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jueves, 18 de julio de 2024

¡Gibraltar español!

    La victoria deportiva de la selección española de fútbol, alias la Roja, sobre la inglesa se ha reinterpretado de alguna manera como si se tratara de una victoria militar en el campo de batalla del estadio de Berlín. No en vano antes del enfrentamiento habían resonado solemnemente los himnos nacionales de uno y otro reino poniendo firmes a los mandatarios y jugadores allí presentes. El Rey Felipe VI y el príncipe Guillermo de Inglaterra, en ausencia de su padre el Rey Carlos III, representaban respectivamente a las Españas y al Reino Unido de la Gran Bretaña. Ondeaban las banderas nacionales de una y otra nación rival, y miles de espectadores llenaban las gradas del estadio. Ya lo dijo una vez un jugador de balompié: “El fútbol es la guerra, y también ahí el triunfo es lo más importante”.

    Tras el goal que decidió la victoria de España en el último momento del partido, el Borbón, corbata roja al cuello, al que acompañaba la infanta, pantalones rojos a juego con la Selección, perdió su regia compostura y se levantó del asiento como un hincha furibundo gritando “¡gol!” y celebrando el triunfo de la Roja, mientras se veía apesadumbrado al príncipe Guillermo, al que acompañaba su hijo, llevarse las manos a la cabeza y cubrirse el rostro como si no quisiera ver y reconocer la británica derrota. 

    España, pues, se alzó con el triunfo de la Eurocopa -la copa es el símbolo de la victoria, el botín arrebatado al enemigo que se exhibe como trofeo y preciado galardón-, y a continuación vino la gran celebración de la victoria en la villa, corte y capital del reino, en la que varios jugadores de la selección que representa los colores nacionales de la bandera rojigualda se unieron a los no pocos hinchas y aficionados que coreaban el grito de “Gibraltar español”, resucitando una vieja cantilena patriótica y franquista que ha sido calificada por el gobierno del Peñón como “rancia”, aludiendo quizá a su sabor añejo y anticuado, más propio de la dictadura del caudillo, cuando el Estado español reivindicaba su soberanía sobre la colonia británica, pero también desde la transición, porque cuando el hoy Rey Carlos de Inglaterra y su esposa Diana Spencer se unieron en matrimonio en 1981 decidieron iniciar allí, en Gibraltar, su Luna de Miel recién casados, detalle que, conocido previamente por la casa real española, motivó que los reyes a la sazón Juan Carlos y Sofía no asistieran al bodorrio. 

    El caso es que después de aquello los gobiernos españoles dejaron de reclamar la soberanía nacional sobre el Peñón, hasta que ahora los rancios cánticos patrióticos han resucitado de la mano de la victoria futbolera y provocado la indignación del ejecutivo gibraltareño, que en un comunicado hecho público ha mostrado su decepción: Se trata de una mezcla totalmente innecesaria de un gran éxito deportivo con declaraciones políticas discriminatorias que resultan enormemente ofensivas para los gibraltareños. El lamentable uso de la plataforma de la celebración en torno a la victoria de la Eurocopa para promover la idea de usurpar el territorio de Gibraltar es contrario al principio de que el deporte no debe utilizarse para promover ninguna ideología políticamente controvertida.

    Si, la tierra, como dijo una vez un ex presidente del gobierno español, no pertenece a nadie, salvo al viento, lo cual no es cierto, porque la tierra tiene sus propietarios, que son los terratenientes, pero es muy bello y así debería ser, está claro que nadie tiene derecho a usurpar el territorio de Gibraltar, ni la corona británica ni la borbónica, ni los propios gibraltareños, que tan indignados se han sentido según sus autoridades, tampoco.

    La ministra portavoz del gobierno español, por su parte, dijo enseguida que había que enmarcar esas manifestaciones en el contexto en que se celebraron y no había que sacarlas de ese contexto, que era la “gran celebración”, porque “la política exterior de un país la establece el gobierno de ese país”, con lo cual vino a decir a las autoridades del Peñón y del Reino Unido de la Gran Bretaña, que estuvieran tranquilas y mantuvieran la calma, que el gobierno español no iba a reivindicar su soberanía sobre dicho territorio. 

     
    En otro orden de cosas, aunque relacionado con estas, una cadena privada de televisión, de ideología progresista afín al gobierno, la Secsta, en un programa de frivolidades significativas ha mostrado un vídeo con imágenes de los jugadores de la Selección Española en el vestuario celebrando la victoria, en el que la locutriz bromea haciendo el siguiente comentario: Pudimos ver algo inesperado: el culazo de uno de nuestros jugadores. No se sabe muy bien de quién era el "culazo", más bien enjuto, pues se halla de espaldas y podía ser de uno o de otro jugador, pero añadió:  Lo que sí sabemos es que para muchos seguidores y, sobre todo, seguidoras, esto -se refería a las codiciadas nalgas- sí que hace afición. Que ¡qué poderío!, ¿eh?

    ¿Qué pasaría si se nos enseñase por la televisión sin su consentimiento previo y expreso el hermoso culete de alguna de las jugadoras de la selección española de fútbol femenino? ¿Sería sexismo, machismo, un atentado contra la integridad, intimidad y dignidad de la mujer?

domingo, 14 de julio de 2024

El fútbol, opio del pueblo, y los hinchas

    Dos fragmentos extraídos del libro de Eduardo Galeano (1940-2015)  "El fútbol a sol y a sombra", un homenaje al deporte coronado rey, "música en el cuerpo, fiesta de los ojos", que también quiere ser una denuncia de "las estructuras de poder de uno de los negocios más lucrativos del mundo".
 
 
¿El opio de los pueblos? (Eduardo Galeano) 
 
    "¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que el tienen muchos intelectuales. 
 
"El gran germà t'està mirant" (El gran hermano te ve)
 
 
    En 1880, en Londres, Rudyard Kipling se burló del fútbol y de "las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan". Un siglo después, en Buenos Aires, Jorge Luis Borges fue más que sutil: dictó una conferencias sobre el tema de la inmortalidad el mismo día, y a la misma hora, en que la selección argentina estaba disputando su primer partido en el Mundial del '78. 
 
    El desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere. 
 
 
    En cambio, muchos intelectuales de izquierda descalifican el fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.
 
    Cuando el fútbol dejó de ser cosas de ingleses y de ricos, en el Río de la Plata nacieron los primeros clubes populares, organizados en los talleres de los ferrocarriles y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces, algunos dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron esta maquinación de la burguesía destinada a evitar las huelgas y enmascarar las contradicciones sociales. La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de una maniobra imperialista para mantener en la edad infantil a los pueblos oprimidos. 
 
    Sin embargo, el club Argentinos Juniors nació llamándose Mártires de Chicago, en homenaje a los obreros anarquistas ahorcados un primero de mayo, y fue un primero de mayo el día elegido para dar nacimiento al club Chacarita, bautizado en una biblioteca anarquista de Buenos Aires. En aquellos primeros años del siglo, no faltaron intelectuales de izquierda que celebraron al fútbol en lugar de repudiarlo como anestesia de la conciencia. Entre ellos, el marxista italiano Antonio Gramsci, que elogió "este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre". 
 
 
Naranjito: mascota de la Copa Mundial de Fútbol de 1982
 
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 El hincha (Eduardo Galeano)

    "Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.

    Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente,en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.

    Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.

     Rara vez el hincha dice: “hoy juega mi club”. Más bien dice: “Hoy jugamos nosotros”. Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.

    Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval".