,37)
en el llamado Sermón de la Montaña. Con esta frase, el nazareno se rebelaba
contra el derecho farisaico, ya que el único juicio correspondería sólo a Dios,
es decir, a sabe Dios quién, por eso el verbo divino se opone a la lapidación
de la adúltera, reprochando a los que iban a lincharla: qui sine peccatum est uestrum, primus in illam lapidem mittat: quien esté libre de pecado de vosotros, que
arroje el primero la piedra contra ella. Se ha tratado de desactivar la
carga subversiva del nolite iudicare
interpretando la frase erróneamente como que quiere decir “no juzguéis mal o a
la ligera”, cuando lo que quiere decir es, simplemente, "no juzguéis", es decir, que no juzguemos, que
renunciemos a juzgar las acciones de los demás, porque no saben lo que hacen,
no sabemos lo que hacemos, lo que afecta tanto al fuero interno de cada uno como a los
tribunales de justicia.
Traigo
a colación de todo esto la fotografía de esta
desmitificadora escultura del danés Jens Galschiot, que es una nueva
alegoría esperpéntica
del peso o la carga, para ser más justos, de la Justicia: una justicia
inicua, de una obesidad mórbida, desesperadamente lenta como el
caballo del malo en las películas del oeste, casi inhumana, soportada por un pueblo sumiso y
cansado de
ella. El escultor tituló su obra
"La supervivencia de los más gordos". Se puede contemplar en el puerto
de
Copenhague. Simboliza al mundo rico industrializado asentado
sobre los hombros de un escuálido africano que a duras penas puede
sostenerlo.
En
la segunda década del siglo XXI todos de la noche a la mañana nos hemos convertido en
pacientes, es decir, en soportadores de males y en, vamos a decir,
padecientes, aunque no padezcamos en la inmensa mayoría ningún mal
de hecho ni estemos enfermos, pero nos abruman con una infinidad de
males en potencia que hay que prevenir si no queremos lamentarlo:
todos somos o seremos sufridores porque podemos contagiar y
contagiarnos. El Estado terapéutico sonríe satisfecho: ha
conseguido declarando el Estado de Alarma y la guerra preventiva al virus doblegar a casi toda la población, sometiéndola a todo tipo
de vejaciones con el nombre de tratamientos profilácticos. Y así en
prevención de futuros males e infecciones respiratorias graves nos prescriben que
dejemos de respirar... Somos incompatibles, pasivos patibularios. El
Estado, impasible él, es el patíbulo, es decir, el tablado en el
que se ejecuta la pena de muerte, mientras que nosotros, sus
súbditos, somos los patibularios, los condenados al patíbulo, carne
de cañón. ¿Hasta qué punto la paciencia es una virtud? ¿Hasta
cuándo en fin vas a abusar, Estado Terapéutico, Ogro filantrópico, de
nuestra paciencia?
oOo
Un
pentámetro yámbico de William Shakespeare, con arranque trocaico
que hace que suene más solemne, porque contraviene el ritmo en el
arranque del verso para llamar así más poderosamente nuestra atención, de la escena
primera del acto cuarto de El Rey Lear es la sentencia del veredicto que
Gloucester da sobre los tiempos que corren, que son estos mismos
nuestros, todavía, aunque parezca mentira, por aquello de Machado de que "hoy es siempre todavía", y que son literalmente una peste, en la que los
locos e idiotas conducen a los que están ciegos: Tis the
time's plague when madmen lead the blind.
El grabado de Thomas Nast que se reproduce más abajo para ilustrar el verso de Shakespeare, publicado por la revista neoyorquina Harpers Weekly, muestra una figura central que es la alegoría del Tiempo alado, con su reloj de arena y su guadaña cercenadora que representa que el futuro es la muerte, y dos figuras la de un loco, que es la alegoría del gobierno, que lleva las riendas y guía hacia el abismo de un precipicio a una mujer con una venda en los ojos, que, ciega como es, simboliza en principio a la justicia, pues lleva ceñidas a la cintura las pesas de la balanza y enfundada la espada justiciera, pero que es también la representación viva de la gente del pueblo, es decir, de lo sometido, de la mujer y, por lo tanto, de los súbditos de ese gobierno de los locos.
This the times' plague when madmen lead the blind. (Shakespeare) Grabado de Thomas Nast (1876)
Se me ocurren dos traducciones en verso: La primera conserva el número de sílabas y el ritmo del
pentámetro yámbico en castellano con un hendecasílabo
yámbico (Peste es que locos guíen hoy a
ciegos), tiene el inconveniente de que resulta muy comprimido en nuestra lengua porque no incluye los artículos. En inglés casi todas las palabras son ordinariamente
monosilábicas -todas lo son en este verso salvo madmen- y no
pueden ser vertidas al castellano en el mismo molde silábico dado que
nuestras palabras son por lo general polisilábicas; en la segunda
versión opto por añadirle dos sílabas
más al hendecasílabo para incluir los artículos convirtiéndolo en un tridecasílabo también
yámbico: La peste de hoy: los locos guían a los ciegos.
Los cátaros, surgidos en el siglo XI, conocidos también como “albigenses” por la ciudad francesa de Albi, identificada a veces como la sede principal que los cobijó, fueron una secta religiosa que fundó su propia iglesia. A finales del siglo XII contaban ya con once obispos y un gran número de seguidores en la región del Languedoc, en el sur de Francia. Negaban la divinidad de Cristo y la autoridad del Papa, por lo que la todopoderosa Iglesia Católica Apostólica y Romana no tardó en declararlos herejes en 1176.
El Papa Inocencio III había enviado predicadores para convertir a los cátaros, pero después de que su legado, Pedro de Castelnau, fuera asesinado en enero de 1208, ordenó una cruzada contra ellos.
La primera gran batalla de esta cruzada fue la brutal masacre de la ciudad francesa de Béziers, bastión cátaro, que tuvo lugar los días 21 y 22 de julio de 1209, y que conmemoramos aquí. El ejército, compuesto por unos diez mil cruzados, se reunió en Lyon y marchó hacia el sur al mando del legado papal Arnaldo Amalric, abad de Cîteaux. Los defensores de la ciudad hicieron una salida para contratacar al ejército sitiador, pero fueron derrotados, y los cruzados entraron en la ciudad y la incendiaron.
Ante la duda razonable de cuántos de los habitantes de la ciudad serían herejes y habría que matarlos, y cuántos serían buenos católicos, se pronunció entonces la terrible frase totalitaria: “¡Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos!”*. Unos veinte mil residentes fueron asesinados en una matanza en la que los cruzados cercenaron las vidas de hombres, niños, mujeres y ancianos, profanando el sagrado de las iglesias al que se habían acogido y la catedral. El abad escribió al Papa: "La ciudad fue pasada a cuchillo. Así, la venganza de Dios dio rienda suelta a su maravillosa rabia".
La
matanza de Béziers es doblemente significativa porque se sitúa al
comienzo de la cruzada, que todavía durará veinte años más, que desencadenará el terror y la sed de
venganza, y porque se relaciona con la terrible frase Caedite
eos, nouit enim Dominus qui sunt eius ("Matadlos, pues el Señor sabe quiénes son los suyos", literalmente),
que se le ha atribuido tanto a Simón de Montfort, que participó en dicha
matanza, pero que no tenía ninguna relevancia ni responsabilidad
especial en ella más allá de su propia participación, como con más probabilidad al abad de Cîteaux, Arnaldo Amalric, que era el legado papal.
Hay, en todo caso,
un eco neotestamentario de la epístola segunda de san Pablo a
Timoteo (2.19): “El Señor conoce a los que son suyos” (Cognouit
Deus qui sunt eius), que brinda el argumento que justificaría la orden de la matanza.
La frase
corresponde de cualquier modo al estado de ánimo de los cruzados de exterminar a toda la población. La justificación, si cabe alguna, es que a principios de siglo el obispo había invitado a los
católicos a abandonar la ciudad de Béziers para no confundirse con
los herejes y no morir con ellos, por lo que había ya una amenaza previa de
exterminio.
En
todo caso, el bellaco de Simón de Montfort, un año después, en 1210 ordenaría
prender la primera hoguera en Minerve entre Béziers y Carcasonne,
donde fueron quemadas aproximadamente ciento cuarenta personas.
La
responsabilidad del Papa en la masacre no es poca, dado que hizo que la herejía se
asimilara a un delito que debía ser castigado por el poder civil y
considerado un crimen de lesa majestad, lo que conllevaba la muerte por el fuego de
los herejes, que debían perecer quemados vivos en la hoguera.
La
puta de Babilonia, como llamaban los cátaros albigenses a la Iglesia de
Roma según la expresión del Apocalipsis, la gran meretriz, la mayor y más vil ramera de
todos los tiempos, ha cometido numerosísimos crímenes a lo largo de su
existencia, y este no es más que uno de tantos perpetrados en nombre de Cristo, desde el año 323 en que,
apoyada por el emperador Constantino, pasó de perseguida a perseguidora,
de víctima a verdugo. Y ya se sabe que no suele haber peor verdugo que la
víctima que ha dejado de serlo y asciende a la condición de sayón.
Con
el correr de los años esta Iglesia afianza su poder terrenal mandando a la
hoguera a quienes disentían de sus opiniones o se oponían a su dominio
acusándolos de herejía, en tanto el Papa de turno juntaba bajo su triple
tiara el poder temporal y espiritual y se declaraba Pontífice Máximo y
Vicario de Cristo en la Tierra.
Ya
en nuestros días Juan Pablo II dedicó sus últimos años de pontificado a
pedir perdón por un centenar de crímenes tan execrables como este de Béziers que hemos comentado. La doctrina de la iglesia católica todo lo
perdona y presupone que con ese perdón se anula como por arte de magia
nuestro pasado, y nuestra identidad con él, pero eso, el perdón de los pecados que ella concede y no niega a nadie, no puede esperar
que se lo concedamos a ella a cambio como contrapartida: no podemos perdonarle a
ella todo lo mucho y lo malo que ha hecho durante estos ya más de
veinte siglos, porque en sus dos milenios de historia,
la iglesia ha derramado universalmente -eso es lo que quiere
decir católico en griego "universal"- sangre humana a raudales invocando la entelequia vana de Dios -un nombre común que ha ascendido a
la categoría de los nombres propios y que se escribe, por lo tanto, con
letra inicial mayúscula- y fundándose en un mito oriental que llamamos Cristo.
*Me permito relacionar esta frase con unas recientes declaraciones del epidemiólogo a sueldo del Gobierno de España, don Fernando Simón Soria, que justificaba la decisión del gabinete de hacer obligatorio a toda la población el uso de la mascarilla (e indirectamente, de todas las medidas de confinamiento, cierre perimetral, distancia social, libertad de reunión y asociación y un larguísimo etcétera) con el siguiente razonamiento totalitario: Sólo deberían llevar mascarilla los enfermos (para no contagiar a los sanos con el miasma), pero como no sabemos quiénes están malos y quiénes no porque no hay síntomas aparentes, se hace obligatoria para todos, porque se considera que, en la práctica, todos estamos enfermos, unos en acto y otros en potencia aristotélica. Es decir, ante la duda, se impone la certidumbre de que hay que tratar a todo el mundo como si estuviera enfermo. Lo mismo sucedió en Béziers: ante la imposibilidad de saber quién es un hereje y quién un buen cristiano, consideremos a todos herejes, y acabemos así enseguida con la herejía, en la confianza de que Dios, en su infinita misericordia y sabiduría, sabrá reconocer a los suyos y concederles la vida eterna como premio y recompensa.
Ver
para creer: una fotografía en alta resolución de un agujero negro
del universo corrobora la fe, esa vieja virtud teologal, en la
ciencia, la nueva religión.
De
A. Dumas hijo: Que los niños sean listos y los adultos necios, cosa
que sucede, se debe, más que al paso del tiempo, a la educación
recibida, que entontece.
“Yo
no me quiero enterar” cantaba la Piquer, en aquella copla donde le
rogaba a la vecina que no le contase la verdad que ella, “blanca de
luna”, ya la conocía.
Cuando
llegó, alertado por los vecinos de la presencia de una gran bandada
de buitres hambrientos en el cielo, la potrilla yacía ya destripada
sin entrañas.
No
logro sacarme de la cabeza la imagen de la yegua despanzurrada, cuyas tripas los ávidos buitres que se resistían a emprender
el vuelo devoraban a porfía.
Dos
niños rusos de cinco años cavaron un túnel por debajo de la valla,
utilizando las palas con que jugaban en la guardería, para escapar
del Kindergarten.
Llamar
"jardín de infancia" a la guardería donde los niños
están recluidos y custodiados bajo tutela, a recaudo del mundo
exterior, es poco menos que sarcasmo.
En
la querella de los antiguos y los modernos, yo me inclino por los
clásicos, unos muertos que están bien vivos y aun más vivos que
muchos de nosotros.
Calino
de Éfeso resuena y advierte: ἐν εἰρήνηι δὲ δοκεῖτε
ἧσθαι, ἀτὰρ πόλεμος γαῖαν ἅπασαν
ἔχει: En paz creéis estar pero la guerra gobierna toda la
tierra.
Lo
peor de la televisión no es que haya mucha telebasura en muchos
programas, sino que la propia televisión convertida en espacio
publicitario es telebasura.
Perder
no es siempre lo peor que le puede pasar a uno: no hay pérdida que
no sea de algún modo gananciosa, y viceversa: hay ganancias que nos
echan a perder.
El
rechazo a la tecnocracia no consiste en querer volver a la
prehistoria, como dicen los apologetas de la tecnología, sino en
salir de la caverna de Platón.
Nos
andamos por las ramas buscando inútilmente entre ellas lo que sólo
puede hallarse en el tronco, en la savia, en las raíces del árbol: el
meollo del asunto.
(A
H. Ibsen) El enemigo del pueblo es el sistema democrático, el régimen
político que usurpa el nombre del pueblo so pretexto de representarlo y
gobernarlo.
¿A quién se atribuye la frase? “Sólo lo que se pierde se gana para siempre". Poco
importa quién la dijo, si Agamenón o su porquero, sólo la razón de su
verdad.
Quemar
o arriar una bandera no constituye un ultraje; son las banderas las
que deshonran a la humanidad y nos ultrajan, cuando se izan y enarbolan,
a nosotros.
Yo voy por los mares sin rumbo ni puerto, No tengo ni sino ni horóscopo cierto, De nadie soy siervo, de nadie señor. (Versos sustraídos al romántico Zorrilla).
No
somos los seres humanos quienes hacemos un uso bueno o malo de las
armas; el único buen uso que cabe hacer de ellas es no dejar que nos
utilicen a nosotros.
La
pistola lleva escrito en sí misma el fin para el que ha sido fabricada;
el gatillo llama imperioso al dedo para que lo apriete y salga la bala
disparada.
Hay
reclusos encarcelados para que los que estamos fuera de las prisiones
creamos que somos libres por contraposición con ellos, privados de
efectiva libertad.
Hay
"enfermos mentales" en los hospitales psiquiátricos a fin de que los
que estamos fuera de los manicomios creamos que somos cuerdos
comparándonos con ellos.
El
"Conócete a ti mismo" del frontón del templo de Delfos es lo que Dios
manda. Mejor, el verso del soneto de Unamuno: “conócete, mortal, mas
no del todo”.
La
mujer del César no sólo debe ser bella, sino que además ha de parecerlo
para lo que debe subordinarse a la dictadura cosmética y canon de
belleza de la moda.
En
el año 2012 de la era cristiana, según calendario maya, iba a llegar el
fin del mundo, mas no fue así porque hacía mucho que el mundo había ya
finalizado.
Nada
más falso que el racismo que considera superior a una raza, porque el
género humano, da igual la etnia a que pertenezca, es de todas formas
despreciable.
La
carga más pesada a lo largo de la vida no es vivir sin existir, sino
lo contrario, existir sin vivir, lo que hacemos todos y lo peor que
hay que soportar.
Matar
pulgas a cañonazo limpio. El escepticismo popular razona que muchas
veces es peor y más insufrible el remedio que la enfermedad que se
pretende combatir.
Sira, la cantinera, a la puerta de la taberna: Saca vino y los dados; que muera el que mira al futuro. Tira de oreja y 'Vivid', dice la Muerte, 'que voy'.*
*Versos 37 y 38 del poema Copa, La tabernera, de la Appendix Vergiliana.
oOo
No
hace falta tener mucho talento para enseñar lo que uno sabe, que eso lo
hace cualquiera, pero sí para, como hacen los profesores, enseñar lo
que se ignora.
(Parafraseando a Montesquieu, que escribe en una de sus Cartas persas, la número 56, lo siguiente en su lengua: Un nombre infini de maîtres de langues, d'arts et de
sciences, enseignent ce qu'ils ne savent pas; et ce talent est bien
considérable: car il ne faut pas beaucoup d’esprit pour montrer ce
qu'on sait; mais il en faut infiniment pour enseigner ce qu'on
ignore.)