
jueves, 5 de junio de 2025
Pareceres LXXVII

domingo, 14 de julio de 2024
El fútbol, opio del pueblo, y los hinchas
"Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.
Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente,en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.
Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.
Rara vez el hincha dice: “hoy juega mi club”. Más bien dice: “Hoy jugamos nosotros”. Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.
Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha
movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos,
qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se
va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía.
En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van
apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también
el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde,
y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después
de la muerte del carnaval".
martes, 12 de septiembre de 2023
Cuentas y cuentos (Lenguaje científico frente a lenguaje poético)
martes, 8 de marzo de 2022
La verdad, primera víctima de la guerra
¿Quién dijo la frase famosa de que la verdad era la primera víctima de la guerra? ¿Importa acaso quién la dijo o importa, más bien, qué es lo que dice? ¿La dijo Ésquilo? ¿Philip Snowden? ¿Ethel Annakin? ¿Samuel Johnson? ¿Anne MacVicar Grant? ¿E. D. Morel? ¿W. T. Foster? ¿Agnes Maude Royden? ¿Hiram Johnson? ¿Arthur Ponsonby? ¿Rudyard Kipling? ¿Es anónima?
Si la frase es famosa es porque, la dijera quien la dijese, mucha gente se apropia de ella porque siente que lleva la razón. La atribución más antigua de la autoría corresponde a Ésquilo, pero no la encontramos así formulada en ninguna de las tragedias del dramaturgo griego ni en los fragmentos conservados. Lo más parecido que hay, salvando las distancias, sería el fragmento 301 v.1 que dice De una mentira justa no se aleja el dios (ἀπάτης δικαίας οὐκ ἀποστατεῖ θεός). Según esta sentencia se estaría justificando el engaño porque los dioses no se oponen a él si está justificado. Claro está que si un político, hombre de estado o militar cree que su causa es justa o sagrada, dotándola de tintes religiosos, tiene la venia de las divinas instancias para mentir y engañar a sus subordinados. Hay otro fragmento de Ésquilo, el 302 v. 1, otro trímetro yámbico, en el que abunda en la misma idea: La ocasión a veces de mentir la aprueba el dios (ψευδῶν δὲ καιρὸν ἔσθ’ ὅπου τιμᾷ θεός).
Las dos citas de Ésquilo malamente pueden ser antecesoras de la frase que nos traemos entre manos. Lo que dice Ésquilo es que la mentira, en ocasiones, puede ser piadosa y aceptada por la divinidad, pero no menciona la guerra para nada. En conclusión la frase no está atestiguada en ninguna de las obras o fragmentos de Ésquilo que han llegado hasta nosotros.
Según la página Quoteinvestigator, que se dedica a investigar el origen de las citas más famosas, la frase Truth is the first casualty of war, o sea La verdad es la primera víctima de la guerra, remonta a 1915 y a Ethel Annakin, constituyendo el testimonio más antiguo conocido, pero ella no se arroga su autoría pues se la atribuye a alguien no identificado, por lo que permanece en el más riguroso anonimato. Cierto es que Philip Snowden, su marido, ayudó a popularizar la expresión que, pronunciada en inglés originalmente, se ha traducido y repetido en todas las lenguas porque refleja, sin duda alguna, un sentimiento común compartido.
La guerra necesita una justificación para ser aceptada y esta justificación es siempre una mentira, porque la guerra, sea cual sea la razón que quiera dársele, es injustificable.
La mentira que es la primera víctima o casualty de la guerra noe s la información sesgada de cada bando, sino la propia proclamación o declaración, si todavía se estila, de la guerra misma como lo contrario de la paz. La propia declaración, solemne o no, de una guerra es mentira, porque la guerra es consustancial con la organización social, el Estado, y el Estado está en guerra contra el pueblo. El sentido de la frase va más allá de la dificultad que tenemos de discernir dónde se halla la verdad y de aquello que ya decía Machado de que todo el mundo tiene su verdad particular pero hay que buscar la general, la común ("la tuya, guárdatela"), más allá de la manipulación informativa, que es como simplifican algunos la frase, por parte de los dos bandos enfrentados.
Desde Heraclito sabemos que la guerra es la madre de todas las cosas, él dijo que el padre, pero era porque en su lengua la guerra (ho pólemos) tenía género gramatical masculino. Desde Orwell sabemos que war is peace, que la guerra es la paz, o dicho de otra manera que la paz no deja de ser un estado de guerra no declarada, y desde Clausewitz que la guerra era la continuación de la política por otros medios, y, dándole la vuelta a la frase, la política, en tiempos de paz, la continuación de la guerra por medios más diplomáticos, pero no menos sangrientos porque la política es el arte de la dominación.
Merece la pena escuchar a Eduardo Galeano, cuando afirma que las guerras mienten.