sábado, 16 de septiembre de 2023

La jaula y el pájaro

    El aforismo de Kafka núm. 16 dice : “Una jaula fue a buscar a un pájaro” ("Ein Käfig ging einen Vogel suchen"). Veo que a veces se traduce mal a nuestra lengua como “*Una jaula fue a buscar un pájaro”, que en castellano suena ambiguo porque parece que el sujeto de la frase es el pájaro y el objeto la jaula. Esta ambigüedad no existe en alemán donde el pájaro está en caso acusativo, como revela el artículo “einen”, y por lo tanto es el objeto de la frase. La traducción castellana, para ser exacta, debe contener la preposición “a”, que es un índice funcional negativo, como dicen los gramáticos estructuralistas, es decir, que sirve para dar a entender que lo que viene después no es el sujeto, sino otro elemento de la frase, en este caso el objeto. 

    Una vez establecida la traducción, llama la atención que el objeto (la jaula, el ser inanimado, la cosa) desempeñe la función del Sujeto gramatical, y que el sujeto (el pájaro, el ser animado, la no-cosa) sea el Objeto gramatical. He ahí la paradoja kafkiana: es la jaula la que va a buscar al pájaro y no el pájaro el que va a buscar la jaula. Sería más lógico que fuera al revés, bien porque el pájaro esté hambriento y sediento y haya visto que en su interior hay agua y comida, bien porque busque refugio, temeroso de la intemperie y del peligroso depredador que es el gato que acecha en el jardín, por ejemplo, y prefiere la seguridad a la libertad, ya que en su interior hay unos barrotes que impiden la intromisión de las garras del felino.


 

    La jaula, que hemos de suponer vacía y abierta, es una invitación al pájaro para que se adentre en ella. Pero lo que le gustaría realmente a la jaula es que el pájaro hubiera nacido en ella, porque el pájaro vernáculo nacido en cautividad no sabrá nunca volar ("El canario, enjaulado; / la jaula, abierta; / pero el pobre no sabe / volar que pueda"), y aunque permanezca abierta la puerta nunca saldrá probablemente de ella, como el preso que pudiendo evadirse de la prisión no lo hace, porque ¿a dónde va a ir él que mejor esté? A fin de cuentas, en el módulo penitenciario no le falta comida ni cama ni techo, y puede recibir con la debida autorización visitas del exterior de carácter íntimo. Fuera hay un mundo hostil donde hay que ganarse la vida perdiéndola en el intento.


 

    Lo que llama la atención del aforismo kafkiano es que se centra no en la libertad -el vuelo del pájaro- sino en la necesidad de la prisión -la jaula que lo contenga. Hay quien sugiere que la jaula es el cuerpo y el pájaro el alma que necesita encarnarse en ella. Puede ser, pero en este caso es el cuerpo el que quiere tener un alma, y no el alma la que quiere tener un cuerpo. En realidad, es una metáfora del sistema legislativo de represión vigente. La cárcel va a buscar al hombre para recordarle que no es libre y convertirlo en un presidiario que así se realiza por propia voluntad.


    Podría decirse que la jaula es una trampa que el pájaro se tiende a sí mismo. Podría decirse que la jaula es el gato que quiere capturar al pájaro. Y podría decirse, en definitiva, que la jaula es el pájaro mismo, como cantaba Agustín García Calvo en aquellos versos: De su jaula aletea y sangra / el pájaro desconocido. / Salir quiere y no puede:/ su jaula es él mismo. Y es que el mundo a veces, o casi siempre, por no decir siempre, es completamente distinto de lo que parece. 

 

    El poeta vasco Joxean Artze (1939-2018) es autor de uno de los poemas más bellos dentro de la brevedad que conozco, convertido enseguida a través de su versión cantada en poesía popular, porque acierta a formular con muy pocas palabras algo que todos sentimos y pensamos y a veces no acertamos a expresar, gracias sobre todo a la musicalización que Mikel Laboa (1934-2008) llevó a cabo y otros muchos después de él han cantado. Que viene a decirnos que la posesión mata las cosas, simbolizada en este caso no por la jaula sino por el hecho de amputarle las alas al pájaro. Txoria txori, en eusquera o, lo que es lo mismo, Pájaro, pajarito: Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no se me habría escapado. Pero así, / habría dejado de ser pájaro. Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Seguridad pública y privada

    El gobierno español, según declaraciones del aquel entonces flamante y hoy ajado ex-presidente que predicaba  "motivos para creer", publicó hace unos años convocatoria de treinta y seis mil plazas vacantes para las FCSE (Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado) a razón de 9000 por año en aquella legislatura. El melifluo jefe de aquel ejecutivo dijo para justificar su medida que quería tener unas fuerzas «mejor retribuidas, con más medios y más investigación» ya que, a su juicio, no se trataba sólo de tener más policías «sino de tener una buena Policía». 
 
 
    Aquel presidente siempre sonriente -¿de qué se reía, habría que preguntarle, señor ex-presidente? ¿de qué se reía?- hizo mención de las «nuevas formas de terrorismo» presentes en las sociedades occidentales ante las que, afirmó, resulta imprescindible perfeccionar los servicios de información. Ya no se trataba sólo, por lo que parecía, de luchar contra el terrorismo y la delincuencia generadas por el propio sistema para mantenerse a sí mismo: «Nos acecha un nuevo terrorismo difuso y escurridizo que se alimenta del fanatismo y que se sirve de la mayor permeabilidad de las fronteras», eructaba el presidente. 
 
    Ahí es nada.  En ningún momento de su intervención hacía mención en su huera retórica del creciente fenómeno del aumento de la seguridad “privada” o parapolicial. En los organismos oficiales, infraestructuras públicas privatizadas e instituciones privadas como las bancarias o los centros comerciales hay vigilantes de seguridad armados con una mínima preparación, a sueldo no del Estado sino del capital privado. 
 
 
    Entre estos puede haber agentes con perfil delictivo o psicopático, que diría un psicólogo, que no aprobarían el examen de ingreso en ninguna academia de policía por muy loca que fuera, y que son contratados por la empresa privada facilitándoseles un arma y la consiguiente licencia para emplearla en "legítima defensa".  
 
    Debería prestársele más atención a este fenómeno, y deberíamos analizar por qué hay un negocio tan floreciente alrededor de la seguridad, tanto pública como privada. Sin duda, hay muchos intereses detrás, y no sólo económicos, sino también políticos,  que viene a ser lo mismo. 
 
    Menos lobos, señor ex-presidente. Menos “acecho de terrorismo difuso y escurridizo”. Aquí el fanatismo más evidente es el de los que creen a pie juntillas, como usted y muchos de sus clientes y palanganeros, en la Seguridad con mayúsculas, en que puede haber algo como eso. Aquí el terrorismo más “difuso y escurridizo”, o sea el más abstracto, es el de los que nos meten miedo como usted. 
 
 
    La permeabilidad de las fronteras es buena. Lástima que todavía haya algunas, muchas, impermeables. Lástima que sean más infranqueables que nunca. Lástima que haya fronteras en definitiva.

jueves, 14 de septiembre de 2023

La fuga de Heraclito

    Diógenes Laercio en su Vidas y opiniones de los filósofos ilustres (IX, 2-3; traducción de Luis-Andrés Bredlow) nos habla del alejamiento de la política de Heraclito de Éfeso: Y cuando le pidieron que estableciera leyes, lo desdeñó, por estar dominada ya la ciudad por una constitución viciosa. Retirándose al templo de Ártemis, se puso a jugar a los dados con los niños; y a los efesios que lo rodeaban, dijo: ¿Qué os admiráis, villanos? ¿Acaso no es mejor esto que hacer política con vosotros? 
 
 
    El filósofo, retirado en el templo de Ártemis, una de las siete maravillas del mundo antiguo, donde depositó su libro del que nos han llegado escasos fragmentos, publicándolo de esta curiosa y original manera,  prefería jugar con los niños a los dados y decirles a sus conciudadanos que era mejor hacer eso que tomar parte en su vida civil, con un rechazo contundente de la política. 
 
    Uno de los fragmentos de ese libro que nos ha llegado ha sido gracias, precisamente, a su biógrafo Diógenes Laercio que le reprocha al sabio de Éfeso que fuera más orgulloso y soberbio que nadie porque, como dejó escrito: El saber muchas cosas no enseña inteligencia; pues habría enseñado a Hesíodo y a Pitágoras, y además a Jenófanes y a Hecateo, despachándose de un plumazo a cuatro sabios consagrados, y finalmente, al mismísimo Homero, el fundamento de la educación griega clásica, que lo mismo que Arquíloco merecía ser expulsado de los certámenes y azotado
 
    Friedrich Nietzsche, en La genealogía de la moral, III, 8 (tr. Andrés Sánchez Pascual) escribía: Pero aquello de lo que Heráclito huía continúa siendo lo mismo de lo que nosotros nos apartamos ahora: el ruido y la charlatanería de demócratas de los efesios, su política, sus novedades del 'Reich' (de Persia, ya se entiende), su chismorrería del «hoy», —pues nosotros los filósofos necesitamos sobre todo calma de una cosa: de todo «hoy». 
     
     Nietzsche, en la obra citada, lamentaba no poder hacer lo mismo que Heraclito, retirarse a las columnatas del templo de Ártemis, pero confiesa que podría aislarse del mundanal ruido en su cuarto de estudio de la Plaza de San Marcos de Venecia, en un día de primavera, por la mañana, de 10 a 12 horas, una Venecia que hemos de imaginar vacía, por supuesto, de turistas. 
 
 
    Nosotros, sin necesidad de adoptar como Nietzsche la presuntuosa y devaluada etiqueta de «filósofos» o amantes de la sabiduría, ese amor imposible nunca correspondido, seguimos huyendo como Heraclito del ruido y la charlatanería de los demócratas de los efesios, nuestros contemporáneos, y de su chismorrería del «hoy», de las actualidades que nos distraen de lo que importa, que es lo que de eterno hay tras la actualidad.

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Reflexión sobre la violencia

    A Bertolt Brecht (1898-1956) le debemos algunas, muchas y muy buenas ocurrencias. Una de ellas es esta reflexión que hace sobre la violencia estructural o sistémica que me he entretenido traduciendo del alemán y versificando en dos cuartetas de arte menor.

    Dice Brecht que lo escandalosamente violento no es el río que se desborda, sino los márgenes que lo constriñen y encorsetan. Asimismo, lo escandalosamente violento no es el temporal que azota los árboles, sino el que doblega a las personas haciendo que se agachen doblando el espinazo.
 
 El río que se desmadra / dícese que es truculento; / más del lecho que lo encauza / nadie dice que es violento.
 
 Der reißende Strom wird gewalttätig genannt. Aber das Flußbett, das ihn einengt, nennt keiner gewalttätig.
 
 Es el temporal que dobla / los abedules violento; / mas ¿qué decir del que encorva / espaldas de jornaleros? 
 
Der Sturm, der die Birken biegt, gilt als gewalttätig. Aber wie ist es mit dem Sturm, Der die Rücken der Straßenarbeiter biegt?

martes, 12 de septiembre de 2023

Cuentas y cuentos (Lenguaje científico frente a lenguaje poético)

    Eduardo Galeano (1940-2015) dijo en una entrevista a raíz de la publicación de su libro 'Los hijos de los días' (2012): Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias. 
 

     Contraponía el escritor uruguayo así el lenguaje científico pretendidamente objetivo con el lenguaje literario o poético declaradamente subjetivo, lo que dicen los hombres de ciencia y sabios de la tribu, y lo que dice un pajarito. ¿Quién dice más verdad? Ambos lenguajes versan, cada uno a su modo, sobre la realidad, y ambos son pretensiones de decir una verdad que en la realidad desde que el mundo es mundo brilla por su ausencia y se diluye. 
 
    El lenguaje científico usa conceptos como “átomos”, “partículas elementales”, “corpúsculos”, “ondas” que pretenden dar cuenta de la realidad objetivamente, pero solo podrían resultar verdaderos si ellos no formaran parte, y parte considerable, de la propia realidad. Por eso se acerca más a la verdad el pajarito de Galeano, que no miente porque no forma parte de la realidad objetivamente como los científicos, y que nos dice que estamos llenos de historias o de cuentos que reconocen que "cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia" o sea, ficciones o mentiras, los cuentos que nos cuentan los políticos, los padres, los sacerdotes, los maestros y profesores y en definitiva los científicos. 
 
    En realidad o, mejor dicho, en verdad, lo que nos dice el misterioso pajarito, un ser volandero y casi incorpóreo e inexistente, libre y por lo tanto inaprehensible, es que no sabemos de qué estamos hechos, si estamos hechos de agua y barro, de átomos o de cuerpo mortal y alma imperecedera... No sabemos siquiera si estamos hechos o a medio hacer todavía, o si no nos estamos deshaciendo, malhechos y maltrechos como estamos, a cada instante que trascurre. 
 
    Y en eso tiene razón el lenguaje poético, el trino de ese pajarito misterioso: estamos hechos de historias y de cuentos, porque, como cantó nuestro entrañable poeta León Felipe, no poco socrático él: "Yo no sé muchas cosas, es verdad. / Digo tan sólo lo que he visto. / Y he visto: / que la cuna del hombre la mecen con cuentos, / que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, / que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, / que los huesos del hombre los entierran con cuentos, / y que el miedo del hombre… / ha inventado todos los cuentos. / Yo no sé muchas cosas, es verdad, / pero me han dormido con todos los cuentos… / y sé todos los cuentos."
 
    Así lo cantaba, hace la friolera de cincuenta años, el grupo Aguaviva:


lunes, 11 de septiembre de 2023

¡Mamá, no quiero volver al cole!

    Ahora que comienza el curso escolar con la operación de "vuelta al cole" conviene releer a Giovanni Papini (1881-1956), que se adelantó en su libro ¡Cerremos las escuelas! (1914), a los teóricos de la antipedagogía como Ivan Illich y su La sociedad desescolarizada (1970), y a darle la razón a ese niño que todos llevamos dentro y que llora porque no quiere volver al cole.

    Un Giovanni Papini, especialmente cáustico y provocador, escribe un texto que cien años después resulta de plena vigencia y expresa un malestar hoy en aumento, cuando la enseñanza, reconvertida en educación, como se denomina al adoctrinamiento más pernicioso que se camufla de liberación, se ha vuelto obligatoria desde los seis hasta los dieciséis años, y se considera un logro social irrenunciable, hablándose incluso de alargar la obligatoriedad hasta los dieciocho años, que es la mayoría de edad, y de hacer obligatoria la enseñanza preescolar de 0 a 6 años, sin que pocas voces tengan el coraje de poner en cuestión y expresar su disconformidad.

 
    La escuela enseña muchas cosas inútiles, que luego hay que desaprender para aprender muchas otras cosas uno mismo. Enseña muchísimas cosas falsas o cuestionables y cuesta mucho esfuerzo luego librarse de ellas, y no todo el mundo lo consigue. 
 
 
    (...) Casi nunca enseña lo que un hombre tendrá que hacer realmente en la vida, para lo cual se requiere entonces un largo y arduo noviciado autodidacta. Enseña (pretende enseñar) lo que nadie puede enseñar nunca: pintura en las academias; gusto en las escuelas de letras; pensamiento en las facultades de filosofía; pedagogía en los cursos normales; música en los conservatorios. Enseña mal porque enseña las mismas cosas a todos de la misma manera y en la misma cantidad sin tener en cuenta la infinita diversidad de ingenio, raza, extracción social, edad, necesidades, etc. 
 
    No se puede enseñar a más de uno. No se aprende nada de los demás salvo en conversaciones entre dos, donde el que enseña se adapta a la naturaleza del otro, explica, ejemplifica, cuestiona, discute y no dicta desde arriba. 
 
    Casi todos los hombres que han hecho algo nuevo en el mundo o no fueron nunca a la escuela o huyeron pronto de ella o fueron "malos" estudiantes. (Los mediocres que consiguen en la vida una carrera honorable y regular y tal vez alcanzan cierta fama han sido a menudo los 'primeros' de la clase). 

 
    La escuela no enseña precisamente lo que más se necesita: en cuanto uno ha aprobado sus exámenes y obtenido sus diplomas, tiene que vomitar todo aquello de lo que se ha atiborrado en esos banquetes forzados y empezar de nuevo. Si queda algo de inteligencia en el mundo, hay que buscarla entre los autodidactas o los analfabetos. 
 
    Hay que cerrar todas las escuelas. De la primera a la última. Jardines de infancia y guarderías; colegios e internados; escuelas primarias y secundarias; gimnasios y liceos; escuelas técnicas e institutos técnicos superiores; universidades y academias; escuelas de oficios; escuelas superiores, facultades y universidades de ciencias aplicadas; escuelas politécnicas y escuelas normales. (...)
 

    Todo se asentará y calmará con el tiempo. La gente encontrará formas de saber (y de saber mejor y en menos tiempo) sin tener que sacrificar los mejores años de su vida en los bancos de las cuasiprisiones gubernamentales. Habrá más hombres inteligentes y más hombres de genio; la vida y la ciencia progresarán aún mejor; cada uno se las arreglará por su cuenta y la civilización no se ralentizará ni un segundo. 
 
    Habrá más libertad, más salud y más alegría. El alma humana por encima de todo. Es lo más precioso que cada uno de nosotros posee. Queremos salvarla al menos cuando está desplegando sus alas.
     Extraído de ¡Cerremos las escuelas!, Giovanni Papini.

domingo, 10 de septiembre de 2023

Pareceres XXVIII

136.- Clase ociosa e improductiva. Uno de los intelectuales o pensadores, como dice la publicidad editorial,  más leídos del mundo en los últimos años, si no el que más, el historiador israelí Yuval Noah Harari (1976-...) afirma sin pudor que los seres humanos solo tienen razón de ser en función de su valor económico. Escribe sin temblarle el pulso en Homo Deus (2016): La gente vive mucho más tiempo de lo que se esperaba y no hay dinero para pagar las pensiones y los tratamientos médicos (…) En el siglo XXI podemos asistir a la creación de una nueva y masiva clase no trabajadora: personas carentes de ningún valor económico, político o incluso artístico, que no contribuyen en nada a la prosperidad, al poder y a la gloria de la sociedad. Esta “clase inútil” no solo estará desempleada: será inempleable. ¿Qué habrá que hacer -¿habrá que hacer algo?- con esta clase ociosa e improductiva? 
 
 
137.- El pueblo no bombardea: Tras la invasión de Ucrania por el ejército ruso, la opinión pública occidental ha demonizado a los rusos. En una pintada callejera que dice “amigos del pueblo ruso”, alguien ha sobrescrito “cuando deje de bombardear Ucrania”. Y yo me he quedado pensando: “¿Cómo podemos confundir una cosa como es el pueblo con otra muy distinta como el gobierno y el ejército a su servicio? El pueblo no bombardea. Ningún pueblo ha bombardeado nunca a ningún otro. Son los ejércitos y los gobiernos que da la orden los que bombardean y asesinan. 
 
 
138.- Los sindicatos orgánicos, desde que renunciaron radicalmente al proyecto político de transformar la sociedad desde abajo y se consumó el divorcio del Sindicato y el ámbito laboral del Partido o el político, se han limitado a ser meras gestorías o asesorías jurídicas laborales de su clientela de afiliados y simpatizantes y a reivindicar como mucho subidas salariales en los convenios colectivos: como intermediarios que son, son los máximos colaboradores de la patronal y del Estado, dado que no cuestionan su existencia ni la realidad del trabajo asalariado mismo, sino que se dedican a gestionar, como se dice ahora, y a hacer más llevaderas las condiciones materiales en las que se desempeña la servidumbre laboral.
 

 139.- Sobre el amor y el sexo escribió Fernando Pessoa las palabras más desengañadas en su entrañable lengua portuguesa, que no difiere tanto de la nuestra castellana,  hermanas ambas que son: Nunca amamos a nadie. Amamos, tan sólo, la idea que tenemos de alguien. Lo que amamos es un concepto nuestro -a nosotros mismos, en suma-. Esto es verdad en toda la escala del amor. En el amor sexual buscamos un placer nuestro alcanzado por intermedio de un cuerpo extraño. En el amor que no es sexual, buscamos nuestro placer mediante una idea nuestra también

 
140.- Un juzgado de Ferrol, la Audiencia Provincial de La Coruña y el Tribunal Constitucional condenaron a una persona, durante la ceremonia de izada de una bandera rojigualda española, por coger un megáfono y gritar en gallego: "hay que prenderle fuego a la puta bandera". El Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, después de ocho años de imputación y seis de condena por ultraje a la bandera, concluye que su actuación no tiene ningún reproche penal y se enmarca dentro de la libertad de expresión. La expresión del sentimiento de que hay que quemar la(s) puta(s) bandera(s) está amparada por el derecho a la libertad de expresión. No hay ningún ultraje a la bandera. El mayor ultraje y crimen además de lesa humanidad es que ondeen banderas todavía.
 
 

sábado, 9 de septiembre de 2023

"Solo sé que no sé nada"

    Escribe Fernando Savater en su libro Las preguntas de la vida (2008) a propósito de la frase más famosa que se le atribuye a Sócrates (479-399 a. de C.): 

    «Sólo sé que no sé nada», comenta Sócrates, y se trata de una afirmación que hay que tomar -a partir de lo que Platón y Jenofonte contaron acerca de quien la profirió- de modo irónico

     «Sólo sé que no sé nada» debe entenderse como: «No me satisfacen ninguno de los saberes de los que vosotros estáis tan contentos. Si saber consiste en eso, yo no debo saber nada porque veo objeciones y falta de fundamento en vuestras certezas. Pero por lo menos sé que no sé, es decir que encuentro argumentos para no fiarme de lo que comúnmente se llama saber. Quizá vosotros sepáis verdaderamente tantas cosas como parece y, si es así, deberíais ser capaces de responder mis preguntas y aclarar mis dudas. Examinemos juntos lo que suele llamarse saber y desechemos cuanto los supuestos expertos no puedan resguardar del vendaval de mis interrogaciones. No es lo mismo saber de veras que limitarse a repetir lo que comúnmente se tiene por sabido. Saber que no se sabe es preferible a considerar como sabido lo que no hemos pensado a fondo nosotros mismos. Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen para las preguntas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena de vivirse.» 

    O sea que la filosofía, antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja. Antes de ofrecer las respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos. Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar lo que conocemos mal o no conocemos aunque creamos conocerlo: antes de saber por qué afirma lo que afirma, el filósofo debe saber al menos por qué duda de lo que afirman los demás o por qué no se decide a afirmar a su vez. Y esta función negativa, defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que creen que saben el filósofo sea el único que acepta no saber pero conoce al menos su ignorancia.

    Sería interesante buscar el origen de esta falsa atribución, dado que, como dijimos en Sócrates visto por Quino, el hijo de la partera nunca dijo eso, sino lo más parecido, en todo caso, según nuestras fuentes literarias que son Jenofonte y Platón: no creo saber lo que no sé

 

    Quizá haya que rastrear el origen del dicho en Cicerón, como escribíamos en Miseria de la filosofía después de Sócrates, quien utiliza en Cuestiones Académicas (I,16) la fórmula nihil se scire dicat nisi id ipsum: que dice que él (Sócrates) nada sabe excepto eso mismo, pero el propio Cicerón nos ha comentado que lo característico de Sócrates era discurrir sin llegar a afirmar nunca nada positivo (ita disputat ut nihil adfirmet ipse), por lo que ese "excepto eso mismo" quiere decir anafóricamente "no sé", y no algo positivo como "sé que no sé". Quizá ahí esté el origen de la famosa paradoja socrática.

     Copio la traducción de Julio Pimentel Álvarez: Éste, en casi todos los diálogos que fueron escritos en forma variada y copiosa por los que lo oyeron, de tal manera disputa que nada afirma él mismo, refuta a otros, dice que no sabe nada, excepto eso mismo, y que aventaja a los demás en el hecho de que éstos juzgan que saben lo que ignoran, mientras él mismo sólo sabe esto: que nada sabe y que él juzga que por Apolo fue llamado el más sabio de todos porque ésta es la única sapiencia: no juzgar que uno sabe lo que ignora.

     El empeño socrático consistía según el arpinate (Conversaciones en Túsculo, libro I, XLII) en mantener hasta el límite (tenet ad extremum) aquello suyo (de Sócrates) de no afirmar nada (suum illud, nihil ut adfirmet). Mal se aviene esto con la afirmación contradictoria de que sabía que no sabía, que según Savater sólo podría entenderse, si lo hubiera dicho alguna vez,  como muestra de la socrática ironía.  


viernes, 8 de septiembre de 2023

Escueta mensajería

 La ortodoxia contemporánea la marca el pensamiento único políticamente correcto, que no es ningún pensamiento verdadero, sino la negación de todo pensamiento. 
 

La paradoja de la felicidad: si quieres ser feliz, no busques la felicidad, incompatible con la realidad, en el presente, sino en el pasado o el iluso porvenir.

 
El Gobierno miente sistemáticamente ya que gobernar es mentir, pero una vez no mintió, cuando a comienzos de 2020 dijo que las mascarillas no servían para nada. 
 
Con razón dice el aforismo de Karl Kraus que una de las enfermedades más difundidas es el diagnóstico, e Iván Illich: “No nos dejes caer en el diagnóstico”. 
 
Diógenes de Sinope fue condenado al destierro de su patria, pero él, que no era juez, sentenció sin embargo a sus jueces condenándolos a permanecer en el país. 
  
El dióxido de carbono, antes anhídrido carbónico, resulta ser un gas tóxico, que emitimos cuando respiramos, por lo que se prohíbe hasta nueva orden respirar. 
 
La venta en farmacias de test de autodiagnóstico de la enfermedad del virus coronado se dispara y multiplica, aumentando el número así de los Casos detectados.

La Jefa del Ejecutivo y Regenta de la Comisión Europea afirma en un comunicado que viene el lobo, un peligro "real" para el ganado y "potencial" para la gente.

 

jueves, 7 de septiembre de 2023

Aquella vieja y bella canción

    ¿Quién sabe adónde el tiempo va? es una de las canciones de finales de los años sesenta melancólica y triste más bellas que conozco, bella por la simplicidad de su melodía, por las sugerencias de la letra y por una voz extraordinaria que lanza al aire una pregunta sin respuesta.
 

 
    ¿Sabe alguien dónde el tiempo va? La cantante confiesa que no piensa en el tiempo, no cuenta el tiempo y finalmente que no tiene miedo del tiempo, pero no deja de preguntarse una y otra vez quién sabe a dónde va el tiempo, cosa que no sabe nadie porque el tiempo probablemente no va a ninguna parte, incompatible que es con el espacio. La mejor manera de ponerlo de nuestra parte y de ganarlo es probablemente dejar que se pierda, perdiendo el tiempo, dejándolo que pase y que transcurra sin contarlo.
 
    El estribillo nos recuerda que el tiempo es fugaz, y huye constantemente de los relojes que pretenden vanamente capturarlo y de nuestra ideación que también quiere aprehenderlo. Ya lo cantó Virgilio en latín: sed fugit interea, fugit irreparabile tempus: el tiempo huye de nuestro cómputo y de nuestras manos que en vano pretenden retenerlo. 
 
  La letra y música son originales de la cantante y compositora británica, Sandy Denny, muerta prematuramente, que la grabó con Fairport Convention, en una versión que tiene su indudable encanto y el aroma de aquellos años fol-roqueros.
 

 
 
    La versión de Judy Collins, bellísima por la sencillez y hondura de su voz y las notas simples de una guitarra, es quizá una de las mejores de entre las muchas que de ella se han hecho
 
 

      Sin pretender traducirla, porque esto no es una traducción, la parafraseo apropiándome de ella a mi manera: 
 
    Se van, cruzando el cielo, cuando cae la tarde, /  los pájaros volando. ¿Sabrán a dónde van? / En invierno, ante el fuego, yo sigo aquí soñando / dejando que se vaya el tiempo que se va. 
 
¿Quién sabe a dónde va el tiempo cuando pasa? / ¿Quién sabe lo que pasa? ¿Quién lo que va a pasar? 
 
Triste orilla desierta, tus amigos emigran /  porque ya llegó la hora para ellos de marchar. / Pero yo sigo aquí sin pensar en partir /  y no me quedo a solas si a mi lado tú estás. 
 
¿Quién sabe a dónde va el tiempo cuando pasa? / ¿Quién sabe lo que pasa? ¿Quién lo que va a pasar? 
 
Y sé que así será hasta que llegue al fin / mi hora y sea el momento para mí de embarcar. /  Viene el invierno y trae tormentas, y se va / y en primavera vuelven las aves a volar. / 
 
¿Quién sabe a dónde va el tiempo cuando pasa? /¿Quién sabe lo que pasa? ¿Quién lo que va a pasar?